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domingo, octubre 19, 2008

Mondadori publica 'La novela luminosa', obra póstuma de Levrero, y sus tres primeras novelas

17:39 - 16/10/2008 EcoDiario

La editorial Mondadori ha publicado esta semana 'La novela luminosa', obra póstuma del uruguayo Mario Levrero en la que, a modo de diario, recorre un año de sus manías, fobias, adición al ordenador y trastorno del sueño.



BARCELONA, 16 (EUROPA PRESS)

Además, la editorial publica sus tres primeras novelas --'La ciudad', 'París' y 'El lugar'--, escritas entre 1970 y 1980 y que forman una suerte de trilogía "involuntaria", como dijo el autor, en la que la temática urbana se mezcla con el desconcierto vital de quien la pisa.

Franz Kafka, determinante en la obra del uruguayo, marca el estilo de estos tres textos, mientras que en 'La novela luminosa', Levrero se reta a narrar ciertas experiencias que él denominaba "luminosas" sin que perdieran esta cualidad. El miedo a la muerte, el amor y desamor, la vejez, la poesía y la naturaleza son algunas de estas experiencias.

Levrero (seudónimo de Jorge Varlotta, Montevideo 1940 - 2004) tiene un estilo que liga con el del grupo de "los raros", según el crítico Ángel Rama, una corriente típicamente uruguaya de autores que no pueden encasillarse dentro de ninguna corriente reconocible, aunque tienden a una especie de surrealismo leve.

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domingo, octubre 05, 2008

Manuscritos de Franz Kafka pueden perderse en Israel

Brod era el albacea de Kafka y llevó los papeles a Tel Aviv en 1938. Ahora están en una casa en ruinas. Por: GWEN ACKERMAN
Fuente: BLOOMBERG. ESPECIAL PARA CLARIN

Esta es una historia sobre Franz Kafka y los nazis, gatos, sionismo. La historia comienza en el lecho de muerte del autor, se traslada de Praga a Israel y termina en la rugosa puerta de madera de un departamento de Tel Aviv, donde una enamorada de los gatos, que se llama Esther Hoffe, acumuló una cantidad de papeles, borradores y pertenencias personales de Kafka durante casi cuarenta años, frustrando a archivistas y académicos por igual.



Cuando Esther Hoffe, la ex secretaria de Max Brod -el albacea de Kafka- murió el año pasado a los 101 años de edad, se abrió la posibilidad de que los seguidores de su obra finalmente pudieran acceder a la intimidad del autor de La metamorfosis, quien murió de tuberculosis en 1924. Pero eso no ocurrió.

Las hijas de Esther Hoffe -Ruth y Hava Hoffe- ahora tienen más de 70 años. Se resisten a los pedidos de los archivistas alemanes e israelíes que reclaman la entrega de los restos del legado de Kafka, junto con un cúmulo de papeles del amigo y albacea de Kafka, Max Brod, quien también era escritor. Los israelíes están apelando al honor nacional, los alemanes están preparados para pagar en efectivo.

"Las hijas de Esther Hoffe tienen que decidir cuál es el mejor lugar para los documentos", dijo Ulrich von Buelow, director deldepartamento de manuscritos del Deutsches Literaturarchiv, con sede en Marbach, Alemania. El archivo alemán ya posee el manuscrito de El proceso de Kafka, que Esther Hoffe vendió por 1,98 millones de dólares en una subasta de Sotheby's realizada en Londres en 1988. Un intermediario sondeó a Von Buelow sobre la posibilidad de adquirir otros documentos, dijo el archivista. No han discutido el precio aún, explicó a Bloomberg. El Estado de Israel exhortó a las hermanas Hoffe para que entreguen los documentos --o al menos una copia de ellos- a la Biblioteca Nacional y Universitaria Judía, en Jerusalén.

"El público en general y los lectores de Kafka, no se percatan en qué medida él estuvo involucrado en las actividades judías y sionistas", dijo Mark Gelber, profesor de literatura comparada en la Universidad Ben Gurion de Beer Sheva. "Si supieran, por supuesto que querrían que sus cosas permanezcan aquí", dijo Gelber en una entrevista telefónica.

La saga comenzó con Max Brod, un escritor más conocido por su biografía de Kafka y novelas históricas como Reubeni, príncipe de los judíos. Aunque el último deseo de Kafka fue que se quemaran sus papeles, Brod los guardó y así se conocieron obras maestras como El proceso y El castillo. Los documentos, o algunos de ellos, terminaron en una maleta que Brod se llevó cuando huyó de Praga en momentos en que hacía su entrada el ejército de Hitler. Cuando Brod murió, en 1968, dejó los documentos a Esther Hoffe, quien rechazó los pedidos de los académicos que estudiaban a Kafka y se aventuró, en distintos momentos, a vender algunos textos. En la década de 1980 Hoffe fue arrestada en el aeropuerto internacional Ben Gurion bajo sospecha de que estaba sacando del país documentación importante de contrabando, según el Archivista del Estado, Yehoshua Freundlich.

Las hijas de Esther Hoffe nunca explicaron por qué acapararon los documentos. El profesor Gelber dijo que sospechaba que sus motivos eran económicos, recordando sus propios esfuerzos en la década de 1980 para persuadir a Esther Hoffe de entregar todo a los archivos nacionales.Sólo las hermanas Ruth y Hava Hoffe saben qué documentos siguen en poder de ellas, si son legibles o no, tras haber sido confinados durante años en un húmedo departamento. Los estudiosos de Kafka esperan que los documentos puedan cubrir las brechas que hay en el conocimiento fragmentario de la vida del escritor -hijo de un rico comerciante- que escribió sus visionarias ficciones en Praga, en alemán. Hoy, el departamento de planta baja de las hermanas Hoffe, en un edificio de cuatro plantas oscuro y ruinoso, sólo alberga a los gatos. Hava Hoffe va diariamente a alimentar a los felinos, cuyos maullidos llenan el corredor frente a la puerta rasguñada de madera del departamento. Ella nunca da entrevistas. Las enciclopedias describen a Franz Kafka como ajeno a su herencia judía. No obstante, estudió hebreo y tuvo un interés genuino en el idioma yiddish.

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lunes, septiembre 29, 2008

La partida

Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fuí al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. El no sabía nada, y escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó: ?¿A dónde va el patrón?? ?No lo sé?, le dije, ?simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta?. ?¿Así que usted conoce su meta??, preguntó. ?Sí?, repliqué, ?te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta?.

Franz Kafka

Nota: si te gusta este cuento informate sobre nuestro curso de microrrelato.

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lunes, septiembre 15, 2008

Es posible que por fin vean cierta luz los documentos de Kafka


Ethan Bronner / Tel Aviv, Israel laquintacolumna.com.mx

Es famoso el hecho de que el escritor Max Brod desafiara el último deseo de su amigo Franz Kafka antes de morir en 1924: que se quemaran sus documentos. El mundo obtuvo El Proceso, El Castillo y el adjetivo kafkiano, y Brod, los documentos.

Cuando Brod huyó a Tel Aviv desde Praga en 1939, llevaba consigo una maleta llena de los documentos de Kafka.

Cuando murió en 1968, legó a su secretaria los documentos de Kafka restantes, así como los propios generados durante una rica carrera cultural. Por casi 40 años, Ester Hoffe, la secretaria, mantuvo en ascuas al mundo de la erudición en Kafka, teniendo los documentos en su departamento en una planta baja, en la Calle Spinoza, algunos en pilas altas sobre su escritorio (originalmente de Brod), donde mecanografiaba todo el día y comía.

La última vez que se le permitió la entrada a un académico al departamento fue en los 80. Después, Hoffe vendió el manuscrito de El Proceso en dos millones de dólares. Nadie sabe qué es lo que queda.

Desde su muerte el año pasado, a los 101 años, su hija Hava de 74, ha indicado que se tomará una decisión sobre los documentos codiciados en los meses siguientes. Aun cuando el legado de Kafka ya está en archivos de la República Checa, Gran Bretaña y Alemania, es posible que todavía haya algunos del otro lado de la deteriorada puerta de entrada del departamento Hoffe.

Como lo hizo su madre, Hava Hoffe mantiene en vela a los académicos y archivistas que se preguntan por la condición de lo que creen son cartas, diarios, fotografías y, quizás, obras no publicadas de los escritores checos judíos, siendo Kafka uno de los autores mejor conocidos del siglo XX.

?Brod fue un autor extremadamente versátil, fértil, incluso obsesivo, que llevaba un diario?, señaló Nurit Pagi, quien está escribiendo su disertación doctoral sobre él en la Universidad de Haifa. ?Lo que creemos que Hoffe debe tener es el diario que él llevaba desde el día en el que llegó a Tel Aviv en 1939, lleno de observaciones. Sería de suma importancia para los investigadores.?

Lo que preocupa a los académicos israelíes no sólo es si o cuando Hoffe venderá o donará el patrimonio literario del que son herederas ella y Ruth, su hermana mayor, para compartirlo con el mundo. También está la cuestión de si se podría encontrar la forma de conservar el tesoro en Israel, ya que muchos consideran que es su hogar legítimo en tanto baluarte de la herencia nacional e histórica judía.

?Este material pertenece a Jerusalén?, argumentó Mark Gelber, un erudito en Kafka y catedrático de literatura comparada en la Universidad Ben Gurión en Beersheba. ?Brod se hizo sionista antes de la Primera Guerra Mundial, vivió y trabajó aquí y está enterrado aquí. Se sabe menos el hecho de que Kafka fue una personalidad judía totalmente comprometida y un escritor con muchas conexiones estrechas con el sionismo y los judíos?.

Gelber señaló que la biblioteca nacional en Jerusalén contiene documentos de tales personalidades judías importantes como Einstein y Martín Buber, así es que sería un hogar natural para los de Kafka también.

No obstante, está lejos de ser un punto de vista universal. Para muchos, las novelas y cuentos de desesperación existencial que escribió Kafka en alemán parecen más conscientemente mundanas que vinculadas con cualquier movimiento nacionalista. Los reclamos de los archivos alemanes y de otros países en cuanto a Kafka les parecen igual de determinantes.

En un libro nuevo, que coincide con el aniversario 125 del nacimiento de Kafka, The tremendous world I have inside my head. Franz Kafka: a biographical essay (El mundo tremendo dentro de mi cabeza. Un ensayo biográfico sobre Franz Kafka), Louis Begley argumenta que Kafka fue profundamente ambivalente en cuanto a su identidad judía, es más, de cualquier identidad colectiva.

?Admiro el sionismo y me provoca náuseas?, Begley cita a Kafka. También: ?¿Qué tengo en común con los judíos? Apenas tengo algo en común conmigo mismo, y debería estar parado en un rincón en silencio, satisfecho de que puedo respirar.?

En respuesta, hay todo un arsenal de erudición que blanden Gelber y otros con el que muestran que Kafka aprendió hebreo (todavía existen sus libros de ejercicios con vocabulario), tomó el proyecto sionista en serio, y que incluso esperaba mudarse a esta ciudad. En 1949, por ejemplo, Dora Diamant, su última amante, en cuyos brazos se dice que murió, un cuarto de siglo antes le escribió a Brod diciéndole que el sueño de toda la vida de Kafka había sido ?hacer la aliya y venir a Israel?, usando la palabra hebrea para la inmigración a este país.

Algunos en esta ciudad señalan que documentos tan preciados como los pertenecientes a Kafka y Brod no pueden sacarse legalmente de Israel sin que los archivos nacionales tengan la oportunidad de registrarlos y hacer copias de ellos. Sin embargo, Ofer Aderet, un reportero del periódico Haaretz que ha escrito extensamente sobre los documentos de Kafka, señala que muchos sospechan que Ester Hoffe evadió exitosamente a la ley.

Ahora, la pregunta es cómo van a actuar sus hijas. Hava Hoffe cuidó a su madre en el departamento durante años, y parece estar a cargo de la situación. La mayoría de sus vecinos no la quiere a causa de las veintenas de gatos que ha adoptado en el transcurso de décadas, dándoles libertad de movimiento en el departamento y el patio frontal.

Aleja la publicidad y se niega a conceder entrevistas a la prensa y los académicos. Sin embargo, al encontrarla en la calle una mañana reciente, Hoffe habló por cerca de 10 minutos.

Dijo que Brod fue como un segundo padre para ella, y, de hecho, fue un amigo tan cercano de su padre como lo fue de su madre. Su padre, dijo ella, murió cinco meses después que Brod. Exanfitriona en tierra en el aeropuerto Ben Gurión, Hoffe se describió como sobreviviente del holocausto (llegó de Praga a los 10 años), dijo que está en la miseria y no ve razón alguna para regalar el único bien que tiene: el patrimonio literario de Brod.

Comentó que espera escribir un libro sobre Brod porque quisiera compartir su brillantez con el mundo.
Implicó una voluntad de vender más no de donar, aunque sus respuestas fueron enigmáticas.

Al preguntársele si los documentos de Kafka siguen en el departamento, se burló diciendo: ?¿Cree que somos tan estúpidas??.

Implicando que los valiosos documentos habían sido guardados en algún lugar seguro, Hoffe describió la sensación de sentirse presionada desde todas direcciones, en especial por el Estado de Israel, para ceder los documentos o tomar una decisión sobre su futuro. Se sentía bajo sitio, atrapada en una red, agregó.
Sus ojos azules no tenían el mínimo indicio de ironía cuando dijo: ?Es verdaderamente kafkiano?.

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sábado, agosto 02, 2008

Legado oculto de Kafka podría salir a la luz

A 125 años de su natalicio, manuscritos inéditos son conservados en Tel Aviv
Eva Usi (Especial para La Jornada)

Kafka y Max Brod

Hamburgo, 29 de julio. Franz Kafka, uno de los personajes superlativos de la literatura universal, es recordado y celebrado con motivo del 125 aniversario de su natalicio. Exposiciones, simposios, escenificaciones de sus obras y nuevas publicaciones muestran su vida y creación bajo una nueva luz.

Como Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Borges o Freud, Kafka es una marca, no necesita nombre de pila. Considerado la figura lingüística más poderosa e influyente de la literatura moderna, el escritor judío alemán nacido en Praga en tiempos del imperio austro-húngaro, publicó en vida un puñado de escritos y hoy sería tal vez conocido sólo en círculos académicos, de no ser porque su amigo y albacea, el escritor austriaco de origen judío, Max Brod, ignoró su voluntad expresa de que fueran quemados sus manuscritos y cartas tras su muerte por tuberculosis en 1924, poco antes de cumplir 41 años de edad.

Brod admiraba a Kafka, a quien llamaba ?el gran poeta de nuestro tiempo?. El crítico de arte recopiló buena parte de la obra de su amigo y publicó tres de sus novelas más importantes, que lo lanzaron a la fama póstuma cuando fueron traducidas en Estados Unidos: El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1927).

Acervo desconocido

Max Brod abandonó Praga en 1939, huyendo de la ocupación nazi y llevando consigo numerosos manuscritos y cartas de Kafka, que en parte conservó hasta su muerte en 1968, en Israel. Su legado quedó en manos de su amante y secretaria, Ilse Esther Hoffe, quien se opuso rotundamente a abrir el archivo, pero Hoffe murió el año pasado, lo que da esperanzas a investigadores del mundo entero de que por fin pueda ser evaluado dicho legado, el cual se encuentra en un departamento de Tel Aviv.

?Ese legado de Max Brod no sólo es importante por Kafka, sino por toda la época del expresionismo, cuando hubo autores judíos de gran envergadura que escribieron en alemán?, afirma Reiner Stach, uno de los biógrafos de Kafka más renombrados, quien también espera estudiar esos documentos para completar su trilogía sobre la vida del escritor checo, con un tomo sobre su niñez y juventud.

?Hay papeles que son testimonio de sus años de estudiante, pero también cartas y manuscritos de otros escritores y músicos que contienen valiosa información sobre el ambiente artístico de Praga en aquel entonces?, afirma Stach en conversación con La Jornada.

?Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana?, así comienza El proceso, de Kafka, una de las frases más citadas de la literatura moderna que ha dado pie a numerosas interpretaciones con las que se podría llenar una biblioteca. Sus obras fueron primero traducidas al francés. En Alemania, donde sus libros fueron prohibidos por los nazis, alcanzó fama tardía. Las ediciones de bolsillo aparecieron en las librerías en los años 50, lo que le dio celebridad de la noche a la mañana.

?Ya no se ve su obra desde el punto de vista teórico, como en las décadas de los 60 y 70, cuando sus textos fueron interpretados en relación con el sicoanálisis, el existencialismo, la teología y el estructuralismo. Ahora se lee como literatura, por su lenguaje, sus metáforas y las imágenes de su obra que ocupan un papel central?, afirma Stach, nacido en Sajonia en 1951, quien se hizo aficionado a Kafka desde la edad escolar.

Libro para público no académico

El primer tomo publicado por Stach (2002), Los años de las decisiones, (Ediciones Siglo XXI), que relata la vida del escritor judío alemán de 1910 hasta su muerte, fue aplaudido por la crítica por su empatía histórica y calidad narrativa, que ofrece imágenes panorámicas de la época acompañadas de tomas cercanas que abordan, como en el cine, las escenas más importantes.

?Mi intención era escribir un libro que acercara a Kafka al público no académico y por eso decidí utilizar ciertas técnicas que provienen de la novela, pero nada en el libro es ficción, todo está documentado al detalle?, afirma Stach, quien se valió de las numerosas cartas que escribió el entonces joven abogado y asesor de una compañía de seguros para relatar su relación sentimental con Felice Bauer, mientras en el trasfondo la Primera Guerra Mundial estaba a punto de comenzar.

Kafka leyó a Nietzsche, Byron y Goethe, y le fascinaban los nuevos inventos como el automóvil, el cine y el teléfono. Un artículo escrito por él en el diario praguense Bohemia, sobre un encuentro de aeroplanos en Brescia, es el primer testimonio en la literatura alemana de la prodigiosa técnica.

Su biografía estuvo marcada por la adversidad y una compleja personalidad que sigue sin comprenderse plenamente hoy día; vivió como una tortura su llamado a ser escritor, quiso casarse en tres ocasiones y no pudo mantener una relación de largo plazo con una mujer.

En su diario expresó la angustia de no vivir su vida como hubiera querido y el pánico a perder, por una relación amorosa, el último resto de libertad para escribir. ?El coito como castigo a la felicidad de estar juntos? escribió en 1913.

Una escena en particular no podía pasar inadvertida por el biógrafo y es relatada en detalle. En julio de 1914, Felice Bauer, acompañada de su hermana Erna y de su amiga Grete Bloch, cita a Kafka en un cuarto de hotel en Berlín para pedirle una explicación sobre las cartas que envió el escritor a Grete.

En ellas, Kafka duda de su matrimonio con Felice. Ésta sabe de las inseguridades de su prometido, Kafka le escribió unas 350 cartas, a veces más de una diaria. El compromiso entre ambos, festejado seis semanas antes, quedó disuelto.

Kafka se sintió juzgado como en un tribunal, como lo formula en su diario. Esa experiencia que lo marcó profundamente fue el detonador para redactar, apenas un mes después, El proceso, una delirante historia tragicómica en la que un tribunal invisible procesa a Joseph K. por delitos que desconoce.

La metamorfosis, donde Gregorio Samsa amanece un día convertido en un monstruoso insecto, turba y fascina a su público durante las contadas lecturas que realizó Kafka de su obra.

Algunos oyentes pierden el sentido al escuchar fragmentos de En la colonia penitenciaria, que narra con naturalidad una ejecución en la que una máquina de tormento graba el delito sobre la piel del condenado.

Aunque su obra ya provocaba conmoción, nadie imaginó en 1914 que se convertiría en un icono de la literatura del siglo XX.

?En esos años, Kafka tomó decisiones fundamentales en su vida. Por un lado tenía el profundo deseo de concentrarse por completo en la escritura, lo que se vuelve muy claro a partir de 1912, teniendo 29 años. Pero las expectativas de su familia y de sus amigos de que llevara una vida burguesa le provocan un sentimiento de inferioridad, y por eso quería fundar una familia.

Quería casarse con Felice Bauer, pero ella nunca entendió que él estuviera obsesionado por escribir, un conflicto que no tenía solución?, afirma Stach.

Según el experto, Kafka no estaba enamorado de Grete Bloch, quien asumió el papel de intermediaria a pedido de Felice, pero sí supuso una gran satisfacción constatar que podía hablar abiertamente con una mujer.

Con motivo del 125 aniversario del nacimiento de Kafka, Reiner Stach, biógrafo residente en Hamburgo, publicó el segundo tomo de la biografía del escritor checo, en el cual aborda la última fase de su vida, de 1916 a 1924.

Los años del conocimiento (Die Jahre der Erkenntnis) comienza con un nuevo acercamiento con Felice Bauer y un nuevo compromiso matrimonial. ?Hubo probablemente un contacto sexual, pactaron que en cuanto terminara la guerra vivirían juntos, pero que Felice seguiría trabajando, lo que permitiría a Kafka continuar escribiendo. Sin embargo, la situación cambió dramáticamente?, afirma el investigador. En 1917 le diagnosticaron tuberculosis pulmonar, lo que era equivalente a una condena de muerte.

?Ya nadie podía presionarlo a que formara una familia, además, la situación que vivía su entorno familiar era catastrófica, que lo marcó tanto como la enfermedad misma?, señala.

Intensa relación con Milena

En 1918 desaparece el Imperio Austro-Húngaro y en su lugar fue fundada Checoslovaquia, donde los alemanes, que tenían bastiones en Praga y Bohemia, eran odiados por los checos, quienes fueron particularmente agresivos hacia los judíos alemanes, a los que responsabilizaron de la guerra.

?En Praga imperaba una situación sumamente hostil y ya no era un hogar para Kafka, quien debió considerar hacia dónde emigrar. Así fue como surgió su acrecentado interés por el judaísmo, el sionismo y su sueño de emigrar a Jerusalén. Aprendió hebreo y los planes para emigrar adquirieron cada vez más importancia?, afirma el historiador.

Según Stach, fue en esos años cuando Kafka escribió textos completamente diferentes a sus narraciones anteriores, que cuentan con un argumento.

Surgen escritos enigmáticos y leyendas, como Informe para una academia o Un mensaje imperial. ?Se tiene la impresión de que Kafka ya no narra, sino que reflexiona sobre el mundo, sobre su situación y las alternativas que le quedan y lo decisivo es que reconoce que no tiene que integrarse a la sociedad como los demás, tal vez se percató de que no le quedaba mucho tiempo y esa fue una certidumbre central?, afirma el biógrafo.

Stach narra la relación de Kafka con la joven Julie Wohryzek, con quien estuvo a punto de casarse en 1919. Posteriormente conoce al gran amor de su vida, según el experto, y también tuvo un final desafortunado.

Después de su hermana Ottla, la periodista checa Milena Jesenská, quien tradujo algunos de sus textos al checo, fue la mujer más importante para Kafka, una relación intensa aunque breve, en la que la literatura jugó un papel muy importante.

Traslado a Berlín

En 1923, Kafka se trasladó a Berlín con su nuevo y último amor, Dora Diamant, de origen judío polaco, que hablaba yidish, hebreo y sabía mucho sobre el judaísmo del Este de Europa, lo que interesó vivamente al escritor. ?Podían conversar durante semanas, lo que fue para Kafka muy estimulante, pese a que ya se encontraba gravemente enfermo, con fiebre casi diario. Dora lo adoraba, era para ella como un santo?, afirma Stach.

Esos seis meses que vivió Kafka en Berlín escribió apuntes, dejó unos 20 cuadernos al morir que han sido buscados sin éxito en archivos en Berlín, Praga y Moscú.

Max Brod intentó recuperar todo lo que se encontraba en manos de otros: cuadernos, cartas, fragmentos y también escribió a Dora Diamant, quien mintió.

?Dijo que Kafka mismo había quemado todo antes de morir?, afirma Stach.

En 1934, 10 años después de la muerte de Kafka, la Gestapo inspeccionó el departamento de Dora y su marido en Berlín, acusados de comunismo. En esa redada fueron decomisados los cuadernos de Kafka que no llevaban su nombre.

Ese ?monstruoso mundo que tengo en la cabeza?, como dijera Kafka, ha sido estudiado febrilmente y generado unas 20 mil publicaciones en el mundo.

Con motivo del 125 aniversario de su nacimiento, sus obras han sido reditadas en alemán, nuevas publicaciones muestran imágenes hasta ahora inéditas que documentan paso a paso la vida del escritor.

Los medios reflexionan sobre sus célebres frases polisémicas, mientras que su obra es reinterpretada y revisada desde las artes plásticas, el cine, la música y el teatro.

Próximamente un simposio organizado por la Sociedad Kafka, alemana, reunirá a académicos de todo el mundo para analizar su obra en Heidelberg.

Sin embargo, el escritor checo seguirá siendo un misterio y provocando desconcierto.

?Kafka sigue siendo un enigma, lo fue incluso para su mejor amigo, Max Brod, quien no lo entendió en cuestiones fundamentales. Había como una pared de cristal entre Kafka y el resto del mundo, y esa pared sigue existiendo?, afirma Reiner Stach.

En 1904 Kafka escribió a su amigo Oskar Pollak: ?Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos (...) un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro?. ¿Habrá intuido que sería él quien escribiría esos volúmenes?

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sábado, mayo 24, 2008

Para meditación de los jinetes

(Zum Nachdenken für Herrenreiter)
Franz Kafka (1907-1910).

Nada, si se piensa con detenimiento, puede inducirnos a querer ser los
primeros en una carrera.

La gloria de ser reconocido como el mejor jinete de un país alegra
demasiado cuando la orquesta comienza a tocar como para que al día
siguiente pueda evitarse el remordimiento.



La envidia del contrincante, de gente más astuta e influyente, nos
aflige al atravesar las estrechas barreras hacia aquella planicie que
pronto quedará vacía ante nosotros, si no es por la presencia de algunos
jinetes aventajados que, diminutos en la distancia, cabalgan hacia la
línea del horizonte.

Muchos de nuestros amigos, ansiosos por recoger las ganancias, gritan
"hurras" hacia nosotros por encima de los hombros y desde la alejada
ventanilla de cobros; los mejores amigos, sin embargo, no han apostado
por nuestro caballo, pues temen que si pierden podrían enfadarse con
nosotros, pero como nuestro caballo ha sido el primero y ellos no han
ganado nada, se dan la vuelta cuando pasamos y prefieren mirar hacia las
tribunas.

Los contrincantes, detrás, bien sujetos sobre la silla de montar,
intentan comprender la desgracia que les ha caído, así como la injusticia
que, de algún modo, se ha cometido con ellos. Adoptan una expresión de
frescura, como si fuera a comenzar otra carrera, y una expresión seria
después de ese juego de niños.

A muchas damas el ganador les parece ridículo porque se ufana, y, sin
embargo, no sabe qué hacer con el continuo apretar de manos, con los
saludos, las reverencias, las salutaciones y los saludos a la lejanía,
mientras que los vencidos tienen la boca cerrada y dan palmadas en el
cuello de los caballos, la mayoría de los cuales relínchan.

Finalmente, el cielo se pone turbio y comienza a llover.

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domingo, mayo 11, 2008

El sonido de eBay y la imagen de Kafka se exponen en 'Explotando datos'

Cómo sonarían los datos de eBay o qué sería 'El proceso', de Kafka, dentro de un videojuego, se muestran en las 37 obras de 'Explotando datos', una exposición audiovisual dentro del festival 'Les rencontres internationales' abierta en el complejo cultural El Aguila hasta el 14 de mayo.



La directora general de Archivos, Museos y Bibliotecas, Isabel Rosell, ha sido la encargada de presentar la exposición junto a sus dos comisarios, Jean Francois Rettig y Nathalie Hénon.

Rosell ha señalado el carácter internacional de esta segunda edición de 'Les rencontres internationales', con la que 'se facilita al público madrileño acercarse a las temáticas audiovisuales y a los artistas españoles llegar a ciudades tan punteras como París o Berlín'.

'Explotando datos', que será inaugurada hoy por el consejero de Cultura y Turismo, Santiago Fisas, ocupa tres plantas divididas en varios espacios según artistas y temas.

Data Meanings (explotando datos), Hyper Cinema (hipercine), Spaces (espacios), Public Estates (dominio público) y Monitoring Survey (control vigilado) son las cinco áreas temáticas sobre las que trabajan los seleccionados para la muestra.

La recreación sonora de eBay, convertida en instalación por los austríacos Ubermorgen, es un ejemplo del nuevo 'net art' -arte relacionado con las redes de comunicación- que se expone en 'Explotando datos'.

Además de esta obra, en el espacio Data Meanings se presentan distintas manipulaciones de los datos que manejan muchos portales web, 'transcribiéndolas a números y letras', según han explicado los comisarios.

Al aprovechar un campo tan amplio como el del videoarte, los creadores también analizan temas a debate en los medios de comunicación, como la guerra de Irak, mediante metáforas que 'cuestionan la historia y analizan a los medios', como ha recalcado Jean Francois Rettig ante una filmación de un cubo de azúcar que era consumido lentamente por gotas de petróleo.

La muestra moderniza referentes artísticos de otros campos, como la literatura o el cine. 'El proceso', de Kafka, se articula en un producto de videoconsola en el que el jugador camina junto a una pared que nunca podrá superar; mientras que otros trabajan con 'King Kong' y 'Kill Bill' para explorar la 'especificidad del lenguaje cinematográfico'.

'Explotando datos' es un punto más de la programación de 'Les rencontres internationales', en el que también se proyectarán películas y se desarrollarán debates, desde el próximo día 7 hasta el 14 de mayo.

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miércoles, abril 02, 2008

Francisco Toledo, formidable grabador

La sólida fama internacional del plural artista mexicano, nacido en Oaxaca, despliega su inventiva en una excelente selección de grabados recientes.
Nelson Di Maggio @ LR21

Francisco Toledo es conocido y reconocido en los múltiples lenguajes que ha frecuentado (pintura, cerámica, escultura) pero en el grabado en metal ofrece una maestría de alto voltaje expresivo.



Una de las principales virtudes de Informe para una Academia, muestra inaugurada la semana pasada en el Espacio Cultural de México, es la calidad de las ediciones, en su mayoría pruebas de artista o numeradas en los primeros tirajes de los 43 grabados. Luego, el enmarcado impecable, aunque la deficiente iluminación de la sala (mal resuelta desde el principio, que debería corregirse) incomoda la correcta observación de las obras.

Lo fundamental, empero, es la imaginación de Toledo, un torrente continuo de energía creadora que atrapa al receptor de inmediato. Fechada en 2005, Informe para una Academia es una serie de grabados inspirada en el cuento homónimo de Franz Kafka (1883-1924), donde el escritor checo narra la anterior vida de simio (como lo hizo con la cucaracha en La metamorfosis, 1917) en una transparente alegoría sobre la sociedad y el hostigamiento a la libertad del hombre, a la vulnerable condición humana.

En su mayoría, los grabados son de tamaño apaisado y diferentes dimensiones (entre 21 x 98 cm. y 10x 49 cm.) y Toledo araña la plancha de metal con la delicada técnica de la punta seca, acompañada, a veces, de aguatinta, con extrema sutileza y refinamiento expresivo hasta decantar en las magistrales imágenes de La greñuda y La mujer del gran peine, diferentes títulos para un mismo tema, agrupadas, con acierto, en un panel aislado, donde el dibujo en sucesivas oleadas de perturbardora atmósfera es conducido en una arrebatadora, envolvente composición rítmica, con lejanas resonancias de los latigazos gráficos anticipados por el Art Nouveau.

El sarcasmo y el humor de sus mitologías zoológicas, ya característico de Toledo en toda su trayectoria, transita por la ironía en el referente literario kafkiano y la técnica del azúcar, más pictórica, aunque igualmente lineal en la franqueza del trazo limpio de endiablada circularidad, administrando con extremo cuidado el equilibrio entre blancos sonoros y negros intensos, que adquieren, en Cuento de la luna vaga, He llegado a adquirir el grado de cultura de un europeo o Mono borracho, un clima de jocunda parodia y cristalina sensualidad, que corren con la fresca naturalidad del agua al caer. Sin duda, una de las pocas muestras provenientes del exterior que marcará la temporada de 2007.

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sábado, marzo 29, 2008

Homenajear a Kafka sin morir en el intento

Jon Bilbao reflexiona sobre el deseo de evadirse gracias a un protagonista que se metamorfosea en miles de moscas

MAGDA BANDERA - Madrid - 19/03/2008 12:49 (Público)

El fotógrafo quiere saber de qué trata la primera novela de Jon Bilbao antes de retratarle. El aludido tarda en responder. No es fácil defender que has escrito una historia "realista" cuando el protagonista de tu relato es un hombre que se transforma en un enjambre de moscas, así, por las buenas. Pero Jon tiene arrestos incluso para bautizar al hombre-multimosca con el nombre de Grego. A partir de ese momento, se acaba el homenaje a Kafka.

"Cuando leí La metamorfosis, tenía 14 años. Fue una lectura bastante peculiar porque a mí me gustaban los cómics y esperaba otra cosa. En ese momento, ni me gustó Kafka ni me convenció la historia. No entendía por qué su personaje no se hacía preguntas, por qué no indagaba en los motivos de su transformación", recuerda.

Lo que de verdad decepcionó al adolescente Jon fue que entre página y página no apareciese "toda una familia de insectos temibles". Pero de eso hace ya más de veinte años y este ingeniero de minas, nacido en Ribadesella en 1972, tiene otras preocupaciones y acumula varios premios literarios por sus relatos.


Las vacaciones perfectas


En El hermano de las moscas, Bilbao ha querido reflexionar sobre la idea de la evasión y la responsabilidad a través del caso de Grego. Este personaje, un treintañero bohemio que se gana la vida alquilando embarcaciones en el sudeste asiático, se transforma una vez al año en un enjambre de moscas durante diez días. "Es algo que puede parecer horrible, pero en realidad son las vacaciones perfectas. No sólo te permiten descansar del trabajo, sino también de la condición humana", comenta el autor.

Sin embargo, esas vacaciones "no son gratuitas". Alguien tiene que responsabilizarse de alimentar a las moscas, cuidarlas para que no se dispersen, vigilar que nadie las mate de un manotazo o un chorro de insecticida. Y, sobre todo, debe impedir que descubran el secreto de Grego.

Esa persona es "el hermano de las moscas", Héctor, un hombre tranquilo y racional, con un trabajo y una familia estables. Conseguir que alguien tan práctico como él asumiese que su hermano podía transformarse de tal manera fue todo un reto.

"Cuando comencé a trabajar en la novela, sabía que lo más importante era lograr que Héctor creyese a su hermano. Si él lo hacía, también lo haría el lector. A partir de ese momento, la historia es realista y lo de menos son las moscas", asegura Bilbao. Lo importante es que el lector que se atreva con el libro publicado por Salto de Página se haga preguntas a partir del tercer capítulo.

Preguntas vitales

Para Bilbao, una de esas preguntas esenciales versa sobre el tema de la responsabilidad y hasta qué punto esta sociedad está preparada para asumir "cargas" tan pesadas, como la de cuidar incondicionalmente a un hermano calavera sin apenas hacer reproches, y arriesgando la estabilidad laboral y familiar.

Para facilitarle los paralelismos al lector, Bilbao sitúa la acción en una ciudad y una casa indeterminadas, prototípicas de la burguesía globalizada de inicios del tercer milenio. Podría pasarte a ti, insinúa hasta rozar la amenaza.

"La novela tiene una voluntad crítica. En realidad, Héctor y Grego son la misma persona desgajada en dos. Uno tiene una vida de tecnócrata y el otro es un aventurero", compara. Por eso, ambos se envidian y se complementan. Y, como ocurre en tantas familias, nunca hablan. Apenas lo mínimo para pedirse y dejarse dinero, y concretar asuntos de intendencia.

Todo muy "normal", excepto el lugar de trabajo de Héctor. Como su padre literario hasta hace unos años, el hermano de las moscas trabaja en una refinería de petróleo, un entorno frío y poco dado a alentar la fantasía.
"Me interesaba mostrar el entorno laboral del protagonista. Me fastidia que en los libros y en las películas no se muestre el ámbito laboral de los personajes", argumenta Bilbao. Dime dónde trabajas y te diré cuánta presión soportas a diario. Si es demasiada, quizás sueñes con
desintegrarte en miles de ligeras moscas.

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lunes, marzo 17, 2008

El muro del emperador

Son 7200 kilómetros de piedra y ladrillos con los que se pretendió cercar un reino. Se empezó a construir por orden del primer emperador chino Qin Shi Huan, quizás el mayor megalómano de la historia, quien se volvió loco buscando el elixir de la inmortalidad. Sin embargo, 2 mil años de trabajo y varios millones de soldados y esclavos en acción no alcanzaron para unir los fragmentos de la muralla ni siquiera en la cara norte del imperio.

Por Julián Varsavsky / Página 12

Gran Muralla China

Aunque la Gran Muralla probablemente haya sido el mayor delirio terrenal del primer emperador chino Qin Shi Huan, el megalómano más grande de la historia, tuvo otro no menos sorprendente: luego de decapitar a medio centenar de oficiales que fracasaron en la búsqueda del elixir de la inmortalidad, decidió llevarse al inframundo de la muerte un ejército completo de 7 mil soldados moldeados en terracota, a quienes conduciría en sus batallas subterráneas por el lapso de la eternidad.

En La Muralla y los Libros, Jorge Luis Borges plantea una relación nada fortuita entre la orden del emperador de quemar todos los libros anteriores a él (o anteriores al ?tiempo?, que era lo mismo), y la condena que impuso a todo aquel que osara guardar uno de esos libros de trabajar por el resto de su vida en la construcción de la muralla. ?¿Acaso Qin Shi Huan condenó a quienes adoraban el pasado, a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil??, se pregunta Borges.

La utopía de cercar un reino para impedir las invasiones nunca fue concretada, ya que su propia longitud no permitió defenderla ni garantizar su invulnerabilidad. Por otra parte, a pesar de sus 7200 kilómetros de largo, la muralla tampoco llegó a conectar todos sus fragmentos al mismo tiempo: a lo largo de sus casi 2 mil años de construcción, mientras un segmento se levantaba otro era tumbado por el enemigo del norte e incluso otros se caían de viejos, derruidos por el polvo y el viento. Pero lo cierto fue que ningún emperador de las veintitrés dinastías que rigieron el imperio pudo renunciar a la fantasía de amurallar su dominio, incapaces de darse cuenta de que en verdad estaban rodeados por la virtual muralla de un vasto horizonte.

EL ORIGEN

Uno de los hechos que más impresionan de la Gran Muralla es la cantidad de personas que participaron en su construcción. Sólo en los 10 años iniciales de la Dinastía Qin ?214 al 204 a.C.?, trescientos mil soldados al mando del general Meng Tian se dedicaron a poner ladrillo sobre ladrillo, inaugurando quizá la idea de la famosa ?paciencia china?. Más tarde, en el 555 d.C., se realizó una sección de 450 kilómetros en la que 1,8 millón de personas fueron forzados a edificar el muro que, al mismo tiempo que protegía el imperio, le imponía un límite a su expansión (tarde o temprano su destrucción vendría de un lado o del otro de la muralla). Esto vendría a comprobar la inutilidad de la muralla, cuyos fines fueron más de ostentación del poder que de carácter defensivo real. Una estructura de estas magnitudes era porosa por naturaleza, pero las dinastías se aseguraron de convencer a las sucesivas generaciones ?por miedo o por convicción? de la conveniencia de esta empresa. En La edificación de la muralla china, Franz Kafka desentraña la razón de esa obra descomunal cuando escribe que el objetivo único y absoluto de construirla era comprometer a los súbditos y esclavos en el círculo vicioso de aquella obsesión. La muralla era entonces un fin en sí mismo, alrededor de cuya edificación se organizaban las jerarquías sociales del reino. Según como se lo mire, en algún momento el cerco de piedra era una defensa o también una prisión en la que estaban confinados los que vivían tras sus muros, independientemente de los peligros que pudiesen venir de afuera. Además, los constructores morían por decenas de miles durante los trabajos y eran enterrados debajo mismo de la muralla, fundiéndose directamente con la herramienta de su condena.

Los primeros segmentos se comenzaron a levantar entre los siglos VII y VIII, cuando los diferentes estados de la futura China guerreaban entre sí. Hasta que Qin Shi Huan unificó China en el 214 a.C. con mano de hierro y surgió la idea de corporizar la unidad del imperio completando la muralla.

LA DISCONTINUIDAD

El sistema defensivo, a pesar de ser imperfecto, tuvo también su éxito para detener a los ejércitos pequeños. Y según Gengis Khan su efectividad dependía del coraje de quienes la defendieran. La muralla mide un promedio de diez metros de alto por cinco de ancho, y en el medio tiene un corredor que permite el desplazamiento rápido de las tropas. Desde sus torres le disparaban al atacante con flechas y con toda clase de proyectiles ?como balas de cañón? desde que se inventó la pólvora. Además tenían un parapeto de un metro de alto y por supuesto había también puertas fortificadas que permitían traspasar hacia adentro o hacia fuera los límites del reino.

La comunicación entre las distintas torres de vigilancia y aprovisionamiento de la muralla era fundamental para anunciar la llegada del enemigo. El método más común era el de las columnas de humo. Una sola de ellas significaba que un ejército de menos de 500 soldados estaba asediando la muralla. Y una columna doble de humo advertía que los atacantes eran menos de 3 mil.

Los principales constructores de la muralla que llegó hasta nuestros días fueron los emperadores de la Dinastía Ming (1368-1644). Hoy, igual que en los tiempos de sus inicios, la muralla se encuentra desconectada y en algunos lugares se ha reducido a polvo y aparece como borroneada en la inmensidad del desierto de Gobi. En otros sectores como Badaling ?a 60 kilómetros al norte de Pekín?, está restaurada a la perfección. Y hay quienes la usan en el campo como cantera para construir sus casas sin saber siquiera que se trata de la famosa muralla del primer emperador. No es cierto que su serpenteo se vea desde la luna, lo cual no quita que la Gran Muralla haya sido y siga siendo la obra de construcción humana más cruel y desbordada de egocentrismo que se haya realizado jamás.



Una aventura china
La clásica excursión en la zona de Badaling no es la más recomendable para visitar la muralla. Está restaurada con un dudoso criterio y la recorren millares de turistas perseguidos por molestos vendedores. El lugar en el cual mantiene su impronta original ?con muy pocos turistas? es en Simatai, donde, a pesar de no haber sido restaurada, la construcción posee largos segmentos en perfecto estado de conservación. Allí la muralla está construida sobre una cadena montañosa y en algunos sectores se ha desbarrancado con el paso del tiempo. El recorrido en grupo implica horas de subir y bajar escalones, pero la aventura comienza en las partes ruinosas, donde es un verdadero desafío seguir adelante en pos de alcanzar la torre de vigilancia más alta. En los lugares más derruidos, la muralla se hace tan angosta que es preciso avanzar a gatas por prevención ante los precipicios que se abren a cada costado. En estos tramos, muchos visitantes suelen abandonar la travesía. Como a medida que la cosa se complica cada cual avanza a su propio ritmo, por momentos uno se encuentra absolutamente solo en la cumbre de la montaña. Sin nadie a la vista, entre piedras milenarias, la mirada alcanza para abarcar esa infinita serpiente de piedra gris que parece arrastrarse sobre las montañas en busca de la eternidad. Y basta con cerrar los ojos para que nos alcance el rumor de los ancestrales ejércitos mongoles con sus catapultas al acecho, y los silbidos de las flechas chinas cortando el aire.



La muralla kafkiana
En el cuento La construcción de la muralla china del escritor checo Franz Kafka, el personaje de uno de los constructores de la muralla es quien explica la función política de esa obra desmesurada. ?Uno pensaría de antemano que hubiera sido más ventajoso en todo sentido construir la muralla seguidamente, o, a lo menos, seguidamente dentro de las dos secciones principales. La muralla, como universalmente se proclamó y como nadie ignora, había sido planeada como una defensa contra las naciones del norte. Pero ¿qué defensa puede ofrecer una muralla discontinua? Ninguna, y la muralla misma está en incesante peligro. Esos pedazos de muralla abandonados en mitad del desierto podrían ser fácilmente derribados por los nómadas, ya que esas tribus, alarmadas por los trabajos de construcción, cambiaban de querencia como langostas, con inconcebible velocidad y lograban tal vez una mejor visión general de los progresos de la muralla que nosotros los constructores. Sin embargo, la obra no pudo hacerse de otro modo. Para entenderlo así debemos considerar que la muralla tenía que ser una defensa para los siglos: por consiguiente, la edificación más escrupulosa, la aplicación de la sabiduría arquitectónica de todas las épocas y de todos los pueblos y el sentimiento perenne de la responsabilidad personal de los constructores, eran indispensables para la obra. Es verdad que para la tarea más subalterna podrían emplearse jornaleros ignorantes ?hombres, mujeres, niños, llevados por el mero interés?, pero ya un capataz de cuatro jornaleros debía ser un hombre versado en albañilería, un hombre que en el fondo del corazón sintiera todo lo que significaba la obra. Cuanto más alto el cargo, mayor la exigencia. Y se encontraban tales hombres, quizá no todos los requeridos para la obra, pero muy numerosos. El trabajo no debía ser emprendido a la ligera. Medio siglo antes de empezarlo, la arquitectura y la albañilería, en particular, había sido proclamada en toda la China (que se pensaba amurallar) la más importante de las ciencias, y las otras no eran reconocidas sino en cuanto se relacionaban con ella. Recuerdo todavía que nosotros, niños tambaleantes aún, nos juntábamos en el jardín del maestro, para levantar con piedrecillas una especie de muro, y que el maestro se remangaba la túnica, arremetía contra el muro, lo hacía naturalmente pedazos y nos vociferaba tales reproches por la fragilidad de la obra que nosotros huíamos llorando en todas direcciones en busca de nuestros padres. Un episodio mínimo, pero típico del espíritu de la época.?

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jueves, febrero 28, 2008

Kafka vivió el origen del cine

A partir de 1900, el proyector cambió el ocio del público

AFPPAULA CORROTO - PÚBLICO - Madrid - 27/02/2008 22:38

Una de las revoluciones más apasionantes dentro del universo cultural fue la aparición del cine. Dicen las enciclopedias que todo comenzó en 1896, con la primera proyección de los hermanos Lumière. Sin embargo, la verdadera explosión de este nuevo lenguaje llegaría durante las dos primeras décadas del siglo XX. Porque antes de las bombas (las de la gran guerra), toda Europa -principalmente París, Berlín, Praga y Viena- se llenará de cines y de unos espectadores embelesados y estupefactos.



Las primeras salas de exhibición fueron ambulantes. El artesano -aún no podía llamarse empresario- llegaba con su proyector y se iba. Pero, a partir de 1907, se establecerán las salas fijas, controladas por las empresas que dominarán la industria durante estos primeros años: las francesas Pathé y Gaumont, la alemana Mutoskop y la estadounidense, pero afincada en Europa, Edison Company. Ellas se encargaban de todo: producían, distribuían y, por supuesto, exhibían.

Influencia en los artistas

A las salas comenzó a acudir el público en tropel. Y, tal y como relata Hanns Zischler en su libro Kafka va al cine (Minúscula), uno de estos espectadores fue el joven checo Franz Kafka, quien, desde 1910 a 1914, recorrió, junto a su amigo Max Brod, los cines de París, Berlín y Praga con ojos desorbitados. La metáfora es evidente: si a Warhol, la televisión junto a la publicidad y el technicolor, le convirtieron en el artista más moderno de la posmodernidad, el cine para Kafka fue una especie de llegada a la Luna que influirá sobremanera en sus formas artísticas.

Por otra parte, los cines cambiaron el rostro a las ciudades. Muchos de ellos habían sido antes teatros, pero otros fueron construidos a partir de las premisas conceptuales del art-decó. Dentro de esa corriente se encontraba el Omnia Pathé, abierto en 1905 en París. "Fuente de nuestros placeres", escribió Kafka sobre él. En Berlín destacaba la zona de la Postdamer Platz, que poseía unos cines, dirigidos por los hermanos Herrnfeld, donde se proyectaron algunos de los éxitos de la época como Por fin solo, de Max Mack, en 1914. En la ciudad natal de Kafka, Praga, la profusión de cines era enorme: el Landestheater, el Lucio Azul, el Orient, el Bio-Lido o el Bio-Lucerna, una sala que también tenía un café y un cabaret.

Un cine muy ingenuo

Esto último dice mucho sobre cómo eran esos primeros cines y ese primer público que se acercaba expectante. En relación con las películas, algunas de las que, por ejemplo refiere Kafka en sus Diarios es la danesa La esclava blanca (1910), llena de tópicos eróticos y sexuales, y convertida en un éxito. Los títulos son muy característicos de estos primeros años de cine en blanco y negro y mudo. Ahí está la alemana Para yerno sólo quiero a un funcionario (1913). Todo un reflejo de que lo que empieza es espontáneo, sin maldad y con una deliciosa ingenuidad.

Ahora bien, tampoco hay que olvidar otras temáticas que gustaban mucho al público como los dramas realistas cercanos al suceso. Este tipo de filmes los explotaba mucho Pathé. Uno de sus éxitos fue El robo de la Mona Lisa, basado en el caso acaecido en 1911.

Macarras y obreros


En cuanto al público, según escribió el crítico cinematográfico Ulrich Rauscher en 1912, fue desde el inicio popular: "Había en Alexanderplatz (Berlín) un cine de barrio abarrotado de obreros, putas y macarras, y por encima de ellos se alzaba el comentario sensiblero del narrador". Exacto, estos narradores, dobladores especiales de aquellas películas mudas, eran también pieza clave en cualquier sala, junto a los carteles que anunciaban las películas, los cuales se convertirían en auténticos lienzos artísticos.

Por supuesto, el cinematógrafo, como se llamaba a los cines, provocó una caída de espectadores en los teatros. Es más, también entre los actores, ya que algunos de los más famosos de entonces, como Albert Basserman, tras brillantes Hamlet, o Delia Gill, no dudaron en ponerse ante la cámara. El cine era la meca y no al revés. Lo había cambiado todo.

Y también fue un termómetro para la sociedad. Un ejemplo que vivió el propio Kafka es evidente: año 1921, pase de la película Regreso a Sión, financiada por el Fondo Nacional Judío, en el Lido-Bio de Praga. Multitud de judíos acuden a la proyección. Kafka se acerca y observa cómo una extraña muchedumbre se agolpa a las puertas del cine. "¡Ahora los judíos hacen cine, qué desfachatez!", grita una mujer. Qué ironía: en 2008 la mayoría de las salas está copada por cine judío.


Franz Kafka, un enamorado del cinematógrafo

Según relata Hanns Zischler en Kafka va al cine, el escritor se enamoró del cine en 1910, cuando tenía 27 años. A tal llegó su pasión que, según afirmó en sus ?Diarios?, podía dejar la escritura ?su vida, su respiración? para dejarse caer por el Landestheater de Praga a ver qué programa emitían (en aquel entonces había muchas sesiones continuas, ya que las películas no tenían mucho metraje). Acudió en numerosas ocasiones al cine en compañía de su amigo Max Brod.

Le gustaban las comedias y las tragedias. Y es que a pesar de esa percepción universal de un carácter apocado, a Kafka no le gustaba estar un segundo quieto. Quería conocer todo lo que se movía en la ciudad. Hasta 1914 se encuentran numerosas entradas en los diarios sobre películas, cines y actores.

Después, curiosamente, tendría lugar su explosión literaria (La Metamorfosis, El Castillo, El Proceso). Nos queda la duda: ¿habría sido otro escritor sin su pasión cinéfila?

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domingo, febrero 24, 2008

Franz Kafka x Gustav Janouch

Página 12 Web / 21 de Febrero de 2008

Por Gustav Janouch

Ya no me acuerdo de las veces que estuve con Franz Kafka en la oficina. Sin embargo, hay algo que sí recuerdo muy bien: su postura cuando, media hora o una hora antes de terminar su jornada de trabajo, yo abría la puerta de su despacho en el segundo piso del edificio del Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo.



Lo hallaba sentado tras el escritorio, la cabeza echada hacia atrás, las piernas extendidas y las manos inertes sobre el tablero. El cuadro de Filia El lector de Dostoievski puede dar cierta idea de la postura que adoptaba. Hay una gran semejanza entre el cuadro de Filia y la pose de Franz Kafka, pero es una semejanza puramente externa. Tras el parecido formal se oculta una gran diferencia interior.

El lector que muestra el cuadro de Filia está sobrecogido por algo, mientras que la pose de Kafka expresaba una entrega deliberada y, por tanto, victoriosa. Sus finos labios lucían una leve sonrisa, que era más el conmovedor reflejo lejano de una alegría distante y extraña que una expresión de bienestar. Kafka siempre miraba a las personas un poco desde abajo. Su postura era muy extraña, como si quisiera pedir disculpas por su estatura. Todo su cuerpo parecía querer decir: ?Por favor, pero si soy completamente irrelevante... Me dará usted una gran alegría si no se fija en mí?.

Hablaba con una voz de barítono vibrante y velada, admirablemente melodiosa, aunque nunca abandonara una modesta escala intermedia en cuanto a volumen y tono. Su voz, sus gestos, su mirada, todo en él irradiaba una calma surgida de la bondad y de la comprensión.

Hablaba checo y alemán, aunque más este último. Aun así, su alemán tenía un acento duro, parecido al que caracteriza el alemán de los checos, aunque esto no es más que una aproximación lejana, imprecisa. En realidad no era así en absoluto.

El acento checo en el que estoy pensando es estridente. Hace que el alemán suene como desmenuzado. En cambio, el habla de Kafka nunca daba esta impresión. Sonaba tan articulada por ser el producto de su tensión interior: cada palabra era una piedra. La dureza de su habla la provocaba su afán de comedimiento y exactitud, es decir, la motivaban cualidades personales activas y no características colectivas de índole pasiva.

Su modo de hablar se parecía a sus manos.

Tenía manos grandes y fuertes, de palmas anchas, dedos finos y delicados con uñas planas en forma de pala y articulaciones y nudillos prominentes, pero muy frágiles.

Cuando recuerdo la voz, la sonrisa y las manos de Kafka siempre pienso en una observación de mi padre.

Decía: ?Fuerza combinada con una temerosa delicadeza; una fuerza para la que precisamente lo pequeño es lo más difícil?.

El despacho en el que Franz Kafka ejercía su cargo era una habitación de tamaño medio que resultaba opresiva a pesar de tener un techo bastante alto y cuya apariencia sugería la digna elegancia propia de la oficina del jefe de un bufete de abogados de cierto renombre. El mobiliario también respondía a esta imagen. Había dos puertas laqueadas en negro, de doble batiente. Una de ellas conducía al despacho de Kafka desde el oscuro pasillo sobrecargado de enormes archivadores y que siempre olía a humo de cigarrillos consumidos y a polvo. La segunda puerta, situada en medio de la pared de la derecha, conducía a los demás despachos oficiales que se alineaban a lo largo de la fachada principal del Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo. Por lo que yo recuerdo, esta puerta no llegó a abrirse casi nunca. Normalmente, tanto los visitantes como los demás funcionarios empleaban sólo la puerta del pasillo. Cuando llamaban, Franz Kafka respondía con un breve y quedo ?¡por favor!?, mientras que sus colegas de oficina solían espetar un ?¡entre!? malhumorado y autoritario.

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sábado, febrero 09, 2008

Nueva obra descubre a un Kafka vital y sonriente

:: En un obra recién editada en Argentina que lleva por título "Praga en tiempos de Kafka", la escritora italiana Patricia Runfola recorre el universo del autor de "La metamorfosis" :: Lo hace desde una perspectiva inédita y aborda el arte de los años de entreguerras que revolucionó el mundo.

Praga en tiempos de Kafka

Lejos de ofrecerse como un ensayo canónico, el libro otorga la posibilidad de confrontarse con un Kafka diferente del hombre melancólico y atormentado por la figura de su padre que tanto han revisitado los biógrafos y la crítica.
Por el contrario, "Praga en tiempos de Kafka" -publicado por Bruguera- exhibe al autor de "El proceso" como un hombre alegre y vital, que en ocasiones jugaba tenis, que tenía muchos amigos y que soñaba contemplando su ciudad mientras atravesaba el puente Carlos rumbo al Castillo.
El trabajo de Runfola permite conocer las reuniones que tenían lugar en esta mítica ciudad (como la tertulia de Berta Fanta, adonde Einstein comentaba sus teorías) y cómo transcurría la vida cultural de aquellos años plenos de esplendor y vanguardia.
"Cuado estalló la guerra, nadie en Praga parecía creerlo. Habían pasado casi 50 años desde el conflicto franco-prusiano y se tenía la impresión de que ese largo período de paz había alejado para siempre la tremenda calamidad", describe la autora.
La Praga a la que alude la obra ya no existe, tras ser arrasada por el nazismo y luego el estalinismo.
Sin embargo, su belleza imperturbable que ha sorteado durante siglos distintas formas de barbarie, seguramente lo volverá a hacer frente a la nueva amenaza del presente: las hordas de turistas.
Kafka hizo lo posible para que su literatura se fuera despojando de referencias a personas y lugares concretos, pero no lo consiguió del todo.
No al menos con Praga que, si bien no aparece como una ciudad física con sus iglesias, sinagogas, calles, plazas y cafés, está presente como un estado espiritual y una obsesión de la que no consigue huir.
Desde el crepúsculo del imperio austrohúngaro hasta la década de 1920, Runfola evoca una época artística hoy mítica, protagonizada -además de Kafka- por Max Brod, Franz Werfel, Bohumil Cubista, Josef y Karen Capel, y Milena Jesenská, entre otros.
La autora alude a una serie de artistas que crearon una vanguardia hoy legendaria en tiempos en que la inminente hecatombe de la Segunda Guerra anunciaba el horror que acabaría con los sueños de una Europa irrepetible.
En su ensayo, Runfola ubica al lector en la época de los albores del siglo XX, cuando "la desconfianza y la hostilidad entre checos y alemanes seguían vivas, pero tanto checos como alemanes, fueran judíos o no, contribuían a potenciar la extraordinaria fascinación de Praga".
Nacida en Palermo, en 1951, Runfola murió en 1999, a los 48 años; fue profesora en la Academia de Bellas Artes de Brera y autora de numerosos catálogos de exposiciones de pintura y fotografía, de teatro y, en general, de arte de las vanguardias del siglo XX.
A través de las 298 páginas que componen su libro, el lector entrará en las oscuras calles de Praga, cruzará el puente Carlos camino del Castillo para ir al encuentro de los alquimistas de la corte de Rodolfo II, temblará con el Golem y revivirá la estancia de Guillaume Apollinaire.
Según describe Runfola, "Praga en tiempos de Kafka" es un relato de viaje, de un maravilloso viaje al "interior de una cultura que ha unido a seres de cultura alemana, judía y checa, ligados por el amor a esa capital de la Bohemia cuya historia nunca se agota, adonde cada piedra habla de un pasado soberbio".
Por momentos el ensayo se excede en erudición y su lectura se torna densa, con excepción de los capítulos dedicados a la juventud de Kafka -los primeros-, a Milena Jesenká y a Gustav Meyrink.

Informe Especial Telam
Territoriodigital.com

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domingo, enero 27, 2008

"El Castillo en DVD

"El castillo" ("Das Schloß", 1997) / de Michael Haneke / Alemania-Austria / 1 disco



El director alemán Michael Haneke ha sido muy reconocido en Europa, aunque probablemente este año sea más valorado en Hollywood gracias al remake de su propia película "Funny Games". El fallecido Ulrich Mühe ("La vida de los otros") protagoniza esta cinta hecha para la televisión austríaca en 1997, basada en una novela de Franz Kafka. Una novela inconclusa, por cierto, rasgos que transfieren de la misma forma a la película. La edición de Kino Video no incluye subtítulos en español (sólo inglés) y como extras están una galería de fotos y la filmografía del realizador. A unos 12 mil pesos en tiendas online.

Fuente: El Mercurio (Chile)

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lunes, enero 21, 2008

La épica de los sueños

JAVIER CERCAS, Babelia 19/01/2008

El universo de Kafka es un universo sin esperanza; el de Buzzati es, en cambio, un universo esperanzado. Los temperamentos de ambos eran en cierto sentido opuestos y es precisamente esa oposición la que define la obra del autor de El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros, Dino Buzzati

Al principio de El corazón de las tinieblas Marlow declara: "Tengo la sensación de estaros contando un sueño, pero inútilmente, porque ningún relato de un sueño puede transmitir la sensación del sueño, ese mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble que constituye la esencia de los sueños". Pese a estas palabras -o precisamente por ellas-, Joseph Conrad tal vez nunca estuvo tan cerca de conseguir un relato onírico como en El corazón de las tinieblas; en otras ocasiones -en no pocas ocasiones: quizá el caso más notorio sea Los duelistas-, Conrad también parece a punto de apresar esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, pero en el último momento la deja escapar, como si en realidad no quisiera capturarla o estuviera como Marlow convencido de que no es posible capturarla, o como si temiera hacerlo. Si no me engaño, esta frustrada propensión de Conrad no es del todo infrecuente en su época, o por lo menos yo creo reconocerla en algunos narradores del cambio del siglo pasado, quienes, según observó Borges de Chesterton, parecen estar defendiéndose de ser Franz Kafka. Por el contrario, una de las ambiciones más tenaces y publicitadas de la novela del siglo XX consistió en narrar historias regidas por la lógica de los sueños; no sé si como contrapeso natural -aunque puedo imaginar que con la natural pesadumbre de Conrad-, una de las más tenaces y publicitadas ambiciones de la novela del siglo XX consistió en narrar historias de las que hubiera sido extirpado cualquier recuerdo de la épica. En El desierto de los tártaros, como en algunos de sus cuentos más logrados, Dino Buzzati propone un relato dotado de la textura exacta del sueño y del olvidado pero inconfundible sabor de la épica; ese matrimonio insólito entre dos contrapuestas ambiciones de la novela del siglo XX constituye el rasgo más singular del libro de Buzzati, y también el ingrediente contradictorio que la impregna de su encanto irresistible.

El desierto de los tártaros se publicó en 1940. Por entonces Buzzati contaba treinta y cuatro años y había publicado ya dos novelas, pero el éxito inmediato de ésta supuso su consagración y el inicio verdadero de una prolífica trayectoria pública en la que siempre contó con la fidelidad de los lectores y con la reticencia de un establishment literario que por lo demás Buzzati siempre observó con equitativo desapego. Me dicen que la reticencia de la clase intelectual (o al menos de la clase intelectual italiana) se ha disuelto; me dicen que, después de años o tal vez décadas de purgatorio tras su muerte, acaecida en 1972, Buzzati vuelve a ser leído y apreciado en su país; me dicen que, de todas las obras de Buzzati, El desierto de los tártaros sigue siendo la que atrae más y mejores lectores, aunque no pase de ser considerada como un clásico menor. De ser ciertos, todos estos rumores me parecerían justos, incluso la apostilla final, siempre y cuando se acepte que la categoría de clásico menor acoge a poquísimos libros, y que el clásico menor no es menos necesario que el mayor, sea cual sea éste.

El desierto de los tártaros narra una epopeya secreta. Recién nombrado oficial, Giovanni Drogo es destinado a la Fortaleza Bastiani, una remota posición militar situada en las fronteras del reino, más allá de la cual se extiende sólo un desierto árido y pedregoso, inquietado desde siempre por la amenaza siempre postergada de los tártaros que al parecer lo habitan; la Fortaleza es un desabrido laberinto de muros amarillos enclavado en medio de un paisaje forajido y abrumado por un clima inhóspito, un lugar con "un aire vago de castigo y de exilio" poblado por hombres ajenos y absurdos que parecen inmovilizados en un tiempo sin tiempo, siempre a la espera de unos tártaros que, como los bárbaros del poema de Cavafis, quizá no existan o sólo sean una invención enfermiza nacida de la irreprimible necesidad de dar sentido a su vida que aqueja a los hombres. Drogo no ha solicitado ese destino, no sabe por qué se le ha asignado ese destino, no sabe durante cuánto tiempo deberá permanecer en él y, aunque al principio trata de regresar a los placeres y seguridades de la ciudad, o al menos de que le envíen a un lugar menos ingrato, finalmente el hechizo del desierto se apodera de él y sucumbe a la enfermedad común de la espera. Sediento de gloria y de batallas, aferrado a la certidumbre ilusoria del destino heroico que le aguarda y que habrá de resarcirlo de su vida malograda en aquel lugar en que ha enterrado las alegrías y dulzuras de la juventud, Drogo espera en vano y hasta el último momento y contra toda esperanza la llegada de los tártaros, contemplando cómo la Fortaleza se convierte con el tiempo en un bastión ruinoso y olvidado y él en un viejo sin redención al que se le ha ido la vida en una espera inútil.

Al final de El corazón de las tinieblas Marlow siente que "la vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano"; al final de El desierto de los tártaros Drogo siente que toda su vida se ha reducido "a una especie de broma": "Por obra de una orgullosa apuesta todo estaba perdido". Ambas frases definen con exactitud la trama moral de la novela de Buzzati. La coincidencia es llamativa, pero no sorprendente, porque hay una escondida afinidad entre la imaginación y el temperamento de Conrad y el de Buzzati (si esa afinidad está en parte escondida se debe, quizá, a que Conrad se defendió a su modo de ser Buzzati o de ingresar en un terreno en el que Buzzati se movió sin temor); más visible es la afinidad que une a Buzzati con Kafka, y a nada conviene mejor que a la obra de Kafka esa visión de la vida como una bufonada trágica. Lo sé: a diferencia de lo que ocurre con Conrad, unir el nombre de Buzzati al de Kafka es un lugar común sobre el que el propio Buzzati ironizó a menudo. "Desde que empecé a escribir, Kafka ha sido mi cruz", escribió. "No he publicado cuento, novela o comedia donde alguien no reconociese semejanzas, derivaciones, imitaciones o plagios directos del escritor bohemio. Algunos críticos denunciaban culpables analogías incluso cuando enviaba un telegrama". Pero que aludir a la semejanza entre Kafka y Buzzati sea un tópico no significa que esa semejanza no sea verdad, aunque no sea una verdad culpable sino gozosa: del estilo de Buzzati, transparente y alérgico a cualquier vanidad ornamental, podría decirse lo mismo que Hannah Arendt dijo del de Kafka ("en esta prosa la falta de amaneramiento está llevada casi al extremo de la ausencia de estilo", porque lo único que Kafka persigue es "la verdad misma" y "todo estilo distrae de la verdad por su propio atractivo"); igualmente, de la imaginación de Buzzati podría decirse que es pariente próxima de la de Kafka. De hecho, el planteamiento de El desierto de los tártaros es rigurosamente kafkiano. Kafka descubre que la espera es la condición esencial del ser humano, y por eso muchos de los relatos de Kafka no son, como El desierto de los tártaros, sino la historia de un minucioso e infinito aplazamiento: el protagonista de Ante la ley se pasa la vida esperando franquear una puerta que sólo está destinada a él, y que sin embargo nunca consigue franquear; el K. de El proceso nunca llega a ser procesado, ni siquiera a averiguar de qué se le acusa; el agrimensor de El castillo nunca es recibido en el castillo. Lo anterior salta a la vista, así que imagino que se habrá dicho muchas veces; no sé si se habrá observado tan a menudo que, pese a la palmaria similitud de sus imaginaciones, los temperamentos de Kafka y de Buzzati eran en cierto sentido opuestos, y que es precisamente esa oposición la que define la obra de Buzzati. No hay mejor forma de advertir tal disparidad que comparar el final de El proceso y el final de El desierto de los tártaros. Al final de El proceso dos hombres con levita y sombrero de copa, pálidos y corteses, van a buscar a su casa al protagonista. K. ignora quiénes son, pero -exhausto después de pasarse días y días perdido en un laberinto de covachuelas absurdas y oficinas desoladas, tratando en vano de averiguar cuál es el delito del que se le acusa- los sigue sin protestar. Los dos hombres lo llevan a una cantera y allí le clavan un cuchillo en el corazón, y antes de morir K. ve cómo aquellos dos hombres, mejilla contra mejilla, le miran morir y piensa, "como si la vergüenza debiera sobrevivirlo", que está muriendo como un perro. El final de la novela de Buzzati es el reverso exacto de éste. Porque al final de El desierto de los tártaros los tártaros llegan, pero la enfermedad, la vejez y la perfidia de un compañero de armas le impiden a Drogo satisfacer su sueño postergado de enfrentarse a ellos mientras contempla impotente cómo "los otros, que allá en la ciudad habían llevado una vida fácil y alegre", ahora llegan a la Fortaleza, "con superiores sonrisas de desprecio, para acumular su botín de gloria". Lejos del combate y de la gloria, solo y anónimo en la habitación en penumbra de una posada, Drogo siente que se acerca el fin, y comprende que ésa es la verdadera batalla, la que siempre había estado aguardando sin saberlo, "una batalla mucho más dura que la que esperaba antaño", una batalla "que podía compensar toda una vida"; entonces Drogo se incorpora un poco y se arregla un poco la guerrera, para recibir a la muerte como un hombre valiente. No hay muerte más abyecta que la de K., que muere sin saber por qué muere, observado impúdicamente por sus verdugos; no hay muerte más noble y más limpia que la de Drogo, que muere comprendiendo y asumiendo su destino, y muere a solas. El universo de Kafka, lo sabemos, es un universo sin esperanza: imposible resistirse al horror de ver en la muerte pública y atroz de K. un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte; el universo de Buzzati es, en cambio, un universo esperanzado: imposible resistirse a la ilusión de que la muerte secreta y nobilísima de Drogo sea un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte. Aunque seamos incapaces de concebir una vergüenza que nos sobreviva, íntimamente sabemos que Kafka dice la verdad, pero hay algo en nosotros -algo muy parecido al "temblor de rebelión agónica" del que hablaba Marlow- que se resiste a imaginar un mundo sin Buzzati.

Borges escribió que, cuando muchos nombres ilustres de nuestro tiempo hayan ingresado en el olvido, el de Buzzati permanecerá, porque su obra es perdurable. Me resisto a aceptar que los lectores de este libro no lleguen a la misma conclusión.


Dino Buzzati. El desierto de los tártaros y Los siete mensajeros (Alianza y Gadir), El gran retrato, La construcción de la torre, El secreto del bosque viejo, Un amor y La famosa invasión de Sicilia por los osos (Gadir), Sesenta relatos (Acantilado)

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martes, enero 08, 2008

Retrato de un Kafka feliz, en el esplendor de Praga

Sale en Argentina un texto crítico.
Patricia Runfola muestra un Kafka sin la melancolía con que se lo suele describir.

Fuente: CLARIN.COM

Y si Kafka era feliz?

En el libro Praga en tiempos de Kafka, que acaba de ser editado en Argentina, la escritora italiana Patricia Runfola recorre el universo del autor de La metamorfosis desde una perspectiva inédita y aborda el arte de los años de entreguerras que revolucionó el mundo.

Franz Kafka

Lejos de ofrecerse como un ensayo canónico, el libro otorga la posibilidad de confrontarse con un Kafka diferente del hombre melancólico y atormentado por la figura de su padre que tanto han revisitado los biógrafos y la crítica. Por el contrario, Praga en tiempos de Kafka muestra al autor de El proceso como un hombre alegre y vital, que en ocasiones jugaba tenis, que tenía muchos amigos y que soñaba contemplando su ciudad mientras atravesaba el puente Carlos rumbo al Castillo.

El trabajo de Runfola permite conocer las reuniones que tenían lugar en esta mítica ciudad (como la tertulia de Berta Fanta, adonde Einstein comentaba sus teorías) y cómo transcurría la vida cultural de aquellos años plenos de esplendor y vanguardia.

"Cuando estalló la guerra, nadie en Praga parecía creerlo. Habían pasado casi 50 años desde el conflicto franco-prusiano y se tenía la impresión de que ese largo período de paz había alejado para siempre la tremenda calamidad", describe la autora.

La Praga a la que alude la obra ya no existe, tras ser arrasada por el nazismo y vivir luego el estalinismo. Sin embargo, su belleza imperturbable, que ha sorteado durante siglos distintas formas de barbarie, seguramente lo volverá a hacer frente a la nueva amenaza del presente: las hordas de turistas.

Kafka hizo lo posible para que su literatura se fuera despojando de referencias a personas y lugares concretos, pero no lo consiguió del todo. No al menos con Praga que, si bien no aparece como una ciudad física con sus iglesias, sinagogas, calles, plazas y cafés, está presente como un estado espiritual y una obsesión de la que no consigue huir.

Desde el crepúsculo del imperio austrohúngaro hasta la década de 1920, Runfola evoca una época artística hoy mítica, protagonizada -además de Kafka- por Max Brod, Franz Werfel, Bohumil Cubista, Josef y Karen Capel, y Milena Jesenská, entre otros.

En su ensayo, Runfola ubica al lector en la época de los albores del siglo XX, cuando "la desconfianza y la hostilidad entre checos y alemanes seguían vivas, pero tanto checos como alemanes, fueran judíos o no, contribuían a potenciar la extraordinaria fascinación de Praga".

A través de las 298 páginas que componen su libro, el lector entrará en las oscuras calles de Praga, cruzará el puente Carlos camino del Castillo para ir al encuentro de los alquimistas de la corte de Rodolfo II, temblará con el Golem y revivirá la estancia de Guillaume Apollinaire.

Según describe Runfola, Praga en tiempos de Kafka es un relato de viaje, de un maravilloso viaje al "interior de una cultura que ha unido a seres de cultura alemana, judía y checa, ligados por el amor a esa capital de la Bohemia cuya historia nunca se agota, adonde cada piedra habla de un pasado soberbio".

Hay que poner atención: es un ensayo erudito que exige al lector. Pero le da un recreo en varios capítulos, como los dedicados a la juventud de Kafka.

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jueves, enero 03, 2008

Lo insólito es lo cotidiano

José Ramón García Menéndez (*)
La Insignia. España, enero del 2008.

Como escritores, intelectuales y con una comprometida militancia, Neruda y Carpentier compartieron, a su modo, una paranoia peculiar acreedora de la pluma del más lúcido Kafka. Según recapituló años después de su humillante confesión pública, Herberto Padilla era consciente de que la paranoia afectó a unos y otros pues, a fin de cuentas, todos constituían un peculiar rebaño de héroes cuyos estereotipos "pastaban en su jardín", al igual que en el jardín de cada cubano. Al respecto, Padilla transcribió el singular encuentro, en una librería de La Habana, con un Carpentier agotado por los estragos de la enfermedad. Carpentier conocía de primera mano las graves acusaciones que el régimen había formulado contra Padilla hasta el punto que el litigio había ya "cobrado" alguna víctima institucional y numerosos "desafectos" políticos y literarios. El paternal interés mostrado por Carpentier para que su interlocutor reconsidere el paulatino distanciamiento con la Revolución no obtiene rédito personal alguno, pese a la admiración literaria que le profesa Herberto Padilla, quien concluye en que "Alejo Carpentier era de la misma opinión que García Márquez: a pesar de los errores de la revolución cubana había que mantenerse fiel a su causa y no enemistarse con la izquierda internacional".

Eva Perón

A pesar del innegable activismo político y la irrenunciable militancia de Neruda, a éste le molestaba la posición "acrítica" de Carpentier -por autocomplacencia o por escepticismo existencial-, una posición en apariencia cómoda en la "nomenclatura tropical" denostada, en cambio, por el chileno que esgrime pluma visceral y sin ataduras no deseadas pero, con frecuencia, depositario de un narcisismo prepotente de quien se sabe arcano del hondo discurso poético, a veces sublime, para cantar las alturas del Machu Pichu, y otras veces servil, para canonizar a Stalin en deleznables odas hagiográficas.

La "neutralidad" del escritor cubano estaba, para el cáustico Neruda, no el servicio a la equidistancia del crítico leal sino a la "obediencia debida" a la cúpula del poder del régimen que no permitió, por ejemplo, que la delegación cubana de escritores pudiera viajar a EE.UU. para participar en una reunión mundial del Pen Club a pesar de las gestiones que realizó Pablo Neruda contando con los visados concedidos con varios meses de antelación. Entre otros, Alejo Carpentier adujo razones de precipitación para conseguir visados para justificar su ausencia en una reunión en la que Neruda tuvo un brillante papel de animación presentado por Arthur Millar, en la cúspide de su carrera. "Alguien mentía en esa ocasión?", escribe Neruda pero "?se comprende que hubo un acuerdo superior (sic) de ausencia a última hora". Neruda estaba muy dolido con los escritores cubanos, especialmente con Carpentier, que firmaron el manifiesto contra el chileno por haber viajado a una "potencia imperialista", que mantenía a Cuba en un "bloqueo criminal", mostrando el alarde y los delirios burgueses del Premio Nobel que había renegado de su origen ferroviario y de su auténtico nombre por otro "usurpado" de un poeta checo olvidado.

Con piel y memoria de elefante, como demostrara en el desprecio hacia Pablo de Rokha en Confieso que he vivido, hasta el punto de que el suicidio de Rokha apenas cinco años antes no cambió ni un ápice la acritud del juicio de Neruda, tampoco relegó al olvido no sólo su antigua relación con Carpentier sino, también, con dos de los firmantes del manifiesto comentado, Nicolás Guillén y Fernández Retamar. Era conocida la crítica de Nicolás Guillén a "la colección de casas y a la buena vida del sibarita camarada Neruda". Neruda le correspondió con la ya comentada confusión que emplea con maldad el chileno para citar a Jorge Guillén: "?Guillén (el español: el bueno)". Respecto a Fernández Retamar, baste reproducir algunos versos de "Cuba, siempre", poema perteneciente a Introducción al Nixoncidio: "Pienso también en Cuba venerada/ la que alzó su cabeza independiente con el Che, con mi insigne camarada,/ que con Fidel, el capitán valiente/ y contra retamares y gusanos/ levantaron la estrella del Caribe/ en nuestro firmamento americano."

Desde su temprana atalaya parisina, Alejo Carpentier se convirtió en un emisor hacia América Latina de las corrientes artísticas europeas, no sólo como privilegiado observador sino, además, como activo impulsor de vanguardias en numerosas facetas del Arte. Paralelamente, esta labor de agitación intelectual se correspondió con la consolidación de una propuesta metodológica de su taller literario en la que se mantuvo la tesis consistente en una aproximación materialista a la Historia, en el sentido marxista del término, de América Latina a través de la síntesis irrepetible de elementos insólitos en el tiempo y en el espacio. Este vector directriz del trabajo literario de Carpentier se consolida, sin duda, tras la redacción de "El reino de este mundo" pues en el prólogo el autor reconoce que la creación ha dejado "?que lo maravilloso fluya libremente de una realidad estrictamente seguida en todos sus detalles". La propuesta de Carpentier ha dado lugar a rebautizos más o menos afortunados en la caracterización de una parte significativa de la literatura latinoamericana contemporánea: "lo real maravilloso", "realismo mágico", etc. No obstante, también mereció fuertes críticas que fusionaron la respuesta a una línea metodológica en la (re)construcción del objeto literario con el rechazo al posicionamiento ideológico y político de Carpentier que suponía, al decir de Neruda, una obediencia ciega, acrítica, hacia el poder institucionalizado.

Cuando Alejo Carpentier publica su relato "Semejante a la noche" en el que argumentalmente se repite una serie de hechos similares en diferentes secuencias y con la presencia de un mismo personaje en todos ellos equivale a la anulación de la variable "tiempo" en el discurso y, por tanto, a la negación de la Historia pues ésta es, en el relato de Carpentier, una mera repetición del mismo acontecimiento. La visión anti-histórica de la realidad contada literariamente, según el bisturí de Neruda, constituye el caldo de cultivo más idóneo para la actitud "neutral", políticamente acomodaticia del escritor ante la servidumbre del poder. El juicio nerudiano sobre la "neutralidad" axiológica y política del novelista cubano podría representar, también, una injusta y escasamente ponderada trampa persuasiva para el lector desprevenido pues, como aparente paradoja, Neruda coincide plenamente con Carpentier cuando apreciamos, con la perspectiva que otorga la experiencia, que ambos cumplen cabalmente el dictum de Alejo Carpentier en Tientos y diferencias: "Quienes sean lo bastante fuertes para tocar las puertas de la gran cultura universal serán capaces de abrir sus batientes", con el convencimiento de que en América Latina no existe un proceso de subdesarrollo intelectual parejo al subdesarrollo socioeconómico.

En este sentido, Julio Cortázar que le debió al peronismo su diáspora de Argentina para pasar de las clases de literatura francesa en la Universidad de Cuyo a consolidar una rica y variada carrera literaria en Francia se escandaliza ante las pretensiones de algunos hipercríticos (¿estaría pensando en Pablo Neruda?) sobre el oficio del escritor ante las tentaciones estéticas como losas que entierran el compromiso ético. Como muchos lectores, Cortázar estuvo hondamente conmovido por "Los pasos perdidos", denso, barroco, asfixiante viaje iniciático al corazón de las tinieblas del Orinoco, en el que Carpentier (como el maestro Conrad) vuelve al origen telúrico de todas las teogonías sin caer en el localismo del seudo indigenismo promovido por la causa criolla en las campañas anticoloniales y que tanto daño causó a la literatura americana del diecinueve. Ante las críticas militantes que achacaron a Carpentier un sesgo universalista y acomodado de Los pasos perdidos, al margen de la específica problemática política, social y económica de América Latina, Cortázar escribe a Roberto Fernández Retamar (recordemos el verso de Neruda: "retamares y gusanos") desde Francia a Cuba en carta fechada el 10 de mayo de 1967: "¿Podrías tú imaginarte a un hombre de la latitud de un Alejo Carpentier convirtiendo la tesis de su novela citada en una inflexible bandera de combate? Desde luego que no?"

Como comentamos, la fobia de Neruda por muchos de sus colegas era de diferente grado pero muy extensa. Cortázar no se salvó de las menciones agridulces de Confieso que he vivido. Al respecto, Neruda relata con la falsa modestia de una encendida y mal disimulada vanidad la secuencia de acontecimientos que se precipitaron el 21 de octubre de 1971, día de concesión del Nobel de Literatura. A la hora de la cena, se reunieron en Paris numerosos amigos para agasajar al laureado poeta: entre otros, Matta, de Italia; García Márquez, de Barcelona; y Cortázar, de su escondrijo (sic). Cortázar, a pesar de un cuerpo agigantado que cobraba insospechadas angulosidades físicas en las manos y en el rostro, poseía un tamaño desmesurado que, a diferencia de Neruda, invitaba a la sinceridad (y no a las puertas secretas de los armarios de disfraces), a la confidencia cómplice (y no al recital grandilocuente), a la tosca ternura (y no al dominio prepotente) y al vino (y no al sofisticado "pisco sour" con clara de huevo y jarabe de goma). En este sentido, uno de los espectáculos humanos y literarios más curiosos que he podido presenciar personalmente sucedió en el Madrid primaveral de una Feria del Libro, allá por 1976 o 1977, en el que Julio Cortázar firmaba varias reediciones de su obra. Sin ser aún personaje popularmente conocido, excepto para algunos devotos como yo que seguían puntualmente la serie de "cuadernos de la romana" del diario Informaciones, con su sempiterno bastón y quizás recién llegado de Salamanca, don Gonzalo Torrente Ballester estaba en la larga fila a la espera de la dedicatoria y firma del escritor argentino.

En el sitio tradicional de pacientes admiradores, justamente delante de mí, se situó Torrente Ballester con ejemplares de ediciones de bolsillo del autor de Rayuela quien, desterrado por el peronismo, se aclimata a Europa y adopta una característica pronunciación gutural de la "erre" que no abandonará jamás, aumentando la falsa apariencia de fragilidad de un ánima creativa en un armazón tan descoyuntado. Cuando Cortázar percibe la presencia del maestro Torrente Ballester -que aún apenas saboreaba el pleno reconocimiento literario por el impacto de la Saga/fuga de JB y en vísperas de su pleno éxito televisivo por Los gozos y las sombras- abandona la caseta y en dos o tres zancadas rescata, casi en volandas, al ilustre profesor y comenta, un tanto azorado y en voz alta, "realmente, che, debería ser aquí 'don Gonsalo' quien firmara dedicatorias de sus libros".

Algunos de nosotros aún conservamos como joyas bibliográficas primeras ediciones de la editorial Sudamericana adquiridas en la rebotica de la coruñesa librería Arenas, rogando al malogrado Fernando que nos facilitara, bajo cuerda, ejemplares del "index" del tardo franquismo (que en aquellos aciagos años no permitió, por ejemplo, la distribución de Si te dicen que caí de Marsé, o El libro de Manuel de Cortázar). Y no sorprende que se añoren y revisen los videos grabados, en blanco y negro, de aquellas largas entrevistas de Soler Serrano a escritores latinoamericanos. Y, más recientemente, cómo olvidar las lágrimas de Julio Cortázar en un programa televisivo cuando rememoraba a su compañera recientemente fallecida y con la que protagonizó los viajes de los "autonautas de la cosmopista" a lo largo y ancho de Europa. Pocos meses después, Cortázar también fallece, menguado por la enfermedad y por la melancolía.

Si bien la humanidad de Cortázar distingue al escritor, no fue menor su compromiso político, con sus luces y sombras. Bien fuera desde la cabecera de manifestaciones en Paris, desde el Tribuna Russell o en cualquier medio de comunicación, no sólo apostó por causas de defensa de los derechos humanos en América Latina sino que, con desigual fortuna, defendió incondicionalmente las conquistas de la revolución cubana y, especialmente, del movimiento sandinista. No obstante, más allá de diferencias y posiciones, existe un ámbito común que comparten quienes, por el azar de la cronología, forman parte de los rituales de los aniversarios. Pueden ser diversas las ensoñaciones sobre el tiempo histórico por el discurren las biografías y sobre las utopías que sustentan, con mayor o menor ingenuidad o interés, quienes profesan el viejo oficio de tinieblas pero, en cambio, todos coinciden -a veces, con otros vocablos- con la afirmación de Cortázar: "Puede ser que exista un reino milenario, pero si alguna vez llegamos a él ya no se llamará así."

Sin duda, en este itinerario sobre grandezas y mezquindades correspondientes a autores que forman parte de nuestro legado cultural, de quienes leemos y admiramos una obra ingente, volcánica, desmesurada, Neruda y las relaciones que mantuvo con diversos colegas en diferentes ámbitos temporales y espaciales se nos presenta como un caso relevante que permite ilustrar, también, el espíritu de una época, ese latido presente en una forma de analizar fenómenos socioeconómicos y políticos de una determinada sociedad sin negar que existe el cambio y el conflicto, y que las contradicciones manifiestas entre "el dicho y el hecho" dejan de ser excepciones y forman parte, también, del objeto analítico que todo científico persigue. Por eso también suscribimos las palabras pronunciadas por el más lúcido Huidobro: "Soy un ángel salvaje que cayó esta mañana / en vuestras plantaciones de preceptos."




Fotografía: Cortázar mantuvo una fría distancia con el peronismo y sus principales iconos; con el sandinismo, en cambio, apostó por lo que consideraba la última revolución romántica con tiranicidio incluído.

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sábado, diciembre 22, 2007

Kafka revisitado

ÁNGEL RUPÉREZ 18/12/2007
elpais.com

El más asombroso milagro que ha tenido lugar en Praga en los últimos tiempos es que Kafka, su ciudadano más universal, no ha muerto. Ni siquiera los censores consiguieron que muriera al prohibir sus libros durante buena parte de la larga y negra dictadura comunista. ¿Por qué? Porque su espíritu andaba por allí, por las calles que había pisado mucho antes de que ellos existieran y vinieran a echar todos los cerrojos del mundo sobre las creaciones libres de los escritores incompatibles con sus dogmas. No muere quien ha besado su ciudad con su aliento hasta en los días más oscuros de su vida. Y quien la ha pisado con su calzado animado por el afán de vivir, tampoco muere. Y quien muere y resulta que deja una obra monumental y grandiosa, aun en su más estricta pudibundez y discreción, tampoco muere, porque una de las funciones de las obras principales, como sabemos, es abolir la muerte.



Sin embargo, la cosa más asombrosa en relación con este praguense insondable es que apenas se refirió a su ciudad en sus escritos de ficción. Una ciudad tan embrujadora no se cuela por las entretelas de sus novelas y cuentos tan fantásticos y tan realistas a la vez. Es casi inevitable preguntarse el porqué de esa ausencia, y más si tenemos en cuenta que el escritor pocas veces se alejó de esa ciudad -para morir sí-, por más que soñara con frecuencia con vivir muy lejos de ella (hasta soñó con Latinoamérica para cumplir ese sueño). Lo más probable es que la ciudad que era su amor fuera también, y tal vez sobre todo, su prisión. Por tanto, el acto de inventar historias sería una forma de simbolizar la prisión pero sin necesidad de mencionar los nombres concretos de las cancelas de hierro que aherrojaban sus moradas. Y, sin embargo, la ciudad se rinde hoy día explícitamente al hijo superlativo que en su día tan sólo fue valorado por unos pocos. Incluso se ha llegado a abrir recientemente un museo dedicado expresamente al escritor, situado en la isla de Kampa, junto al soñador río Moldava, con todo el universo kafkiano convertido en laberíntica galería que nos ofrece el itinerario de su vida, sus azares editoriales y la simbología más claustrofóbica y sombría de sus escritos.

Misterio y zozobra totales, por lo tanto, anejos muchas veces a la más genuina creación literaria. El escritor más esencialmente vocacional pugna en vida por abrir un espacio suficiente a su actividad creativa al mismo tiempo que se gana la vida como abogado en una oficina dedicada a la cobertura legal de los accidentes laborales. Se amontonan los papeles en la mesa de la oficina y es un hombre muy riguroso en el ejercicio de su labor profesional. Es además afable y conserva su empleo cuando en Praga la minoría de lengua alemana cae en desgracia y los judíos son presa de todas las sospechas y relegaciones. Detesta a su padre por frío e incapaz de comprender el sentido de su vocación artística. Se baña en el río cuando hace bueno y le encanta remar en plácidas barcas. Publica sus primeras narraciones con el editor Kurt Wolff, hace algunas lecturas públicas de sus obras, mantiene relaciones sentimentales bastante insatisfactorias y muere pronto, víctima de la tuberculosis que había contraído años antes. Y pide a su amigo, el gran Max Brod, que queme todos sus escritos inéditos (y, por suerte para todos, no le obedeció). A su entierro acudieron unas cien personas y sus padres publicaron enseguida una esquela en el periódico local en la que se reconocía su condición de abogado pero ¡¡no la de escritor!!

Misterio y zozobra: la obra escondida de ese hombre en cierto modo escondido es una de las más grandes escritas jamás y no sólo en el siglo XX. Praga se rinde a su estela pero el viajero y amante de sus libros persigue su aliento antes de que fuera tan universal. Aquel día en que -tal como relata en su Diarios- fue a recoger a su hermana pequeña al colegio y se asombró por el atardecer otoñal que caía sobre el río Moldova o aquel día en que fue al café Louvre a conversar con sus amigos e hizo gala de uno de sus grandes talentos: saber escuchar. O aquel otro en que se dejó retratar en la Plaza Vieja casi como si fuera un dandi (¿y no lo era en el fondo?). Aquel hombre silencioso y afable, aquel genio oculto, aquel insondable escritor necesita que lo rescatemos de los turísticos itinerarios de las guías sin alma para situarlo en la encrucijada de su existencia más misteriosa, la que se ensanchaba cuando escribía de espaldas al mundo, robándole horas al sueño, enfrentándose con portentosa vocación a la indiferencia e incomprensión de su padre, sin saber que lo que tiene el mundo de inaccesible sinsentido sería simbolizado para siempre por sus inmortales narraciones.


Ángel Rupérez es escritor y profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid.

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domingo, diciembre 09, 2007

Mamíferos e insectos

El escritor y columnista Juan José Millás, recibió el pasado lunes el doctorado honoris causa de la Universidad de Oviedo, una distinción que compartió con el poeta ovetense Ángel González. El texto que aquí se reproduce es el discurso que pronunció en el Paraninfo, una académica y brillante reflexión sobre la novela corta.

juan josé millás
Señor rector magnífico de la Universidad de Oviedo, profesores, autoridades, queridos amigos. De entre las conversaciones que a lo largo de los últimos años he mantenido con profesores y amigos de esta Universidad recuerdo con especial fruición aquella en la que surgió la idea de que en el mundo de la novela, como en el de la biología, hay también mamíferos e insectos. Como alguno de estos amigos me animara a poner sobre la cuartilla lo que sólo estaba en mi cabeza he aprovechado esta ocasión para, a modo de agradecimiento o quizá de castigo por el honor que hoy se me dispensa, exponer brevemente el porqué de esta clasificación de la que se deduce en parte mi poética.
X-MEN
James Joyce con «Ulises» y Franz Kafka con «La metamorfosis» se encuentran en los dos extremos de un arco que contiene casi toda la literatura que se ha escrito a lo largo del siglo XX. Tratándose por otra parte de las dos novelas que mejor han contado este siglo llama la atención que sean tan distintas. «Ulises» es un libro complejo y de apariencia complicada, además es una novela larga. «La metamorfosis», que no tendrá más allá de setenta u ochenta folios, es por el contrario y a primera vista un relato sencillo sin dificultades formales manifiestas, en el que podría penetrar un adolescente sin experiencia lectora. La del irlandés es de 1922, la del checo de 1916. Contemporáneas del todo, en fin, por eso constituyen también dos modos de aproximarse a la realidad tanto como a la literatura. Y por eso cada una en su registro continúa siendo un misterio.
Pero hay misterios y misterios. De la novela de Joyce no extraña, cuando uno se aproxima a ella, que se trate de una obra importantísima, pues todos los detalles que la rodean dan cuenta de esa categoría, desde la textura de página de sus primeras líneas al significado de la disposición capitular, pasando por la referencia histórica a que hace alusión su título. Hay cosas que hablan por sí mismas.
Si uno se encuentra junto a un águila no será preciso que ningún experto le señale la increíble funcionalidad de la curvatura de su pico, la impecable disposición de sus alas, el poder de sus garras. El águila, como el «Ulises», sobrecoge al primer golpe de vista. Un mosquito, sin embargo, apenas llama la atención aunque se trata de un artefacto biológico de una perfección sobrecogedora. Parece mentira que en tan poco espacio quepan tantas prestaciones.
Trabé contacto con «Ulises» en mis primeros años de estudiante universitario en la Complutense de Madrid. Uno de los salvoconductos para ingresar en los círculos literarios de la época era, desde luego, haber leído esta obra de Joyce que circulaba en una edición argentina cuyas dimensiones eran aproximadamente las de una catedral. Recuerdo perfectamente cómo me conmovió introducirme en los intersticios de aquel monumento verbal y vivir junto a Leopold Grum y Steven Delanus un 16 de julio de 1904 en las calles de Dublín. Aquella visita solo tenía una cosa molesta, la sensación de que se trataba de un recorrido organizado para turistas. Uno sentía a su lado, rozándole el cuello, mientras leía la novela el aliento de los adoradores de Joyce, de esta obra de Joyce para ser exacto, y se preguntaba con angustia si algún día podría penetrar en ese libro y sobre todo recorrerlo solo, perderse solo por sus páginas, más aún, enseguida empezaron a recomendarnos guías turísticas para entenderla mejor. De manera que estabas obligado a visitarla no ya en grupo, sino con un manual donde te iban explicando a pie de página el significado de cada capítulo.
Uno no tiene nada contra las guías de lectura, ni contra las catedrales, ni siquiera contra los turistas. Por otra parte «Ulises» era, efectivamente, una novela magistral, sobrecogedora en todos los sentidos que quepa imaginar, pero uno acababa de salir de la adolescencia y todavía no estaba acostumbrado a viajar en grupo. Uno era muy dado, en fin, a los placeres solitarios y acababa de leer por casualidad una novela corta, quizá un cuento largo, de un escritor checo, un tal Kafka, en el que se podía entrar sin ir en grupo, un libro que no necesitaba guía, porque todos sus rincones, en apariencia al menos, estaban perfectamente iluminados. «La metamorfosis», en cierto modo, era lo contrario de lo que se representaba en «Ulises». Corta, simple, muy manejable, sin referencias ocultas visibles que me atosigaran. Me sorprendió que nadie en los círculos que frecuentábamos entonces hablara de esta novela, lo que junto al hecho de que se alejara tanto del modelo vigente de obra maestra en «Ulises» me hiciera dudar de su importancia y de mi criterio. Por si fuera poco, se contaba en ella la historia de alguien que se transforma en insecto, lo que según algunos la convertía en una novela fantástica apta para jóvenes que se iniciaban en la lectura, pero no para auténticos gourmets literarios. Pese a todo pasé aquellos años visitando y revisitando «La metamorfosis» en la intimidad mientras continuaba acudiendo en grupo a las exposiciones organizadas para visitar el «Ulises».
Tuvieron que pasar muchos años antes de que pudiera entrar en la novela de Joyce sin la impresión de estar en medio de un grupo de turistas y sin que un guía me explicara al oído porque llevaba Leopold Grum una patata en el bolsillo. Por fortuna, cuando esto sucedió yo ya no tenía ningún complejo en reconocer «La metamorfosis» como una de las grandes novelas del siglo, ni al «Ulises», desde luego, aunque la distinta consideración de que gozaban en los medios entendidos en la época me ayudó a comprender algunas cosas que luego me fueron tan útiles para la vida como para literatura.
Una vez perdido el pudor me entregué sin culpa también a la lectura de Kafka, de todo Kafka, aunque cada poco recaía en «La metamorfosis», que era el lugar del crimen, por decirlo de un modo rápido. Regresaba a él para preguntarme cómo había sido posible la ejecución de aquella obra. No importa cuantas veces penetre uno en este libro, al final siempre se pregunta lo mismo ¿cómo lo ha hecho? Y es que se trata de una novela sin costuras, le das la vuelta y compruebas con estupor que es exactamente igual por un lado que por otro, ni siquiera resulta fácil advertir una vez colocada del revés esa fina cicatriz que en los calcetines delata si se encuentran de uno u otro lado. No hay forma, en fin, de ver las costuras; si tratas de abrirla para descubrir su mecanismo la destrozas, porque la caja que la contiene y la maquinaria son la misma cosa. Nos gustaría decir que es una pieza de relojería, pero tampoco sería cierto. Los relojes fascinan por el ritmo de las ruedas dentadas que transmiten el movimiento de un lado a otro del artefacto, pero aquí tampoco hay ruedas dentadas, casi no hay artefacto. Si me apuran, no hay ni movimiento.
La simpleza aparente del relato es tal, que si uno va levantando capas de materiales narrativos en busca del motor, cuando levanta el último velo descubre que no hay nada detrás. Nada. En eso, curiosamente, «La metamorfosis» nos recuerda a la vida. Hay un libro pequeño, muy interesante, que puede ayudar a comprender lo que digo, se titula «Dios y la ciencia», de Jean Guitton. En él, dos reputados astrofísicos, los hermanos Bodanov, desnudan, en compañía de Guitton, la materia quitándole un velo en cada capítulo. Los tres, alrededor de una mesa camilla, introducen sus bisturís verbales en las costuras de la realidad sin llegar a dañarla, con una precisión asombrosa, como un buen abridor de ostras, yendo de la piel al tejido muscular y de éste a los cartílagos para profundizar luego en las vísceras, alcanzando así la célula, el átomo, el quark. Lo raro es que detrás del último velo de la materia no hay nada, en todo caso sólo hay interacciones, de ahí que Buiton, cuando le preguntan por su confesada religiosidad, responda que ésta se debe a que prefiere elegir el misterio al absurdo. No deja de ser curioso que nos hayamos acordado de la frase del pensador francés hablando de Kafka, calificado coloquialmente como el novelista del absurdo. Quizá todo se deba a un malentendido de colosales dimensiones. No hay más que leer el libro de Gustave Llanus «Conversaciones con Kafka» para darse cuenta de que era un hombre religioso en el sentido más real, que coincide con el etimológico.
Para mí, dice Llanus, el autor de «La metamorfosis» es el anunciador de una responsabilidad ética consecuente para con todos los seres vivos, un hombre en cuya existencia aparentemente rutinaria, de funcionario sometido a las ordenanzas de asistente de seguros contra accidentes de trabajo de Praga ardía en la llama crepitante de la nostalgia omniabarcadora de Dios y de la verdad propia de los más grandes profetas judíos. Y concluyo. Kafka es para mí uno de los últimos y quizá por su misma proximidad uno de los más grandes anunciadores de fe y de sentido con que cuenta la humanidad.
Llama la atención que aparezca el término sentido hablando de Kafka de cuyo apellido procede el adjetivo kafkiano, que se utiliza como sinónimo de absurdo, ilógico, disparatado. No es la única de alguna de las contradicciones que aquejan al autor de «La metamorfosis», que para mucha gente pasa por ser un escritor sombrío y triste, melancólico. En efecto, uno corre el peligro de leerlo de este modo, sobre todo en la juventud. Sin embargo, ya en los primeros encuentros con su obra, especialmente con «La metamorfosis», y si uno está atento, puede detectar también un registro humorístico que sólo una concepción demasiado severa de la literatura impediría detectar. Pero si es cierto que «La metamorfosis» puede ser calificada desde algún punto de vista como una novela de humor, también y simultáneamente nos parece una novela de terror, quizá en esta mezcla reside su acierto.
A partir de su lectura, uno comprende que el terror sin la risa es puro género y el género, ya lo sabemos, es una forma de esclerosis. Cuando al atravesar las páginas de un libro, el lector no sabe si debe reír o llorar, excitarse o calmarse, padecer o gozar, porque no hay notas a pie de página ni guías turísticos que lo indiquen es cuando uno puede tener la seguridad de encontrarse frente a una verdadera obra de arte en cuyo interior de nada sirven los recursos morales o estéticos prefabricados.
Así pues, el que parecía el autor del absurdo se nos revela de súbito como el escritor del sentido y el libro que se nos venía presentado como una novela de terror deviene ahora también en un relato de humor. Todo ello referido a «La metamorfosis» es rigurosamente cierto. Más aún, tratándose de una novela fantástica «La metamorfosis» es al mismo tiempo sorprendentemente realista. Tampoco es de extrañar después de todas estas contradicciones que sin dejar de ser uno de los relatos más sencillos de su siglo sea también el más complejo.
Pero las sorpresas no terminan en esa constatación. Hace algunos años, cuando mis amigos de la facultad y yo mismo nos despertamos convertidos en unos contribuyentes adultos, dotados de cabeza, tórax y abdomen, los mismos que habían relegado «La metamorfosis» a la condición de novela juvenil admitieron su error, pero recomendaron entonces que para comprender su auténtico significado se leyera desde el punto de vista de los padres del entonces insecto y no, cómo habíamos venido haciendo, desde el del escarabajo.
Corrí a casa, busque mi edición favorita y me dispuse a revisar la novela de ese modo, esperando encontrar algo que no hubiera visto hasta entonces, quizá una original interpretación de la lucha de clases, una explicación económica de la angustia, una revelación teológica. Lo sorprendente es que, contemplada desde esta perspectiva, la novela era idéntica a como la había leído yo hasta el momento, ya que bien visto, todos los personajes finalmente se transformaban en escarabajos, aunque en escarabajos de distintas familias. De hecho uno de los momentos más impresionantes de la novela es cuando después de la muerte del insecto los padres y la hermana de Gregorio salen a pasear liberados al fin de aquella carga y el señor y la señora Samsa hablan en el tranvía de la posibilidad de mudar de casa. Subrayo el verbo mudar porque el lector tiene en ese instante la impresión de que en realidad se refieren al proceso biológico por medio del cual algunos organismos cambian de piel. Y fíjense cómo acaba: mientras así departían percatáronse casi simultáneamente el señor y la señora Samsa de que su hija, que pese a todos los cuidados de que no perdiera el color en los últimos tiempos, habíase desarrollado y convertido en una muchacha llena de vida. Y cuando al llegar el término del viaje la hija se levantó la primera y estiró sus formas juveniles pareció cual si confirmase con ello los nuevos sueños y las sanas intenciones de los padres.
Cabría preguntarse al leer estas líneas finales si su título «La metamorfosis» se refiere a la transformación sufrida por Gregorio Samsa o por su hermana, pues no sabríamos decir cual es más espectacular. En cualquier caso, una cosa parece cierta, que el relato es idéntico tanto si lo tomas por el final como por el principio, por delante como por detrás. Ésa es una de las razones de su aparente simplicidad, podríamos compararlo, puesto que de insectos estamos hablando, con la larva de uno de estos animales, con un gusano que es el ser más simple de la naturaleza.
Los científicos están cada día más volcados en este ser tan simple porque han llegado a la conclusión, no ya de que quizás sea el más complejo, sino de que ese artefacto biológico tan sencillo está lleno de genes que también tenemos nosotros, los artefactos biológicos complicados. No hace mucho anunciaron que compartimos casi el 40 por ciento de nuestro abismo genético con un gusano insignificante apellidado «Enegans». No sé si algún estudioso se ha puesto a investigar cuantos genes comparte el «Ulises» con «La metamorfosis», pero sería interesante averiguar si entre la simpleza de un escarabajo como Samsa y la complejidad de un mamífero como Grund hay más puntos en común de los que se aprecian a primera vista.
En cualquier caso, una vez que uno lee el libro de Kafka descubre que hay en la literatura una red semejante a la de la biodiversidad a la que no se presta suficiente atención. La historia de la literatura, según la mayoría de los manuales al uso, sólo estaría compuesta de grandes novelas, grandes en todos los sentidos, del mismo modo que las ciencias naturales sólo se fijaban hasta hace poco en los grandes mamíferos. El prestigio de la entomología es hablando en términos históricos reciente. Hay, sin embargo, toda una tradición de novela corta cuyo ADN, la molécula básica con la que se genera la vida, adopta las formas más variadas que quepa imaginar, pero no todo el mundo es consciente de la red que forman estos libros, de hecho mucha de la gente que conoce las grandes obras que surcan el océano de la literatura apenas ha prestado atención por ejemplo, a «La muerte de Ivan Ingich», una brevísima novela de Tolstoi dotada de una sencillez aparentemente escandalosa.
Nos hemos referido a Tolstoi, pero podríamos citar también a Chejov, Rulfo, Hemingway, Borges, Capote, Salinger, Antonio di Benedetto, pero también al autor de «El lazarillo de Tormes», al Cervantes de algunas «Novelas ejemplares», o al Clarín cuentista. Todos ellos y muchos más han escrito piezas cortas y simples con las que se podría hacer una historia paralela de la literatura. En realidad está por hacer, lo que no deja de ser raro si se tiene en cuenta que vivimos en un mundo en el que todo, especialmente los libros, se vuelve conocimiento biológico antes casi de aparecer como conocimiento vivo.
En esto, como en tantas cosas, Kafka tuvo una intuición genial porque el único animal de la naturaleza en el que no se puede practicar la perversión arqueológica, pese a ser el más antiguo, es sin duda el insecto. La cucaracha tiene varios millones de años de existencia y en todo este tiempo no ha necesitado añadirse ni quitarse nada porque su éxito biológico radica en su aparente sencillez. Los mamíferos, sin embargo, siendo mucho más jóvenes hemos tenido una evolución complicadísima en busca de un perfeccionamiento que no acabamos de alcanzar. Hay siglos en los que nos sobra la vesícula y milenios en los que no necesitamos para nada la muela del juicio, por eso se puede practicar en nosotros la arqueología, porque estamos repletos de zonas necrosadas como el cerebro de reptil o el rabo de mono.
Fíjense en las perversiones que se llevan a cabo con las grandes obras, dibujos animados, superproducciones cinematográficas, ediciones abreviadas o anotadas, lecturas condensadas, hasta que quedan sepultadas bajo tantos productos y pies de página que rescatar la obra original para leerla ingenuamente es más costoso que reconstruir una ciudad romana en cuya excavación se hubieran utilizado tractores. En ese sentido, «La metamorfosis» no constituye sólo una gran conquista en el área, sino un verdadero suceso genético, funciona hoy con la misma eficacia de ayer sin necesidad de tocarle una coma como esos escarabajos que son idénticos a sí mismos desde hace siglos. De ahí que no haya series de dibujos animados sobre la obra de Kafka o que no abunden tampoco las ediciones críticas, ni condensadas, ni abreviadas, ni anotadas, ni maltratadas, en general. Tampoco sabemos de ningún ejecutivo hollywoodense al que se le haya ocurrido llevarla al cine en pantalla panorámica. Cada cosa en su sitio. En fin.
Dice Maurice Ranchod que, aunque Kafka sólo quiso ser escritor, en su diario íntimo se revela como algo más, de modo que una vez leído ese diario es a él a quien buscamos en su obra y, añade, esa obra forma los restos dispersos de una obra que aquella nos ayuda a comprender. Testigo inapreciable de un testigo excepcional que sin ella habría permanecido invisible.
De acuerdo, una vez leída «La metamorfosis» resulta imposible no interesarse por la mano de la que salió. Hay momentos de la vida de un escritor que los lectores apreciamos tanto como alguna de sus obras. De la biografía de Conan Doyle uno recuerda, por ejemplo, las horas muertas que pasaba en su consulta de médico asomado melancólicamente a la ventana mientras el láudano le ayudaba a ensimismarse para buscar dentro de sí las obras que aún no había escrito.
De hecho, aunque parecía observar los movimientos de la calle, asistía en realidad a un curioso fenómeno situado en la escombrera que separa lo meramente biológico de lo mental y que discurría en el interior de su cabeza, donde Sherlock Holmes pasaba de la condición de embrión a la de feto y de ésta a la de individuo formalmente constituido.
Las horas muertas de los escritores son muy vivas. Gracias a Gustav Janouch, cuyo padre fue compañero de trabajo de Kafka en el instituto de seguros contra accidentes de trabajo de Praga, hemos podido conocer la oficina en la que el autor de «La metamorfosis» se ensimismaba sin necesidad de recurrir al láudano, la predisposición a la tuberculosis produce vapores tan eficaces como el opio. La oficina que describe Janouch nos recuerda a la habitación contigua a la de Gregorio Samsa desde la que la familia del insecto vigila su evolución. Pero lo importante en todo caso es que aquella oficina, quizá cercana a la de Bagneri, el escribiente parecía reunir, al igual que la consulta de Conan Doyle, las condiciones necesarias para lograr el grado de ensimismamiento silencioso característico del interior de un huevo fecundado.
Quizás en las horas muertas de esa oficina anidó en la cabeza de Kafka la larva de Gregorio Sampsa, que, con el tiempo, se transformaría en el libro que ahora conocemos. Lo extraordinario de esa novela es cómo anida el insecto que lo protagoniza en la cabeza del lector. Se pueden olvidar otros libros, hasta aquellos libros que no tendríamos inconveniente en reconocer como más importantes. Pero nadie que haya tenido en sus manos «La metamorfosis» puede olvidarla, pues es uno de esos curiosos relatos por el que el lector es devorado al tiempo que lo lee.

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sábado, diciembre 01, 2007

Philip Roth, el otro desairado

Cé Mendizábal (La Era)

Un aire de conmoción y extravío rodea al Premio Nobel de Literatura. Pocas veces antes se habían escuchado tantas y tan elevadas voces de protesta e incluso de quienes plantean desde su cierre hasta su reemplazo con un premio que atienda exclusivamente a la excelencia, al mérito.



En los círculos concéntricos que rodean tanto a la academia sueca de letras como a la fundación misma, se decía que éste era el año de Philip Roth. Pero a la hora de la hora otra vez el anuncio amaga el nombre del reputado autor estadounidense de origen judío y pronuncia, esta vez para indignación de grandes estratos literarios, el nombre de una escritora de poco fuste y que, se asegura, sólo escribió una novela que concitó cierta expectativa décadas atrás. Doris Lessing es el nombre sobre el cual, como pocas veces, se desata la polémica.
¿Qué sucedió? ¿Es, como dicen muchos, que el Nobel se ha convertido en el galardón de lo políticamente correcto antes que el del genio literario? ¿Se buscó, de nuevo, cerrar la abrumadora brecha existente entre mujeres y hombres premiados? Si hubiese sido así, no había dónde perderse: ahí, al alcance de la mano, estaba Alice Munro, la dama de Ontario. Como varios otros, como el propio Roth, como Milan Kundera, o Ismael Kadaré, Munro forma parte de una lista de favoritos de alto nivel que año tras año se ve más cerca del inmortal club de los desairados del Nobel. Por cierto, si de genio literario se trata, basta recordar que ese gremio está encabezado por Franz Kafka, James Joyce y Jorge Luis Borges, arguiblemente tres de los autores más importantes del pasado siglo XX.
Visto así, hay razones para desechar la infidencia sexista del Nobel. Escritoras hay muchas y casi todas de mayor peso que Lessing, por lo que es necesario arrastrar la polémica por otro lado.
El caso de Philip Roth bien puede ser paradigmático a la hora de verificar si la academia sueca se está dejando llevar por otra de las aristas de lo políticamente correcto: un antisionismo casi generalizado propiciado por la desquiciada política exterior de George W. Bush, así como por el sempiterno conflicto entre israelíes y árabes. Pero, ¿dónde entra Roth en este feo rompecabezas?
No pocas veces la crítica estadounidense, a modo de hallar brechas en una obra monolítica, ha señalado como un aspecto negativo el que Roth sea un autor ?excesivamente judío?. Digamos, una obra tan colosal y de visos tan perfectos como Pastoral americana no ha sido considerada la gran novela estadounidense ?algo que se preanunciaba desde el mero título? porque retrata casi con exclusividad círculos judíos de Nueva York y Nueva Jersey, pasando por alto otros que, de suyo, forman parte central del mosaico norteamericano. No se trata, cierto, de una lectura trivial, aunque a la hora de sopesarla con los admirables logros, deja nomás un tufillo de tacañería literaria endosable a los críticos de Roth. Bien se sabe que lo deseable en literatura es que ésta se mantenga lejos de los espíritus nacionales, pero también cabe preguntarse si tal cosa sea del todo posible: es decir, si uno no habla de su propio círculo, de lo que ve, oye y siente, de lo que es en última instancia, ¿de qué va a hablar? Creo que el único modo de eludir esta trampa es prestando más atención a la cualidad universal que hace a la gran novela: que lo que se cuenta no tenga más importancia que el modo en que se cuenta, y que, para decirlo rápido, lo que se cuenta no sea convertido en un contrapeso utilizable a convenicencia en los escenarios de lo políticamente correcto. Que las masacres de ruandeses o bolivianos tengan el mismo valor humano que las de judíos o palestinos.
Volviendo a Roth: en su caso la figura pareciera cumplir las premisas de lo indeseado como mala moda. En Mi vida como hombre, El teatro de Sabath, La mancha humana, o El animal moribundo, entre otras de sus veintiocho novelas, Roth ha visitado de un modo u otro el orbe judío. La pregunta escandalosa entonces es: ¿será posible que esta filiación le esté acarreando su fracaso con el Nobel? Nuevamente, ¿de qué va a escribir un autor si no es de sus propios mundos? ¿O es que, como en una ficción de Kundera, debe visitar los escenarios más conflictivos del planeta no para ayudar sino para ponerse en primera plana?
En estos días, se presenta la edición en español de La conjura contra América, mientras que hace poco Roth presentó en EEUU Exit ghost. Quizá el autor neoyorquino lo planeó así para atar a la recepción del Nobel. Tal vez sea una simple casualidad dado lo prolífico de su genio. Como fuere, la ocasión tiene nomás un signo doble: por un lado la celebración obvia entre sus lectores, mientras que por el otro constituye una no poco dura advertencia a la seriedad del premio literario más prestigioso del planeta.

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domingo, noviembre 25, 2007

Gustav Meyrink, escritor de la Praga fantástica

Por Eva Manethová
(Radio Praga)

Audio: http://helix.radio.cz:8080/ramgen/rm/ES/07/11/ES071110-19-high.rm?start=3:55.40&end=16:13.10

Una vieja leyenda narra que en la Callejuela de Oro se halla una casa que se aparece sólo en días de niebla y pueden contemplarla apenas aquellas personas que hayan nacido un domingo. La gente llama aquel sitio "El muro de la última farola".Quien llega al lugar de día ve sólo una gran piedra gris detrás de la cual una pendiente escarpada cae al Foso de los Venados. La leyenda de la casa invisible, situada cerca del Castillo de Praga, la cuenta el escritor alemán Gustav Meyrink en su novela más famosa, "El Golem", publicada en 1915. Gustav Meyrink vivió en Praga durante veinte años. En sus novelas y cuentos praguenses, escritos en una refinada prosa, la capital checa es escenario de sucesos fantásticos y misteriosos, con ingredientes esotéricos.



Gustav Meyrink fue en su tiempo uno de los autores más leídos. Sobre todo su novela "El Golem", que se inspiró en una vieja leyenda sobre un ser artificial, creado en la judería de Praga a finales del siglo XVI, constituyó un gran éxito.
En la Alemania nazi los libros de Meyrink fueron prohibidos. En un Estado totalitario no tenían cabida las obras de un autor que advertía del peligro de los movimientos colectivistas que sofocaban a la personalidad humana individual.
En la doctrina nazi jugó un importante papel el antisemitismo. Al contrario, a Meyrink le atraía la milenaria cultura hebrea y los misterios de la cábala. En la novela "El Golem" inmortalizó a la desaparecida judería praguense y dotó a dos personajes de la novela- el judío Hilel y su hermosa hija Miriam- de profunda sabiduría.
Después de la Segunda Guerra Mundial los libros de Meyrink fueron redescubiertos primero por psicólogos, como Carl Gustav Jung, y a partir de los años 70 por los amantes de la ficción fantástica.
En la Checoslovaquia comunista acceder a los libros de Meyrink fue bastante difícil. El autor que escribió que "vivimos sólo para el perfeccionamiento de nuestra alma", no era aceptable para los ideólogos materialistas.
Las obras de Gustav Meyrink volvieron a editarse en este país en los años 90, tras la caída del totalitarismo. Redescubrir a este autor es una asignatura pendiente para los checos. Praga se presenta exclusivamente como la ciudad de Franz Kafka, y es incomprensible que no utilice para su promoción en el mundo también a la personalidad de Gustav Meyrink, un hombre fuera de lo común, que pasó en Praga una etapa decisiva de su azarosa vida.
Gustav Meyrink nació en 1868 en Viena, hijo de una actriz de la corte bávara de Múnich. El padre, ministro del rey de Wurtemberg, se negó a legitimarlo.
Del niño cuidaron primero los abuelos maternos, una familia acomodada, residente en Hamburgo. Posteriormente acompañó a su madre que actuó sucesivamente en varios teatros centroeuropeos. Así, el muchacho estudió escuelas de Múnich, Hamburgo y, a partir de 1883, de Praga.
En 1885 terminó el contrato de la madre de Meyrink con el Teatro Alemán de Praga y la actriz se marchó de la capital checa, dejando allí a su hijo de diecisiete años.
El joven hizo en Praga los exámenes de bachillerato, cursó la academia comercial y durante un año trabajó como practicante en una empresa de exportación. Después fundó con un pariente del poeta alemán Christian Morgenstern una casa bancaria.
Gustav Meyrink se incorporó pronto a la vida social de la comunidad alemana de Praga. Se daba aires de dandy y era un conocido deportista. Destacaba en la esgrima y el tiro, y según algunos testigos condujo el primer automóvil que recorrió las calles de la capital checa. Fue un notable campeón del club de remo Regata.
Ya como banquero mantenía contactos con la joven generación de artistas alemanes de Praga. Le unía con ellos, entre otros, el amor a la vieja Praga.
El escritor relataría más tarde que su vida en la juventud transcurrió bajo el signo de los romances amorosos, el ajedrez y el remo, hasta que se produjo un sorprendente giro.
Agobiado por una profunda depresión resultante de una vida sin sentido, quiso matarse. Cuando ya acercaba a la sien el revólver, escuchó un crujido de papel. Alguien había tirado por debajo de la puerta un delgado folleto titulado "Sobre la vida póstuma".
El joven banquero pasó toda la noche leyendo sobre los célebres médiums de la época, dotados de facultades paranormales, como la de ponerse en contacto con personas ya fallecidas. En aquel momento empezó el interés de Gustav Meyrink por las ciencias ocultas. Sin embargo, con el tiempo denunciaría el espiritismo como una peligrosa peste.
En 1891, cuando tenía 23 años, Gustav Meyrink fundó en Praga una logia teosófica, cuyos miembros se proponían lograr la armonía entre la religión, la ciencia y la filosofía, impulsar la confraternización entre todas las razas y pueblos con el fin de constituir una familia espiritual, y erradicar el mal del mundo. A dicha logia pertenecían también destacadas personalidades checas, como el escritor Julius Zeyer.
Durante toda su posterior vida, Meyrink estudió apasionadamente distintas doctrinas místicas y secretas, y en cierta etapa de su estancia en Praga se dedicó incluso a la magia. Su búsqueda espiritual le llevaría más tarde a adherirse al budismo.
Meyrink inició su carrera literaria enviando relatos a la revista ilustrada Simplicissimus, de Munich. El primer cuento, que se titula "El soldado caliente", tiene un protagonista checo de apellido Zavadil.
El cuento fue publicado en 1901 cuando empezaba para el banquero y escritor en ciernes un período crítico. Sus últimos años en Praga serían ensombrecidos por injustos agravios.
Todo comenzó por un desagradable incidente. Un hombre insultó públicamente a Filomena Bernt,una mujer con la cual Meyrink mantenía una relación tras el fracaso de su primer matrimonio. El joven banquero desafió al autor de la ofensa pero éste se negó a batirse en duelo con un hijo ilegítimo y demandó a Meyrink por presunto delito de ultraje al honor.
El tribunal dictó una sentencia condenatoria contra Meyrink. Antes de que pudiera recurrir la sentencia, fue arrestado. La policía recibió la denuncia de que Meyrink habría cometido una estafa en su banco.
A pesar de las minuciosas investigaciones y el registro en la casa bancaria de Meyrink, la policía no encontró pruebas de la presunta malversación. El banquero fue absuelto de la acusación de estafa, pero inmediatamente volvió a la prisión porque entretanto fue confirmada la condena a quince días de cárcel por el supuesto ultraje a la honra.
Así terminó definitivamente la carrera de banquero de Gustav Meyrink, y su banco cerró las puertas en 1902.
En 1904 Meyrink dejó Praga para siempre. Pero se llevó en la mente las singulares y asombrosas leyendas y mitos que encerraban los muros de los antiquísimos palacios de Malá Strana y de Hradcany, y las tortuosas callejuelas de la judería praguense.
Lejos de la capital checa, Meyrink recrea la Praga fantástica en sus novelas "El Golem" y "La noche de Valpurgia". En esta última obra, publicada en 1921, el escritor describe un levantamiento popular que sacude los viejos palacios de Malá Strana y la muchedumbre enloquecida desencadena una implacable caza a las víctimas.
Meyrink presentía que el siglo XX sería escenario de grandes cataclismos sociales. En los años 20 no compartía la confianza en la solidez de la democracia europea. Falleció en 1932. Un año después llegó al poder en Alemania Adolf Hitler.

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domingo, noviembre 11, 2007

Eligen el 'comienzo más lindo' de la literatura, es de Grass en El Rodaballo

La frase ?Ilsebill salzte nach (Ilsebill volvió a salar)?, con comienza el libro del Premio Nobel de Literatura, fue elegida entre 17 mil propuestas diferentes por un jurado de expertos del concurso.

Fráncfort, Alemania.- El escritor Günter Grass escribió en su libro El Rodaballo el ?comienzo más lindo de la literatura alemana?, según estableció una votación masiva entre lectores en Alemania.

En segundo lugar quedó Franz Kafka con el comienzo de su obra La metamorfosis, anunció hoy el jurado del concurso.



El libro del Premio Nobel de Literatura Grass empieza con una frase de apenas tres palabras: ?Ilsebill salzte nach (Ilsebill volvió a salar)?, a la que le siguen 700 páginas sobre temas culinarios y, sobre todo, de la historia y la cultura mundial.

Fue escogida por un jurado de expertos del concurso convocado por la Fundación Lectura y la Iniciativa del Idioma Alemán, para buscar la frase más bonita al comienzo de un libro.

En el concurso se hicieron unas 17 mil propuestas diferentes y la del comienzo de El Rodaballo fue presentada por un lector residente en Viena, Austria.

En la categoría literatura infantil se impuso el comienzo - bastante largo- del autor Janosch en su libro Lari Fari Mogelzahn, por delante de Cornelia Funke con su bestseller Corazón de tinta.

DPA
11/11/2007 Milenio.com

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lunes, octubre 29, 2007

Vida breve: Celan, Holderlin y otros poetas

Por: Irina Darlée / prensalibre.com

El gran poeta alemán Hölderlin vivió durante 43 años enloquecido, al cuidado de un carpintero, en una torre a orillas del río Neckar. Al final de su vida el poeta vidente, sólo podía pronunciar con balbuceos las palabras.

Otro gran poeta, Paul Celan, se suicida en París en el año 1970. Franz Kafka escribió en sus diarios: ?Quien no puede soportar la vida, necesita una mano para ahuyentar un poco la desesperación que le impone su destino; pero con la otra puede registrar lo que columbra entre las ruinas, porque él ve más, y diferente que los otros. Después de todo esta muerto en vida y, no obstante, es el verdadero sobreviviente?.



Paul Celan nació en Czernovitz, Rumania, el 23 de noviembre de 1920. Sus padres eran judíos, su idioma, el alemán. Czernovitz, antigua capital de Bucovina, provincia del Imperio austro-húngaro, está en el linde exacto entre Rumania y la ex Unión Soviética.

Antes de la guerra mundial allí -dicen- convivían ?hombres y libros?. Celan estudia literatura. En junio 1941, el ejercito alemán ocupa el territorio y los padres de Celan son recluidos en el ghetto y soportan una vida de humillaciones por su raza judía. En 1942 les arrastran hasta los crematorios de Auschwitz a todos. En circunstancias desconocidas, Paul Celan logra huir tras las líneas soviéticas. Trabaja como enfermero en el Ejército Rojo. A fines de 1944, regresa de nuevo a Chernovitz. Intenta reanudar los estudios, luego se instala en Bucarest y es redactor de un diario rumano en su sección cultural. Traduce textos del francés, ruso e inglés y escribe poemas en alemán. Algo sobrevivió en medio de la devastación de la guerra, algo accesible, cercano: el lenguaje, un lenguaje que quedó mudo de horror y tuvo que cruzar por las mil tinieblas que mortificaban el discurso para abrirse paso a través de su propio desconcierto. En este idioma, el alemán, Celan escribió sus poesías, el nazismo no asesinó el idioma de Paul Celan y en esta lengua se convirtió en un poeta universal.

Refiriéndose Celan a Hölderlin en su poema Tübinga, Celan rima: ?con los ojos convertidos a la ceguera / su recuerdo: lo que brota de repente / es un enigma, / las torres de Hölderling flotando / acosadas por las gaviotas. / Visiones de carpinteros ahogados / cuando estas palabras se hunden. / Si viniera / un hombre, / si viniera hoy al mundo / con la barba de luz / de los patriarcas: / él podría, si hablase de este tiempo / el podría sólo balbucir, balbucir, / una y otra, una y otra / vez, vez?

Un huracán inextinguible agota melancólicamente esta grave meditación sobre el tiempo de Celan, sobre el tiempo que, con frecuencia es su poema argumental con referencias culturales e históricas. Es la nostalgia de un alma inmortal. La historia nunca repara en el mal personal que causa el crimen político y no vale repartir culpabilidades en el reino de los verdugos, la indiferencia cruel por fanatismo, racismo, ideologías, inquisidores, represalias o personas cuya verdad no trata de convencer sino vencer. Intereses políticos que ponen en movimiento las más abominables alianzas de la máquina infernal de la historia y de los hombres mismos.

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domingo, octubre 21, 2007

Con Neruda, Kafka y Tintín, Chile fomentará la lectura

04-oct-07

SANTIAGO (AFP) ? Poesía del chileno Pablo Neruda, cuentos del checo Franz Kafka y las aventuras en dibujo animado del belga Tintín estarán contenidos, entre otros títulos, en un maletín literario que el Gobierno chileno entregará el próximo año a miles de familias pobres para fomentar el hábito de la lectura.



Esta semana el jurado seleccionador entregó la lista de los 49 títulos que se dividirán, a su vez, en distintas bibliotecas familiares. De esta manera, cada set de libros contendrá distintos ejemplares de literatura chilena y universal, a los que se sumarán un libro de cocina y un diccionario.

A partir de diciembre las casas editoriales podrán participar del proceso de licitación para la compra de los textos por parte del Estado mientras que en enero se anunciará cuántos tipos de maletines habrá, con la cantidad y los títulos.

La iniciativa, que tendrá un costo de 11 millones de dólares, está orientada a fomentar el hábito lector sobre todo entre los niños y jóvenes de escasos recursos, que no tienen fácil acceso a la literatura.

Títulos como 'El guardián en el centeno', del estadounidense J.D. Salinger, los cuentos de su compatriota Ernest Hemingway o 'Cien años de soledad' buscarán atrapar a los jóvenes y adultos, mientras que las aventuras animadas del héroe galo Asterix o los cuentos clásicos del danés Hans Christian Andersen tratarán de seducir a los niños.

De literatura chilena, destaca la novela 'La casa de los espíritus', de la escritora Isabel Allende y un tomo del célebre personaje infantil 'Papelucho', de Marcela Paz.

También están los chilenos Francisco Coloane, Manuel Rojas, Hernán Rivera Letelier y la premio Nobel Gabriela Mistral; el uruguayo Horacio Quiroga con 'Cuentos de la selva', el británico Robert Louis Stevenson con 'La isla del tesoro' y el francés Daniel Defoe, con 'Robinson Crusoe'.

El programa Biblioteca Básica Familiar está enmarcado en un proyecto global de fomento de la lectura que también contempla la construcción de más bibliotecas en barrios pobres y la ampliación de un sistema de préstamo de libros en las estaciones del metro capitalino.

Entre 2007 y 2010, el Estado chileno destinará 20 millones de dólares a la construcción de bibliotecas públicas.

En una primera etapa, se entregarán los maletines literarios a 133.000 familias pobres con niños que cursen entre el primer y el cuarto año de su enseñanza básica. En total, 400.000 grupos familiares de escasos recursos serán beneficiados finalmente, hasta el año 2010.

El jurado estuvo compuesto por Hugo Montes, Premio Nacional de Educación y escritor, José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura, y los escritores Rafael Gumucio, Jorge Zambra y Alberto Fuguet, entre otros 13 intelectuales, profesores y antropólogos.

El grupo tuvo la misión de determinar qué es lo básico que deben leer los chilenos, que se caracterizan por su poca afición a los libros.

Una encuesta reciente del Instituto Nacional de Estadísticas reveló que un 60% de los habitantes de Santiago -de seis millones de habitantes- declaró no haber leído un libro en el último año. Además de que un 50% de los hogares chilenos poseía menos de una decena de libros.

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viernes, octubre 05, 2007

Toda la obra de Kafka, por primera vez en lengua checa

Dpa (La Jornada)

Praga, 28 de septiembre. Ochenta y tres años después de la muerte del escritor Franz Kafka (1883-1924), por primera vez publican toda su obra en checo.

Con la aparición del décimo tercer tomo de sus escritos y cartas, el proyecto por fin está terminado, comunicó hoy la Sociedad Franz Kafka.

Kafka, funcionario de seguros e hijo de un comerciante judío, dejó una obra extraordinaria escrita en alemán que abarca novelas y cuentos. Hasta 1990, el gobierno de Praga no permitía su traducción porque consideraba ?demasiado reaccionarias? las visiones del narrador.

Tras el cambio político en el país, la Sociedad Franz Kafka comenzó con el proyecto de traducción, que tuvo un presupuesto de 360 mil euros (unos 500 mil dólares).

El director de la iniciativa es el germanista Kurt Krolop, uno de los especialistas mas reconocidos en literatura de habla alemana surgida en Praga.

Varios de los 13 tomos nunca antes habían sido traducidos al checo. Otros se volvieron a traducir. También antes de la llegada al poder de los comunistas en 1948, el autor de La metamorfosis era persona non grata para los ocupantes nazis del ?Protectorado de Bohemia y Moravia?.

Los germanistas solían quejarse de que el escritor era utilizado por Praga con fines promocionales, pero que su obra seguía siendo desconocida.

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sábado, septiembre 22, 2007

Gopegui afirma que la 'novela del siglo XX es una novela mutilada que olvida la política'

La novela del siglo XX es una novela 'mutilada' en tanto que olvida su carácter y sus personajes políticos, en opinión de la escritora madrileña Belén Gopegui, que hoy ha presentado su último libro, 'El padre de Blancanieves'



Gopegui considera que 'no se puede considerar la vida de una persona y despojarla de lo político, porque la política está en el dinero que gana, en la relación con su familia'.

Al no introducir esa tipología de personajes, la novela del siglo XX se está 'automutilando', apunta Gopegui, quien asegura: 'yo intento escribir saltándome esa mutilación', aunque en ese empeño no se sienta sola.

Sin caer en la añoranza, la escritora percibe que la novela del siglo XIX sí incluía la política, y citas ejemplos tan evidentes como 'Balzac, Kafka o todos los rusos'.

'El padre de Blancanieves' (Anagrama) narra la historia de una profesora de instituto que verá cambiada su vida después del retraso en la entrega en su domicilio de una compra que ha hecho en el supermercado.

Una queja por el mal servicio causará el despido del empleado, quien se plantará en la puerta de su casa para que le consiga un nuevo empleo.

Preguntada por el propósito de la novela, Gopegui señala que su intención era 'describir, y no sólo nombrar, al socialdemócrata que llevamos dentro, encontrar, por decirlo de otro modo, su código fuente'.

Describir un perímetro, una figura, exige -subraya- construir además el entorno, algo que lo limite, y eso le lleva a los límites de esos socialdemócratas, los revolucionarios.

No cree Gopegui que ese 'socialdemócrata que llevamos dentro' sea un ser específico de su generación, los nacidos en los años sesenta, sino que es 'un síntoma de la situación política que vivimos, en la que no hay ningún tipo de conflicto y nada relevante se pone en cuestión'.

En la novela, asegura, 'hay socialdemócratas y militantes revolucionarios de hoy, la mayoría nacidos en los ochenta, aunque no son aquellos militantes que, en el último tercio del siglo pasado, olvidaron el marxismo a velocidad supersónica, sino que son militantes que están aprendiendo'.

Para combatir el miedo a lo desconocido, Gopegui ha imaginado un 'ser colectivo, un ente, que habla y tiene conciencia de sí', algo que puede resultar difícil de imaginar, 'pero no más que el viaje de un sollozo por un cable de teléfono o a través del aire'.

En la novela, la autora ha introducido diez historias laborales, 'historias de abyección profesional que no buscan recrearse en ella sino saber de qué se compone lo que nos hacemos, y lo que nos hacen'.

Gopegui ha confesado que la idea de la presente obra surgió de la novela anterior, que trataba sobre Cuba y que suscitó bastante polémica política.

Para aquel texto 'me puse en contacto con grupos de jóvenes militantes'.

Pero también nació de un propósito: 'hacer un arte afirmativo, que no se complazca en la derrota', anota, para después interrogarse: '¿se puede escribir una novela afirmativa, sin que sea un melodrama sentimental de Hollywood?'.

En relación al título, Gopegui revela que tiene una clara intencionalidad pues, 'al contrario que en el cuento de Cenicienta, en el que se sabe que el padre se fue a la guerra, en el de Blancanieves no se sabe dónde está el padre, pero aún me llama más la atención que nadie pregunte por él, por su ausencia mientras la madrasta hace lo que hace'.



Terra Actualidad - EFE

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sábado, septiembre 15, 2007

Kafka, traicionado

Max Brod no sólo no destruyó los manuscritos que le confió su amigo Franz Kafka, como éste le había pedido, sino que los publicó con correcciones y cortes que ponían en evidencia el carácter a veces homoerótico, agnóstico y hasta vulgar del escritor. La reedición en alemán de los originales, y las traducciones que se están haciendo incluso al español, descubren a un Kafka desconocido. ¿Brod trató de protegerlo? El autor de esta nota habla de traición.


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RENATO SANDOVAL BACIGALUPO .
DIARIO CLARIN



Alguna vez, el poeta praguense Rainer Maria Rilke, refiriéndose al célebre escultor francés Auguste Rodin, dijo que éste era un ser solitario antes de ser famoso; pero cuando la fama por fin llegó hasta él, lo dejó tal vez aún más solo, pues ella "no es sino la suma de todos los malentendidos alrededor de un nuevo hombre".

Tal aseveración está ahíta de verdad en el caso de Franz Kafka, otro praguense al que, a diferencia de Rilke y, más aún, del propio Rodin, no le fue dado ver cómo su parva obra se terminó convirtiendo, si bien póstumamente, en objeto de culto, de admiración, de estudio y, sobre todo, en un supremo malentendido. Pues acaso ningún otro autor contemporáneo, salvo Joyce, haya sido editado, traducido, comentado, anotado, censurado, vuelto a editar, traducir, comentar, anotar y censurar como él, para no referirse al abordaje crítico que desde múltiples perspectivas ha padecido su obra, a saber, la histórica, religiosa, psicoanalítica, metafísica, legal, política, socioeconómica, pero también la cabalística, antroposófica, mística, ¡e incluso desde el punto de vista de la ingeniería civil y mecánica, la numismática, la angelología, la heráldica y la culinaria. Todo un festín aliñado con los más disímiles postulados e interpretaciones que, salvo pocos casos, no ha hecho sino añadir al banquete de ideas y ocurrencias más especias de lo debido, perpetrando un verdadero desaguisado.

El desmesuradamente modesto y frugal Kafka, de haber tenido la sospecha de que su incondicional amigo Max Brod no iba a cumplir con su deseo de que sus textos todavía inéditos -nada menos que manuscritos como El proceso, El castillo, El desaparecido (América)- fueran incinerados luego de su deceso, se habría asegurado de quemar él mismo esos papeles, para no correr la misma suerte de su personaje Joseph K., cuya inmolación heroica es opacada al final por la sospecha y el temor de que la vergüenza le sobreviviría. Ahora nosotros, sus sobrevivientes, nos complacemos, pero también nos desconcertamos y laceramos con esa espléndida vergüenza kafkiana.

Pero esa vergüenza con seguridad se habría centuplicado si el autor de La metamorfosis hubiera llegado a ver la manera monstruosa con que Brod editó esos escritos (ver recuadro), para no mencionar que además puso al desnudo y sin empacho la intimidad más celosamente guardada de su camarada, a saber, la agazapada en sus deslumbrantes y perturbadores Diarios y en su desgarradora Carta al padre. ¿Es que se puede torcer hasta tal punto la última voluntad del amigo en aras de la admiración que tiene uno por su obra, a todas luces de un valor sin par? Ya Milan Kundera ha examinado con perspicacia este tema, y por cierto Brod no ha salido bien parado. Según aquel, nada justifica la traición a un ser querido, y menos aún tratándose de alguien con una sensibilidad e inteligencia excepcionales como las de Kafka, todo en aras de una hipotética admiración futura de un público que a la vez él temía y tenía sin cuidado. También mi entender, Brod ocupa un lugar junto a Judas, Bruto y Casio en esa llanura de hielo que conforma el último círculo del infierno danteano: el de los traidores. Y, no obstante, ¡bendito sea Brod! La literatura es como la libertad: muchos delitos se cometen en su nombre.


Una forma de morir


Si para Faulkner escribir era una manera de vivir, para Kafka se trataba más bien de una inteligente forma de morir o, si se quiere, de retardar el último tránsito, trasladando (garabateando, diría él) a la cuartilla sus más íntimos sueños, temores, deseos, fantasías, pero no movido por el propósito de alcanzar la para él inexistente trascendencia vital, sino más bien acicateado por la urgencia de fabricar la obra de arte perfecta que, en literatura, consistiría en llegar a plasmar lo inexpresable con sencillez y fidelidad extremas, aun a costa de la propia vida. En El castillo se lee: "Pero, ¿qué es lo que persigue, qué extraña especie de sujeto es este? ¿Qué es lo que en verdad pretende? ¿Qué importantes asuntos son esos que lo tienen ocupado y que lo hacen olvidar lo más cercano y lo más hermoso?", se preguntan los habitantes del improbable pueblo que K visita. ¿Y qué es lo que moverá al propio Kafka, nos preguntaríamos nosotros, eso que lo inquieta tanto y que, al parecer, lo habría obligado a dejar pasar la felicidad (sic) por escrúpulos?

"Porque solo soy literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa" y "todo lo que no es literatura me hastía", repetía una y otra vez Kafka en sus urgidos Diarios. Pues, pese a la indudable densidad de su obra, tanto ésta como su propia existencia aspiraban a la suprema simplicidad, quién lo diría. En el relato que su amigo Max Brod hace de su primera conversación con Franz, lo escuchamos decir: "Condenó todo lo que aparentara ser rebuscado e intelectual, inventado artificiosamente. Como ejemplo de lo que le gustaba citó un pasaje de Hofmannsthal: 'El olor de piedras húmedas en el zaguán de una casa' Y guardó silencio durante un buen rato sin añadir nada más, como si aquel misterio y aquella sencillez tuviesen que hablar por sí solos".


Cubismo literario


Es precisamente en este gusto por lo simple que se verifica desde sus primeros años como escritor donde se puede detectar uno de los rasgos distintivos de toda su obra, a saber, su capacidad de asombro ante las cosas, por más insignificantes y banales que estas parezcan. Lo que para Aristóteles es el motor primero de la filosofía, para Kafka es el impulso originario de la escritura, con la particularidad de que en este lo sencillo le resulta extraño y lo extraño por lo general termina siéndole incomprensible, inaceptable y doloroso. Ya hablaba de esto un personaje suyo de Descripción de una lucha: "Me sentí tan débil y desdichado que hundí el rostro en el suelo; no podía soportar el esfuerzo de ver las cosas que me rodeaban en el mundo. Estaba convencido de que cada movimiento y pensamiento eran forzados, había que cuidarse de ellos". De ese insoportable esfuerzo por ver el mundo en el que le tocó habitar huyó Kafka, describiéndolo.

En tal sentido, como bien señala Wagenbach, la distancia que hay entre él y el mundo queda salvada, al menos en parte al establecer "relaciones nuevas y arbitrarias entre las cosas", relaciones éstas que refuerzan todavía más la sensación de extrañeza y de asombro que nos producen sus escritos, sobre todo si lo narrado hace gala de una sencillez a prueba de balas, lo que en sí mismo es toda una contradicción. Acaso también se podría aseverar que la arbitrariedad con que Kafka dispone de los materiales con que fabrica sus relatos es una manera sui géneris de rebeldía y de revancha frente al status quo, pues qué le queda al indefenso sometido por un poderoso rival que lo afrenta y que lo humilla sino vengarse de él en su mente y en su corazón, destruyéndolo con el letal martillo de su gran imaginación para, si así lo quiere, volver a construir a su víctima, pero esta vez como le venga en gana, haciendo escarnio de él si de pronto se le ocurre ponerle un zapato como boca y un helado de vainilla en el trasero; cualquier cosa con tal de poder imponer, aunque sea in extremis, su propia voluntad. Como apuntaba Hanna Arendt, "Kafka no tenía amor por el mundo como se le ofrecía y tampoco tenía amor por la naturaleza. El deseaba construir un mundo de acuerdo con las necesidades humanas, un mundo donde las acciones del hombre estén determinadas por él mismo y que se rija por sus leyes, y no por misteriosas fuerzas que emanan de lo alto o de lo bajo".

Esta especie de cubismo literario que Kafka practica a la hora de armar caprichosa y azarosamente el espacio y el tiempo, pero también los personajes, las ideas, las historias, las acciones, los parlamentos; este modo tan especial de deconstrucción y reconstrucción de los distintos elementos literarios, se condice a la perfección con el espíritu farsesco que, contra lo que se pudiera pensar, satura toda su obra, concebida a lo mejor como una puesta en escena satírica de la realidad que tanto mortifica al autor. De ahí que, en efecto, como atinaba a decir Walter Benjamín, "Kafka es incansable para actualizar el gesto. Pero no lo hace nunca sin asombro. Del ademán del hombre toma los apoyos tradicionales y entonces hace de él un objeto de meditación". Sólo que quizás es meditación en tanto crítica del hombre y el sistema absurdo e injusto por él creado, y contra cuya tiranía sólo se podrá luchar mediante la re-presentación, la parodia, el remedio simiesco y zahiriente, que lanza sus dardos por doquier acertando a todo y a todos, sin que quede nada indemne y sin ser denigrado.


El dolor de las heridas


No obstante, entre tanta mofa y rebeldía, ahí permanecen la pena, la agonía, el decaimiento, la angustia, el dolor, la herida. Esa misma herida rosada del tamaño de una mano que lleva en el flanco derecho el joven enfermo de El médico rural, con gusanos tan largos y gruesos como dedos meñiques, manchados de sangre y retorciéndose en su centro; la herida cada vez más putrefacta en el pulmón de Gregor Samsa, convertido en un monstruoso insecto; esa herida de guerra en el muslo del padre farsante y furioso de La sentencia; para no mencionar las laceraciones de todo tipo, en las mentes o en los cuerpos, que infligen o padecen una legión de personas, animales e híbridos que transcurren por gran parte de las historias kafkianas.

Alguna vez Kafka se dirigió a su amigo Oskar Pollak, diciéndole: "Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los bosques, lejos de los hombres, como un suicidio; un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos adentro". No hay duda de que la obra de Franz Kafka, elaborada fragmentariamente a base de orfandad, miedo, escisión, desgarro y desasosiego, es una de las más dolorosas y "desgraciadoras" de los últimos tiempos y, seguramente también, de los que vendrán. La marea negra que recorre el talud de sus relatos nos aleja de la segura orilla de nuestra vida cotidiana, para que una vez estando nosotros a la deriva en un mar agitado se convierta en esa filuda hacha que caerá con fuerza en nuestro corazón de hielo. De sus astillas no quedará nada, tal vez solo un manto de destrucción y de vergüenza; aunque bien podría suceder que de ellas surjan pequeños arroyos, que más tarde habrán de convertirse en ríos, los que a la postre desemboquen en mares más surcables, pero no por ello menos fieros y misteriosos.

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lunes, septiembre 03, 2007

El Timonel

¿Acaso no soy timonel? ?exclamé. ?¿Tú? ?preguntó un hombre alto y moreno, y se pasó la mano por los ojos, como si disipara un sueño. Yo había estado al timón en noches oscuras, la débil luz del farol sobre mi cabeza, y ahora había venido aquel hombre y quería apartarme. Y como yo no cediera, me puso el pie en el pecho y me empujó lentamente contra el suelo, mientras yo seguía aferrado al timón y lo arrancaba al caer. Entonces el hombre se apoderó de el, lo puso en su lugar y me dio un empujón, alejándome. Me rehice de inmediato fui hasta la escotilla que llevaba a la cámara de la tripulación y grité: ?¡Tripulantes! ¡Camaradas! ¡Venid pronto! ¡Un extraño me ha qui¬tado el timón! Llegaron lentamente, subiendo por la escalerilla, eran unas formas po¬derosas, oscilantes, cansadas. ?¿No soy yo el timonel? ?pregunté. Asintieron, pero sólo tenían miradas para el extraño, a quien rodeaban en semicírculo, y cuando con voz de mando él dijo: "No me molestéis", se reunieron, me observaron asintiendo con la cabeza y bajaron otra vez la escalerilla. ¿Qué pueblo es éste? ¿Piensan también, o sólo se arrastran sin sentido sobre la tierra?



Franz Kafka, de Informe para una Academia y otros relatos, 1918.

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jueves, agosto 23, 2007

El talento de Cibrián y Mahler vuelve a Salta

El Tribuno de Salta

Este sábado a las las 22, sube al escenario del Teatro del Huerto, la obra teatral musical "La Metamorfosis".


Toda la originalidad y la calidad interpretativa de los musicales de los famosos directores Pepe Cibrián y Angel Mahler volverán a Salta con la puesta en escena de "La Metamorfosis". La versión teatral del clásico de Franz Kafka se presentará este sábado a las 22 en el Teatro del Huerto.

Se trata de una puesta en escena al mejor estilo de Cibrián y Mahler, conjugado con el talento de Isabel Majdalani, con libro y letras de Mariano Taccagni, dirección musical y orquestaciones de Damián Mahler, y dirección general de Ricardo Bangueses. El elenco de actores está compuesto por Mariano Taccagni, Noelia Vanrell, Alejandro Vázquez, Magalí Sánchez Alleno y Stella Maris Faggiano.

"La Metamorfosis" es una adaptación teatral de la obra original escrita por Franz Kafka que muestra la desesperación y el desconcierto de Gregor Samsa cuando, al despertar una mañana, se ve convertido en un repulsivo monstruo.

El texto original sugiere que el protagonista sufrió una metamorfosis en un insecto; pero en esta adaptación trasluce algo que va más allá de su "desagradable" aspecto físico. Encerrado en su habitación, alejado de lo que ocurre en el exterior porque se oculta a sí mismo, descubre una realidad patética dentro de su propia familia.

Pero como toda adaptación, la obra cuenta con elementos que le dan cierta originalidad. Los escritores incorporaron a la historia un elemento romántico. Ella es Milena, la mujer para Gregor.

Sobre sus compositores

Entre las obras de Mariano Taccagni se destacan los musicales "La Callas, una Mujer", "Midas, Rey" y "Jack, el destripador". También es autor de "Narciso, el más bello musical", "Morly toca el saxofón", "Antígona de Tebas"; y los inéditos "Zoomos Libres", "Circe, la Maga", "Safo de Lesbos". Como actor protagonizó "Drácula, el musical", "Kolbe, sólo el amor crea", y "Narciso y Goldmundo". También integra los elencos de "Grease!" de Jacobs y Casey; "Jesús de Nazareth" de Mahler-Abregú. Como cantante solista participó del "Disney Channel Launch" para Argentina y México y en Roma, Italia en la "Jornada Mundial de la Juventud".

A sus dieciocho años Damián Mahler se destaca como músico y director en diversos musicales. Es el autor de las partituras de "Subconsciente, el amor de los conscientes" y "Entre príncipes y princesas". Actualmente se encuentra en proceso de composición de diversos infantiles. "La Metamorfosis" representa su primer trabajo en musicales profesionales para adultos.

Ricardo Bangueses es actor, cantante y director, forma parte de diversos elencos de musicales.




Del sueño tranquilo a la imposibilidad

Rodolfo Ceballos
El Tribuno


Abogado de una compañía de seguros y escritor nacido en Praga,en 1883, Franz Kafka ocupa el pedestal de la literatura fantástica y metafísica universal. Muerto de tuberculosis en Austria, en 1924, se salvó de caer prisionero de los nazis, fortuna que no tuvieron sus hermanas. Amigo de universidad, Max Brod fue el encargado de quemar sus originales literarios a pedido del mismo Kafka.

Ese fue otro de los absurdos e irónicos estilos de escribir cuentos y novelas que tuvo. Brod desobedeció y hoy podemos conocer un innovador legado literario. Entre 1913 y 1919 Kafka escribió "El proceso", "La metamorfosis" y "La condena" y publicó "El chofer", que incorporaría más adelante a su novela "América", "En la colonia penitenciaria" y el volumen de relatos "Un médico rural".

Justamente "La metamorfosis", un cuento fantástico donde el personaje Gregorio Samsa, un viajante de comercio, se transforma en escarabajo, es lo que retoma la obra musical de Cibrián-Mahler. La distorsión del realismo en Kafka es una constante de la condición humana y sus efectos de metamorfosis dieron al relato una marca literaria clásica. La prosa de Kafka al escribir: "Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto", resulta inolvidable para el lector que comulga con el verosímil y absurdo de la cotidianidad.

Gregorio Samsa no representa a nadie en particular y Kafka lo hace vivir esta historia desde la incapacidad y la impotencia de un hombre cualquiera que pierde hasta el lenguaje y la relación con el otro.

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lunes, julio 30, 2007

El Pasajero - Franz Kafka

Me encuentro en la plataforma de un tranvía, completamente en ayunas de mi posición en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera casualmente sabría indicar qué derechos me asisten y me justifican, en cualquier sentido que se quiera. Ni siquiera puedo justificar por qué estoy en esta plataforma, me cojo de esta correa, me dejo llevar por este tranvía. Las personas esquivan el tranvía, o siguen su camino, o contemplan los escaparates: nadie me exige esa justificación, pero eso
no importa.

El tranvía se acerca a una parada; una joven se acerca a la puerta, dispuesta a bajar. Me parece tan definida como si la hubiera tocado. Esta viste de negro, los pliegues de su falda están casi inmovibles, la blusa ceñida y tiene un cuello fino de encaje blanco, su mano izquierda se apoya de plano sobre el tabique, el paraguas de su mano derecha descansa sobre el segundo peldaño. Su rostro es moreno, la nariz, levemente contraída a los lados, tiene punta redondeada y ancha. Su cabellera es abundante, oscura y se advierte algún vello en su sien derecha. Su diminuta oreja es breve y compacta, pero como estoy cerca puedo ver todo el pabellón de la oreja derecha, y la sombra que produce en su rostro. En ese momento me pregunté: "¿Cómo es posible que no esté asombrada de sí misma, que sus labios estén cerrados y no digan nada por el estilo?"

Franz Kafka, de "Contemplación", 1913

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domingo, julio 22, 2007

Toledo y Kafka en El Salvador

Es el primer país en Latinoamérica que muestra el conjunto de 43 grabados realizados por Francisco Toledo, inspirados en Franz Kafka, exhibidos con anterioridad en Viena y París


Una muestra compuesta por un total de 43 grabados del artista mexicano Francisco Toledo inspirados en el escritor checoslovaco Franz Kafka, se exhiben desde hoy en el Museo de Arte (Marte), de El Salvador.
La exposición, que cuenta con el apoyo de la Embajada de México en este país, permanecerá abierta al público hasta el próximo 30 de septiembre, informaron sus organizadores.

La muestra denominada Un informe para la academia, contiene grabados de Toledo -cuya obra es conocida a nivel internacional-, en los textos de Kafka y en ellos se liga el arte visual con el literario, como forma de expresión.

De acuerdo con un comunicado de la embajada, El Salvador es el primer país de Latinoamérica que mostrará los grabados de Toledo, muestra que ya fue presentada en Viena y París en 2006.

"Esta exposición tiene tres vertientes importantes: soporte técnico, genialidad de Toledo y Franz Kafka" , manifestó por su parte el director de Marte, Roberto Galicia.

La exposición forma parte del impulso cultural que respalda el Gobierno de México a nivel internacional, para dar a conocer lo mejor que tiene su país a través de sus artistas.

Toledo, considerado como uno de los mejores artistas visuales de esa nación, es pintor, dibujante, escultor y ceramista. Nació en Juchitán, estado de Oaxaca, en 1940.

Sus obras han sido exhibidas en galerías de Madrid, París, Londres y Nueva York, entre otras ciudad del mundo.

Fuente: El Universal ( http://www.eluniversal.com.mx/notas/438030.html )

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domingo, julio 15, 2007

Ciclo de homenajes a Borges y Kafka

Hablarán autores argentinos y checos

El mayor acontecimiento cultural entre dos ciudades, que procura estrechar lazos a partir de la vida y la obra de dos grandes escritores -Jorge Luis Borges y Franz Kafka-, comenzó en Buenos Aires y se extenderá hasta mediados del mes de julio. Varias de las actividades se realizarán en la Casa de la Cultura, Avenida de Mayo 575, donde la iniciativa fue presentada por la ministra de Cultura porteña, Silvia Fajre, y la encargada de negocios de la República Checa, Blanca Kovácsova.

Las muestras que integran la propuesta tienen lugar en el Museo de la Ciudad, Defensa 223, y los debates, en el Centro Cultural Plaza Defensa. En tanto, las proyecciones fílmicas se exhiben en el microcine del Centro Cultural Borges y en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura.

Con una muestra fotográfica sobre Buenos Aires y Praga, que exhibe imágenes con rasgos de arte abstracto, pertenecientes a los artistas Jan Jindra, de la República Checa, y Gastón Burquin, de la Argentina, se abrió formalmente la semana última la primera actividad.

A ella se sumarán documentales y filmes de Bernardo Bertolucci, Ricardo Wullicher, Tristán Bauer, Alberto Corcel, Jakov Bedov y Beda Docampo Feijóo, entre otros. Habrá también obras de teatro y de títeres para adultos, mesas de debate y lecturas.

El núcleo central de la convocatoria, cuyo título es "Praga en Buenos Aires, de Kafka a Borges. Dos ciudades, dos escritores", es el seminario dedicado a estos dos intelectuales que son ya parte del olimpo de los clásicos siempre vigentes. Comenzará mañana y se extenderá hasta el jueves. Para este acontecimiento vendrán al país eminentes "kafkólogos", como los define el embajador argentino en la República Checa, Juan Eduardo Fleming, y exégetas borgeanos.

Entre ellos estarán Arnost Lustig, Josef Cermak, Jiffi Koleako, Mariana Houstova, Petra Nichtburgerova y Radek Vesely. A ellos se sumarán los argentinos Santiago Kovadloff, Alina Diaconú, María Kodama, Susana Cella, Rolando Costa Picazo y Santiago Sylvester.

Desde Praga, el embajador Fleming expresó su beneplácito por este acontecimiento que significa la continuación del encuentro Borges-Kafka realizado en 2004 en Praga. El objetivo principal de aquel encuentro fue el enlazamiento cultural de las dos ciudades.

Entre los ilustres visitantes checos, dos nombres iluminarán con sus intervenciones la relación indeleble entre Borges y Kafka. Son Cermak y Lustig, un intelectual checo muy reconocido y presidente honorario de la Sociedad Franz Kafka. Precisamente este acontecimiento intelectual y cultural es el primero que la Sociedad Franz Kafka realiza fuera de Europa.


Fuente, La Nación: http://www.lanacion.com.ar/918320

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domingo, julio 08, 2007

Hace 124 años nació el maestro Franz Kafka

ABN 02/07/2007

Caracas, 02 Jul. ABN.- Hace 124 años, es decir, el 3 de julio de 1883, nació en Praga, República Checa, el escritor Franz Kafka, autor de libros como La metamorfosis y El proceso, quien retrató en sus textos, de manera casi siempre figurativa, las angustias del género humano.

Hijo de una acomodada familia de comerciantes judíos, Kafka se interesó desde muy joven en la literatura. Estudió Derecho y se graduó a los 23 años de edad.

Trabajó como empleado de la industria de los seguros, pero según él mismo relató, esta labor sólo la ejerció para mantenerse económicamente, al tiempo que le permitía escribir.

Según los cronistas, la imagen sombría que ostentaba Kafka es totalmente falsa, ya que antes bien, era un ser alegre, bromista, cordial y profundamente comunicativo.

Sin embargo, al respecto dejan dudas sus diarios íntimos, donde habla de «demonios», «derrumbamiento», «embates», «desamparo», «persecución», «soledad», «asalto a las últimas fronteras terrenales», «agobiante observación de uno mismo», entre otras expresiones que aluden a un mundo oscuro.

Murió en 1924, víctima de tuberculosis en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, Austria.

Kafka solicitó que sus obras fueran quemadas luego de su muerte, pero su más intimo amigo, el crítico y escritor Max Brod, hace caso omiso de su última voluntad y en lugar de destruirlas, da a conocer al mundo su genio literario, a través de la publicación de El Proceso (1925), El Castillo (1926) y América (1931).

En vida, Kafka había publicado La metamorfosis (1915), el famoso relato en el cual Gregorio Samsa despertó convertido en un insecto gigantesco.

Los textos de Kafka han sido grandemente influyentes en los escritores y artistas del siglo XX.

El propio premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez comentó que la lectura de La metamorfosis lo precipitó al mundo de la escritura.

Por su parte, el escritor argentino Jorge Luis Borges tradujo al castellano gran parte de su obra y la analizó en varios ensayos.

El pasado 7 de junio, en una entrevista publicada en el diario español El País, el escritor mexicano Carlos Fuentes aseguró que «Europa sigue siendo Kafka».

A pesar de haber escrito toda su obra en alemán, el idioma español acuñó con el tiempo el adjetivo kafkiano (na), al cual el Diccionario de la Real Academia Española le otorga tres acepciones.

Las dos primeras son para caracterizar a su obra y la tercera lo señala como sinónimo de situación absurda y angustiosa, dado el carácter sombrío de la mayoría de sus textos.

El cineasta italiano Federico Fellini, así como el escritor británico Salman Rushdie, también se declararon fieles seguidores de la obra de Kafka.

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sábado, junio 30, 2007

Las preocupaciones de un padre de familia - Franz Kafka

Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.



Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.

Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.

Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.

-¿Cómo te llamas? -le pregunto.

-Odradek -me contesta.

-¿Y dónde vives?

-Domicilio indeterminado -dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.

En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.

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lunes, junio 25, 2007

Impulsan difusión de obra de Kafka en R.Checa, donde todavía es desconocido

Fuente :EFE

"A diferencia de América, aquí le conocen por las camisetas y envases de regalo, pero nada más,? admitió hoy Arnost Lustig durante la inauguración de la nueva sede de la Sociedad Franz Kafka en la República Checa y de la que es presidente honorífico.

Praga, 14 jun - El escritor Franz Kafka, uno de los iconos de la cultura checa de principios del siglo XX, es todavía un desconocido para muchos en su tierra natal, manifestó hoy un representante de la Sociedad que lleva el nombre del autor de ?La Metamorfosis? y que trata de difundir su legado.

"A diferencia de América, aquí le conocen por las camisetas y envases de regalo, pero nada más,? admitió hoy Arnost Lustig durante la inauguración de la nueva sede de la Sociedad Franz Kafka en la República Checa y de la que es presidente honorífico.

Esta asociación sin ánimo de lucro tiene como misión editar en checo todas las obras del literato, que solía escribir en alemán, nacido en la capital de Bohemia en 1883 y muerto de tuberculosis en 1924 en el sanatorio de Kierling, a las afueras de Viena.

Actualmente se está llevando a cabo la traducción al idioma eslavo la abundante correspondencia que se conserva de Kafka a sus amigos, lo que supondrá un volumen de entre 800 a 1.000 páginas, adelantó la directora de la Sociedad, Marketa Malisova.

Lustig ve en Kafka, que aúna las culturas checa, judía y alemana, "el testigo del sentido de libertad de la nación checa,? donde esas culturas ?conviven fraternal y socialmente.?

El presidente honorífico de la Sociedad Franz Kafka reconoció por otro lado la ?dificultad de su obra,? en la que ?queda resaltada la ley del hombre, los valores de la responsabilidad y de la consideración,? que convierten al célebre escritor praguense en ?uno de los más importantes desde el punto de vista moral.?

Por su parte, Malisova destacó la importancia de transmitir el legado del escritor, y no sólo su imagen, a través también del Centro de Información, Estudio e Investigación, ubicado en la misma sede que la Sociedad, en el barrio judío de la capital checa.

En la sede de la Sociedad se ha instalado una reproducción de la biblioteca ideal de Kafka, ya que ?por sus anotaciones se tiene constancia de los libros de los que disponía, aunque los originales no se conservaron,? precisó Malisova.

La Sociedad Franz Kafka, según anunció Malisova, tiene previsto por otro lado publicar una edición bastante completa del diario ilustrado de Petr Ginz, un adolescente judío que estuvo en los campos de exterminio de Terezin y Auschwitz, donde fue asesinado con solo 15 años, y cuyos dibujos y anotaciones constituyen un escalofriante testimonio similar a los de la holandesa Anna Frank, la adolescente judía que murió deportada en el campo nazi de Bergen Belsen.EFE

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lunes, junio 18, 2007

La palabra contra los depredadores

En el último congreso del Pen Club, el escritor israelí David Grossman leyó el estremecedor texto que a continuación transcribimos. Adviértase que fue escrito poco tiempo después de la muerte de su hijo Uri durante la guerra del Líbano. En él, aborda el tema del poder de la escritura para liberar a los autores y a la sociedad del congelamiento y la arbitrariedad que impiden entender el propio pensamiento. David Grossman (Jerusalén, 1954) estudió Filosofía y Teatro en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es, junto a Amos Oz y A. B. Ioshua, uno de los escritores más importantes de la literatura israelí contemporánea y sus obras han sido traducidas a veintiséis idiomas


?Para bien o para mal, las contingencias de la realidad tienen gran influencia sobre lo que escribimos?, dice Natalia Ginzburg en su libro È difficile parlare di sé (Es difícil hablar de uno mismo), en el que habla de su vida y de su escritura después de pasar por un desastre personal.

Es difícil hablar de uno mismo, y por eso, antes de hablar acerca de mi experiencia de escritura actual en este momento de mi vida, quiero decir algo acerca del impacto que un desastre, una situación traumática, tiene sobre toda una sociedad, sobre todo un pueblo. Y de inmediato recuerdo las palabras del ratón de ?Una pequeña fábula?, el cuento de Kafka. Mientras la trampa lo encierra y el gato lo acecha desde atrás, el ratón dice: ?Ay... el mundo se hace más estrecho cada día?. Sin duda alguna, tras muchos años de vivir en una realidad violenta y extrema, plagada de conflictos políticos, militares y religiosos, puedo informarles, con tristeza, que el ratón de Kafka tenía razón: el mundo, por cierto, se hace cada vez más estrecho, cada vez más reducido cada día que pasa.

Y también puedo hablarles del espacio vacío que crece lentamente, el espacio que se extiende entre la persona, el individuo y la situación externa, violenta y caótica en la que vive. La situación que determina su vida. Y ese espacio nunca permanece vacío. Se llena rápidamente... de apatía, cinismo y, más que nada, de desesperanza; la desesperanza que provoca situaciones distorsionadas y que les permite persistir, a veces incluso durante generaciones. Desesperanza respecto de la posibilidad de cambiar alguna vez el estado de cosas reinante, de poder redimirse de él. Y una desesperanza aún más profunda... la desesperación por las cosas que esta situación distorsionada saca a la luz, finalmente, en cada uno de nosotros.

Y siento el alto costo que la gente que veo y conozco y yo pagamos por este persistente estado de guerra. La reducción del ?área de superficie? del alma que entra en contacto con el mundo violento y amenazante. La limitación de la capacidad -y de la voluntad- de identificarnos, aunque sea un poco, con el dolor ajeno; la suspensión del juicio moral. La desesperanza que casi todos nosotros experimentamos respecto a la posibilidad de entender nuestros verdaderos pensamientos, en una situación que resulta tan aterradora y engañosa y compleja, tanto en el aspecto moral como en la práctica; y por lo tanto uno se convence de que estará mejor si no piensa y si elige no saber: tal vez estaré mejor si dejo las tareas de pensar, hacer y establecer las normas morales en manos de aquellos que, supuestamente, ?saben más?.

Y, más que nada, me sentiré mejor no sintiendo demasiado, al menos hasta que esto pase, y si no pasa, al menos habré aliviado de algún modo mi sufrimiento, habré desarrollado una insensibilidad útil, me habré protegido de la mejor manera con la ayuda de un poco de indiferencia, un poco de sublimación, un poco de ceguera deliberada y una gran dosis de autoanestesia. En otras palabras: a causa del perpetuo -y siempre demasiado auténtico- miedo de resultar herido o muerto, o de sufrir una pérdida insoportable, o incluso una ?mera? humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto, sus prisioneros, recortamos nuestra propia vivacidad, nuestro diapasón mental interno y cognitivo, envolviéndonos en capas protectoras que terminan por asfixiarnos.

El ratón de Kafka está en lo cierto; cuando el depredador nos acecha, el mundo se vuelve cada vez más estrecho. Y lo mismo ocurre con el lenguaje que lo describe. Por experiencia propia puedo afirmar que el lenguaje con que los ciudadanos que viven un conflicto sostenido describen su situación se vuelve más plano cuanto mayor es la duración del conflicto. El lenguaje se convierte gradualmente en una secuencia de clichés y consignas. Todo empieza con el lenguaje creado por las instituciones que dirigen el conflicto de manera directa -el ejército, la policía, los diferentes ministerios del gobierno-, rápidamente se filtra a los medios masivos que informan sobre el conflicto, dando nacimiento a un lenguaje aún más ingenioso que pretende ofrecer a su público una historia de digestión más sencilla; y todo este proceso desemboca en última instancia en el lenguaje privado, íntimo, de los ciudadanos del conflicto, aun cuando ellos lo rechacen.

En realidad, es un proceso absolutamente comprensible: después de todo, la riqueza natural del lenguaje humano y su capacidad de expresar los matices y los hilos más delicados de la existencia pueden resultar profundamente hirientes en esas circunstancias, porque nos recuerdan incesantemente esa pródiga realidad de la que nos han despojado, su verdadera complejidad, sus aspectos más sutiles. Y cuanto más irresoluble parece la situación, y cuanto más plano es el lenguaje empleado para describirla, tanto más se reduce el discurso público. Sólo quedan las banales y rígidas acusaciones mutuas entre los enemigos, o entre los adversarios políticos del mismo país. Sólo quedan los clichés que usamos para describir a nuestro enemigo y a nosotros mismos, esos clichés que son, en última instancia, una colección de supersticiones y de crudas generalizaciones en los que nos encerramos y encerramos a nuestros enemigos. El mundo, sin duda, se está haciendo cada vez más estrecho.

Mis pensamientos no aluden sólo al conflicto en Medio Oriente. Hoy en muchas partes del mundo hay millones de personas que enfrentan alguna clase de ?situación? en que la existencia personal, los valores, la libertad y la identidad están amenazados en alguna medida. Casi todos nosotros tenemos una ?situación? propia, una maldición propia. Todos y cada uno de nosotros sentimos -o podemos intuir- que nuestra particular ?situación? puede convertirse rápidamente en una trampa que nos despojará de nuestra libertad, del sentido de hogar que nos proporciona nuestro país, de nuestro lenguaje personal, de nuestro libre albedrío.

En esta realidad escribimos nosotros, los escritores y poetas. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en Sudán, en Nueva York y en el Congo. A veces, durante mi jornada de trabajo, después de escribir durante varias horas, alzo la cabeza y pienso... ahora mismo, en este mismo momento, otro escritor a quien no conozco, en Damasco o en Teherán, en Ruanda o en Dublin, está sentado exactamente como yo, practicando este oficio o arte peculiar, quijotesco, dentro de una realidad que contiene tanta violencia expulsiva, indiferencia y humillación. En eso encuentro un aliado distante, que ni siquiera me conoce, pero juntos tejemos esta telaraña intangible, que tiene sin embargo un poder tremendo, el poder de crear y cambiar el mundo, el poder de hacer hablar a los mudos y el poder de Tikkun, de corregir, en el sentido profundo que tiene en la Cábala.

En cuanto a mí, durante los últimos años, en la ficción que escribí he dado casi intencionalmente la espalda a la feroz realidad inmediata de mi país, la realidad del último boletín de noticias. Escribí antes libros sobre esta realidad y también en los últimos años seguí escribiendo sobre ella, y nunca dejé de esforzarme por entenderla, en artículos y ensayos y entrevistas. Participé en docenas de protestas, en iniciativas internacionales de paz. Me reuní con mis vecinos -algunos de los cuales eran mis enemigos- en cada oportunidad en la que consideré que tenía oportunidad de diálogo. Y sin embargo, en los últimos años, por una decisión consciente y casi como protesta, no hice literatura sobre estas zonas de desastre.

Escribí sobre los feroces celos de un hombre hacia su esposa, sobre los niños sin techo de las calles de Jerusalén, sobre un hombre y una mujer que crean un lenguaje íntimo propio, casi hermético, dentro de una engañosa burbuja de amor. Escribí sobre la soledad de Sansón, el héroe bíblico, y sobre las intrincadas y frágiles relaciones entre las mujeres y sus madres y, en general, entre padres e hijos.

Hace unos cuatro años, cuando mi segundo hijo, Uri, estaba por ingresar en el ejército, ya no pude continuar en el camino que había elegido. Me inundó un sentimiento de urgencia y de alarma, que me llenaba de inquietud. Entonces empecé a escribir una novela que se ocupa directamente de la sombría realidad en la que vivo. Una novela que describe de qué manera la violencia externa y la crueldad de la realidad política y militar atraviesan el tierno y vulnerable tejido de una familia y acaban por desgarrarlo.

?En cuanto uno escribe -dice Ginzburg- milagrosamente empieza a ignorar las circunstancias de la propia vida, aunque la felicidad o la desdicha nos impulsen a escribir de cierta manera. Cuando somos felices, nuestra imaginación es la que predomina. Cuando somos desdichados, priva el poder de la memoria?. Es difícil hablar de uno mismo, particularmente cuando se tocan estos temas. Sólo diré lo que puedo decir a esta altura y desde mi lugar.

Escribo. Desde la muerte de mi hijo Uri el verano pasado en la guerra entre Israel y el Líbano, la conciencia de lo que ocurrió está presente en cada momento de mi vida. El poder de la memoria es -por cierto- enorme y pesado, y a veces tiene una cualidad paralizante. No obstante, a veces el propio acto de escribir crea para mí un espacio, un marco de pensamiento que nunca antes experimenté, donde la muerte no es solamente la absoluta y unidimensional negación de la vida. Los escritores presentes en este auditorio lo saben: cuando escribimos, sentimos que el mundo está en movimiento, es flexible, rebosante de posibilidades. No es un mundo congelado. Siempre que se filtra lo humano... ya no hay congelamiento ni parálisis, no hay más status quo. Incluso, aunque a veces creamos equivocadamente que hay status quo, incluso si algunos se esfuerzan por hacernos creer que lo hay. Cuando escribo, incluso ahora, el mundo no se cierra sobre mí ni se vuelve tan estrecho: da muestras de abrirse, de tener un futuro.




Escribo. Imagino. El acto de imaginar me revitaliza. No estoy congelado ni paralizado ante el depredador. Invento personajes. A veces siento que estoy desenterrando gente del hielo con que la realidad los ha amortajado, pero quizás es a mí mismo a quien estoy desenterrando. Escribo. Percibo la riqueza de posibilidades inherentes a cualquier situación humana. Percibo mi capacidad de elegir entre ellas. La dulzura de la libertad, que creía haber perdido. Me permito recurrir a la riqueza del verdadero lenguaje, íntimo y personal.

Escribo y siento que el uso correcto y preciso de las palabras es a veces como la cura de una enfermedad. Una manera de purificar el aire que respiro de las opacas manipulaciones de los villanos lingüísticos. Escribo y siento que la ternura y la intimidad que me unen al lenguaje en todas sus capas, su erotismo y su sentido del humor y su alma, me devuelven la persona que yo solía ser antes de que mi yo fuera nacionalizado y confiscado por el conflicto, por gobiernos y ejércitos, por la desesperanza y la tragedia.

Escribo. Me libero de una de las turbias cualidades distintivas del estado de guerra en el que vivo... la cualidad de ser un enemigo y sólo un enemigo. Hago lo posible por no escudarme, no cegarme ante la justicia que asiste al enemigo y su sufrimiento. Tampoco ante la tragedia y la tortuosidad de su propia vida. Sus errores y crímenes, la conciencia de lo que yo mismo le estoy haciendo. Tampoco ante las sorprendentes semejanzas que veo entre él y yo.

De repente ya no estoy condenado a esta dicotomía absoluta, falaz y asfixiante, a esta elección inhumana entre ser ?víctima o agresor? sin tener una tercera alternativa más humana. Cuando escribo puedo ser un ser humano que fluye natural y vitalmente entre sus diferentes aspectos humanos, un ser humano con aspectos en los que se siente próximo al sufrimiento y a la justicia que asiste a sus enemigos, sin renunciar ni a una pizca de su propia identidad.

A veces, cuando escribo, puedo recordar lo que todos sentimos en Israel durante un momento en particular, cuando el avión del presidente egipcio Anwar Sadat aterrizó en Tel Aviv después de décadas de guerra entre las dos naciones: entonces, de pronto, descubrimos qué pesada era la carga que llevamos durante toda nuestras vidas... la carga de enemistad, miedo y sospecha. La carga de un estado de alerta permanente, la pesada carga de ser el enemigo en todo momento. Y qué placer fue sacarse por un momento la poderosa coraza de la sospecha, el odio y el estereotipo, un placer casi aterrador, erguirse desnudo, casi prístino, y ver surgir un rostro humano de esa visión unidimensional con la que nos habíamos observado mutuamente durante años.

Escribo. Le doy a un mundo externo y extraño mis nombres más íntimos y privados. En cierto sentido, lo hago mío. En cierto sentido, dejo de sentirme exiliado y extraño para sentirme en casa. Con eso ya estoy haciendo un pequeño cambio en lo que antes me parecía inalterable. Además, cuando describo la hermética arbitrariedad que signa mi vida -la arbitrariedad humana, la arbitrariedad del destino-, de pronto descubro nuevos matices, sutilezas. Descubro que el solo hecho de escribir acerca de la arbitrariedad me permite cierta libertad de movimiento con respecto a ella. Que el solo hecho de enfrentarme con la arbitrariedad me concede libertad... tal vez la única libertad que un hombre pueda tener para defenderse de cualquier arbitrariedad: la libertad de expresar su tragedia con sus propias palabras.

Y también escribo sobre lo que no puede recuperarse. Y sobre lo inconsolable. Entonces, también, de una manera que aún me resulta inexplicable, las circunstancias de mi vida no se cierran sobre mí para paralizarme. Muchas veces, cada día, sentado ante mi mesa, toco el tema del dolor y de la pérdida como quien toca la electricidad con las manos desnudas, y sin embargo no muero. No entiendo cómo se produce este milagro. Tal vez cuando termine de escribir esta novela intente entenderlo. Todavía no. Es demasiado pronto.

Y escribo la vida de mi tierra, Israel. La tierra torturada, frenética, intoxicada por una sobredosis de historia, emociones excesivas que el ser humano no puede contener, excesivos extremos de logros y tragedias, ansiedad excesiva y sobriedad paralizante, memoria excesiva, esperanzas truncas, circunstancias de un destino único entre todas las naciones; una tierra cuya existencia parece a veces ser un relato de proporciones míticas, un relato ?más grande que la vida? hasta el punto de desfasarse de la vida misma, una tierra cansada de la esperanza de tener alguna vez la vida normal de un país entre otros países, de ser una nación más entre otras naciones.

Nosotros, los escritores, pasamos a veces por momentos de desesperación y de automenosprecio. Nuestra tarea es esencialmente el trabajo de deconstruir la personalidad, de desarticular algunos de los más tortuosos mecanismos de defensa humanos. Voluntariamente, nos ocupamos de los más duros, feos y crudos materiales del alma. Nuestro trabajo nos obliga, una y otra vez, a reconocer nuestras limitaciones, como seres humanos y como artistas.

Y sin embargo, este es el gran misterio, la gran alquimia de nuestras acciones: en cierto sentido, en cuanto aferramos la lapicera o tecleamos en la computadora, dejamos de ser víctimas indefensas de aquello que nos ha sometido y humillado antes de que empezáramos a escribir, ya sea nuestra situación o nuestras angustias privadas, la ?historia oficial? de nuestro país o el destino mismo.

Escribimos. El mundo no se cierra sobre nosotros. Qué suerte tenemos. El mundo no se hace cada vez más estrecho.

Traducción: Mirta Rosenberg Fuente: La Nación (http://www.lanacion.com.ar/909893)


David Grossman

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martes, junio 12, 2007

El juicio de Dios de Heinrich Von Kleist

El relato publicado en la colección "Breviarios del Rey Lear" muestra un ejemplo de la mejor escritura alemana del romanticismo: mientras Hölderlin se mostraba como uno de los poetas más audaces y significativos del movimiento, Von Kleist alumbraba con una prosa cuidada y clara, sólo sencilla en apariencia, sus propios y profundos propósitos.




"El Juicio de Dios" de Von Kleist se inscribe en una de las lineas de fuerza que sostiene su precisa escritura: la lucha por dar sentido a la vida a través de la literatura, o cuando menos por preguntarse todo tipo de cuestiones en torno al objeto de su preocupación. Dios no queda al margen, la muerte tampoco: "Después de la ceremonia nupcial, don Friedrich fue condecorado por el Emperador, y cuando éste acabó sus asuntos en Suiza, regresó a Worms". Una vez allí, ordenó que en los estatutos del santo duelo divino, donde se supone que siempre salen a la luz los culpables, añadiesen las palabras: "Si es la voluntad de Dios". "

Reconocido como uno de los autores que más influyó en Kafka sostiene en esta obra una obsesión por la naturaleza de la Justicia, su relación con la venganza y los defectos en su aplicación, que en efecto emparentan este breve cuento con El Proceso, mientras que su argumento y sustancia llevan también hacia Robert Luis Stevenson.

El juicio de Dios con todo y pese a su grave trasfondo temático usa de un peculiar tejido narrativo que se articula con la levedad y el aroma de un cuento alemán de princesas. Un retorno a la tradición que le relaciona con un movimiento del que los máximos representantes serían sus coetáneos: los Grimm, aunque ciertamente se utiliza con un sentido literario asombroso.

Kleist hace arder en la hoguera a la verdad absoluta en un tiempo pasado en el que los meses se sucedían contemplando las lunas y Dios creía ser aún cierto tipo de Juez.

EL JUICIO DE DIOS (EL DUELO)
HEINRICH VON KLEIST
REY LEAR 2007
67 PÁGINAS
Traducción de Ursula Toberer

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viernes, junio 08, 2007

Franz Kafka, gran figura de la literatura mundial del siglo XX

fuente: Crónica

Recordado por sus célebres obras "La metamorfosis", "El proceso" y "América", entre otras, el escritor checoslovaco Franz Kafka, una de las máximas figuras de la literatura del siglo XX, murió el 3 de junio de 1924.

Kafka nació en Praga, capital de la ahora República Checa (antes Checoslovaquia), el 3 de julio de 1883, en el seno de una familia de comerciantes de la minoría judía de lengua alemana. Tuvo tres hermanos, con quienes vivió la mayor parte de su vida. No obstante que estuvo comprometido dos veces, nunca se casó.

A los 23 años de edad, obtuvo el título de Doctor en Derecho y comenzó a trabajar como empleado en varias compañías de seguros, actividad que alternó con la lectura de quienes fueron sus más grandes influencias literarias: Ibsen, Spinoza, Nietzsche, Kierkegaard, Flaubert, Hebbel y Stifter.

Los temas de la obra de Kafka son la soledad, la frustración y el angustioso sentimiento de desesperación que experimenta el individuo al verse amenazado por fuerzas desconocidas que no alcanza a comprender y que se hallan fuera de su control.

En cuanto a técnica literaria, los estudiosos de su obra señalan que ésta participa de las características del expresionismo y el surrealismo.

El estilo lúcido e irónico de Kafka, que mezcla naturalidad, fantasía y realidad, da a su obra un aire claustrofóbico y fantasmal, como sucede en una de sus más célebres obras, "La metamorfosis" (1915).

Tras iniciarse la difusión de su obra, su popularidad se disparó en forma exponencial a lo largo de los años 30 y 40, al grado que sus libros llegaron al Continente Americano traducidos al inglés.

Entre sus obras destacan "La metamorfosis" (1915), "Contemplación" (1913), "En la colonia penitenciaria" (1919), "La Muralla China" (1922) y "La construcción" (1923).

Además "Un artista del trapecio", "Un artista del hambre", "Josefina la cantora o el pueblo de los ratones" e "Investigaciones de un perro", todos ellos publicados en 1924.

En "Carta al padre", escrita en 1919 y publicada de manera póstuma, como casi toda su obra, Kafka expresa sus sentimientos de inferioridad y rechazo paterno, a pesar de los cuales vivió con su familia la mayor parte de su vida y ni siquiera llegó a casarse.

"Cartas a Felice" (1967) narra la difícil relación que tuvo con Felice Bauer, una joven alemana a la que pretendió entre 1912 y 1917.

Durante su corta vida, Kafka fue poco conocido como escritor, pues la mayor parte de su obra literaria fue publicada después de su muerte, gracias al escritor checoslovaco Max Brod, amigo personal y biógrafo suyo.

No obstante que dominaba el checo, francés, latín, griego y hebreo, sus obras salieron a la luz escritas en alemán, en un estilo que mezclaba naturalidad, fantasía y realidad y que le daba un toque claustrofóbico a sus textos.

A decir de los estudiosos de su obra, ésta fue una afluencia de escenas y situaciones percibidas con una intensidad sin precedentes, en la que el detallismo descriptivo cobraba una expresión visionaria.

Además de ser una de las figuras sobresalientes de la literatura, el adjetivo "kafkiano" es un emblema de la sociedad moderna con su organización inútil, su burocracia, sus procedimientos totalitarios, sus laberintos y puertas.

Entre 1908 y 1913, Kafka viajó por Italia, Francia, Alemania y Austria. Tiempo después sintió los primeros síntomas de la tuberculosis, enfermedad que le obligó a frecuentar numerosos sanatorios.

Luego de un difícil período de convalecencia, Franz Kafka murió en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924.

Su temprana muerte lo libró de permanecer en campos de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45), como le ocurrió a sus hermanas Garbielle y Valerie, en 1943.

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sábado, junio 02, 2007

El empobrecimiento del nacionalismo cultural: el caso de Polonia

Según el diario Nasz Dziennik el escritor más significativo del siglo XX en centroeuropa: Franz Kafka podría salir del programa educativo nacional si se cumplen los deseos del vicepresidente del país.

Por si esto fuera poco se saca también fuera del programa nada menos que a Joseph Conrad, que nació polaco y cuyo "pecado" parece ser que fue haberse nacionalizado inglés. En la imagen, el escudo del clan polaco Nalecz, al que pertenecía Joseph Conrad, autor de una de las mejores novelas del siglo XX: "El Corazón de las Tinieblas".


Vicepresidente polaco quiere sacar autores foráneos de educación

Varsovia, 1 jun (PL) Roman Giertych, vicepresidente y ministro de Educación de Polonia, aspira a sacar del programa escolar nacional las obras de Joseph Conrad, Johann W. Goethe, Fiodor Dostoievski y Franz Kafka, publicó hoy el diario Nasz Dziennik.


En entrevista concedida a esa misma fuente, el ejecutivo señaló "que hay que modificar la lista de libros obligatorios en el programa escolar, ya que la situación histórica ha cambiado y reemplazarlas por las de escritores católicos y nacionalistas polacos".



"Y quiero que se sepa que los cambios han sido propuestos por los propios maestros en consultas celebradas entre ellos mismos lo cual por el momento sólo se trata de un proyecto", agregó.



Giertych es también líder del partido ultracatólico y ultranacionalista Liga de las Familias Polacas.



"Si tuviese que elegir entre El Diluvio, de Henryk Sienkiewicz, y El Transatlántico, de Witold Gombrowicz, optaría por el primero", concluyó.

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domingo, mayo 27, 2007

"La metamorfosis" musical

Interesante versión musical
La Nación, por Pablo Gorlero


La metamorfosis . Libro y letras: Mariano Taccagni. Música original, orquestaciones y dirección musical: Damián Mahler. Dirección general: Ricardo Bangueses. Elenco: Mariano Taccagni, Noelia Vanrell, Alejandro Vázquez, Magalí Sánchez Alleno y Stella Maris Faggiano. Coreografía: Laura Montini. Vestuario: Alejandro Vázquez. Luces: Sebastián Alonso. Diseño de imagen: Fernando Eiras. Sonido: Osvaldo Mahler. Producción ejecutiva: Isabel Majdalani y Angel Mahler. Producción general: I. Majdalani, Pepe Cibrián Campoy y A. Mahler. Teatro del Globo. 110 minutos.
Nuestra opinión: bueno

Hay que admitir que una propuesta criolla que convirtió a La metamorfosis , de Kafka, en un musical podría provocar desconfianza. Pero es sumamente placentero para el espectador desconfiado que tomó coraje para ir, toparse con su propio prejuicio y tosudez. Y en orden de reflexiones, es más interesante también saber que por fin un grupo de creativos se alejaron un poco de las tramas clásicas y de los personajes o situaciones históricas, tan apetecibles para quienes hacen musicales.

La cuestión es que esta adaptación de La metamorfosis que hicieron Mariano Taccagni y Damián Mahler es placentera, inteligente e interesante. Taccagni, que trabaja en forma digna desde hace tiempo para ganarse un lugar en el musical ( Jack, el destripador , La Callas ), demuestra en esta obra que encontró un lenguaje maduro y una forma de dramaturgia que puede seguir parámetros clásicos, pero que también puede correrse de lo obvio.

Aunque se metió de bruces en el universo kafkiano, no quiso embarrarse entre sus numerosas exégesis. Tomó la anécdota central y el concepto básico de la obra original y la decoró con elementos que la enriquecieron en su estructura dramático-musical. Es expresionista, pero también romántica y psicológica. El personaje de Milena no es más que la escritora que fue uno de los grandes amores de Kafka. Es que el escritor checo tiene mucho de ese Gregor Samsa, que ya no puede mantener a su familia porque se está convirtiendo en un insecto horrible e inútil.

La partitura de Damián Mahler es potente en lo incidental y tiene personalidad, aunque resulte evidente su influencia paterna (y eso no está mal). Juguetea con melodías que, en sí mismas, hasta parecen diametralmente opuestas, y no apuesta a lo sencillo. Tal vez el mayor problema de la obra es la falta de síntesis, sobre todo en las canciones.

Uno de los méritos es la precisa y minuciosa dirección actoral que hizo Ricardo Bangueses. Hay una poética muy rica que él supo captar bien para ponerla en el cuerpo de sus actores. Las actuaciones son todas correctas, pero merecen destacarse las de Taccagni, intenso y con un trabajo corporal importante como Gregor; Noelia Vanrell y Magalí Sánchez Alleno (sublima con su interpretación la canción que le toca en suerte).

La puesta de luces es eficaz, así como la escenografía y la concepción escénica.

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lunes, mayo 21, 2007

Regreso al Hogar - Franz Kafka

Por Franz Kafka, 1911

Al regresar, atravieso el zaguán y miro en derredor. Es el viejo cortijo de mi padre. El charco en el medio. Entremezclados objetos viejos e inservibles cierran el paso hacia la escalera del grane¬ro. El gato acecha desde la baranda. Un trapo desgarrado, atado alguna vez a una barra, mientras alguien jugaba, se agita al viento. He llega¬do. ¿Quién me recibirá? ¿Quién espera tras de la puerta de la cocina? La chimenea humea, están preparando el café para la cena. ¿Sientes la intimidad, te encuentras como en tu casa? No lo sé, no estoy seguro. Es, la casa de mi padre pero todos están uno junto al otro, fríamente, como si estuviesen ocupados en sus asuntos, que en parte he olvidado y en parte no he conocido jamás. ¿De qué puedo servirles, qué soy pa¬ra ellos, aun siendo el hijo de mi padre, el hijo del viejo propietario ru¬ral? Y no me atrevo a llamar a la puerta de la cocina, y sólo escucho desde lejos, sólo desde lejos tenso sobre mis pies, pero de manera tal que no me puedan sorprender escuchando. Y porque escucho desde le¬jos no oigo nada, salvo una leve campanada de reloj, que quizá sólo creo oír, llegándome desde los días de la infancia. Lo que además ocu¬rre en la cocina es un secreto que los que allí están sentados me¬ocultan. Cuanto más se titubea ante la puerta, más extraño se siente uno. ¿Qué tal si ahora alguien la abriese y me hiciese una pregunta? ¿Acaso yo mismo no estaría entonces, como alguien que quiere ocultar su secreto?

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jueves, mayo 17, 2007

"UNA MAÑANA ME LEVANTÉ Y ME VI CONVERTIDO EN RASKOLNIKOV"

"El día" de Argentina publica una reseña del libro de Sánchez Trujillo dedicado a la relación entre la literatura de Kafka y la de Dostoievsky. Pese al quizá inacertado título del artículo: "El día que Kafka plagió a Dostoievski" refleja en su texto bastante bien el contenido de este interesante libro.



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Intertextualidad, sobreinterpretación, relectura y hasta homenaje son algunos de los términos empleados para eludir la palabra plagio cuando aparecen las afinidades sospechosas entre una obra y otra. Las relaciones de analogía, contigüidad y semejanza están siempre latentes en casi todos los textos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, los "préstamos" literarios parecen haberse multiplicado y llueven las denuncias . Lo sospechoso no es nuevo, por supuesto, y en un libro ya clásico, "Anatomía de El proceso", el Prof. Sánchez Trujillo demuestra, mediante una comparación rigurosa y en la que invirtió muchos años de estudio, la coincidencia exacta de las rescrituras realizadas por Kafka sobre la obra de Dostoievski. Así, por ejemplo, el inicio de "La metamorfosis" estaría contenido en el tercer capítulo de "Crimen y Castigo":

- "A la mañana siguiente se despertó tarde, tras un sueño agitado que no lo había descansado. Raskolnikov se había retirado deliberadamente.como una tortuga bajo su caparazón" (Crimen y Castigo)

- "Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón." (La metamorfosis)

Sin embargo, es en El proceso donde el juego de Kafka se nos revela en toda su amplitud. Detalle tras detalle, el profesor Sánchez Trujillo ha ido trazando un mapa de las coincidencias con Crimen y Castigo, hasta establecer que determinados personajes o localizaciones se corresponden en ambas novelas como en las dos caras de un mismo espejo. "Leí Crimen y Castigo varias veces, -explica el profesor- todas las veces que fueron necesarias para tener los detalles de la novela en la cabeza. Luego, empecé a leer la obra completa de Kafka en orden cronológico, con la novela de Dostoievski a un lado y así ir subrayando las posibles coincidencias entre las dos obras. El resultado no pudo ser más asombroso (.) Todo parecía indicar que Kafka se la había pasado rescribiendo la novela de Dostoievski".

El ensayo de Sánchez Trujillo, con toda su apariencia de disparatada teoría, cobra dimensiones verdaderamente inquietantes con la relectura de ambas novelas. El catedrático nos revela que "Kafka utiliza diálogos, lugares o situaciones salidas de Crimen y Castigo, trayendo a veces escenas completas con una literalidad increíble". La escena en la que Raskolnikov confiesa a Sonia su crimen, por ejemplo, es un calco de la escena en que Josef K. "confiesa" a la señorita Bürstner el interrogatorio al que ha sido sometido por unos desconocidos; la sede del tribunal donde se eterniza el protagonista de El proceso es en realidad la comisaría de Crimen y Castigo adonde acude Raskolnikov; la solitaria piedra sobre la que Josef K. es ejecutado, es la misma piedra bajo la que el asesino de Crimen y Castigo esconde los objetos robados a la vieja en el capítulo II.

Constantemente, los personajes de ambas novelas se comportan con un mimetismo estremecedor:

- "A través de la puerta entreabierta apareció la cabeza de la patrona. Raskolnikov se incorporó... La patrona, que observaba a través de la puerta, la cerró y desapareció" (Crimen y Castigo).

- "Cuando K. volvía a la habitación contigua, se abrió precisamente la puerta opuesta y la señora Grubach se dispuso a entrar. Sólo la vio un instante porque, apenas la reconoció K., ella se turbó visiblemente, pidió perdón y desapareció" (El proceso).

A menudo, el comportamiento de los personajes es como el de esta patrona indiscreta; los protagonistas de una novela se asoman en la otra, entran por puertas y ventanas como en una interminable escalera. A veces, como en dimensiones paralelas, los personajes de El proceso conocen el juego en el que está inmerso Josef K, y esperan que suceda lo que ya le sucedió a Raskolnikov en el mismo escenario. Así, por ejemplo, "los personajes del tribunal, que saben que K. está viviendo las aventuras kafkianas de Raskolnikov en la comisaría, están esperando que de un momento a otro K. pierda el sentido", como le sucedió a aquél.

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domingo, mayo 06, 2007

De la muerte aparente


Quien haya padecido alguna vez de muerte aparente, podrá contar cosas
espantosas; sin embargo, no podrá decir cómo es después de la
muerte. Es más, ni ha estado más cerca de ella que otros; en el fondo,
tan sólo ha "sentido" algo especial, y la vida común, no la extraordinaria,
se ha "convertido en algo más valioso con ello. A todo aquel que
haya experimentado algo peculiar le sucede una cosa similar. Con toda
seguridad Moisés, por ejemplo, experimentó sobre el Monte Sinaí algo
"especial"; pero, en lugar de abandonarse a ello, como tal vez lo haría
un muerto aparente, que no se anuncia y se queda en el ataúd, bajó
corriendo del Monte y, desde luego, tuvo cosas importantes que contar,
y amó a los hombres, de los cuales había huido, mucho más que antes,
dando entonces su vida por ellos, casi podría decirse por agradecimiento.
De ambos, sin embargo, del que vuelve de la muerte aparente, y de
Moisés que regresa, puede aprenderse mucho, pero no podemos conocer
lo decisivo, pues ellos mismos no lo han llegado a saber. Y si lo
hubieran llegado a saber, no hubieran regresado. Esto podría verificarse
si, por ejemplo, alguna vez quisiésemos vivir "con un salvoconducto"
para tener la certeza del retorno, la experiencia del muerto aparente o
de Moisés, o incluso que deseáramos la muerte, pero ni siquiera en
pensamiento querríamos permanecer en el Monte Sinaí o vivos en el
ataúd, sin posibilidad alguna de retorno...
(Esto, ciertamente, nada tiene que ver con el temor a la muerte...)

Franz Kafka, 1918, de "La muralla china y otros relatos"

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sábado, abril 21, 2007

Kafka, Groucho y Kurt

Artículo publicado en ABC. ( http://www.abc.es/20070413/cultura-libros/kafka-groucho-kurt_200704130258.html )
Félix Romero, Escritor



Kurt Vonnegut Jr. (Indiana, 1922-Nueva York, 2007) fue un clásico en vida de la literatura estadounidense desde que en 1969 publicara «Matadero- cinco», o la cruzada de los niños, donde relataba los terribles bombardeos sobre Dresde al final de la II Guerra Mundial. Había comenzado a publicar en revistas populares de los años 50 y debutó con «La pianola», una novela distópica en la que los hombres son progresivamente reemplazados por máquinas y en la que ya estaban las claves de su obra literaria: un existencialismo fabricado con humor negro.
Buena parte de su obra pertenece al género de la ciencia ficción, donde destaca «Las sirenas de Titán», en la que un astronauta millonario mete su astronave en una corriente espacio temporal y consigue ver el pasado y el futuro y moverse como ondas; en la que un cruzado evangelista se opone a los viajes espaciales; en la que el hijo de un multimillonario vive peripecias bélicas en Marte, y en la que un extraterrestre con la nave averiada durante 200.000 años tiene un importante mensaje que transmitir al universo.También «Cuna de gato» es ciencia ficción, y también está llena de humor negrísimo, que culmina en un final apocalíptico: la torpeza humana consigue acabar con la Tierra. La mezcla de Kafka y Groucho Marx le resultaba enormemente eficaz a Kurt Vonnegut Jr.
Escribió muchas otras novelas, más fungibles, menos clásicas, más pegadas al tiempo que vivía, pero siempre muy divertidas, como «Barbazul», en la que cuenta la delirante restauración de unos cuadros realizados por un falso pintor expresionista abstracto. Escribió unos consejos para escritores que definen su propia forma de abordar la escritura. El primero de ellos decía: «Utiliza el tiempo de un completo desconocido de forma que él o ella no sienta que lo está malgastando». Su último libro traducido al castellano, «Un hombre sin patria», es una suerte de testamento, en el que expone su programa vital: nunca fue alemán y nunca consiguió ser un completo americano, socialdemócrata a su manera, amaba la vida y el amor, odiaba las máquinas, defendía la vida... y mordía por defender su derecho al humor, siempre crítico: «La ironía sería que sí sabemos lo que hacemos».

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sábado, abril 07, 2007

Un golpe a la puerta del Cortijo

Fue un caluroso día de verano. Mi hermana y yo pasábamos frente a la puerta de un cortijo que estaba en el camino de regreso a casa. No sé si golpeó esa puerta por travesura o distracción. no sé si tan solo amenazó con el puño sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros mas adelante, junto al camino real que giraba a la izquierda, empezaba el pueblo. No lo conocíamos, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de ahí unos hombres haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia el cortijo y nos hacían recordar el golpe contra la puerta. Los dueños nos denunciarían e inmediatamente comenzaría el sumario. Yo permanecía calmo, tranquilizaba a mi hermana. Posiblemente ni siquiera había tocado, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarla por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi hermana sino también yo sería acusado. Yo asentía sonriente con la cabeza. Todos volvíamos nuestra vista atrás, hacia el cortijo., tan atentamente como si se tratara de una lejana cortina de humo tras la cual fuera a aparecer un incendio. Lo que pronto vimos, en realidad, fue a unos jinetes que entraron por el portón del cortijo. Una polvareda, al levantarse, lo cubrió todo; sólo brillaban las puntas de las enormes lanzas. Apenas la tropa había desaparecido en el patio, cuando debió, al parecer, hacer dar vuelta a sus corceles, pues volvió a salir en dirección nuestra. Aparté a mi hermana de un empellón, yo me encargaría de poner todo en orden. Ella no quiso dejarme solo. Le expliqué que para que se viera mejor vestida ante los señores debía, al menos, cambiarse de ropas. Por fin me hizo caso e inició el largo camino a casa. Ya estaban los jinetes junto a nosotros y casi al tiempo de apearse preguntaron por mi hermana.
-No está aquí de momento -fue la temerosa respuesta- pero vendrá mas tarde.

La contestación se recibió con indiferencia. Parecía que, ante todo, lo importante era haberme hallado. Destacaban, de entre ellos, el juez, un hombre joven y vivaz, y su silencioso ayudante llamado Assmann. Me invitaron a pasar a la taberna campesina. Lentamente, balanceando la cabeza, jugando con los tiradores, comencé a caminar bajo las miradas severas de los señores. Aún creía que una sola palabra sería suficiente para que yo, que vivía en la ciudad, fuese liberado, incluso con honores, en ese pueblo campesino. Pero luego de atravesar el umbral de la puerta, pude escuchar al juez que se acercó a recibirme:

-Este hombre me da lástima.

Sin duda alguna, no se refería con esto a mi estado actual sino a lo que me esperaba en el futuro. La habitación se parecía más a la celda de una prisión que a una taberna rural. De las grandes losas de la pared, oscura y sin adornos, pendía, en alguna parte, una argolla de hierro, y en el centro de la habitación algo que era medio catre y medio mesa de operaciones.

¿Podría yo respirar otros aires que los de una cárcel?. He aquí el gran dilema. O, mejor dicho, lo que sería el gran dilema, si yo tuviera alguna perspectiva de ser dejado en libertad.

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martes, abril 03, 2007

El poeta francés Yves Bonnefoy recibe el Premio Kafka de Literatura

El poeta francés Yves Bonnefoy fue distinguido este año con el premio Kafka de Literatura, dotado con 10.000 dólares, informó hoy la sociedad Franz Kafka, en la capital checa, Praga.

El también ensayista y crítico de arte, de 83 años, recibirá en octubre en Praga la distinción, que lleva el nombre del escritor checo Franz Kafka (1883-1924).

El jurado internacional, del que también formó parte el renombrado crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki, escogió a Bonnefoy de entre 15 candidatos.

El año pasado el escritor laureado fue Haruki Murakami.

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martes, marzo 20, 2007

El paseo repentino

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir;

cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada;


y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente;

cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido;

cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

FRANZ KAFKA

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viernes, marzo 09, 2007

Disidente cubano anuncia creación de premio literario Franz Kafka

El disidente cubano Ramón Humberto Colás anunció en Praga la creación de un premio literario para los autores cubanos sin posibilidades de publicar en la Isla.

Ramón Humberto Colás, fundador de las bibliotecas independientes en Cuba, anunció esta semana en la capital checa la creación del premio literario Franz Kafka, que busca ayudar a los autores cubanos censurados por el régimen de la Isla.
"La idea fundamental radica en tomar el nombre de Franz Kafka como uno de los grandes referentes de la literatura universal, para que aquellos autores que tienen sus obras en Cuba y que no logran publicarlas, porque el régimen no les da espacio, puedan participar en este concurso. Se trataría de un concurso único, para que a nivel internacional se pueda conocer la calidad de los autores que hay en Cuba y que el régimen les censura y les prohíbe tener espacio en las editoriales".
Ramón Colás viajó a Praga para asistir como jurado del Festival Internacional de cine documental "Un Mundo", dedicado a los derechos humanos.
Consultado sobre del porqué se dio el nombre de Franz Kafka al certamen literario, el disidente cubano explicó que se trata de un escritor muy leído en Cuba.
"Kafka es una figura referente de la literatura internacional, y en Cuba es uno de los autores que siempre se ha leído. Y muchas veces cuando se describe la situación que se vive en Cuba, se dice que esta es una sociedad kafkiana, un poco por ese sentido tan irracional que crea un sistema totalitario como el de mi país".
El certamen Franz Kafka para autores cubanos tendrá tres categorías, con un monto total de cinco mil dólares. Los premios se entregarán en Praga y todo parece indicar que será auspiciado por importantes figuras de la vida cultural checa e internacional. Todavía se desconoce cuando será la primera edición del concurso literario.

SONIDO REAL AUDIO: http://helix.radio.cz:8080/ramgen/rm/ES/07/03/ES070308-15-high.rm?start=10:32.75&end=12:40.89

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domingo, marzo 04, 2007

Josefina la cantora o el pueblo de los ratones

(Josephine, die Sängerin, oder Das Volk der Mäuse - por Franz Kafka, 1924)

Nuestra cantora se llama Josefina. Quien no la ha oído, no conoce el poder del canto. No hay nadie a quien su canto no arrebate, prueba de su valor, ya que en general nuestra raza no aprecia la música. La quietud es nuestra música preferida; nuestra vida es dura, y aunque intentáramos olvidar las preocupaciones cotidianas no podríamos nunca elevarnos a cosas tan alejadas de nuestra vida habitual como la música. Pero no nos quejamos demasiado; ni siquiera nos quejamos: consideramos que nuestra máxima virtud es cierta astucia práctica, que en verdad nos es sumamente indispensable, y con esa sonriente astucia solemos consolarnos de todo, aun cuando alguna vez sintiéramos ?lo que no ocurre nunca- la nostalgia de la felicidad que tal vez la música produce. Sólo Josefina es una excepción; le gusta la música, y además sabe comunicarla; es la única; con su desaparición desaparecerá también la música- quién sabe hasta cuando- de nuestras vidas.

Muchas veces me he preguntado qué ocurre realmente con esa música. Somos totalmente amusicales; ¿cómo comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, ya que Josefina niega nuestra compresión, creemos comprenderlo? La respuesta más simple sería que la belleza de dicho canto es tan grande que ni el espíritu más obtuso puede resistirla; pero esa respuesta es insatisfactoria. Si así fuera realmente, al oír ese canto deberíamos experimentar, ante todo y en todos los casos, la sensación de lo extraordinario, la sensación de que en esa garganta resuena algo que no hemos oído nunca, y que tampoco somos capaces de oír, y que tal vez Josefina y sólo ella nos capacita para oír. En realidad, no es ésta mi opinión, no siento eso y no he notado que los demás lo sintieran. En círculos íntimos, no titubeamos en confesarnos que, como canto, el canto de Josefina no es nada extraordinario.

Par empezar, ¿es canto? A pesar de nuestra amusicalidad, poseemos tradiciones de canto; en la antigüedad, el canto existió entre nosotros; las leyendas lo mencionan, y hasta se conservan canciones, que desde luego ya nadie puede cantar. Por lo tanto, tenemos cierta idea de lo que ees el canto, y es evidente que el canto de Josefina no corresponde a esa idea ¿Es entonces canto? ¿No será quizás un mero chillido? Todos sabemos que el chillido es la aptitud artística de nuestro pueblo, o mejor que una aptitud, una característica expresiva vital. Todos chillamos, pero a nadie se le ocurre que chillar sea un arte, chillamos sin darle importancia, hasta sin darnos cuenta, y muchos de nosotros ni siquiera saben que chillar es una de nuestras características. Por lo tanto, si fuera cierto que Josefina no canta, sino chilla, y que tal vez, como creo yo por lo menos, su chillido no sobrepasa los limites de un chillido común ?hasta es posible que sus fuerzas ni si quiera alcancen par un chillido común, cuando un mero trabajador de la tierra puede chillar todo el día, mientras trabaja, sin cansarse-; si todo esto fuera cierto, entonces quedaría inmediatamente refutadas la pretensiones artísticas de Josefina, peor todavía faltaría resolver el enigma de su inmenso efecto.

Porque después de todo, lo que ella emite es un simple chillido. Si uno se coloca bien lejos y la escucha, o todavía mejor, si para poner a prueba su discernimiento trata de reconocer la voz de Josefina cuando ésta canta en medio de otras voces, sólo distingue, sin lugar a dudas, un vulgar chillido, que en el mejor de los casos apenas se diferencia por su delicadez o su debilidad. Y sin embargo, si no está ante ella, ya no oye un simple chillido; para comprender su arte es necesario no sólo oírla, sino también verla. Aun cuando sólo fuera nuestro chillido cotidiano, nos encontramos ante todo con la peculiaridad de alguien que se prepara solemnemente para ejecutar un acto cotidiano. Cascar una nuez no es realmente un arte, y en consecuencia nadie se atrevería a congregar a un auditorio para entretenerlo entonces ya no se trata meramente de cascar nueces. O tal vez se trate meramente de cascar nueces, pero entonces descubrimos que nos hemos despreocupado totalmente de dicho arte porque lo dominábamos demasiado, y este nuevo cascador de nueces nos muestra por primera vez la esencia real del arte, al punto que podría convenirle, para un mayor efecto, ser un poco menos hábil en cascar nueces que la mayoría de nosotros.

Tal vez acontece lo mismo con el canto de Josefina; admiramos en ella lo que no admiramos en nosotros; por otra parte, ella está en ese sentido totalmente de acuerdo con nosotros. Yo me encontraba presente una vez que alguien, como a menudo ocurre, se refirió al chillido popular, tan difundido, y en verdad se refirió muy tímidamente, pero para Josefina era más que suficiente. No he visto nunca una sonrisa tan sarcástica y arrogante como la suya en ese momento; ella, que es la personificación de la perfecta delicadeza, y hasta se destaca por su delicadeza entre nuestro pueblo, tan rico en finos tipos femeninos, llegó a parecer en ese instante francamente vulgar; pero su gran sensibilidad la permitió darse cuenta, y se dominó. De todos modos, niega toda relación entre su arte y el chillido. Sólo siente desprecio hacia los que son de opinión contraria, y probablemente odio inconfesado. Esto no es simple vanidad, porque dichos opositores, entre los que en cierto modo me cuento, no la admiran seguramente menos que la multitud, pero Josefina no se conforma con la mera admiración, quiere ser admirada exactamente de la manera que ella prescribe; la simple admiración no le importa. Y cuando uno está frente a ella, la comprende; la oposición sólo es posible desde lejos; cuando uno está frente a ella, sabe: lo que chilla no son chillidos.

Como chillar es uno de nuestros hábitos inconscientes, podría suponerse que también en el auditorio de Josefina se oyen chillidos; nos encanta su arte, y cuando estamos encantados, chillamos; pero su auditorio no chilla, guarda un silencio de ratón; como si nos volviéramos partícipes de la anhelada calma, de la que nuestro chillar nos apartaría, callamos ¿No extasía su canto, o no será más bien el solemne silencio que envuelve su débil vocecita? Sucedió una vez que una tonta criatura comenzó también a chillar, con toda inocencia, mientras Josefina cantaba. Ahora bien, era exactamente lo mismo que Josefina nos hacía oír; frente a nosotros, su chillidos cada vez más débiles, a pesar de todos los ensayos, y en medio del público, el chillido infantil e involuntario; hubiera sido imposible señalar una diferencia; y sin embargo silbamos y siseamos inmediatamente a la intrusa, aunque en realidad era totalmente innecesario, porque ésta se habría retirado de todos modos arrastrándose de terror y vergüenza, mientras Josefina lanzaba su chillidos triunfal y en un completo éxtasis extendía los brazos y estiraba el cuello hasta más no poder.

Por otra parte, siempre ocurre así, cualquier pequeñez, cualquier contingencia, cualquier contrariedad, un crujido del suelo, un rechinar de dientes, un defecto de la iluminación le sirve de pretexto par realzar el efecto de su canto; cree cantar sin embargo ante oídos sordos; aprobación y aplauso no le faltan, pero sí verdadera compresión, según ella, y hace tiempo que se resignó a la incomprensión. Por eso le agradaban tanto las interrupciones; cualquier circunstancia exterior que se oponga a la pureza de su canto, que pueda ser vencida con poco esfuerzo, o hasta sin esfuerzo, simplemente afrontarla, puede contribuir a despertar a la multitud, y a enseñarle, si no la comprensión, por lo menos un supersticioso respeto.

Si así le sirven las pequeñeces ¡cuánto más las grandes contingencias! Nuestra vida es muy inquieta, cada día nos trae nuevas sorpresas, temores, esperanzas y sustos, que el individuo aislado no podría soportar si no contara día y noche, siempre, con el apoyo de sus camaradas; pero aun así sería bastante difícil; muchas veces miles de espaldas tambalean bajo una carga destinada a uno solo. Entonces Josefina considera que ha llegado su hora. Se yergue, delicada criatura; su pecho vibra angustiosamente, como si hubiera concentrado todas sus fuerzas en el canto, como si se hubiera despojado de todo lo que en ella no es directamente necesario al canto, toda fuerza, toda manifestación de vida casi, como si se hubiera desnudado, abandonado, entregado totalmente a la protección de los ángeles guardianes, como si en su total arrobamiento en la música un solo hálito frío pudiera matarla. Pero Justamente cuando así aparece los que nos decimos oponentes solemos comentar:

-Ni siquiera puede chillar; tiene que esforzarse tan horriblemente no para cantar ( no hablemos de cantar), sino para obtener algo vagamente parecido al chillido habitual del país.

Así comentamos, pero esta impresión, como he dicho inevitablemente, es sin embargo fugaz, y rápidamente desaparece. Pronto, también nosotros nos sumergimos en el sentimiento de la multitud, que en cálida proximidad escucha, conteniendo el aliento.

Y para reunir en torno a ella esta multitud de gente de nuestro pueblo, un pueblo casi siempre en movimiento, que corre de un lado para otro por motivos no siempre muy claros, le basta a Josefina generalmente echar la cabecita hacia atrás, entreabrir la boca, volver los ojos hacia lo alto, y adoptar en general la posición que anuncia su intención de cantar. Puede hacer esto donde se le ocurra, no hace falta que sea un lugar visible desde lejos, cualquier rincón escondido y escogido al azar según el capricho del instante, le sirve. La noticia de que va a cantar se difunde inmediatamente, y pronto acuden enteras procesiones. Claro que a veces surge inconvenientes, porque Josefina canta preferentemente en tiempos de agitación; múltiples preocupaciones y peligros nos obligan a seguir caminos divergentes, a pesar de la mejor voluntad no podemos reunirnos tan rápidamente como josefina desearía, y se ve obligada a esperar cierto tiempo suficiente; entonces se pone francamente furiosa, patalea, maldice de manera muy poco virginal; hasta llega a morder. Pero ni siquiera semejante conducta perjudica su reputación; en vez de contener sus exageradas pretensiones, todos se refuerzan por satisfacerlas; se envían mensajeros para convocar más público; se le oculta esta circunstancia; por todos los caminos de los alrededores se ven centinelas apostados, que hace señales a los concurrentes para que se apresure; esto continúa hasta reunir un auditorio tolerable.

¿Qué impulsa a la gente a molestarse tanto por Josefina? Problema tan difícil de resolver como el del canto de Josefina, y estrechamente relacionado con él. Se podría suprimirlo, e incluirlo totalmente en el segundo problema mencionado, si fuera posible asegurar que en consideración a su canto la gente es incondicionalmente adicta a Josefina. Pero no es éste el caso; nuestro pueblo desconoce casi la adhesión incondicional; nuestro pueblo, que ama sobre toda la astucia inocua, el susurro infantil y la charla inocente y superficial, ese pueblo no puede en ningún caso entregarse incondicionalmente, y Josefina lo sabe muy bien, y justamente contra eso combate con todo el vigor de su débil garganta.

Por supuesto, no debemos exagerar las consecuencias de estas consideraciones tan generales; el pueblo es adicto a Josefina, pero no lo es incondicionalmente. Por ejemplo, no sería capaces de reírse de ella. Llega a admitir que muchos aspectos de Josefina son risibles; y la risa es de por sí una de nuestras características constantes; a pesar de todas las miserias de nuestra existencia, la risa moderada es en cierto modo nuestra habitual compañera; pero de Josefina no nos reímos. A menudo tengo la impresión de que el pueblo concibe su relación con Josefina como si este ser frágil, indefenso, y en cierto modo notable ( según ella notable por su poder lírico), le estuviera confiado, y él debiera cuidar de ella; el motivo no es claro para nadie; pero el hecho parece indiscutible. Pero nadie se ríe de lo que le han confiado: reírse sería faltar al deber; la máxima malicia de que a veces son capaces los maliciosos al hablar de Josefina es ésta: «La risa no se acaba cuando vemos a Josefina ».

Así cuida el pueblo de Josefina, como el padre cuida a la criatura que le tiene su manecita, no se sabe bien si para pedir o para exigir. Podría creerse que nuestro pueblo no es capaz de desempeñar esas funciones paternales, pero en realidad, y por lo menos en este caso, las desempeña admirablemente; ningún individuo aislado podría hacer lo que hace en este sentido la totalidad del pueblo. Desde luego, la diferencia de fuerza entre el pueblo y el individuo es tan extraordinaria, que basta que atraiga al protegido al calor de su proximidad, para que éste esté suficientemente protegido. Pero nadie se atreve a hablar de estos temas con Josefina. «Me burlo de vuestra protección», dice en esos casos. Sí, í, búrlate, pensamos. Y en realidad, su rebelión y gratitud infantil, y el deber de un padre es pasarlas por alto.

Pero hay algo en las relaciones entre el pueblo y Josefina que es más difícil de explicar todavía. Y es esto. Josefina no sólo no cree que el pueblo la protege, cree que es ella quien protege al pueblo. Piensa que su canto nos salva en las crisis políticas o económicas, nada menos, y cuando no aleja la desgracia, por lo menos nos inspira fuerza para soportarla. Ella no lo dice, ni explícitamente ni implícitamente, porque en verdad que habla poco, se calla entre los charlatanes, pero lo dicen los destellos de sus ojos, y lo proclama su boca cerrada ( en nuestro pueblo, pocos pueden tener la boca cerrada; ella puede).

A cada mala noticia ?y hay?días en que las malas noticias abundan, incluyendo las falsas y semiverdaderas ? ella se yergue, porque generalmente está tendida de abarcar con la mirada a su rebaño, como el pastor ante la tormenta. Se sabe que también los niños suelen aducir pretensiones análogas, en su irreprimible e impetuosa puerilidad, pero en Josefina no son tan infundadas como en ellos. Es verdad que no nos salva, ni nos infunde de ninguna fuerza especial; es fácil adoptar el papel de salvador de nuestro pueblo, habituado al sufrimiento, temerario, de rápidas decisiones, conocedor del rostro de la muerte, sólo aparentemente tímido en esa atmósfera de audacia que sin cesar lo rodea, y además tan fecundo como arriesgado; es fácil, digo, considerarse a posterori el salvador de este pueblo que siempre ha sabido de algún modo salvarse a sí mismo, aun a costa de sacrificios que estremecen de espanto al historiador (aunque en general descuidamos por completo el estudio de la historia). Y sin embargo también es verdad que en las situaciones angustiosas escuchamos mejor que en otras situaciones angustiosas escuchamos mejor que en otras ocasiones la voz de Josefina. Las amenazas suspendidas sobre nosotros nos vuelven más silenciosos, más humildes, más dóciles a la dominación de Josefina; con gusto nos reunimos, con gusto nos apiñamos, especialmente porque la ocasión tiene tan poco que ver con nuestra torturante preocupación; es como si bebiéramos apresuradamente ?sí, hay que darse prisa, demasiado a menudo Josefina se olvida de esta circunstancia? una copa común de paz antes de batalla. Es menos un concierto de canto que una asamblea popular, y en verdad, una asamblea donde exceptuando el débil chillido de Josefina impera un absoluto silencio; la hora es demasiado seria para desperdiciar en charlas.

Una relación de este tipo, naturalmente, no satisface a Josefina. A pesar de su inquietud y su nerviosidad, consecuencias de lo indefinido de su posición, hay muchas cosas que no ve, cegada por sus engreimientos, y sin mayor esfuerzo puede conseguirse que pase por alto muchas otras; un enjambre de aduladores se ocupa constantemente de esto, rindiendo un verdadero servicio público; pero cantar en un rincón de una asamblea popular, inadvertida, secundaria, aunque en sí sería deshonroso, ella no lo consentiría jamás, y preferiría negarnos el don de su canto.

Pero esto no es necesario, porque su arte no pasa inadvertido. Aunque en el fondo estamos preocupados por cosas muy diferentes, y el silencio reina no sólo porque ella canta, y muchos ni siquiera miran, y prefieren hundir el rostro en la piel del vecino, y Josefina parece por lo tanto esforzarse inútilmente en su escenario, hay algo sin embargo en su canto ?y esto no puede negarse? que nos conmueve. Esos chillidos que lanza mientras todos están entregados al silencio, nos llegan como un mensaje del pueblo entre a cada uno de nosotros; el tenue chillido de Josefina en medio de esos momentos de graves decisiones es casi como la miserable existencia de nuestro pueblo en medio del tumulto del mundo hostil. Josefina es impone, con su nada de voz, con su nada de técnica se impone y nos llega al alma; nos hace bien pensar en eso. En esos momentos, no soportaríamos a una verdadera artista del canto, suponiendo que hubiera alguna entre nosotros, y unánimemente nos alejaríamos de la insensatez de semejante concierto. Que Josefina no descubra jamás que la escuchamos justamente porque no es un gran cantante. Algún presentimiento de esto ha de tener, porque si no ¿con qué motivo negaría tan apasionadamente que la escuchamos?; pero igual sigue cantando, tratando de alejar a chillidos ese presentimiento.

Pero hay otras cosas que podrían consolarla; a pesar de todo, es probable que la escuchemos del mismo modo que se escucha a una artista del canto; provocada emociones que una artista famosa trataría en vano de provocar entre nosotros, y que sólo son posibles justamente por la pobreza de sus medios. Esto se relaciona sobre todo con nuestro modo de vivir.

Nuestro pueblo desconoce la juventud, apenas conoce una mínima infancia. Es cierto que regularmente aparecen proyectos en los que se otorga a los niños una libertad especia, una protección especial; en los que su derecho a cierta negligencia, a cierto espíritu inconsciente de travesura, a un poco de diversión, es reconocido, y se fomenta su ejercicio; en cuanto se presentan esos proyectos, todos los aprueban, nada aprobarían con más agrado, pero tampoco hay nada que la realidad de nuestra vida permita menos cumplir; se aprueban los proyectos, se intenta su aplicación, pero pronto todo vuelve a ser lo que era antes. Nuestra vida es tal, que un niño apenas puede correr un poco y distinguir otro tanto del mundo que le rodea, ya debe ganarse la vida como un adulto; las zonas en que por razones económicas debemos vivir dispersos son demasiados extensas, nuestros enemigos son demasiados, los peligros que nos acechan por todos lados, incalculables; no podemos aleja a los niños de la lucha por la existencia, hacerlo significaría para ellos una muerte prematura. A estas melancólicas consideraciones se agrega otra que no es nada melancólica: la fecundidad de nuestra raza. Una generación ?y cada una es más numerosa aún que la anterior? es inmediatamente desplazada por la siguiente; los niños no tiene tiempo de ser niños. Otros pueblos pueden criar cuidadosamente a sus niños, pueden edificar escuelas para esos niños, y de esas escuelas surgen diariamente torrentes de niños, el futuro de la raza, pero durante mucho tiempo de niños, el futuro de la raza, pero durante mucho tiempo esos niños que día tras día salen de las escuelas son los mismos. Nosotros no tenemos escuelas, pero de nuestro pueblo surgen a brevísimos intervalos innumerables multitudes de niños, alegremente balbuceando o meando, porque todavía no saben chillar, rodando o gateando impulsados por el ímpetu general, porque todavía no saben correr, llevándose torpemente todo por delante, porque todavía no pueden ver, ¡nuestros niños! Y no como los niños, ya no es más niño, porque se apiñan detrás de él los nuevos rostros de niños, imposibles de diferenciar a causa de su cantidad y su premura, rosados de felicidad. Verdaderamente, por más hermosa que sea esa abundancia, y por más que nos la envidien los demás, con razón, no podemos de ningún modo proporcionar a nuestros niños una verdadera infancia. Y esto trae consecuencias. Una especie de inagotable e inarraigable infancia caracteriza a nuestro pueblo; en oposición directa con lo mejor que tenemos, nuestro infalible sentido común, nos conducimos muchas veces de la manera más insensata, y justamente con la misma insensatez de los niños, localmente, pródigamente, grandiosamente, frívolamente, y todo por el placer de alguna diversión trivial. Y aunque nuestra alegría naturalmente ya no puede alcanzar la intensidad de la alegría infantil, algo de ésta sin duda sobrevine. Y también Josefina ha sabido aprovechar desde el primer momento esta puerilidad de nuestro pueblo.

Pero nuestro pueblo no sólo es pueril, en cierto sentido también es prematuramente senil, la niñez y la vejez no son en nosotros como en los demás. No tenemos juventud, somos inmediatamente adultos, y luego somos adultos demasiado tiempo, y cierto cansancio y cierta desesperanza originados por esa circunstancia nos marca con señales visibles, a pesar de la resistencia y la capacidad de esperanza que nos caracterizan. Esto también se relaciona seguramente con nuestra amusicalidad, somos demasiado viejos para la música, sus emociones, sus éxtasis no concuerdan con nuestra pesadez; cansados, la desdeñamos; nos conformamos con nuestro chillido; un chillido de vez en cuando nos basta. Quien sabe si no habrá carácter de nuestras gentes los anularía antes de que comenzaran a desarrollarse. En cambio, Josefina puede llamarlo, no nos molesta, nos cae bien, podemos soportarlo perfectamente; si alguna traza de música hay en su canto, está reducida a su mínima expresión; así conservamos cierta tradición musical, sin molestarnos en lo más mínimo.

Pero Josefina representa algo más para este pueblo tan definido. En sus conciertos, sobre todo durante las épocas difíciles, sólo los que son muy jóvenes se interesan por la cantante como tal, sólo ellos la miran con asombro, miran cómo echa hacia afuera los labios, cómo expele el aire entre sus bonitos dientes delanteros, y cómo desfallece de pura admiración ante los sonidos que ella misma emite, y aprovecha esos desfallecimientos para elevarse hacia nuevas y cada vez más increíbles perfecciones; pero la verdadera masa del pueblo ?es fácil advertirlo? se recoge en los propios pensamientos. Aquí, en los breves intervalos entre las luchas, el pueblo sueña; como si los miembros de cada individuo se distendieran, como si por una vez el sufriente pudiera tenderse y reposar en el vasto y cálido lecho del pueblo. Y en medio de esos sueños resuena intermitente el chillido de Josefina; ella lo llama canto perlado, nosotros tartamudeo; pero de todos modos, éste es su lugar apropiado, más que en cualquier otra parte; casi nunca encontrará la música momento más adecuado. Algo hay allí de nuestra pobre y breve infancia, algo de una dicha perdida que no puede volver a encontrarse, pero también algo de nuestra vida activa cotidiana, de sus pequeñas alegrías, incomprensibles y sin embargo incontenibles e imposibles de obliterar. Y todo esto expresado no mediante sonidos rotundos, sino suaves, murmurantes, confidenciales, a veces un poco roncos. Naturalmente, son chillidos ¿Por qué no? El chillido es el habla de nuestro pueblo, sólo que muchos chillan toda la vida y no lo saben, pero aquí el chillido se libera de los grilletes de la vida cotidiana y al mismo tiempo nos libera a nosotros, durante un breve instante. Juro que no quisiéramos faltar a estos conciertos.

Pero de aquí a la pretensión de Josefina, que de ese modo nos infunde nuevas fuerzas y etcétera y etcétera, hay un buen trecho. Por lo menos para las personas normales, no para sus aduladores.

?¿Cómo podría ser de otro modo??dicen con la más descarada arrogancia?, ¿cómo se podría explicar si no esas enormes concurrencias, especialmente en momentos de peligro directo e inminente, que muchas veces hasta han llegado a entorpecer las medidas requeridas para alejar a tiempo dicho peligro?

Ahora bien, esto último es lamentablemente cierto, pero no debería contarse como uno de los títulos de honor de Josefina, especialmente si se considera que cuando el enemigo sorprendía y diseminaba dichas asambleas, y muchos de los nuestros perdían la vida, Josefina, la culpable de todo, sí, que tal vez había atraído al enemigo con sus chillidos, siempre aparecía escondida en el rincón más seguro, y era siempre la primera en escapar silenciosa y velozmente, protegida por su escolta. Sin embargo, en el fondo, todos lo saben, y no obstante acuden apresuradamente dónde y cuándo se le ocurre a Josefina volver a cantar. De aquí se podría deducir que Josefina está prácticamente más allá de la ley, que puede hacer todo lo que se le ocurre, aun cuando entrañe un peligro para la comunidad, y que todo se le perdona. Si así fuera, las pretensiones de Josefina serían entonces perfectamente comprensibles, si, en esa libertad que el pueblo le permite, en esa exención que a nadie más se concede y que va esencialmente contra la ley, uno podría ver un reconocimiento de la incomprensión que Josefina aduce, como si la gente se maravillara impotente ante su arte, no se sintiera digna de él, y tratara de compensar la tristeza que dicha incomprensión provoca en Josefina mediante un sacrificio verdaderamente desesperado , y decidiera que así como el arte de ella está más allá de su entendimiento, así también su persona y sus deseos están más allá de su jurisdicción. Ahora bien, esto es absolutamente falso; tal vez el pueblo, individualmente, se rinde demasiado pronto ante Josefina, pero en conjunto, así como no se rinde incondicionalmente ante nadie, tampoco se rinde ante Josefina.

Desde hace mucho tiempo, tal vez desde el comienzo de su carrera artística, Josefina lucha por obtener la exención de todo trabajo, en consideración a su canto; se le evitarían así las preocupaciones relativas al pan cotidiano, y todo lo que nuestra lucha por la existencia implica, para transferirlo ?aparentemente? a la comunidad. Un fácil entusiasta ?y alguno hubo entre nosotros? podría meramente deducir de lo insólito de esta petición, y de la actitud espiritual que semejante petición implica, la íntima justicia de la misma. Pero nuestro pueblo deduce otras conclusiones, y declina tranquilamente la exigencia. Ni tampoco se preocupa demasiado por refutar sus implicaciones básicas. Josefina aduce, por ejemplo, que el esfuerzo del trabajo daña su voz, que en realidad el esfuerzo del trabajo no es nada al lado del esfuerzo de cantar, pero que le impide descansar suficientemente después del canto y recuperar fuerzas para nuevas canciones, y por lo tanto se ve obligada a agotarse completamente, y en esas condiciones no puede alcanzar nunca la cima de sus posibilidades. La gente la escucha y no le hace caso. Esta gente, tan fácil de conmover a veces, otras veces no se deja conmover por nada. La negativa es en ciertas ocasiones tan neta, que hasta Josefina se amilana, parece someterse, trabaja como es debido, canta lo mejor que puede, pero sólo durante un tiempo, y luego reanuda el ataque con nuevas fuerzas (porque en este sentido sus fuerzas son inagotables).

Ahora bien, es evidente que Josefina no pretende en realidad lo que dice pretender. Es razonable, no elude el trabajo; de todos modos entre nosotros la holgazanería es desconocida, y además si le concedieran lo que pide seguramente seguiría viviendo como antes, el trabajo no sería un obstáculo para el canto, y después de todo, su canto no mejoraría gran cosa; en realidad lo que ella pretende es simplemente un reconocimiento público, franco, permanente y superior a todo lo conocido hasta ahora, de su arte. Pero aunque casi todo lo demás parece a su alcance, este reconocimiento la elude persistentemente. Quizá debió dirigir su ataque desde el primer momento en otra dirección, quizás ella misma se de cuenta ahora de su error, pero ya no puede echarse atrás, porque echarse atrás significaría traicionarse a sí misma; ahora tiene que resignarse a vencer o morir.

Si realmente tuviera enemigos, como dice, podría divertirse mucho con el simple espectáculo de esta lucha, sin mover un dedo. Pero no tiene ningún enemigo, y aunque aquí y allá no haya faltado nunca quien la criticara, esta lucha no divierte a nadie. Justamente porque en este caso nuestro pueblo adopta una actitud fría y aunque aquí y allá no haya faltado nunca quien la criticara, esta lucha no divierte a nadie. Justamente porque en este caso nuestro pueblo adopta una actitud fría y judicial, lo que muy raramente ocurre entre nosotros; y aunque uno apruebe dicha actitud, la simple idea de que alguna vez el pueblo pueda adoptarla con nosotros, destruye toda alegría. Lo importante, ya en el rechazo como en la petición, no es la cuestión en sí, sino el hecho de que el pueblo sea capaz de oponerse tan implacablemente a un camarada, y tanto más implacablemente cuanto más paternalmente lo protege en otros sentidos; y aun más que paternalmente: servilmente.

Supongamos que en vez del pueblo se tratara de un individuo; se podría creer que este individuo fue cediendo ante la voluntad de Josefina, sin cesar de alimentar un ardiente deseo de poner fin algún día a su sumisión; que se sacrificó sobrehumanamente porque creyó que a pesar de todo habría un límite para su capacidad de sacrificio: sí, se sacrificó más de lo necesario, sólo para acelerar el proceso, sólo para ser más que Josefina e incitarla a deseos siempre renovados, hasta obligarla a sobrepasar todo límite con esa última exigencia; y oponer finalmente su negativa, lacónica, porque hacía mucho que estaba preparada. Ahora bien, la situación no es ésta en absoluto, el pueblo no necesita de esas astucias, además su respeto hacia Josefina es genuino y comprobado, y la exigencia de Josefina es de todos modos tan exagerada que una simple criatura le hubiera predicho el resultado; sin embargo, dada la idea que Josefina se ha formado del asunto, podía ocurrir que también interviniera estas consideraciones, para agregar una amargura más al dolor de la negativa. Pero sean cuales fueren sus consideraciones, no le impiden proseguir la lucha. Esta lucha ha llegado a intensificarse en los últimos tiempos; hasta ahora ha sido sólo verbal, pero ya empieza a emplear otros medios, para ella más eficaces, pero en nuestra opinión, más peligrosos.

Muchos creen que Josefina apremia su insistencia porque se siente envejecer, porque su voz se debilita, y por lo tanto le parece que llegó el momento de librar la última batalla y lograr el reconocimiento. Yo no lo creo. Josefina no sería Josefina, si esto fuera cierto. Para ella no existe ni vejez ni debilitamiento de la voz. Si algo exige, no lo exige impelida por circunstancias exteriores, sino obligada por una lógica interna. Aspira a la más alta corona, no porque momentáneamente parezca menos accesible, sino porque es la más alta; si dependiera de ella, querría una más alta todavía.

Este desdén hacia las dificultades eternas no le impide de todos modos utilizar los métodos más ruines. Para ella, su derecho es inapelable; entonces, ¿Qué importa cómo lo impone? Sobre todo porque en este mundo, tal como ella lo ve, los métodos lícitos están destinados al fracaso. Quizá por eso ha trasladado la lucha por sus derechos del campo de la música a otro campo que no la interesa tanto. Sus partidarios han hecho saber de su parte que ella se considera absolutamente capaz de cantar de tal modo que importe un verdadero placer a todo el mundo, cualquiera que sea su nivel social, hasta la más remota oposición; un verdadero placer no en el sentido de la gente, que declara haber experimentado siempre placer ante el canto de Josefina, sino un placer en el sentido que Josefina desea. No obstante, agrega ella, como no pueda falsificar lo elevado ni halagar lo vulgar, se de obligada a seguir siendo tal como es. Pero en lo que se refiere a su campaña de liberación del trabajo, el asunto cambia; claro que es una campaña de liberación del trabajo, en asunto cambia; claro que es una campaña a favor de la música, precosa de su voz, cualquier medio es por lo tanto válido. Así se ha difundido por ejemplo el rumor de que si no aceptan su exigencia, Josefina está decidida a abreviar las partes de coloratura. Yo no sé nada de coloraturas, y no he advertido la menor coloratura de su cantos. No obstante, Josefina amenaza con abreviar las coloraturas, no suprimirlas por ahora, sino simplemente abreviarlas. Es posible que haya cumplido su amenaza, pero por lo menos para mí no se advierte la menor diferencia en su canto. El pueblo en su totalidad la ha escuchado como de costumbre, sin hacer ninguna referencia a las coloraturas, y tampoco ha cambiado su actitud ante la exigencia de Josefina. Sin embargo, es indudable que la mentalidad de Josefina, como su figura, es a menudo de una gracia exquisita. Es así por ejemplo que después de aquel concierto, como si su decisión sobre la coloraturas hubiera sido demasiado severa o demasiado apresurada para el pueblo, anunció que en el concierto siguiente volvería a cantar completas todas las partes de coloratura. Pero después del concierto siguiente volvió a cambiar de idea, suprimiría definitivamente las grandes arias de coloratura, y hasta que no se decidiera favorablemente su pleito, no volvería a cantarlas. Ahora bien, la gente oyó todos esos anuncios, decisiones y contradecisiones sin darle la menor importancia, como un adulto meditabundo que cierra sus oídos ante la cháchara de una criatura, fundamentalmente bien intencionado, pero inaccesible.

De todos modos, Josefina no se amilana. Es así que hace poco pretendió haberse lastimado un pie mientras trabajaba, lo que le imposibilitaba cantar de pie; como no podía cantar sino de pie, se vería obligada a abreviar sus canciones. Aunque renquea y necesita el apoyo de sus partidarios, nadie cree que se haya lastimado realmente. Aun admitiendo la extraordinaria delicadeza de su cuerpecito, no dejamos de ser un pueblo de obreros, y Josefina pertenece a ese pueblo; si cada vez que nos hiciéramos un rasguño renqueáramos, el pueblo entero renquearía incesantemente. Pero aunque se hace transportar como una inválida, aunque se muestra en público en este patético estado más de lo habitual, la gente escucha sus conciertos tan agradecida y tan encantada como antes, pero no se preocupa mucho porque hay abreviado las canciones.

Como no puede seguir renqueando eternamente, imagina otra cosa, alega cansancio, mal humor, debilidad. Al concierto se agrega ahora el teatro. Vemos a los partidarios de Josefina, que la siguen y le suplican y le imploran que cante. Ella quisiera complacerles, pero no puede. La consuelan, la adulan, casi la llevan en andas hasta el lugar previamente elegido donde se supone que ha de cantar. no puede. La consuelan, la adulan, casi la llevan en andas hasta el lugar previamente elegido d Finalmente, prorrumpiendo en lágrimas inexplicables, ella cede, pero cuando evidentemente exhausta se dispone a cantar, fatigada, con los brazos no ya extendidos como antaño, sino fláccidos y caídos junto al cuerpo, lo que produce la impresión de que quizá sean un poco cortos; justo cuando va a empezar, no, es realmente imposible, un movimiento desganado de la cabeza nos lo anuncia, y se desmaya ante nuestros ojos. Después, a pesar de todo, se repone y canta, a mi entender más o menos como de costumbre; quizá, si uno tiene oído para los más finos matices de la expresión, descubre un poco más de sentimiento que de costumbre, lo que es de agradecer. Y al terminar está menos cansada que antes, y con firme andar, si uno se atreve a designar así sus pasitos, se aleja rechazando la ayuda de sus admiradores, y contemplando como helados ojos a la multitud que le abre paso respetuosamente.

Así ocurría hace unos días; pero la última novedad es otra; en el momento en que debía iniciar un concierto, desapareció. No sólo la buscan sus partidarios, muchos otros comparten la búsqueda, pero es inútil; Josefina ha desaparecido, no cantará, ni siquiera habrá que adularla para que cante, esta vez nos ha abandonado completamente.

Es extraño lo mal que calcula esa astuta, tan mal que uno pensaría que no calcula nada, y que sólo se deja llevar por su destino, Ella misma abandona el canto, ella misma hace trizas el poder que ha llegado a tener sobre todos los corazones ¿Cómo pudo obtener ese poder, si tan mal conoce esos corazones? Se oculta y no canta, pero el pueblo, tranquilo, sin decepción visible, señoril, una masa en perfecto equilibrio, constituida de tal modo que, aunque las apariencias lo nieguen, sólo puede dar y nunca recibir, ni siquiera de Josefina, ese pueblo sigue su camino.

Pero el camino de Josefina declina. Pronto llegará el momento en que su último chillido suene y se apague para siempre. Ella es apenas un pequeño episodio en la eterna historia de nuestro pueblo, y este pueblo superará su pérdida. Para nosotros no será fácil; ¿cómo haremos para reunirnos en completo silencio? En la realidad, ¿no era nuestras reuniones también silenciosas cuando estaba Josefina? ¿Era, después de todo, su chillido notoriamente más fuerte y más vivo que lo que será en el recuerdo? ¿Era acaso en vida de Josefina algo más que un mero recuerdo? ¿No habrá sido quizá porque en algún sentido era inmortal, que la sabiduría del pueblo apreció tanto el canto de Josefina?

Quizá nosotros no perdamos demasiado, después de todo; mientras tanto, Josefina, libre ya de los afanes terrenos, que según ella están sin embargo destinados a los elegidos, se aleja jubilosamente en medio de la multitud innumerable de los héroes de nuestro pueblo, para entra muy pronto como todo sus hermanos, ya que desdeñamos la historia, en la exaltada redención del olvido.

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viernes, marzo 02, 2007

Presentan unipersonal inspirada en cuento de Kafka

Lima, feb. 23 (ANDINA).- Un simio, luego de algunas experiencias, se convierte en ser humano. Con este delirante argumento, el cuento Informe para una academia de Franz Kafka describía los problemas de adaptación de los judíos en la Europa de comienzos del siglo XX. Noventa años más tarde, esta historia es la base de un unipersonal representado por el argentino Diego Starosta.

El artista rioplatense recuerda que llegó a este texto de una manera fortuita. ?Un maestro que tenía me dijo que resultaría ideal que yo trabajara ese texto de Kafka.? Hubiera quedado en un simple comentario, pero a Starosta le terminó gustando la idea.

Tras darle vueltas al asunto, escenificó el cuento en 1998 adaptándolo para un unipersonal. Desde ese día ha recorrido diversos países dando vida a tan peculiar historia. Esta noche se presenta en el centro cultural de la PUCP.

No obstante que este espectáculo es la faceta más conocida de Starosta, el artista también se dedica a la enseñanza e investigación de las artes escénicas. Ha seguido talleres tan variados que van desde la danza clásica india hasta clases con el francés Jacques Lecocq.

Este lado lo explota a través de su grupo teatral independiente Muererío. Su visita la aprovechará para dictar dos seminarios sobre su técnica actoral, la próxima semana.

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sábado, febrero 24, 2007

Kafka, el primer kafkiano, en el afán de quemarlo todo

Reproducimos la reseña biográfica de Kafka de Alberto Rodríguez Barrera publicada recientemente en la web venezonala analitica.com

Viernes, 23 de febrero de 2007

Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883, hijo de un próspero comerciante. Debido a que su familia estaba entre la minoría que hablaba alemán, Kafka hizo su primeros grados en la escuela Volkschule; la secundaria fue en el Gimnasio Alemán; en 1906 obtuvo su doctorado en Jurisprudencia de la Universidad Karl-Ferdinand, también en Praga.

En 1902 conoció a Max Brod, editor, crítico y novelista, quien lo introdujo en los círculos literarios de Praga. Comenzó a trabajar en una firma italiana de seguros en 1907, pero en julio del siguiente año ingresó al semigubernamental Buró de Seguros de Accidentes de los Trabajadores, donde permanecería hasta su retiro en 1922.

Fue en 1909 cuando la carrera literaria de Kafka comenzó a tomar forma, ya que en ese año fue aceptado un cuento suyo en un periódico de Praga, y también comenzó a leerle a Brod los primeros capítulos de una novela que quedaría inconclusa, "Preparaciones de Matrimonio en el Campo". En 1910 empezó a escribir sus diarios y desarrolló interés en el teatro yiddish, haciéndose amigo del actor Itzhak Lowy; ese contacto es reconocible en el episodio del perro músico en "Investigaciones de un Perro", historia que a cierto nivel puede leerse como biografía alegórica.

Brod y Kafka planearon colaborar en una novela que se titularía "Richard y Samuel", pero sólo se publicó un primer capítulo, aparentemente debido a que Kafka conoció a Felice Bauer, una secretaria berlinesa con quien iba a comprometerse dos veces, en 1914 y 1917, pero no llegaron al matrimonio. Y en ese otoño comenzó a escribir "América" y "Metamorfosis". Visitó a Felice al año siguiente en Berlín.

El inicio de la guerra en 1914 impidió la intención de Kafka de hacerse periodista. En septiembre le leyó a Brod el primer capítulo de "El Juicio", y en diciembre terminó el primer borrador de "En el Asentamiento Penal".

En 1917 se confirmó que Kafka tenía tuberculosis, enfermedad que ya se había asomado en 1913. De ahí en adelanta nunca pudo confiar en su salud, aunque estaba lo suficientemente apto para visitar a su hermana en Zurav, donde vio por primera vez el paisaje que utilizaría como trasfondo en "El Castillo".

A su regreso a Praga en 1918 conoció a Julie Wohrisek, quien aceptó casarse con él en 1919. En este año aparecieron "Un Doctor de Campo" y "En el Asentamiento Penal", pero el compromiso con Julie no prosperó y terminaron en 1920, el año en que Kafka se enamoró de su traductora checa, Milena Jesenska. La enfermedad se apoderó de él y mientras estaba en un sanatorio (1920-21), le dijo a Brod que deseaba que toda su obra fuera destruida después de su muerte. No obstante, en 1922, le leyó a Brod el primer capítulo de "El Castillo".

Se retiró del trabajo en la compañía de seguros en 1922 y al año siguiente decidió vivir en Berlín con una estudiante hebrea polaca, Dora Dymant. Varias historias, escritas durante el tiempo que pasó con ella, fueron subsiguientemente destruidas. En la primavera de 1924 Kafka estaba en avanzado estado de tuberculosis laríngea. Su doctor le prohibió hablar y fue reducido a comunicarse por notas. Una de ellas decía: "Ofrecer a menudo vino a la enfermera"; y otra, escrita después que se le negó una inyección de morfina: "Mátame, o si no eres un asesino". Murió el 3 de junio de 1924 y fue enterrado el 11 de junio en el Cementerio Judío de Praga.

La historia de los manuscritos de Kafka ?que aquí resumimos- exige alguna explicación, aunque no entraremos a fondo en las complejidades bibliográficas que Kafka parece siempre generar.

Su última nota a Max Brod, su ejecutor literario, colocó a Brod en un predicamento agonizante. Hubo de hecho dos notas: el último párrafo de la primera nota ejemplifica el problema:

"Pero todo lo demás mío que existe (sea en periódicos, en manuscritos o cartas), todo sin excepción en cuanto se pueda descubrir u obtener de las direcciones por solicitud (tú mismo conoces la mayoría de ellas, es principalmente... Y pase lo que pase no olvides el par de cuadernos de notas en manos de...), todas esas cosas sin excepción y preferiblemente no leídas (no te prohibiré que tú las leas, aunque preferiría que no lo hicieras y en todo caso nadie más debe hacerlo), todas estas cosas sin excepción deben ser quemadas, y te ruego que hagas esto tan pronto como sea posible."

Esta vacilación, la ambigüedad, la calificación, las insinuaciones, las instrucciones específicas sobre donde encontrar el material, todo es reconociblemente la esencia de Kafka. Con igual claridad, el párrafo de ninguna manera es obra de un hombre determinado a que sus manuscritos deban ser destruidos. Brod, afortunadamente, no logró obedecer esta inimitable y tentativa petición, y expuso sus razones en un proscripto a su edición de "El Juicio". Fundamental entre ellas fue su recuerdo de una conversación sucedida tres años antes de la muerte de Kafka. Kafka había hablado de su intención, y Brod le replicó: "Si tú realmente me crees capaz de tal cosa, déjame decirte aquí y ahora que yo no llevaré a efecto tus deseos."

Brod, en efecto, dedicó su vida a la preservación, recuperación y transcripción de los escritos de Kafka, pero aún con toda su devoción se sabe que mucho se ha perdido. De los tempranos escritos de Kafka, incluyendo el proyecto de una novela, nada sobrevive. En marzo de 1912 Kafka registró en su diario que había "quemado muchos papeles repugnantes". Otra entrada del 15 de agosto de 1921 registra que le había dado todos sus diarios a Milena Jesenska, y en una entrada de 1922 menciona haber lanzado un montón de papeles al fuego. Dora Dymant quemó alrededor de veinte cuadernos de notas mientras Kafka miraba desde su cama. Las cartas de Kafka a Dora están perdidas, y hay grandes vacíos en sus diarios. En el alojamiento de Kafka después de su muerte encontró Brod las cubiertas de diez largos cuadernos de notas de un cuarto: los contenidos habían sido completamente destruidos, así como habían sido quemados también una cantidad de blocs y libretas. Otra cantidad desconocida de los escritos de Kafka fue confiscada por la Gestapo, y se presume igualmente destruida.

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lunes, febrero 19, 2007

Bohumil hrabal y las palomas

Este gran escritor checo fue capaz de reducir como nadie al absurdo la existencia cotidiana

artículo publicado el 19/02/2007 en La Voz de Asturias
FULGENCIO Argüelles (escritor)

El pasado 3 de febrero se cumplieron diez años de la muerte del más grande de los escritores checos desde Franz Kafka: Bohumil Hrabal. Tenía 82 años y se encontraba ingresado, desde hacía dos meses, en un hospital de Praga, peleando contra una artritis crónica.


Creo que fue en el año 92 cuando descubrí la obra de Hrabal. Me interesó al instante porque, tanto sus historias como su forma de narrar, me parecieron singulares. Aquel escritor, para mí hasta entonces desconocido, buscaba de manera sorprendente y pertinaz recónditas veredas intransitables (salvo para avezados arrieros) donde pisotear las zarzas de lo previsible, descolocar las piedras de lo políticamente correcto, alborotar las aguas turbias de la experiencia humana y dejar, en los muros movedizos de los refugios de la historia, las señales imborrables de una literatura de encuentros y desencuentros, de flujos y reflujos, de ruidos e insomnios, de soledades ruidosas y barrios amordazados, una literatura tan oral y tan viva y tan directa y tan cierta como aquella que, al calor de los leños de las emociones, nos transmitieron un día nuestras abuelas de los mandiles con olor a leche y a luna. Una vereda, en fin, para los asombros.

No he descubierto otro autor que acertara tanto con los títulos de sus obras como Hrabal. Son como jirones poéticos que te atrapan sin remisión para toda la vida: Trenes rigurosamente vigilados (donde un aprendiz de ferroviario en la II Guerra Mundial se enamora y comienza a cometer sabotajes en la estación), Yo que he servido al rey de Inglaterra (donde un aprendiz, esta vez de camarero, ambiciona el éxito y el reconocimiento social), Una soledad demasiado ruidosa (donde un obrero aprende a amar los libros antes de destruirlos), Anuncio de una casa donde yo no quiero vivir (donde se expresa el deseo de vivir en una casa donde quepan la ironía, el amor y la esperanza y donde no haya cabida para el dogmatismo) o Lecciones de baile para mayores (donde un anciano zapatero cuenta su vida a una joven que toma el sol en la playa).

Títulos, en fin (escribió 60 libros), para un mundo triste descrito con ironía y ternura. Monike Zgustova escribió la biografía del escritor nacido en la ciudad morava de Brno, que nombró (para ser fiel a la agudeza del autor a la hora de los títulos), Los frutos amargos del jardín de las delicias . Muchas de sus obras fueron llevadas con éxito al cine.

Kundera (también nacido en Brno, aunque no atrapado por la Praga de Kafka y Hrabal, sino reconvertido, por imposición política, al francés) dijo de él: "Ha alcanzado el increíble matrimonio entre la imaginación barroca y el amor plebeyo". Bohumil Hrabal vivió en Praga, su ciudad literaria, atrapado entre lo rutinario y lo poético, entre lo mediocre y lo carnavalesco, desmenuzando su existencia para conducirla hasta los límites del vacío.

Situó el centro del mundo en la taberna El Tigre Dorado, donde bebiendo cerveza, en medio de las conversaciones de la gente, él podía estar en silencio, melancólico, soñador, confirmando así la inmersión de su alma en la soledad que él llamaba ruidosa. De esa taberna no pudo sacarle Heinrich Böll, que llegó a Praga para hacer de él un abanderado de las quejas, críticas y descontentos de los escritores checos. "Quien quiera peces que se moje el culo --le dijo al Nobel alemán--, yo todas las protestas las elevo contra mí mismo por no haber escrito una verdadera novela". "Para tener el fuego --continuó diciéndole-- y poder regalárselo a los hombres, Prometeo tuvo que robar la llama ante las mismas narices de los dioses". Y concluyó la conversación diciéndole: "En cuanto a mí, no me voy a quejar".


EN EL mundo de Hrabal, como en el de Kafka, existen las leyes, menores o supremas, y sus personajes no las ignoran, pero inventan atajos, descubren caminos o idean fórmulas para excluirlas. Las palomas mensajeras, que llenas de gracia como un grupo de niñas, emocionaban y acompañaban por los andenes al jefe de la estación de los Trenes rigurosamente vigilados , fueron las mismas que se aproximaron a la ventana del hospital de Praga, donde Bohumil Hrabal recordaba tal vez los versos del Séneca que tanto admiraba, para, en medio de su ruidosa soledad sin dioses, llevarle el último mensaje de sus ángeles caídos.

El abrió la ventana con artrítico esfuerzo, se subió a ella como quien asciende hasta el secreto tras el cual empieza el reino de la luz, alargó su mano con la comida y las palomas lo llevaron en un vuelo imposible, contradictorio, hasta el mundo definitivo de los asombros, donde sus personajes, débiles, marginales, cotidianos, puros, lo esperarían sin duda para recordarle que la belleza del alma está en sus cicatrices.

Hace diez años que este gran escritor de Checoslovaquia y del mundo, que fue capaz como nadie de reducir al absurdo la existencia cotidiana, murió, al caerse de la ventana de un quinto piso en el hospital de Praga, por dar de comer a las palomas.

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lunes, febrero 12, 2007

Resoluciones

Franz Kafka (1913 - Contemplación)


Emerger de un estado de melancolía debiera ser fácil, aun a fuerza de pura voluntad. Trato de levantarme de la silla, rodeo la mesa, pongo en movimiento la cabeza y el cabello, hago fulgurar mis ojos, distiendo los músculos en torno. Desafiando mis propios deseos, saludo con entusiasmo a A. Cuando viene a visitarme, tolero amablemente a B. en mi habitación, y a pesar del sufrimiento y el cansancio, trago a grandes bocanadas todo lo que dice C.
Pero a pesar de todo, con un simple desliz que no hubiera podido evitar, destruyo toda mi labor, lo fácil y lo difícil, y me veo preso nuevamente en el mismo círculo anterior.
Por lo tanto, tal vez sea mejor soportarlo todo, pasivamente, comportarse como una mera masa pesada, y si uno se siente arrastrado, no dejarse inducir al menor paso innecesario, mirar a los demás con la mirada de un animal, no sentir ningún arrepentimiento, en fin, ahogar con una sola mano el fantasma de vida que aún subsista, es decir, aumentar en lo posible la postrera calma sepulcral, y no dejar subsistir nada más.
Un movimiento característico de este estado, consiste en pasarse el dedo meñique por las cejas.

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domingo, febrero 04, 2007

Frase de Kafka: el punto de no retorno

A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar. (Franz Kafka)

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martes, enero 16, 2007

Escribir es respirar

Para mí escribir es como respirar.



Franz Kafka

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viernes, enero 12, 2007

LOS ÁRBOLES

En verdad somos como troncos de árboles en la nieve. En apariencia sólo apoyados en la superficie, y factibles de ser desplazados con un pequeño empujón. No, es imposible, estamos firmemente unidos a la tierra. Pero cuidado, también esto es pura apariencia.



Franz Kafka
Contemplación (1912)
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lunes, enero 08, 2007

El artista de lo absurdo en lo cotidiano

Por Liliana Viola (extracto de Página /12 - 10 de Septiembre de 2005)


Cuentan que Kafka, poco antes de morir, le dijo a su médico: ?Máteme, si no es usted un asesino? y que luego agregó: ?No se vaya?. Cuando el pobre médico le respondió ?Yo no me voy?. Kafka entonces le dijo: ?Pero yo me voy?. Quienes lo conocieron divulgaron muchas situaciones como ésta. Fueron sus biógrafos los que obligaron a asumir que la vida de Kafka se superpuso a la obra. También su Diario, su Carta al padre, la correspondencia con sus tristes novias, su clásica foto donde las orejas amenazan con adelantarse a su perplejidad. El destino de Kafka, afirmaba Borges, fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Y tal vez ésta sea la situación más kafkiana de todas: ya no se puede olvidar de una hipótesis tan improbable como asfixiante. Y en el principio hay una encrucijada: Kafka nació el 3 de julio de 1883 en una Praga habitada por tres grupos incompatibles: judíos, checos y herederos de la aristocracia austríaca alemana. Hizo sus estudios en alemán pero decidió aprender a hablar en checo, dos lenguas opuestas que ni siquiera admitían traducción. ¿Era alemán, checoslovaco o judío? ¿Tenía que escribir sus libros en checo o en alemán? El mismo admitió: ?Viví entre tres imposibilidades: la imposibilidad de no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir en otro idioma, la de escribir. Era una literatura imposible por todos sus costados?. Esta convicción de la imposibilidad es la que lo llevó a asumir cada escollo como parte de un legado y también de una narración. ?Este ser de otra raza, de otra configuración psíquica y onírica, observador distante y de ojos de microscopio fue el judío checo que escribió en alemán y pensó en hebreo?, lo definía por estas tierras Ezequiel Martínez Estrada.

Un clásico contemporáneo
Kafka no era un hombre vencido; en todo caso, tenía la determinación de cumplir con todo, a la altura de la perfección. Tal vez esta es la razón por la cual nunca se consideró lo suficientemente apto para contraer matrimonio ni para editar los manuscritos que iba sumando por las noches. Publicó muy poco y en su testamento pidió el fuego para casi todo. Más que obedecer a un mandato paterno o burocrático, se había sometido a sus propias certezas. Por eso, sus diarios, sus cartas y sus famosas listas sobre temas íntimos son obras maestras de afligido circunloquio no sólo con respecto a los otros, sino sobre todo a él mismo. El 18 de julio de 1906, por cumplir con él y con su padre, se recibió de doctor en jurisprudencia. Abrazó el título junto con dos determinaciones: no ejercer jamás como abogado y no recibir desde ese día, un peso más de su familia. Se concebía como escritor pero pensaba que vivir de la creación literaria era una forma de envilecerla. La ocupación y el arte debían permanecer completamente separados del resto. Después de dos años de penurias, consiguió el resto: un empleo en un instituto de seguros contra accidentes de trabajo. Fragmentos enteros de sus obras, así nos vemos obligados a pensar, deben su atmósfera a este instituto: no sólo el Gregorio Samsa de La Metamorfosis, sino el adolescente de El fogonero, los pacientes de Un médico rural, por nombrar algunos.
La obra y la sensibilidad de Kafka son a nuestra época, ha dicho W.H Auden, lo que Shakespeare y Dante a las suyas. Y a la distancia, en estos cuentos, se ve claramente el existencialismo de Sartre, la angustia del hombre moderno ante el poder omnipotente. Los jeroglíficos de Kafka han sido leídos también como premonición de la prepotencia racista y el horror nazi que llegó más de diez años después de su muerte. La radiografía de la burocracia autoritaria aparece denunciada en sus obras, así como la mágica elaboración de un lenguaje actual, definitivo adiós a la lógica literaria del siglo XIX. Kafka trae consigo el silencio como respuesta a los enigmas contemporáneos. No es el Canto de las Sirenas, afirma en su fábula, sino el estarse calladas, lo que lleva la verdadera carga de iluminación y amenaza. La única respuesta correcta no está en el habla sino en lo que no se dice. Y eso es lo que Kafka logra siempre: dejar al lector encerrado con sus personajes, sus situaciones y sobre todo con el silencio. Con la deliberada renuencia a develar qué le pasa exactamente a Samsa, cuál es la Ley ante la cual esperamos, qué es lo que hace imposible vivir, por qué clase de cantores los pueblos se dejan masacrar. Su literatura, en suma, contiene la de los escritores que vinieron y determina una lectura kafkiana del resto. Borges, uno de los principales introductores de este autor en la biblioteca argentina, consideraba a Kafka como el gran escritor clásico del siglo XX. Y tal vez así sea. Literalmente así. Y entonces Kafka no vivió tan atormentado como quisimos pensar, sino que fue el siglo que apareció en sus relatos y durante el cual lo leímos, lo que nos llevó a pensar de esta manera. En el centro de un mundo extraño, las parábolas de Kafka dejan fluir el recuerdo de una vieja esperanza de redención. A la distancia, alguien puede recordar en sus obras al dios ausente de la vida moderna, que de existir podría venir y salvar a los personajes de todos estos relatos, salvar a Kafka de los numerosos callejones sin salida que cruzaron su vida. Y dejar al lector solo en este mundo.

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viernes, enero 05, 2007

El maestro del pueblo

Las gentes a las que yo pertenezco, las que incluso encuentran repulsivo un topo corriente, hubieran muerto con seguridad de repugnancia si hubieran visto el gigantesco topo que hace algunos años fue visto en las cercanías de un pequeño pueblo, que adquirió pronto efímera fama.



Pero ciertamente hace ya tiempo que ha vuelto a caer en el olvido y con ello se ve la falla de todo el suceso, que quedó completamente inexplicado, ya que no se hizo ningún esfuerzo serio para aclararlo; y que a consecuencia de un incomprensible descuido de aquellos círculos que se tenían que haber ocupado y que efectivamente se preocupan de cosas de menor importancia, quedó olvidada, sin un examen más minucioso. El hecho de que el pueblo se encuentre lejos del tren no puede servir en ningún caso como disculpa. Muchas personas venían de lejos por curiosidad, incluso del extranjero.

Sólo no vinieron aquellos que debían mostrar algo más de curiosidad. En efecto, si las personas sencillas no se hubieran ocupado desinteresadamente de este asunto, peronas a las que su trabajo diario apenas les concedía un minuto de respiro, el rumor de la aparición apenas si hubiera traspasado la región. Hay que admitir que incluso el rumor, que apenas si se puede mantener, era demasiado insistente, si no se le hubiera empujado formalmente, no se hubiera extendido. Pero esto tampoco era motivo para no ocuparse del asunto, por el contrario, también la aparición tenía que haber sido investigada.

En su lugar se dejó el único estudio escrito del caso al viejo maestro de pueblo que, si bien era un extraordinario hombre en su profesión, ni sus aptitudes ni su instrucción le permitían entregarse a una profunda y valorable descripción, ni mucho menos a una explicación.....

Franz Kafka, 1914
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martes, enero 02, 2007

El nuevo abogado

Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucephalus.
Por su aspecto hace recordar poco el tiempo en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia. Sin embargo quien está al tanto de ciertos detalles algo nota. Así fue como ùltimamente pude ver yo mismo a un ujier de los màs simples que, admirado, contemplaba al abogado con la mirada profesional del carrerista consuetudinario del montòn, y lo hacía cuando el abogado levantaba sus muslos para ascender paso a paso la resonante escalera de mármol.
La burocracia en general està de acuerdo con que se admita a Bucephalus. Con asombrosa sabidurìa sostienen que, de acuerdo con el orden social hoy imperante, Bucephalus se encuentra en una situación especialmente difìcil y que por ello, asì como por la importancia que tiene en la historia universal, merece se le tenga consideración.

Hoy -esto nadie puede negarlo- no hay ningún Alejandro Magno.

Pero no son pocos los que saben asesinar; tampoco faltan quienes tengan suficiente habilidad como para traspasar al amigo con una lanza por sobre la mesa del banquete, y a muchos Macedonia les queda demasiado chica, de modo que maldicen a Filipo, el padre, pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Ya en aquél entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero el camino que a ellas conducìa habìa sido marcado por la espada del rey. Hoy esas puertas estàn en otra parte completamente distinta, más lejos y màs alto. Son muchos los que portan espadas, pero sólo para hacer esgrima, y quien quiera seguirlas con la mirada se pierde.

Quizà, por eso lo mejor sea hacer lo que Bucephalus: sumerjirse en los libros de derecho. Libre, sin tener que soportar la presiòn de los muslos del jinete, lejos del estruendo de las batallas de Alejandro, a la tranquila luz de una làmpara lee y vuelve las hojas de nuestros viejos libros.

Franz Kafka. Un médico de campo (1909).

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viernes, diciembre 29, 2006

La verdad sobre Sancho Panza

Franz Kafka escribió y prácticamente inventó a principios del siglo XX, desde la calle de los alquimistas, el género de la microficción, con sus series "Contemplaciones" y "Un médico rural". Estos textos, de una condensación genial, constituyen el más claro precedente del género del microrrelato y han servido de inspiración a generaciones de escritores.

La verdad sobre Sancho Panza
Franz Kafka

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
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martes, diciembre 26, 2006

Escribir como necesidad

La actividad de escribir requiere tiempo y soledad, la mayor parte de los que la abordan suelen tener otras ocupaciones para ganarse la vida por lo que se restringe mucho el tiempo que se puede dedicar a la vida de pareja o a la vida familiar. En estos casos aparece la necesidad de un pacto tácito. Al debate actual sobre la necesidad de conjugar vida laboral y familiar se añade esa "tercera vida", la del artista.


Carta a Felice, 21 de junio de 1913
"... Pero que me dices, Felice, acerca de una vida matrimonial en la cual, por lo menos durante algunos meses al año, el marido regresa de la oficina hacia las 2.30 o las 3, come, se acuesta y duerme hasta las 7 o las 8, cena rápidamente, pasea durante una hora, y luego comienza a escribir hasta la 1 o las 2 de la madrugada. ¿Serías capaz de aguantar todo esto? ¿No saber nada del marido, sino que está en su cuarto escribiendo? ¿Y pasar así todo el otoño y el invierno? ¿Y hacia la primavera recibir a ese hombre medio muerto junto a la puerta del escritorio, para tener que contemplar durante la primavera y el verano como se recupera para el otoño y el invierno? ¿Es esta una vida posible? Quizá, quizá sea posible, pero es preciso que tú reflexiones sobre ello hasta la última sombra de una duda."

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