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jueves, noviembre 30, 2006

Auster & Almodóvar presentación de Jorge Herralde

por Jorge Herralde
11 / 2006

Teatro Jovellanos, Gijón. Jueves 9 de octubre. Encuentro Paul Auster y Pedro Almodóvar entre las 20.30 y las 22.30. El teatro abarrotado, con gente hasta en las lámparas. Mise en scène a modo de salón doméstico: una mesa baja con libros y papelotes y vídeos desordenados y a su alrededor tres butacones: a la izquierda Auster, en el centro yo y a la derecha Almodóvar. Formato: entro solo, me siento y leo una presentación de los dos nuevos ganadores del Premio Príncipe de Asturias: las Letras para Auster y las Artes para Almodóvar. A continuación entran ambos y se adelantan en el escenario: atronadora e interminable ovación, se sientan, empieza el diálogo. Después está previsto que yo dé paso a quince preguntas del público, convenientemente filtradas (para evitar a los loquitos estadísticamente de rigor), de las que sólo pueden efectuarse doce: se agotó el tiempo, y los galardonados reciben una ovación aún más prolongada.
Sigue mi texto introductorio, el cual, consciente de mi condición de telonero, leí vigorosamente "editado".
***
Pocas superestrellas merecen tanto como Almodóvar y Auster (por orden alfabético) la latosísima frase de que no necesitan presentación. Pero me ha tocado presentarlos aquí, ya que he tenido la suerte de publicar a ambos, a Almodóvar como novelista y a Auster como novelista y autor de guiones cinematográficos. También me ha correspondido el papel de moderador, pero en realidad haré de falso moderador, ya que moderar a Almodóvar es una misión desaconsejable, a la par que imposible. Así que les haré unas primeras preguntas y después los dejaré galopar.
Almodóvar publicó las andanzas de Patty Diphusa por entregas, en 1983 y 1984, en la revista La Luna, que fue algo así como el B.O.E. de la movida madrileña. A mí me divirtió mucho y le propuse publicarlo en "Contraseñas", la colección "forajida" donde estaban Bukowski, Brautigan, Copi, Hunter S. Thompson y otros "sospechosos habituales".
Pedro me dio largas, estaba muy liado con sus películas, una al año, y lo dejé estar, pero no olvidé a Patty Diphusa. Años después publiqué Majareta, una chiflada compilación de textos de John Waters, el autor de Pink Flamingos, entre otras joyas trash. Sabía que Pedro adoraba a Waters, uno de sus padres "espirituales" en su primera y más desmadrada época. Tan pronto como tuve un ejemplar de Majareta se lo envié a Pedro, reiterando mi sugerencia, que esta vez aceptó a vuelta de correo. Agregó otros textos y a los pocos meses apareció Patty Diphusa, con una foto de Almodóvar en la portada, chaquetilla de torero, una buena dosis de rímel, un clavel reventón tras la oreja y fumando un puro.
Patty Diphusa son las memorias de una presunta star internacional de telenovelas porno, vital a tope, joven animal nocturno que se mete en el cuerpo toda clase de sustancias y protuberancias. Sus andanzas en las desmadradas noches del Madrid de los primeros 80 son un supercatálogo de excesos, el retrato de una excitación que invadió la ciudad durante unos pocos años gloriosos. Hasta que el listísimo Tierno Galván, alcalde de aquel Madrid, dijo en un célebre pregón algo así como: "Hay que colocarse y ponerse al loro." Y con tanta exhortación institucional (y no poca jeringa), el loro se quedó afónico y la movida, catatónica. Pero, entretanto, con Patty Diphusa Pedro inventó un nuevo ismo literario: el "realismo frenético". Para completar el libro, Almodóvar añadió unos textos que conformaban una suerte de autobiografía provisional. Así, en uno de ellos, titulado Autoentrevista 1984, Pedro decía: "Te estás especializando en dirigir mujeres. Es una de las pocas cualidades que todos te reconocen." Y Pedro respondía: "Hay un extraño sentimiento de reciprocidad entre ellas y yo. A las mujeres suelo despertarles sentimientos maternales, y las mujeres suelen despertar sentimientos maternales en mí. Por eso nos entendemos tan bien en el plató." Como ven, un librito imprescindible para conocer a esa Mamá Grande que es este Pedro Almodóvar, quien acaba de afirmar: "Leyendo la lista de los premiados, encontré significativo que yo fuera el primer artista que procedía de las alcantarillas del underground nacional." Patty Diphusa ha tenido unas ventas sostenidas, desde su publicación en 1991, y se han sucedido las reediciones, primero en "Contraseñas" y luego en nuestra colección de bolsillo "Compactos", donde sigue dando guerra. Además, como curiosidad, se han efectuado 34 contratos de traducción, el récord de la editorial para un solo libro; la última, hace unas semanas, en China.
La carrera de escritor de Paul Auster en España tuvo unos inicios un tanto dificultosos. Publicó su Trilogía de Nueva York en la editorial asturiana Júcar, y ahí creo que Juan Cueto tuvo mucho que ver; luego Edhasa publicó dos o tres títulos, pero Auster era aún un autor semisecreto en nuestro país (y en casi todas partes). Entonces se produjo un cambio decisivo. Con Moon Palace, Auster pasó de la minúscula editorial donde publicaba, Sun and Moon Press, a la poderosísima Viking, donde le hicieron ya un contundente lanzamiento. Pedí una opción a agencia Carmen Balcells, que representaba a Viking, la leí y me convertí para siempre en un adicto. A partir de El Palacio de la Luna, en 1990, publiqué todas sus obras posteriores y logré recuperar las primeras; mientras, la reputación y los lectores de Auster fueron creciendo y creciendo.
Pero en 1995 y 1999, respectivamente, sus dos novelas digamos tipo fábulas, Mr. Vértigo y Tombuctú, desconcertaron a los austerianos más militantes. A continuación tuvo lugar un largo episodio cinematográfico (algo alarmante para sus editores): fue guionista de Smoke y guionista y director de Blue in the Face y de Lulu on the Bridge. Después de este periodo de alejamiento de la novela, Auster aún dio otro rodeo: prologó y compiló Creía que mi padre era Dios, una antología de textos de radioescuchas. Por lo que, entre ausencias y desalientos, la cota de Paul parecía estar bajando.
De pronto, de una tacada, a partir de 2003, escribió tres novelas memorables, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Brooklyn Follies, que colocaron a Paul Auster, en nuestro país, quizá en el más alto lugar y con el mayor número de lectores en el ámbito de la literary fiction. Y hace sólo unos meses Auster me envió el manuscrito de otra novela excelente: Viajes por el Scriptorium, que publicaremos el año próximo. Por ello, cuando Paul nos dijo que se había embarcado como guionista y director en otra película, La vida interior de Martin Frost, extraída de un episodio de El libro de las ilusiones, ya no tuvimos ningún sobresalto. Es decir, reaccionamos igual que un padre cuando su hijo ha acabado el curso con matrícula de honor y se va tres días de juerga sin aparecer por casa: tranquilos, no pasa nada.
Como es sabido, Paul y Pedro se admiran mutuamente, tal como han manifestado en numerosas ocasiones. Y una anécdota: en un viaje a Madrid en el que acompañé a Paul, y a su esposa Siri Husvedt y su hija Sophie (cantante aún clandestina), ésta se declaró fan de Gael García Bernal, por lo que contactamos con la productora de Almodóvar y así la familia Auster pudo asistir, muy satisfecha, al primer día de rodaje de La mala educación, protagonizada por Gael.
Auster y Almodóvar, tan distintos, tienen cosas en común: ambos aspiran, según declaraciones propias, a la transparencia narrativa y, a la vez, a la proliferación de tramas y subtramas en sus novelas y películas, a las muñecas rusas, a las cajas chinas, a la "inflación de historias" (Almodóvar). Transparencia e inflación de historias: se necesita mucho talento para armonizar dos características tan diversas. Pero ya Scott Fitzgerald nos advirtió en frase famosa: "La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar." Eso podría ser tema para una pregunta del coloquio.
De Auster y Almodóvar también podría decirse, y esto es ahora una afirmación, que son menos profetas en su tierra que en otros países. Así, con Almodóvar, aunque haya tenido múltiples y diversos galardones en España, sus colegas de la Academia han sido un tanto avaros con sus galardones, con sus Goya, to say the least. Por el contrario, ha obtenido dos Oscar, en Francia varios premios César, es Caballero de la Legión de Honor, y ha recibido infinidad de premios europeos. También contrasta la relativa reticencia hacia Paul Auster en su país con su triunfo apabullante en Europa, en especial en Francia, donde ganó el premio Médicis y fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras, y también en España. Así, su novela Tombuctú ganó el Premio Arcebispo Juan de San Clemente, otorgado en Santiago de Compostela, El libro de las ilusiones fue galardonado por los libreros de Madrid como mejor libro del año y La noche del oráculo como mejor novela extranjera por los lectores de la revista Qué Leer.
Ahora, los Premios Príncipe de Asturias coronan la carrera de Almodóvar y Auster, como antes lo habían hecho con Woody Allen, otro americano tan apreciado en nuestro país. Unos galardones que, como ha escrito Juan Cueto recientemente ("Una corte de alzada", El País, 15-X-2006), nacieron de una idea "espléndidamente disparatada" y no menos contagiosa del periodista Graciano García (enseguida director de la Fundación de los mismos). Éste le contó a Juan, hace más de 25 años, la idea de inventarlos, "a lo grande, tipo Nobel". Cueto afirma, sin pestañear, que ahora ya "se lee mucho mejor aquí, en Oviedo, el espíritu del siglo, que dirían los ilustrados alemanes, que en las orlas de Estocolmo". Y lo argumenta con análisis y datos bien convincentes.

Jorge HerraldeEncuentro Paul Auster - Pedro AlmodóvarTeatro Jovellanos de Gijón19 de octubre de 2006

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