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martes, octubre 30, 2007

«Las películas que imitan la vida son falsificaciones»

El director Gonzalo Suárez presenta en la Seminci su nueva película, «Oviedo Express», con Carmelo Gómez

Miguel Ayanz
Valladolid- Una compañía de teatro llega a Oviedo para representar «La Regenta». Una primadona de peligrosos celos, un galán donjuanesco, un director pretencioso y un actor despechado verán sus vidas mezcladas con las del alcalde de la ciudad, su mujer y la frívola madre de ésta. Carmelo Gómez, Bárbara Goenaga, Maribel Verdú, Aitana Sánchez-Gijón, Jorge Sanz, Najwa Nimri y Alberto Jiménez son el lujoso elenco del regreso de Suárez.
-El filme parece inclasificable. Es comedia, pero con drama, melodrama... ¿Huye de las etiquetas?
-Es mi temperamento. Desde mis primeros libros en los 60 ya enfocaba mi estilo hacia ese territorio de ficción donde es posible mezclar los géneros. Pero no es que lo intente, me sale así: está más cerca de cómo veo yo la realidad. La veo más próxima a mis películas o mis libros que a la descripción que de ella me hacen en otros filmes, realidades más unívocas, más monotemáticas.
-La infidelidad, a primera vista, es el gran tema del filme. Pero debajo parece que quiere hablar de la infelicidad, ahí están el personaje de Sanz, un actor en horas bajas, el de Bárbara Goenaga, una mujer casada que vive un romance y escapa de su rutina...
-Efectivamente, soy reacio a inscribirme en un tema. La infidelidad no es lo que más me interesa. Busco más esa sensación de personajes perdidos, salvo aquellos que apuestan, como el de Carmelo, por apurar todas las copas. Como le explica a Jorge Sanz, su forma de huir hacia delante es ir cambiando de personaje, de mujer, de ciudad... Sí, el tema de los temas sería la vida cambiante.
-La cinta homenajea al mundo del teatro. ¿Cree que el buen cine debe ser teatral?
-No es que lo crea, sino que lo es. Hasta los «westerns» son teatro. Diderot tuvo un sueño asombroso de lo que es el cine, lo clavó. Dijo que lo que le falta al teatro es la facilidad de cambiar de escenario. La quintaesencia del cine sigue siendo teatral, no se ha emancipado de la escena. Una de las cosas que me hizo dejar de ser actor de teatro fue ese carácter que tiene de oficina siniestra. Es un sitio con polvo. Se ve el sueño, pero en la trastienda corren las ratas, la dinámica del grupo se concentra en la envidia.
-Le dice el personaje del alcalde (Jiménez) a la actriz vengativa (Sánchez-Gijón) que los políticos y los actores se parecen. ¿También los directores de cine actúan?
-Sin duda: yo parto de la mentira. En mi primer libro ya dije: «Yo cuento mentiras de verdad, no verdades de mentira». Es una premisa que he mantenido. Parto de la ficción, pero, ¿cuál es la verdad? ¿cómo captar lo que es la vida? Es algo inabarcable. Las películas que pretenden ser como la vida misma en el fondo son falsificaciones.
-¿Es un cineasta que escribe, un escritor que hace películas...?
-No soy el único: Paul Auster, por ejemplo, y Elia Kazan era un gran escritor. En mí, primero fue el escritor. Le debo mucho a la etapa de periodista, ahí encontré mi estilo. Luego vino el cine, sin desprenderme nunca de la literatura. Siempre he escrito mis guiones. Digamos que soy un escritor que hace cine... o viceversa. Quiero que confluyan el cine y la literatura, y que ésta libere a la imagen. Es la vía que me apasiona del cine.
-Ha reunido a Sánchez-Gijón, Gómez, Verdú y Sanz, un grupo que triunfaba ya en los 90. ¿Quería reivindicarlos, dejar claro que aún tienen mucho que decir?
-No he hecho ninguna reivindicación generacional. No creo en las generaciones: duran poco y no son un valor en sí mismas. Sí es cierto que son actores de mucho talento y experiencia. Pero cuando escribo un guión no pienso en los actores, no les doy cara ni forma: son espíritus descarnados.

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