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jueves, agosto 24, 2006

Paul Auster en el cine


Paul Auster tiene una fructífera relación con el séptimo arte. Entre sus intervenciones destaca la película "Smoke", que fue dirigida por Wayne Wang y que tuvo un gran éxito de público y crítica. Esta narración cinematográfica no es sino una bifurcación de un cuento suyo, en realidad uno de sus mejores cuentos.

El cuento de Navidad de Auggie Wren fue primero texto impreso en un periódico norteamericano, The New York Times. La historia cuenta que ahí lo conoció el director de cine Wayne Wang, y que enseguida lo llamó a Paul Auster y le dijo que quería hacer con él una película.


En la película, que se llamó Smoke en inglés y Cigarros en español, Paul tiene que escribir un cuento de Navidad por encargo para un periódico, y por eso Auggie Wren le cuenta una historia de la cual él mismo es también personaje.

El film resulta de una gran originalidad, destacando muy especialmente los actores Harvey Keitel y Forest Whitaker y la elección de la tienda de tabaco como punto de observación de un microcosmos peculiar pero al tiempo muy neoyorkino.

A partir de ahí, funcionó también como director de cine, en la película "paralela" a Smoke, "Blue in the face", que básicamente es una improvisación realizada con los personajes de aquella Smoke.

Su último proyecto es una película de bajo presupuesto rodada por él mismo y que se titula "The inner life of Martin Frost"

LA MÚSICA DEL AZAR (1993) de Philip Haas.

Adaptación de la novela del mismo nombre que cuenta la alianza de dos perdedores, Jack Pozzi, un jugador profesional de póker, y Jim Nashe, un antiguo bombero, para que jueguen una partida contra unos millonarios con la intención de poder enderezar sus vidas.

Con James Spader, Mandy Patinkin, M. Emmet Walsh, Charles Dunning y Joel Grey.



SMOKE (1995) de Wayne Wang.

El director de Hong Kong Wayne Wang, con el protagonismo de Harvey Keitel, William Hurt, Stockard Channing, Ashley Judd y Forest Whitaker, realiza este film que cuenta con el guión de Paul Auster, basado en su propio texto, que se centra en la interacción de varios personajes que acuden a un estanco de Brooklyn.



BLUE IN THE FACE (1995) de Wayne Wang y Paul Auster.

Aunque en el anterior título Paul Auster parece ser que dirigió algunas escenas sin acreditar en este film, ?Blue in the face?, ya aparece acreditado como director junto a Wayne Wang.

La película, protagonizada por, entre otros, Harvey Keitel, el músico Lou Reed, Roseanne, Michael J. Fox o Jim Jarmusch, vuelve a aposentarse en la reunión de caracters alrededor del estanco regentado por Auggie Wren (Keitel).



LULU ON THE BRIDGE (1998) de Paul Auster.

Izzy Maurer es un maduro saxofonista de jazz que terminará envuelto en una relación sentimental con una joven actriz llamada Celia. Izzy es encarnado por Harvey Keitel y Celia por Mira Sorvino.

Co-protagonizan junto a Keitel y Sorvino este drama romántico Willem Dafoe, Vanessa Redgrave y Gina Gershon.



EL CENTRO DEL MUNDO (2001) de Wayne Wang.

Paul Auster escribió el guión de este título de Wayne Wang, un drama erótico protagonizado por Peter Sarsgaard, Molly Parker, Carla Gugino y Balthazar Getty. El film sigue a un millonario empresario (Sarsgaard) que contrata a una stripper (Parker) para que le acompañe hasta Las Vegas.


martes, agosto 22, 2006

Entrevista a Paul Auster por Alan Pauls

El escritor argentino Alan Pauls realizó hace algunos años una interesante entrevista a Paul Auster. Habían pasado entonces sólo unos meses de los tremendos atentados del 11S, que se cebaron especialmente con la ciudad de Nueva York, ciudad referente del autor norteamericano.

Conviene reseñar también la obra del entrevistador, Alan Pauls. Nació en Buenos Aires en 1959. Es Licenciado en Letras, ejerció la docencia universitaria y la crítica de cine. Su breve pero reconocida obra literaria ha sido traducida al francés. Su primera novela, El pudor del pornógrafo, publicada en 1984, trabaja con el género epistolar en un intercambio amoroso entre dos amantes destinados a la separación para continuar su pasión obsesiva y engañosa. El coloquio, 1990, juega en el espacio imaginario de una noche de equívocos e incertidumbres con el género policial; seis personajes reconstruyen la secuencia de un supuesto crimen pasional en el que se cruzan referencias literarias y cinematográficas. En Wasabi, 1994, fruto de su experiencia como invitado de la 'Maison des éscrivans étrangers et des traducters' en el puerto francés de Saint-Nazaire, narra el viaje, los pasajes y las aventuras improbables de un escritor argentino en Francia. Ha sido ganador del Premio Herralde de Novela 2003 por El pasado.


Página 12 (Argentina). 27 de Abril de 2002.

?El lenguaje es el único instrumento que tenemos para entender el mundo?
El autor de ?Leviatán?, ?La música del azar?, ?Mr. Vértigo?, ?La invención de la soledad? y ?Trilogía de Nueva York?, entre otros, concedió esta entrevista a Página/12.
?Muchos de los personajes de sus libros son artistas, y casi todos, tarde o temprano, se enfrentan con un problema crucial: cómo el arte puede intervenir en la vida.
?Creo que lo que me interesa es la imaginación humana: cómo la imaginación crea ?literalmente? el mundo. El mundo sólo cobra sentido cuando lo interpretamos, y quizá nadie trabaje tanto como los artistas para interpretarlo, entenderlo y experimentarlo en toda su complejidad. Hará unos diez años encontré una vieja libreta de notas. La había olvidado por completo y de golpe ahí estaba, y la abrí y descubrí dos frases que había escrito a los 19, 20 años: ?El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo?. Hoy sigo pensando que así es como vivimos nuestras vidas. Nuestro cuerpo va por el mundo a la deriva, flotando en algo grande, mucho más grande que él, y al mismo tiempo todos estamos aislados, encerrados en nosotros mismos, viviendo una vida puramente interna. Creo que en gran medida escribo sobre eso, sobre esa separación entre el adentro y el afuera, y sobre cómo la gente enfrenta o evita el abismo que hay en el medio. Hay ciertas experiencias que logran acercarlos bastante. No quiero ponerme sentimental, pero creo que el amor es una de ellas. En el amor estamos a la vez adentro y afuera de nosotros mismos; vivimos para y por otra persona, y algo nos empuja a formar parte de lo que nos rodea. Pero comprometerse profundamente con una idea o una causa puede producir el mismo efecto.
?En Leviatán, el personaje de Benjamin Sachs dice: ?Ahora hay que entrar en el mundo real y hacer algo?.
?Ahí Sachs refleja la frustración del arte. En mayor o menor grado, todo escritor siente que lo que hace es completamente inútil. ¿Cómo no sentirlo? Con todas las cosas terribles que pasan en el mundo, todo lo que nos apena y nos enfurece, y uno ahí, escribiendo libritos que parecen no tener el menor efecto sobre nada. Y sin embargo creo que el verdadero poder, la verdadera belleza del arte está precisamente en su inutilidad. Porque el arte son los seres humanos en el colmo de su humanidad, y olvidar esa parte de nosotros mismos es perder lo más interesante y valioso que tenemos. Algo que vale a pesar de todo: la miseria, el caos social, las guerras, los crímenes, la crueldad. Y es valioso simplemente porque no tiene ningún objeto.
?Sólo sirve para maravillar, como los números de levitación de Mr. Vértigo.
?Llevo años pensando en hacer un documental ?que seguramente nunca haré? titulado El arte de la inutilidad. Sería sobre tres norteamericanos que conozco, todos brillantes, todos dedicados a la práctica de ciertas artes extrañas, que la gente suele considerar como meros entretenimientos infantiles. El primero es mi amigo Philippe Tee, funambulista. El fue el que en 1974 caminó con zancos entre las Torres Gemelas del World Trade Center y el que unió a pie las torres de Notre Dame. Me dirán: ¿para qué sirve alguien que camina con zancos? No lo sé, pero hace algo bello y verlo en acción es una experiencia extraordinaria. El segundo es un mago, Ricky Jay, que además escribe libros sobre magia y a veces actúa en cine (aparece en todas las películas de David Mamet y hace el papel de cameraman en Boogie Nights). Además de ser un prestidigitador magistral, Jay domina una disciplina rarísima, el lanzamiento de cartas: es capaz de lanzar una carta y clavarla en una grieta en la pared. Y el tercero es Art Spiegelman, el historietista. Lo interesante de estos tres hombres es que también son los máximos especialistas de sus respectivas actividades. Tienen archivos inmensos, con cientos y cientos de libros y artículos sobre funambulismo, magia e historietas. Y hay algo muy bello en el rigor con que trabajan. Es como la danza. ¿Qué más conmovedor que esas nenas de diez años que estudian danza? Bailar exige tanto trabajo como hacer una mesa o construir una cabaña, que también son artes y exigen concentración, imaginación, habilidad. Pero la cabaña va a seguir ahí, la van a usar paravivir, la van a llenar de objetos, mientras que la danza... La danza desaparece en el momento mismo en que se la contempla. Un atleta se pasa cuatro años entrenando para las Olimpíadas y la carrera dura diez segundos. Es algo muy hermoso. Todo ese esfuerzo humano al servicio de una causa menor, tan efímera: ése es, creo, el costado más bello de la humanidad.
?Los artistas de sus libros son de clases muy diversas. Van de la vanguardia a la feria y de la agitación callejera a la torre de marfil. ¿Hay ahí una concepción ?democrática? de la condición artística? ?Sí. Me gustan toda clase de cosas, desde las obras más experimentales hasta las más abiertas y populares. Me gustan las películas viejas y disfruto mucho con ciertas músicas banales, así como gozo con músicas y films difíciles, complejos, exigentes. Creo que hay que ser abierto. Y a la vez hay muchas cosas que detesto. El cine industrial de Holly-wood, por ejemplo. Me parece despreciable, me enferma. Como toda la industria del entretenimiento, que sólo busca hacer dinero. No me gusta mucho ser tan intolerante, pero es más fuerte que yo. Siempre me digo: no seas tan duro con las cosas. Es una contradicción. Es importante, creo, que los artistas se mantengan abiertos a toda clase de cosas. Si no, uno empieza a cerrar puertas y ya no puede ver el mundo completo.
?Esa voluntad ?democrática? parece muy evidente en el Proyecto Nacional de Relatos, la iniciativa de la Radio Pública Nacional de donde surgieron los doscientos cuentos breves incluidos en Creía que mi padre era Dios, el libro que usted editó el año pasado. Son historias verdaderas, escritas por gente de todas las edades y orígenes y enviadas desde los puntos más diversos de Estados Unidos. ¿No es ésa la Gran Novela Nacional que se supone que sueñan con escribir todos los escritores norteamericanos?
?Es una manera interesante de pensarlo. El libro es una visión prismática y fragmentaria de los Estados Unidos. Por eso creo que es más interesante como un todo que por las historias que contiene. Cada historia es una voz, y cada voz canta su propia canción. Juntas forman un gran coro. No siempre cantan afinadas, pero aun así tienen una gran fuerza, y las disonancias son tan interesantes como las armonías. El único problema es que la audiencia de la Radio Pública Nacional es mayoritariamente blanca y de clase media. Muy pocas minorías la escuchan. De modo que el libro, valioso como es, representa sólo una parte de los Estados Unidos.
?¿Cómo sabe que las historias son efectivamente verdaderas? ¿Era un requisito importante para usted? ?Oh, sí. Pensé mucho en eso. Con algunos relatos tuve dudas y me puse en contacto con los autores, y siempre que me confesaban que los habían inventado, los dejaba de lado. Pero en la segunda parte del libro, en el capítulo ?Objetos?, hay una historia muy extraña llamada ?El muñeco?. Era tan desconcertante... Pero me había gustado mucho, de modo que contacté al autor y me juró que era verdadera, que todo había ocurrido tal como lo había escrito. Poco tiempo después, yo estaba en la librería de mi barrio, en Brooklyn, y alguien que estaba por ahí me dijo: ?¿Conoce usted a Robert McGee? Es el tipo que escribió ese relato, ?El muñeco'. Es un amigo mío. Y la historia es verdadera: ocurrió realmente así?. Así que tuve una especie de doble confirmación.
?Usted parece reivindicar la relación ?natural? entre literatura y experiencia, pero al mismo tiempo invoca a menudo cierta reflexión europea sobre la literatura ?Maurice Blanchot, por ejemplo, que preside La invención de la soledad? que la pone radicalmente en cuestión.
?Es que me interesan las dos cosas. Estamos hablando, en última instancia, de la relación entre el lenguaje y el mundo. El lenguaje es el único instrumento que tenemos para comprender el mundo. Pero al mismo tiempo el lenguaje falsea el mundo. De modo que vivimos en una suerte de brecha entre dos realidades. Sabemos que el sistema que nos permite percibir la realidad es un sistema cuya fidelidad es sospechosa. El lenguaje, por ejemplo, fabrica categorías; podemos ir refinando las categorías hasta llegar a niveles muy altos de especificidad, pero no siempre vamos a llegar a ese corazón que hace que un objeto, una persona o un hecho sean únicos. Hay momentos en que la poesía y la ficción se acercan mucho, pero no sé. Lo que yo hago es extraño: trato de escribir los libros que el lector podría escribir por sí mismo. Lo descubrí hace unos años, leyendo. Me di cuenta de que cuando leía, trasponía las cosas que estaba leyendo a lugares que conocía. Estaba leyendo Orgullo y prejuicio, la maravillosa novela de Jane Austen, que tiene muy pocas descripciones físicas ?casi todo es diálogo y narración?, y me di cuenta de que todo sucedía en la casa donde yo había vivido de chico. Las hermanas Bennett estaban sentadas en el living de mi casa. Eso es lo que hacemos al leer: expropiamos lo que leemos para trasladarlo a nuestras propias experiencias, nuestros recuerdos, nuestros sentimientos. Por eso creo que cada lector lee literalmente un libro distinto.
??Más que un novelista, terminé considerándome como un contador de historias?, dice usted en una entrevista. ¿Qué lo lleva a esta especie de filosofía de la simplicidad?
?Creo en una cierta lucidez, en una transparencia. Puede que sea imposible transmitir con simplicidad una idea extremadamente compleja, pero al menos podemos mostrar con claridad los pasos ?a, b, c...? que quizá nos lleven a explicarla, en vez de cubrirlo todo con un vago manto de sombras y misterio. La vaguedad no produce nada. Hace unos veinte años tuve una conversación asombrosa con Edmond Jabès, un filósofo francés muy amigo. Hablábamos de la subversión. Y él dijo: ?Todo escritor pretende subvertir. Subvertir las maneras de pensar y las actitudes convencionales, sacudir a la gente para que vea el mundo de otro modo. Si alguien quiere ser un poeta de vanguardia y arrojar palabras contra la página, creyendo que así combate contra el imperialismo del lenguaje, perfecto. Pero a nadie le va a importar un bledo. Lo único verdaderamente subversivo y perturbador es la claridad. Pensemos en Kafka. No hay frases más claras y transparentes que las de Kafka. Y al mismo tiempo nadie más perturbador?. Me parece una idea muy fuerte. La claridad es algo así como una generosidad de espíritu. Es reconocer que el escritor y el lector son seres humanos que están compartiendo una experiencia. No se escribe por las palabras en sí: se escribe para decir algo sobre el mundo.
?Usted escribió el guión de Cigarros, codirigió con Wayne Wang Blue in the Face y dirigió Lulu on the Bridge. ¿Qué lleva a un escritor a salir de su encierro para ponerse a hacer cine? ?Un antiguo interés por las películas y las imágenes. Y el deseo, perfectamente consciente, de salir de mi habitación de escritor. Gocé mucho trabajando con otras personas. Era algo que extrañaba desde mi época de deportista. Hacer películas, en cierto sentido, es como hacer deporte. Una mezcla de deporte y de guerra, donde uno es un general que debe mantener alta la moral de la tropa y ganarse la lealtad de los soldados para ganar la batalla. Para mí, como director, lo más importante era vivir una buena experiencia de equipo, que todos recordaran esos dos meses de trabajo con felicidad. Y creo que lo conseguí. Puede que Lulu on the Bridge fuera un proyecto demasiado ambicioso, pero hoy, cinco años después, mucha gente me dice que fue la mejor experiencia cinematográfica ?tal vez no la mejor película? de su vida. Para mí, además, fue una gran revelación psicológica: dirigir me enseñó una forma extraña y sutil de expresar ira. Un día, por ejemplo, necesitábamos un auto. Era para la escena en que Mira Sorvino se va de viaje y la pasan a buscar. Yo quería un remise de los antiguos, esos en que la ventanilla trasera se baja del todo, para que se la pudiera ver saludando, mientras que en los nuevos sólo se baja hasta la mitad. Así que se lo pedí a Jeff Mazzola, elresponsable de producción, y Jeff me dijo: ?Ningún problema. Ya tengo el lugar donde alquilarlo?. Llegamos al set. Era un día fácil, había pocas escenas para filmar. Una era una toma muy corta del auto en la calle; los actores se estaban vistiendo, así que aproveché el tiempo y decidí filmarla ahí mismo, y le dije a Jeff que de paso nos aseguraríamos de que el auto estaba bien. ?El auto está bien?, me dijo. ?Sí?, dije yo, ?pero si no está bien quisiera saberlo ahora, así tenemos tiempo de cambiarlo?. La ventana, por supuesto, sólo bajaba hasta la mitad. ¿Qué podía hacer? ¿Gritarle por no haber hecho su trabajo? Yo sabía que no era así. Sabía que había pedido el auto adecuado. Así que, ¿por qué le iba a echar la culpa? Cuando vimos que el auto no servía, Jeff se puso tan mal, se sintió tan herido en su orgullo profesional, que llamó a la empresa de alquiler de autos y los insultó de arriba a abajo. Y yo me quedé ahí, viendo cómo Jeff le aullaba al teléfono, y me di cuenta de que él estaba expresando mi furia por mí, de modo que yo podía tratarlo bien, amablemente, y decirle que no se preocupara, que todo estaba bien, que ya conseguiríamos otro auto.
?Usted logró darle dignidad artística a un sentimiento muy desacreditado: el optimismo. Y lo logró, creo, demostrando que el optimismo también puede ser complejo.
?Una vez más, todo tiene que ver con tener una actitud honesta con el mundo. Hay miles de ejemplos de estupidez y crueldad; todo el tiempo vemos gente jodida, malvada, intolerante, odiosa. Un cínico mira el mundo y dice: ?El hombre es un ser despreciable. No se merece el Dios que lo creó?. Y sin embargo hay gente buena en el mundo. Hay gente generosa que arriesga su vida por los demás. Y esa cualidad ?la bondad humana? es un hecho. Y si yo dijera que no existe, estaría mintiendo sobre la realidad del mundo. La gente tiene esperanza. Todos tenemos esperanzas. Todos los días nos levantamos, nos vestimos y salimos a la calle con la esperanza de que sea un buen día y las cosas nos salgan bien. Aun las personas más pobres o más abyectas. De lo contrario, nos pegaríamos un tiro en la cabeza. Y yo quiero dar fe de todo eso. Quiero que esos momentos de gracia, felicidad y redención también formen parte del mundo. En eso está trabajando desde hace años Tzvetan Todorov, un francés que empezó haciendo crítica literaria y ahora hace lo que yo llamaría ?filosofía moral?. ¿Por qué la gente es buena? No por qué es mala ?dado que esa respuesta ya la conocemos? sino por qué, cuando se enfrenta con el mal, hay gente que no se somete a él: por qué hay gente que trasciende sus circunstancias. Quizás sea una de las preguntas más profundas de nuestro tiempo.
?¿Qué pensó cuando el músico Stockhausen dijo que los atentados del 11 de septiembre, aunque condenables, eran una gran obra de arte contemporánea?
?Entiendo lo que quiso decir, pero fue una frase muy desagradable. Ofendió a mucha gente. Y los atentados no fueron una obra de arte. Fueron, sí, un gran acontecimiento mediático montado por gente muy inteligente. Pero decir que eso es arte es una estupidez. Es asesinato. Y el asesinato en sí nunca es arte. Es como creer que una snuff movie (versión del cine porno que incluye crímenes reales) puede ser arte. Los atentados fueron una snuff movie en la que mataron a tres mil personas. Así que no encajan en mi definición del arte

lunes, agosto 21, 2006

Ciudad de Cristal gráfica

Por Art Spiegelman
Todo empezó con un número equivocado...
¡Una ?Novela Gráfica?! ¡Bah!
¿Cómo llamaría Peter Stillman, el chiflado buscador del Lenguaje Originario en Ciudad de cristal, a la adaptación visual de la novela que imagina en ella? ¿Un Crumblechaw? ¿Un Nincompictopoop? ¿Un Ikonologosplatt? Porque el término cómic no puede ser ya el ?nombre auténtico? de un medio narrativo que entrelaza íntimamente palabras e imágenes pero que no es necesariamente cómico en su tono.
A mediados de la década de 1980, algunos bienintencionados periodistas y libreros trataron de diferenciar un puñado de libros en formato de cómic de otras obras menos ambiciosas, dando a los primeros el nombre de ?novelas gráficas?. Pero aun cuando mi propio libro Maus fue responsable parcialmente de que las librerías se convirtieran en un lugar seguro para los cómics, la nueva denominación se me atragantó como una mera apuesta cosmética por la respetabilidad. Dado que las obras ?gráficas? eran merecedoras de respeto y las ?novelas? eran respetables también (aunque no lo hubieran sido siempre), con toda seguridad las ?novelas gráficas? ¡tenían que ser respetables por partida doble!
Todo empezó con una idea destinada...
Se requirió otra década antes de que un buen número de cómics largos y ambiciosos alcanzaran el concepto de masa crítica, o, en otras palabras, hasta que suficientes obras merecedoras de atención crítica formaran en las librerías una sección en cierto modo inevitable, pero, cansado de ver mis ejemplares de Maus rodeados de libros de fantasía y manuales de juegos de rol, traté de acelerar el proceso. Y así, a principios de la década de 1990 me quejé a uno de mis editores de que, puesto que mi obra parecía destinada por la fatalidad a permanecer en el ghetto de la sección de novela gráfica, tal vez podría mejorarse su vecindario encargando a algunos novelistas serios que proporcionaran guiones para destacados artistas gráficos. Fue así como conseguí permiso para tentar a varios conocidos novelistas, entre los que se hallaban William Kennedy, John Updike y Paul Auster.
Todo empezó con algunos amigos...
Yo tenía la suerte de haberme hecho amigo de Paul Auster a finales de los años ?80, y mis repetidas zalemas consiguieron hacerlo jugar con la posibilidad de colaborar con un dibujante. Tuvo él un vislumbre de idea: la visión de un muchacho flotando en el agua. Lo siguiente que supe de ello fue que aquel vislumbre se había convertido en su siguiente novela, Mr. Vértigo, y que él me invitaba amablemente a realizar una ilustración para la cubierta. Todos los novelistas con los que me puse en contacto se mostraban intrigados por mi propuesta, y después salían corriendo. (Updike, que en los comienzos de su carrera quiso ser dibujante de cómics, me contó que le había costado cincuenta años llegar por fin a reconciliarse con la idea de poner palabras en sus dibujos.) Pero hasta él se mostró un tanto dubitativo con mi idea, íntimamente convencido de que la expresión ?más pura? de la forma del cómic exigía que el texto y los dibujos fueran realizados por la misma persona.
Fue así como languideció el proyecto, pero sólo para ser reemplazado por una idea que yo creía que era incluso mucho peor. En algún momento, Paul había sugerido que yo adaptara simplemente alguna de sus obras ya publicadas. Desdeñé la idea hasta que otro amigo, Bob Callahan, me engatusó a su vez para coeditar con él una serie de libros: adaptaciones en cómics de literatura urbana de género negro. Yo no podía imaginar quién demonios podía estar interesado en adaptar un libro en... ¡otro libro! Para poner más difíciles las cosas, el objetivo en ese caso no era crear una especie de versiones simplificadas de ?Clásicos ilustrados?, sino ?traducciones? visuales que merecieran de hecho la atención del adulto. Ciudad de cristal era exactamente el tipo de novela que buscaba Callahan para definir la que, provisionalmente, llamaba ?Neon Lit?, pero la relectura del delgado volumen de Auster descubrió que la elección parecía de inmediato asombrosamente acertada y, en consecuencia, una espléndida baza. Por sus traviesas alusiones a la novela de ficción barata, Ciudad de cristal es una obra que, en esencia, resulta sorprendentemente no visual: una compleja maraña de palabras e ideas abstractas expuestas con estilos narrativos que su autor se divierte en cambiar. (Paul me previno de que varios intentos de convertir el libro en un guión de cine habían fracasado miserablemente.)
Yo enredé a David Mazzucchelli, cuyos dibujos en el Batman: Year One de Frank Miller habían hecho gala de una gracia, una economía y una comprensión de la forma que hacían casi interesante el género del superhéroe. Los asombrosos cómics y grafismos que siguió luego publicando por su cuenta tras abandonar su línea principal en el mismísimo cenit de su popularidad, lo convertían en principio en el hombre ideal para llevar adelante el reto. Pero, tras algunos intentos, David comenzó a mostrarse desanimado: era más que capaz de contar el ?relato? de la novela de Paul, pero no conseguía localizar los ritmos internos y los misterios reales que hacían que valiera la pena narrarlo. Tal vez era imposible.
Aferrándome a nuestras últimas posibilidades, visité a Paul Karasik, que había sido estudiante mío en la New York?s School of Visual Arts allá por 1981 y 1982 (precisamente, como se vio luego, en los años en que Auster estaba escribiendo Ciudad de cristal). Como profesor, yo había imaginado tareas decididamente imposibles, como la de pedir a los estudiantes que transformaran en cómics un pasaje más bien escasamente narrativo de El ruido y la furia de Faulkner. Y Karasik había demostrado reiteradamente tener talento para dar con soluciones plausibles e inteligentes.Tras explicarle nuestro apuro, recuerdo que él se jactó de ser la persona ideal para la tarea, pero hasta mucho más tarde no tuve conocimiento de su historia, que se diría sacada de Auster. Parece ser que, en 1987 (el año, resultó, en que Paul Auster y yo nos conocimos), Paul Karasik enseñaba arte en el Parker Collegiate de Brooklyn Heights. Al enterarse por entonces de que uno de sus alumnos más espabilados de once años, Daniel, era hijo del novelista Paul Auster, Karasik leyó algunos de sus libros y, por diversión, ¡desglosó en uno de sus cuadernos de bocetos unas pocas páginas de Ciudad de cristal!
Los nuevos bocetos que hizo seis o siete años después de aquel primer experimento estaban realmente inspirados. Cuando vi las páginas que recogían el memorable discurso de Peter Stillman a Quinn, me quedé boquiabierto. Era un asombroso equivalente visual de la descripción que hace Paul Auster de la voz y los movimientos de Stillman: ?De un modo maquinal, espasmódico, alternando gestos lentos y rápidos, rígido y a la vez represivo, como si la operación escapara a su control, como si no correspondiera totalmente a la voluntad que había detrás?. Con su insistencia en una estricta y regular cuadrícula de paneles, Karasik localizaba el lenguaje primordial del cómic: la cuadrícula como ventana, como puerta de una prisión, como bloque urbano, como tablero; la cuadrícula como un metrónomo que mide los cambios y los arranques de la narración.
Había un problema con los bocetos: el pequeño formato final de la página de los Neon Lit no podía acomodarse a todas aquellas incesantes filas de pequeñas viñetas, sin parecer apretujada torpemente. Las escrupulosas compresiones (Paul Karasik había configurado la adaptación para que cada grupo de viñetas tuviera proporcionalmente el mismo espacio que el que correspondía al de los párrafos del texto original de Paul Auster) necesitaron ser repensadas para que las páginas pudieran ?respirar? algo más. Hubo que ampliar también ocasionalmente algunas imágenes para guiar los ojos del lector en la congestionada cuadrícula. Y esto permitió fortuitamente que David se reintegrara también al equipo para la realización de nuevas condensaciones y configuraciones, por lo que pudo comprometer en la tarea sus formidables cualidades.
En cuanto a Auster, estoy convencido de que ha hecho gala de gran generosidad...
Paul Auster, consciente de las apreturas y urgencias que requieren las traducciones y adaptaciones, pasó un largo y provechoso día con Mazzucchelli, Karasik y yo estudiando el boceto y ofreciéndonos sus sugerencias. Generoso como siempre, se mostró complacido y deseoso de colaborar, pero creo que no se dio cuenta cabal de lo abrumadoras que habían sido las probabilidades de fracasar, ni de que el éxito que había obtenido su novela había dado lugar a otra obra importante. Hurgando en el corazón de la estructura del cómic, Karasik y Mazzucchelli crearon un extraño doble, un Doppleganger del libro original. Es como si Quinn, confrontado en la Grand Central Station con los dos casi idénticos Peter Stillman, eligiera seguir al trazado con tinta y pincel en lugar de al descripto en tipografía. El volumen que resultó, publicado por primera vez en 1994, superó todas mis ideas puristas acerca de la colaboración. Ofrece una de las demostraciones más ricas que se hayan dado hasta la fecha del moderno Ikonologosplatt en su forma más sutil y adaptable.
Ciudad de cristalAdaptación gráfica de la novela de Paul Auster por Paul Karasik y David MazzucchelliIntroducción de Art SpiegelmanAnagrama150 páginas.

Narrativa

Narrativa

Porque lo que ocurre no ocurió jamás,
porque lo que ha ocurrido
ocurre sin fin una y otra vez,

somos lo que fuimos, todo
ha cambiado en nosotros, si hablamos
del mundo
es sólo para dejar desdicho

al mundo. Primer invierno: de un árbol desnudo
cuelgan
manzanas amarillas; sobre la
primera nieve, las huellas

de invisibles ciervos, y luego la nieve,
incesante. No hay nada
de qué arrepentirse. Como si pudiéramos permanecer
en esta luz. Como si pudiéramos permanecer en el silencio
de este solo instante
de luz.]
(Traducción de Jordi Doce / PRE-TEXTOS. 1996. Valencia. ISBN 84-8191-085-6)
Jordi Doce es profesor de poesia del master de escritura creativa de Hotel Kafka.



Narrative

Because what happens will never happen,
and because what has happened
endlessly happen again,

we are as we were, everything
has changed in us, if we speak
of the world
it is only to leave the world

unsaid. Early winter: the yellow apples still
unfallen
in a naked tree, the tracks
of invisible deer

in the first snow, and then the snow
that does not stop. We repent
of nothing. As if we could stand
in this light. As if we could stand in the silence
of this single moment

of ligth.


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