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domingo, abril 20, 2008

83 minutos de sensibilidad

Crítica de Carlos Boyero en El País de 18 de abril de 2008 a la última película de Wayne Wang.

Wayne Wang, al igual que tantos espíritus inquietos y experimentadores vocacionales del cine independiente norteamericano, gente como Steven Soderbergh y Gus van Sant, e incluso directores mexicanos con afanes trotamundos y prestigio internacional como Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, descubrió las ventajas de alternar el cine que deseaba hacer, las películas inconfundiblemente personales, con los productos made in Hollywood, calculados, millonarios, de fórmula infalible, con la única prioridad del éxito. Esa legítima y pragmática actitud imagino que preserva a la vez la integridad artística y la salud de la cuenta corriente.

Wayne Wang

Algunos de estos creadores logran moverse con transparente dignidad entre el proyecto personal y el mercenario. No es el caso de Wang. Sus coqueteos con la gran industria no han dejado ningún título memorable, pero sí películas relamidas, pretenciosas, rutinarias y vacuas como El club de la buena estrella, Sucedió en Manhattan y Mi mejor amigo.

Sin embargo, cuando este tío habla con tono intimista de lo que le importa, cuando se vuelca en los pequeños dramas de gente solitaria o sola, en la catarsis de los conflictos familiares, puede realizar joyitas, un cine tan sensible como sugerente, retratos tragicómicos de seres estupefactos o perdidos. Otorga a sus personajes autenticidad y sentimiento, solidaridad en la desdicha, involuntario humor. Ocurría en la preciosa, lírica, agridulce y generosa Smoke. También era muy apreciable el insólito y gracioso documental sobre el rodaje de ésta en Blue in the face, reivindicando los placeres que dona el tabaco, algo transgresor, ya que en esa época se abría la veda en Estados Unidos para acorralar a los infames fumadores.

En ambas andaba por medio Paul Auster, escribiendo el guión de la primera y codirigiendo la segunda. Doce años después, Auster preside el Festival de San Sebastián que le otorga la Concha de Oro a Mil años de oración. Y no es un favor al colega. Supone el reconocimiento al talento y el pulso de Wayne Wang para contar de forma ácida y tierna la compleja relación entre un anciano chino que visita en Estados Unidos a una hija que intuye infeliz. El contraste y el desencuentro entre este superviviente de la Revolución Cultural y la resignada desolación de su americanizada hija están descritos con sutileza y profundidad, con aroma y sabiduría.

Lo que cuenta es triste. Habla de los secretos y las mentiras que uno llega a creerse para justificar o soportar su existencia, del sentimiento colectivo de soledad, de la angustia y la impotencia ante el sufrimiento de lo que más quieres. Pero también posee humor y gracia mostrando el desconcierto de este hombre ante el nuevo mundo, su humanidad en sus intentos de comunicación con los extraños, una poética no subrayada, un actor al que llegas a querer. Y te despides de ella conmovido, con sabor agridulce, agradecido.

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miércoles, diciembre 12, 2007

"Mis obras se aman o se odian" - Entrevista a Paul Auster

Borja Hermoso - 09/12/2007 - publicado originalmente en elpais.com

Novelas como La música del azar, Mr. Vértigo o La trilogía de Nueva York lo han consagrado como un gran narrador. Ahora su desafío es el cine, y acaba de estrenar La vida interior de Martin Frost, su segunda película en solitario.



Entre músicas del azar y libros de las ilusiones, la obra literaria de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) fue creciendo y creciendo hasta abandonar la piel del escritor solitario para mudarse en estrella del rock, del rock editorial, se entiende. Pero al hombre que lo tenía todo, al ídolo de seguidores borrachos de páginas inquietantes, siempre le picó la urticaria del cine y así, tras codirigir Blue in the face junto a su ex amigo Wayne Wang, se lanzó en solitario a la aventura de Lulu on the Bridge, experiencia que pese a la presencia del gran Harvey Keitel le salió sólo regulín. Ahora vuelve a las pantallas españolas con su segunda autoría absoluta como director: La vida interior de Martin Frost, estrenada en el último Festival de San Sebastián, donde el autor de Mr. Vertigo y La trilogía de Nueva York ejerció, además, de presidente del jurado.

Pregunta. La historia de un hombre que escribe la historia de un hombre que escribe la historia de un hombre: como poco, una trama complicada, ¿no cree?

Respuesta. Pues sí, corrí el riesgo de perderme en la jungla de las complicaciones, pero creo que merecía la pena. Ese riesgo reflejaba mis opiniones personales acerca del proceso creativo, que tiende a querer hacer cosas distintas a las demás. En este caso, quería una película distinta, algo que no se hubiese visto antes, y sabía que eso molestaría mucho a unos y gustaría bastante a otros.

P. Siempre habla usted de su cine como algo que o bien se ama o bien se odia. ¿Por qué hay que ser tan radicales, es que no hay término medio?

R. Bueno, eso es algo que también sucede con mis libros, se aman o se odian... y la verdad es que ya estoy acostumbrado. Es una manera dolorosa de vivir, pero es la historia de mi vida (risas).

P. ¿Hasta qué punto son sus películas una prolongación de sus libros?

R. Bueno, por ahora he hecho sólo dos películas totalmente mías. Y puedo decirle que las dos son una extensión de mi trabajo como escritor, porque ambas nacen de lo más profundo de mi imaginación. Sin embargo, eran dos historias que necesitaban imperativamente ser contadas de manera visual, y no literaria. Y en ambos casos, el enfoque es digamos que mucho más pequeño que en el de mis novelas. Casi podemos hablar de películas que son como dos relatos cortos.

P. El mundo del cine no está siendo demasiado simpático con Paul Auster. Tuvo problemas para estrenar en los circuitos comerciales Lulu on the Bridge, y ahora los ha tenido para financiar La vida interior de Martin Frost...

R. Bueno, fue una compañía inglesa la que financió Lulu on the Bridge. Una compañía liderada por dos mujeres muy entusiastas al principio, pero que no entendieron bien el espíritu de la película. Se creyeron que estaban financiando una película comercial... ¡no sé en qué estaban pensando! Exigieron un montón de dinero increíble a los distribuidores. Y la cosa no funcionó. Nunca llegó a estrenarse en cines en EE UU, sólo en DVD y en televisión.

P. ¿Cómo se recibió en su país La vida interior de Martin Frost?

R. Se estrenó a primeros de septiembre y fue masacrada por los críticos. Me sentí como Jesús en la cruz. O como san Sebastián con las flechas clavadas. Terrible.

P. Después de estas dos películas, ¿de verdad espera usted una carrera como cineasta o son sólo experiencias puntuales?

R. No, no. Es sólo una actividad ocasional. Eso sí, me gustaría hacer otra película algún día.

P. Le masacra la crítica, estrena con dificultad o no estrena... pero quiere hacer más películas: perdone, pero ¿cómo se llama el masoquista que lleva dentro?

R. (Risas) Sí, sí, lo soy un poco, lo reconozco. La verdad es que al hacer películas se experimenta mucho placer. Trabajas con otras personas, y eso para mí ya está bien. Hay que tener en cuenta que paso la mayor parte de mi tiempo encerrado en una habitación, trabajando solo. Ya veremos lo que trae el futuro. Quién sabe, a lo mejor podría morirme esta tarde, no se pueden hacer planes.

P. ¿Es verdad que en el fondo usted siempre quiso ser director de cine pero que por su timidez acabó siendo escritor?

R. Eso es así. Y el cine es un escape que me lo hace pasar bien. Disfruto con la música, disfruto con el decorado, disfruto con la producción, disfruto con la peluquería, pero sobre todo disfruto con el trabajo junto a los actores... porque en el fondo pienso que los actores y los escritores somos muy parecidos. Los dos intentamos que los seres imaginarios se vuelvan reales. Un actor lo hace con su cuerpo y un escritor, con su bolígrafo. ¡Ah!, y luego está la parte del montaje, que es la parte más emocionante de una película, y desde luego la que más se parece al oficio de escribir.

P. ¿Qué diferencias hay entre escribir un guión y una novela?

R. No tiene nada que ver. Si escribo una novela, siento como si estuviera viéndolo todo en tres dimensiones. Pero si escribo un guión, pienso en un rectángulo, y además todo va cortado en trocitos y todo es diálogo. En mis novelas, apenas hay diálogos.

P. Lo mismo esto le parece una barbaridad, pero ¿estaría de acuerdo en que un libro puede equivaler a una esposa y una película a una amante? Una permanece, la otra es fugaz.

R. Claro, claro, a la una puedes volver siempre, y a la otra no. Es una estupenda idea, sí, aunque a mí no se me había ocurrido hasta ahora mismo. ¡Pero el mundo ha cambiado y ahora tenemos DVD! Y a esos sí que los puedes manosear y volver a ellos todo el rato...

P. Viendo La vida interior... uno vuelve a concluir que el humor puede convertirse en el mejor subrayado del patetismo...

R. Estaba esperando que me dijera eso, ha tardado mucho. El humor es algo extraordinario, también terrible. El humor puede retratar la soledad de una forma feroz.

P. ¿Y el azar? Parece ejercer una gran influencia en su obra.

R. La muerte de un amigo mío al que atravesó un rayo cuando tenía sólo 14 años me marcó. Supongo que ésa es la explicación. Todo puede cambiar de golpe.

P. ¿Son sus libros las cosas que le han pasado?

R. No son autobiográficos, pero a veces uso en ellos cosas que me han pasado.

P. Está usted en una edad, digamos, simbólica. Los 60. ¿Está cansado?

R. Me siento como si tuviera 30. Como si acabara de empezar.

P. Lou Reed dejó dicho en My house cuál era la trilogía de su vida: "Mi escritura, mi motocicleta y mi mujer". ¿Y la suya?

R. Quite usted lo de la motocicleta y ahí está la mía. Como dijo Freud, "amor y trabajo". Ahí está lo esencial.

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domingo, diciembre 09, 2007

La vida interior de Martin Frost - A cada cual sus habilidades

Blanca Vázquez - laRepúblicaCultural.es

Habiendo leído un gran número de obras del reconocido escritor norteamericano Paul Auster, sentía mucha curiosidad por acudir al estreno de una de ellas plasmada en celuloide y dirigida por él mismo, La vida interior de Martin Frost (The inner life of Martin Frost). Lo que comenzó como un relato corto, según el autor, acabó transformándose en un largometraje. El cine no es un terreno nuevo para Auster que dejó un decente sabor de boca con ?Lulu on the Bridge? en 1998.

La vida interior de Martin Frost

No obstante su experiencia con guiones de cine, esta última cinta de Auster parece la labor de un primerizo que denota una evidente falta de presupuesto, y una ausencia total de profundidad, necesaria para paliar dicha escasez. Para empezar, el protagonista, Martin Frost , deja al espectador completamente frío. No nos seduce lo más mínimo, ni en su intelectualidad ni en su reacción ante los acontecimientos que le asaltan en su descanso campestre.

Auster es un maestro en historias laberínticas de carácter metaliterario, a caballo entre ese territorio que también sabe trabajar, la realidad y la fantasía dentro de la literatura, ficción dentro de la ficción engarzada en una cadena de historias, con escritores como protagonistas, (en cierto modo alter ego del autor), toda una orgía literaria. Pero ese encantamiento tan especial que nos embelesa en sus libros no aparece por ningún esquinado encuadre en La vida interior de Martin Frost, historia en la que parece haber batido un cóctel novelístico entre ?Travels In the scriptorium?, ?La noche del oráculo?, o ?Trilogía de Nueva York?. Cóctel que ha salido cortado, como una salsa mayonesa mal ligada.

Cuatro son solo los actores de esta cinta de unas musas complacientes y otras apagadas, de escritores buenos y malos. Amigos de Auster como David Thewlis, buen secundario en famosas sagas y producciones comerciales, pero con una evidente falta de carisma para el papel; Irene Jacob, mejor anoto un "sin comentarios"; el simpático miembro de ?Los Soprano?, Michael Imperioli, y la hija de Auster, Sophie, a la que el escritor intenta meternos con calzador, incluido sus pinitos de cantante. Un desastre, vamos.

El lenguaje cinematográfico tiene otras reglas bien distintas de la lectura pausada, imaginativa e independiente de nuestra conciencia sobre un libro. Eso no quiere decir que cualquiera de las obras de Paul Auster no pinten bien en cine. Hace falta proveer de ese misterio laberíntico y fantástico a la historia con buenos recursos audiovisuales, y para ello probablemente sea necesario algo más que un narrador, tres actores y un aprendiz y dos carteles en la pantalla guiando el desarrollo. El problema no es esa falta de concreción en la realidad: lugar, época, mundo, etc, sino la expresión visual de esos laberintos mentales que tan bien expresa Auster con la pluma. No ha sido capaz, esta vez, de comunicar al espectador, (muchos de ellos lectores de sus obras, dispuestos a recibir desde otra vertiente) la historia que el autor y director tenía en mente. Sea quizás esta la causa de que el espectador, una vez apagadas las luces de la sala, permanezca un buen lapso de tiempo con la mirada perdida.

Se entiende, por una vez, que la crítica haya sido brutal con esta historia de un escritor que cansado después de su última obra, decide trasladarse una temporada al campo, a casa de unos amigos, el matrimonio Auster (uno de los puntos referentes del director-escritor es introducir ese tipo de detalles en sus libros), de viaje por tierras lejanas. Solo en tal paraje, Martin comienza a urdir una nueva obra, momento en el que se le aparece, (machismo de las artes) una musa, Irene Jacob, cuya misión es hacer que el escritor complete su obra con buena nota. Después desaparecerá de su vida, pero?

La historia podía haber materializado una película interesante, como ya he dicho antes, al igual que cualquiera de los libros de Auster. No es el caso. No han ayudado ni la existencia de un narrador omnisciente, ni las supuestas escenas de humor (que no han hecho ninguna gracia), ni el minimalismo con que se impregna el metraje, ni el enchufismo familiar, ni la fláccida arquitectura verbal de los personajes, (imagino la destreza de Woody Allen en este caso).

Una pena, pues la cartelera no abunda de historias originales, y esta podía haber sido una de ellas.

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martes, octubre 30, 2007

«Las películas que imitan la vida son falsificaciones»

El director Gonzalo Suárez presenta en la Seminci su nueva película, «Oviedo Express», con Carmelo Gómez

Miguel Ayanz
Valladolid- Una compañía de teatro llega a Oviedo para representar «La Regenta». Una primadona de peligrosos celos, un galán donjuanesco, un director pretencioso y un actor despechado verán sus vidas mezcladas con las del alcalde de la ciudad, su mujer y la frívola madre de ésta. Carmelo Gómez, Bárbara Goenaga, Maribel Verdú, Aitana Sánchez-Gijón, Jorge Sanz, Najwa Nimri y Alberto Jiménez son el lujoso elenco del regreso de Suárez.
-El filme parece inclasificable. Es comedia, pero con drama, melodrama... ¿Huye de las etiquetas?
-Es mi temperamento. Desde mis primeros libros en los 60 ya enfocaba mi estilo hacia ese territorio de ficción donde es posible mezclar los géneros. Pero no es que lo intente, me sale así: está más cerca de cómo veo yo la realidad. La veo más próxima a mis películas o mis libros que a la descripción que de ella me hacen en otros filmes, realidades más unívocas, más monotemáticas.
-La infidelidad, a primera vista, es el gran tema del filme. Pero debajo parece que quiere hablar de la infelicidad, ahí están el personaje de Sanz, un actor en horas bajas, el de Bárbara Goenaga, una mujer casada que vive un romance y escapa de su rutina...
-Efectivamente, soy reacio a inscribirme en un tema. La infidelidad no es lo que más me interesa. Busco más esa sensación de personajes perdidos, salvo aquellos que apuestan, como el de Carmelo, por apurar todas las copas. Como le explica a Jorge Sanz, su forma de huir hacia delante es ir cambiando de personaje, de mujer, de ciudad... Sí, el tema de los temas sería la vida cambiante.
-La cinta homenajea al mundo del teatro. ¿Cree que el buen cine debe ser teatral?
-No es que lo crea, sino que lo es. Hasta los «westerns» son teatro. Diderot tuvo un sueño asombroso de lo que es el cine, lo clavó. Dijo que lo que le falta al teatro es la facilidad de cambiar de escenario. La quintaesencia del cine sigue siendo teatral, no se ha emancipado de la escena. Una de las cosas que me hizo dejar de ser actor de teatro fue ese carácter que tiene de oficina siniestra. Es un sitio con polvo. Se ve el sueño, pero en la trastienda corren las ratas, la dinámica del grupo se concentra en la envidia.
-Le dice el personaje del alcalde (Jiménez) a la actriz vengativa (Sánchez-Gijón) que los políticos y los actores se parecen. ¿También los directores de cine actúan?
-Sin duda: yo parto de la mentira. En mi primer libro ya dije: «Yo cuento mentiras de verdad, no verdades de mentira». Es una premisa que he mantenido. Parto de la ficción, pero, ¿cuál es la verdad? ¿cómo captar lo que es la vida? Es algo inabarcable. Las películas que pretenden ser como la vida misma en el fondo son falsificaciones.
-¿Es un cineasta que escribe, un escritor que hace películas...?
-No soy el único: Paul Auster, por ejemplo, y Elia Kazan era un gran escritor. En mí, primero fue el escritor. Le debo mucho a la etapa de periodista, ahí encontré mi estilo. Luego vino el cine, sin desprenderme nunca de la literatura. Siempre he escrito mis guiones. Digamos que soy un escritor que hace cine... o viceversa. Quiero que confluyan el cine y la literatura, y que ésta libere a la imagen. Es la vía que me apasiona del cine.
-Ha reunido a Sánchez-Gijón, Gómez, Verdú y Sanz, un grupo que triunfaba ya en los 90. ¿Quería reivindicarlos, dejar claro que aún tienen mucho que decir?
-No he hecho ninguna reivindicación generacional. No creo en las generaciones: duran poco y no son un valor en sí mismas. Sí es cierto que son actores de mucho talento y experiencia. Pero cuando escribo un guión no pienso en los actores, no les doy cara ni forma: son espíritus descarnados.

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domingo, octubre 21, 2007

'La Vida Interior De Martin Frost' se estrenará en noviembre

20MINUTOS.ES. 25.09.2007 - 18:31h

Es la última película del director y escritor Paul Auster.
Narra la vida de un escritor que cree haber encontrado a su musa.Ya puedes ver el trailer en 20minutos.es La Vida Interior De Martin Frost la última película de Paul Auster , tiene ya fecha de estreno: 9 de noviembre.

La película narra la historia de Martin Frost, un escritor de éxito que acaba de publicar un libro cuando decide retirarse una temporada a una casa de campo.

Al despertarse la primera mañana, Frost descubre sorprendido a una misteriosa y deslumbrante mujer tumbada a su lado. Fascinado por su belleza e inteligencia, Martin se apasiona profundamente por ella y piensa que se ha encontrado con su musa que le va a ayudar a escribir su mejor novela.

¿Quién es esta mujer misteriosa que tan bien conoce su vida y su obra? ¿Será una musa real? ¿Será una imaginación suya? ¿Será un fantasma que se ha deslizado en la vida privada de Martin Frost?

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domingo, octubre 07, 2007

Soy amante del cine, pero no influye en mis novelas: Paul Auster

En San Sebastián presenta fuera de concurso La vida interior de Martin Frost

Ericka Montaño Garfias (Enviada) - La Jornada (México)
Paul Auster, cine, San Sebastián
San Sebastián, 23 de septiembre. ?He pasado la mayor parte de mi vida solo en una habitación, escribiendo palabras sobre el papel. En los últimos 15 años he salido de esa habitación en dos ocasiones para trabajar con otras personas?. Las ocasiones de las que habla el escritor estadunidense Paul Auster fueron para dirigir las cintas Lulú en el puente y La vida interior de Martin Frost, esta última proyectada fuera de concurso en el festival de San Sebastián, al que asiste como director y presidente del jurado de la sección oficial.

Auster separa perfectamente sus papeles de cineasta y escritor. ?Siempre he sido un amante del cine, pero no creo que haya influido en mi trabajo de novelista. Siempre he pensado mis novelas como todo lo contrario: nada cinematográficas. No tengo interés en que se conviertan en películas, aunque sí ha sido un placer trabajar en el cine?.

Historia de optimismo

La vida interior de Martin Frost (The inner life of Martin Frost) es quizá uno de los pocos trabajos optimistas de Auster, una suerte de comedia mezclada con sueños. ?Quería hacer una comedia y pensé en esta historia desde 1999, antes de Bush, antes de que las cosas se pusieran tan oscuras?, dijo en referencia al anuncio que hizo hace tiempo de que no escribiría porque se sentía frustrado por las acciones del gobierno estadunidense y la guerra en Irak. Sin embargo, dijo, ?en la oscuridad de nuestros tiempos a veces algo ligero es de gran utilidad?.

En esta cinta, donde actúan Sophie (la hija del escritor), Irène Jacob, David Thewlis y Michael Imperioli, trata ?el tema de la imaginación y del proceso creativo; de cómo un escritor vive dentro de lo que está creando. Pienso a Martin Frost como una respuesta a Lulú en el puente. Las dos se solapan de cierta manera en cuanto al estado de ensoñación, pero el tema sigue siendo lo imaginario que se convierte en lo real.

?En ambos casos un hombre inventa a una mujer. Para eso somos buenos los hombres: para crear mujeres en la mente. Probablemente es uno de los puntos negativos de la masculinidad: ver algo que realmente no está ahí, pero que al mismo tiempo mantiene vivo el deseo en el mundo?.

Sobre la separación entre el director y el escritor, añadió: ?escribí el guión como película, no como novela. Lo pensé como algo visual. Son dos cosas totalmente diferentes: una película es un rectángulo, es bidimensional, imágenes proyectadas. Parece la realidad, pero no la es. En cambio un libro son palabras sobre una página que luego absorbe la mente del lector y muchas veces son más reales que las imágenes de una cinta.

?Una novela es un motor narrativo que funciona en tres dimensiones, mientras que una película se corta en diferentes momentos, como un rompecabezas. Son dos procesos diferentes y por eso he disfrutado trabajar en el cine: me obliga a pensar de otra manera?.

Por lo pronto, no tiene otro guión en mente, pero si lo tuviera lo haría de la misma manera, a escala íntima: ?me gusta trabajar a ese nivel, con un presupuesto pequeño, que da la oportunidad de trabajar de manera libre. Quienes trabajan en filmes de gran presupuesto no tienen poder, los productores lo controlan todo?.

Las actividades de Paul Auster continuarán no sólo como jurado. El próximo miércoles presentará la versión en castellano del guión La vida interior de Martin Frost (Anagrama).

Y, mientras, sigue repartiendo autógrafos por las calles de esta ciudad.

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lunes, septiembre 03, 2007

Entrevista a Paul Auster

Por Céline Curiol. El célebre escritor y cineasta norteamericano habla de su última película, La vida interior de Martin Frost, y de los riesgos de la literatura.

CELINE CURIOL

Novelista, ensayista y periodista francesa. Colaboradora del diario ?Le Monde?.



CELINE CURIOL: Usted ya escribió una parte de la historia de Martin Frost en El libro de las ilusiones. ¿Por que volvió sobre ella, la expandió y la transformó en un guión?

PAUL AUSTER: La vida interior de Martin Frost tiene una historia relativamente complicada. Una productora alemana me propuso hacer una película de treinta minutos para un ciclo que se llamaba Relatos eróticos, en el que querían incluir doce filmes breves de distintos directores que giraran en torno de la relación de los hombres con las mujeres. La propuesta me causó intriga y decidí aceptar el desafío. Era febrero o marzo, recuerdo, y me senté a escribir un pequeño guión que llegó a treinta páginas. Teniendo en cuenta que el presupuesto sería bajo, me limité a introducir dos actores y una sola locación -una casa aislada en medio del campo-. La historia de Martin Frost, un escritor, y una misteriosa mujer que resulta ser una musa. Una historia fantástica, en verdad, más o menos con el espíritu de Nathaniel Hawthorne. Pero Claire no es una musa tradicional. Ella es una encarnación de la historia que Martin está escribiendo y, a medida que avanza, ella se debilita hasta que, cuando él llega a la última palabra de su texto, ella muere. Finalmente él se percata de lo que estaba ocurriendo y quema el manuscrito para tratar de revivirla. Aquí es donde la primera versión de la historia terminaba.


CC: Hay algunos momentos graciosos en la película. La silla rota, Martin persiguiendo una rueda por la ruta, las historias de Fortunato, el excéntrico traje de cowboy. Y también hay escenas intensamente dramáticas, o misteriosas, por momentos místicas. ¿Cómo logra armonizar la oscilación entre lo humorístico y lo dramático? ¿Qué papel juega la comedia en su trabajo y en Martin Frost en particular?

PA: La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa. Más o menos conscientemente, traté de abarcar este doble aspecto en mis historias. Escribí novelas y guiones. Y siento que es la manera más honesta, el camino más auténtico para mirar el mundo, y cuando pienso en algunos de los escritores que más me gustan -Shakespeare, Cervantes, Dickens, Kafka, Beckett- todos ellos resultan ser maestros en la combinación de la luz con la oscuridad, de lo extraño con lo cotidiano. La vida interior de Martin Frost es una historia muy curiosa. Una historia sobre un hombre que escribe una historia sobre un hombre que escribe una historia -y la historia dentro de la historia, la película que vemos desde el momento en que Martin se despierta y encuentra a Claire durmiendo a su lado hasta el momento en que Martin deja de escribir y mira a través de la ventana, es tan salvaje y poco plausible, tan loca e impredecible que, sin ciertas dosis de humor, hubiese sido insoportablemente pesada. Al mismo tiempo, creo que las escenas graciosas atenúan el pathos de la situación de Martin. La escena de la rueda, por ejemplo. El espectador sabe que Claire se acaba de bajar del auto para correr hacia el bosque, pero Martin sigue empujando una rueda en la ruta, sin saber que la mujer que ama ha desaparecido. Y, de pronto, la rueda se le escapa. Es una comedia silenciosa clásica: el hombre contra el objeto. El corre detrás de la rueda, tropieza con una piedra y termina con la cara en el suelo. Divertido, pero también patético. Lo mismo es válido para el caso del personaje Fortunato, con todos sus extraños comentarios, chistes malos y sus ridículos cuentos. El aparece cuando Martin está sufriendo la pérdida de Claire y su presencia disminuye la profunda soledad en la que está sumido Martin. La escena más triste del film es también una de las más graciosas: cuando Martin lanza dardos sobre sí mismo. El pobre hombre se siente tan perdido que no sabe qué hacer consigo mismo.


CC: En la escena central de la película, Claire muere y Martin la resucita quemando las páginas de su libro. ¿Piensa que la escritura es un arma peligrosa? ¿Puede matar?

PA: La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector -si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo- y peligrosa para el escritor. Piensa en cuántos escritores fueron asesinados por Stalin: Osip Mandelstam, Isaac Babel, entre otros. Piensa en la fatwa contra Salman Rushdie. En todos los escritores encarcelados en el mundo actualmente. ¿Pero puede la escritura matar? No, al menos literalmente. Un libro no es una ametralladora ni una silla eléctrica. Pero a veces pasan cosas extrañas que te hacen pensar. El caso del escritor francés Louis-René des Forets, por ejemplo. Oí hablar del tema por primera vez cuando vivía en París, a principios de los 70, y me hechizó tanto que lo incorporé, años después, en una de mis novelas, La noche del oráculo. Des Forets era una promesa literaria de los años 50 que había publicado una novela y un libro de cuentos. Después escribió un poema narrativo en el que un chico se ahoga en el mar. No mucho después de la publicación del libro, su propio hijo se ahogó. Seguramente no hubo ninguna conexión racional entre la muerte imaginaria y la real, pero Des Forets estaba tan conmovido por la experiencia que dejó de escribir por décadas. Una historia terrible. No es difícil de entender cómo se sintió.

Perfil
Paul Auster es uno de los escritores más prestigiosos de los Estados Unidos. Con una fuerte influencia de Beckett y de Kafka, el azar es uno de los temas recurrentes en su obra. Ciudad de cristal, La invención de la soledad, La música del azar, El palacio de la luna, Tombuctú y Leviatán son algunas de sus novelas más reconocidas. Las últimas que publicó en nuestro país son Viajes por el scriptorium (Anagrama, 2007) y Brooklyn Follies (Anagrama, 2006). Ganó, entre muchos otros premios, el Príncipe de Asturias. Además de su producción literaria, ha tenido importantes incursiones en el mundo del cine como guionista y director. Cigarros y Lulu on the bridge son dos de sus películas más famosas.

La última película
La vida interior de Martin Frost está basada en una película imaginaria que aparece en El libro de las ilusiones, una novela de Auster del año 2002. El escritor escribió el guión y tuvo a su cargo la dirección. Está protagonizada por David Thewlis e Irene Jacob (La doble vida de Verónica). También actúan Michael Imperioli (Los Soprano) y la hija de Auster, Sophie. El guión de la película será editado como libro por la editorial Anagrama y estará en las librerías argentinas en setiembre.

Polémico
En un extenso diálogo que sostuvo con Tomás Eloy Martínez, y que fue recogido recientemente por la nueva revista cultural del diario ?La Nación?, Auster dijo que Borges le parecía ?un escritor menor genial?. ?Creo que su mayor fuerza radicaba en el hecho de que conocía sus límites. Ni siquiera intentó escribir novelas, no podía hacerlo. En cambio, perfeccionó aquello que sí podía hacer?, disparó.

Textuales: fragmentos de novelas de Paul Auster
?Escribir una comedia ayuda a poner las cosas en perspectiva. El mundo ha ido de tragedia en tragedia, de horror en horror, pero los seres humanos seguimos existiendo, enamorándonos y hallando alegría en la vida?. (Brooklyn Follies, Barcelona, Anagrama, 2006).

?Su conversación se convirtió en uno de esos absurdos y elípticos intercambios que se producen cuando la gente coquetea en una fiesta, una serie de acertijos, conclusiones erróneas y hábiles estocadas en el arte de cómo superar a otro. El truco consiste en no decir nada sobre uno mismo de la forma más elegante y sinuosa posible, para hacer reír a la otra persona, para mostrarse ingenioso.? (Leviatán, Barcelona, Anagrama, 1993).

?Un álbum muy grande, encuadernado en piel fina y con letras doradas grabadas en la cubierta decía: ?Los Auster. Esta es nuestra vida? y estaba completamente vacío.? (La invención de la soledad, Barcelona, Anagrama, 2002).

?No puedo interesarme por nada a menos que sea algo sin esperanzas.? (La música del azar, Barcelona, Anagrama, 1998)

?Lemuel Flagg veía el futuro en La noche del oráculo, y eso acabó con su vida. No queremos saber cuándo vamos a morir ni cuándo va a traicionarnos la persona a quien amamos. Pero nos encantaría saber cómo eran los muertos antes de morir, conocer a los muertos cuando estaban vivos?. (La noche del oráculo, Buenos Aires, Anagrama, 2004).



N. de la D.: Agradecemos la colaboración de Gabriela Esquivada y Guillermo Schavelzon (agentes literarios de Auster para los países de habla hispana), que hicieron posible la publicación de esta entrevista.

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martes, julio 17, 2007

Novelistas con alma de cine

Paul Auster, Pérez-Reverte y David Trueba

A caballo entre la pluma y el fotograma hay toda una raza de literatos-cineastas que no sólo escriben guiones y adaptan sus textos al celuloide, sino que se atreven a filmarlos.
Los repasamos.Son novelistas de prestigio, pero, a veces, cuando se cansan de juntar letras para contar historias, cambian el escritorio por un plató. Paul Auster, John Irving, Michael Houllebecq, Eric-Emmanuel Schmitt y Ray Loriga son ejemplos que repasamos.
Paul Auster, el creador de libros tan sobresalientes como Leviatán o El palacio de la Luna, en septiembre presentará en el Festival de San Sebastián su segundo trabajo como director: La vida interior de Martin Frost, en el que ha contado con su hija, Sophie Auster, Michael Imperioli e Irène Jacob. Por supuesto, el guión lo firma él.

Auster espera conseguir mejor aceptación de la que tuvo en 1988 su primer largo: Lulu on the Bridge. Quizá entonces andaba algo verde, a pesar de que había tomado nota de los consejos que le dio W. Wang mientras rodaban Blue in the Face (1995).

De Houllebecq a Loriga

El francés Michael Houllebecq debuta en la dirección con la adaptación de La posibilidad de una isla, cuyo rodaje acaba de finalizar en España, con uno de los actores más carismáticos del cine galo: Benoît Magimel.

El inesperado éxito de la adaptación de El Sr. Ibrahim y las flores del Corán parece haber animado a su autor, Eric-Emmanuel Schmitt, a adaptar y dirigir su Odette, una comedia sobre la felicidad, con Catherine Frot y J. Weber.

Dentro de nuestras fronteras, Ray Loriga es quizá el caso más emblemático. Escribió con Almodóvar Carne Trémula y trasladó al cine el crimen de Puerto Urraco en El séptimo día, de Carlos Saura.

En 1997 adaptó su novela Caídos del cielo, estrenada como La pistola de mi hermano. Ha tardado diez años en rodar su segundo largo, Teresa, el cuerpo de Cristo, y se apuntó un tanto al convertir a Paz Vega en la famosa santa abulense.

El oscarizado John Irving

John Irving es un experimentado guionista y un espléndido narrador. El mundo según Garp, Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra o El hotel New Hampshire se convirtieron en largos de culto filmados por George Roy Hill, Lasse Hallström y Tony Richardson. Incluso ganó un Oscar por el guión de Príncipes de Maine, rebautizado en el cine como Las normas de la casa de la sidra. Estos días, Irving finaliza el rodaje en Alicante de El jardín del Edén, basada en la novela homónima de Hemingway.

Y también...

Arturo Pérez-Reverte. A partir de su saga literaria elaboró el guión de Alatriste, que dirigiría Agustín Díaz Yanes.

Raymond Chandler. Más allá de su genio como novelista firmó los guiones de Perdición o La Dalia azul.

Michael Crichton. Autor de best sellers como Acoso, dirigió Contra toda ley.

David Trueba. Ha escrito y filmado, entre otras, La buena vida y Soldados de Salamina, y los guiones de Perdita Durango y Balseros.

David Mamet. Siempre entre el cine y la literatura, trabaja en Redbelt, escrita y dirigida por él mismo.

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jueves, junio 28, 2007

Paul Auster presentará su película en el Festival de San Sebastián, donde será jurado

ALBERTO MOYANO/SAN SEBASTIÁN (El Comercio Digital)

El escritor Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, formará parte del jurado de la Sección Oficial de la próxima edición del Festival de Cine de San Sebastián, que se celebrará del 20 al 29 de septiembre. El autor de 'Leviatán' presentará además en el certamen donostiarra su segunda película, 'La vida interior de Martin Frost'.

La organización del Zinemaldia baraja la posibilidad de que Auster sea el presidente del jurado aunque este extremo está aún sin confirmar, a falta de completarse la lista del resto de los miembros. El presidente del jurado en la pasada edición fue el también escritor José Saramago. Desde Donostia Kultura se pretende que Auster haga un hueco en su apretada agenda festivalera para participar en algún acto público que le permitiera mantener un encuentro con sus lectores.

El escritor estadounidense debutó en la dirección cinematográfica en 1998 con 'Lulu on the bridge', tras colaborar con Wayne Wang en las películas de 1995 'Smoke' y 'Blue in the face'. Durante buena parte del pasado año, Auster estuvo volcado en el rodaje de 'La vida interior de Martin Frost'. La cinta es, según ha manifestado el escritor en diversas entrevistas, una comedia entroncada argumentalmente con su novela 'El libro de las ilusiones'. El protagonista del filme, Martin Frost, está interpretado por el actor inglés David Thewlis, conocido en el papel del profesor Lupin de Harry Potter y el prisionero de Azkabán. Irene Jacob y Michael Imperiali completan el reparto de la película en el que también figura Sophie Auster, hija del escritor.

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lunes, mayo 28, 2007

Auster y el cine

JAVIER MEMBA, El Mundo, 01 de Julio de 2003

A tenor de la historia de Héctor Mann -uno de los personajes principales del último libro de Auster, misterioso descendiente de los gauchos judíos que abandona Argentina para convertirse en uno de los primeros "latin lovers" del cine mudo- cabe suponer que Paul Auster es un gran cinéfilo.

Nada más lejos de la realidad. La cinefilia en quien para muchos es el novelista moderno por excelencia es una más de las ilusiones a las que alude el título de su última novela. "El libro de las ilusiones" -el texto en cuestión- es inequívoco a este respecto: aunque hay algo en Mann que nos recuerda a Rodolfo Valentino, todas las películas aludidas en la narración de su experiencia son ficticias.

La palabra poética antes que la imagen

Ni siquiera la entrada de la que goza en los últimos diccionarios de cineastas, merced a su breve pero celebrada filmografía, convierten a Auster en un cinéfilo. Cineasta sí, incluso parece ser que en algún momento creyó que su verdadera vocación estaba tras la cámara, pero no cinéfilo. Prestó tan poca atención a sus inquietudes fílmicas que nunca llegó a obsesionarse con la pantalla, como lo estuvieron, lo están y lo estarán tantos de sus colegas.

Lo que en verdad apasiona al autor de "Leviatán" (1992) es la poesía francesa. Sus traducciones de Stèphane Mallarmé son memorablesson y no es exagerado calificar su "The Random House Book of Twentieth Centtury French Poetry" (1982) de clásico. Ni decir tiene que esta filia por la lírica gala, que Francia le ha devuelto convirtiéndole en uno de sus autores extranjeros favoritos, es tan respetable y admirable como la cinefilia. Ello no quita para que no deje de ser curioso un cineasta tan poco cinéfilo.

Decepcionado por el cine

A diferencia de Alain Robbe-Grillet, el otro gran novelista que goza de entrada en los diccionarios de cineastas, Auster no tiene una cultura cinematográfica. Pero, al igual que el paladín del "noveau roman" su bibliografía ha suscitado el interés de algunos de los realizadores más sugerentes de su tiempo. Si Robbe-Grillet, merced a sus novelas, fue iniciado en la realización cinematográfica por Alain Resnais, Auster, por idénticos méritos, lo fue por Wayne Wang.

Poco importa que el francés figure como guionista de "El año pasado en Marienbad" (1962) y el norteamericano como codirector de "Smoke" y "Blue in face" (ambas de 1994), lo que cuenta es que los dos descubrieron el cine de la mano de un gran cineasta. La analogía vuelve a dejar de serlo en lo que los orígenes se refiere. No hay en Auster una infancia de "Pathé baby" cuyas imágenes fueron determinantes en esa Escuela de la Mirada propuesta por Robbe-Grillet.

Ganarse la vida o ganar su vida

Bien es cierto que Auster, durante sus últimos días en la Universidad de Columbia intentó paliar algunas de esas estrecheces económicas de sus primeros años a las que se refieren sus notas biográficas publicando artículos sobre películas en el "Columbia Daily Spectator". Pero una vez comenzó a ser reconocido como novelista, el cine le interesaba tan poco que, pese a que ya fue reclamado por la pantalla desde que publicó sus primeras ficciones, no sería hasta 1990, cuando decidió dar permiso a Philip Hass para adaptar "La música del azar".

Cuatro años después, su colaboración con Wang colocaba a Auster en los altares de los circuitos en versión original. Ya desde este privilegiado puesto, el autor de la "Trilogía de Nueva York" relevó a uno de los grandes nombres del cine de autor, Wim Wenders, en la dirección de "Lulu on the Bridge" (1997), una suerte de remake de "La caja de Pandora" (1929), el clásico de Georg Wilhem Pabst. Acogida por la crítica con frialdad, cabe suponer que el gran Auster, al igual que el gran Robbe-Grillet, es el novelista, que no el cineasta.

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lunes, mayo 07, 2007

Paul Auster y Arriaga debaten la influencia de la muerte en la creación literaria

El estadounidense Paul Auster y el mexicano Guillermo Arriaga mantuvieron anoche una charla casi de amigos íntimos en el marco del Festival Literario del Pen Club, que se celebra en Nueva York.

Durante una hora hablaron sobre sus carreras literarias y sus incursiones en el mundo del cine, en una charla que tomó tintes personales desde un principio y en la que destacaron los relatos de sus experiencias con el dolor y la muerte como puntos de partida en sus trayectorias vitales y profesionales.

Auster y Arriaga se interrogaron mutuamente sobre sus ansias de escribir «permanentemente», «el miedo a la hora de enfrentarse a una página en blanco para crear una novela o a un guión cinematográfico», y sobre cuestiones vitales que no han quedado alejadas de sus obras. Paul Auster -aclamado escritor neoyorquino y autor de obras como La trilogía de Nueva York , El palacio de la luna o Brooklyn Follie s-, reconoció que presenciar a los catorce años cómo un rayo mataba a un compañero suyo de campamento le cambió la vida por completo.

«Ese día cambió mi vida, porque entendí que cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. La realidad es absolutamente impredecible», aseguró el estadounidense, quien explicó que, después, «a los quince años sabía que quería ser escritor».

Para Arriaga, la cercanía con la muerte a causa de una dolencia en el corazón cuando era un adolescente, que practicaba boxeo, lo llevó a entregarse a la literatura. «Cuando supe que mis manos podrían ser las de un cadáver, me hice la promesa de tocar con ellas las pieles que quisiera tocar, golpear lo que debiera golpear y hacer algo con ellas que las sobreviviera. Así empecé a escribir», contó el mexicano.

Fuente: Diario de León

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jueves, abril 19, 2007

Paul Auster: "Cuando escribo un guión pienso en el rectángulo de la pantalla"

"La vida interior de Martin Frost" fue rodada en Portugal, con muy poco dinero. Auster dice que escribir para cine es muy distinto de escribir una novela.

Karen Wright
BLOOMBERG



La cómoda casa de ladrillo rojizo que tiene Paul Auster en la zona de Park Slope, Brooklyn, está llena de obras de arte, de libros y de elementos de la vida familiar cotidiana. El novelista vive aquí con su esposa, la escritora Siri Hustvedt, y Sophie, la hija de ambos.

Nos reunimos en la biblioteca del piso superior un día después de que el Museo de Arte Moderno proyectara The inner life of Martin Frost (La vida interior de Martin Frost), su segunda película como director, que fue seleccionada para encabezar el festival de nuevos directores que organizan el Lincoln Center y el MoMA.

Parece cansado, pero los profundos ojos oscuros siguen dándole un aspecto atractivo. Está vestido con sencillez: jeans negros y una camisa azul. ¿La película, que es la segunda que escribe y dirige, se basa en un libro?

"No, fue un guión desde el primer momento", dice. "Lo escribí hace un tiempo como cortometraje y siempre pensé en ampliarlo y convertirlo en un largometraje. Lo terminé apenas antes del 11 de setiembre y quise estar un tiempo a solas con mis libros".

?¿Escribe diferente cuando trabaja en un guión?

?Sí, un guión es diferente en todo sentido ?contesta con una sonrisa. ?En una novela se trabaja en un mundo tridimensional. Cuando escribo una novela huelo cosas, saboreo cosas. Paradójicamente esto no es cinematográfico. No hay una narración progresiva ni mucho diálogo. Por otra parte, no escribo escenas. Cuando escribo un guión, pienso en el rectángulo de la pantalla.

?¿Un guión es más real?

?No, no es real ?es la respuesta inmediata. ?Es por completo ficticio.

Auster está rodeado de detalles de la vida familiar. Le digo que la película me parece muy personal. Hasta los créditos aparecen sobre un fondo de fotografías de él, que tiene sesenta años, con su mujer y su hija.

El escritor tiene una explicación: "Tenía que vestir el set, y como era una película de bajo presupuesto decidí usarnos", señala riéndose. "Supongo que para la gente que nos conoce eso incorpora a la película otra capa de sentido."

¿Pasa lo mismo con la utilización de su voz, tan característica, como la voz del narrador? "No aparezco en los créditos. Mi voz agrega un elemento adicional si alguien me conoce", dice Auster. Si fuera por él habría contratado a un actor, pero el editor, Tim Squyres, lo convenció de hacerlo él mismo.

The inner life of Martin Frost se ajusta en un todo al guión y tiene sólo cuatro actores. Se filmó con un presupuesto muy bajo, de aproximadamente un millón de dólares, declara Auster. Se rodó en Portugal por un simple tema de costos. Hasta la cantidad de película fue la mínima necesaria.

"A menudo nos quedábamos sin película al terminar el día, de modo que tuve que pensar muy bien qué quería y qué iba a filmar", dice. Se ensayó durante dos semanas y media y el rodaje se hizo en veinticinco días. Auster mismo encontró la casa que se usó como locación.

Este guión es característico de Auster: un escritor que escribe una historia y una historia que se convierte en realidad o, como explica Auster: "Una historia de muñecas rusas o de cajas chinas. La historia principal es la caja más grande. La historia es tan delirante que no puede ser otra cosa que una historia."

La película es muy seria. Tiene un aire intelectual que sólo anima la aparición cómica del actor Michael Imperioli, que interpreta a un escritor que no puede escribir y que así le presenta al espectador un nuevo juego: lanzamiento de destornilladores, a la manera de dardos.

"Cuando era chico, tendría entre nueve y once años, visité a un amigo que tenía un cuarto con paredes de madera de pino con nudos. Nos pusimos a lanzar destornilladores a la pared tratando de que quedaran clavados", dice. "Le apostamos a su hermano mayor que no podría hacerlo. «él lanzó uno con fuerza. El destornillador salió disparado y quedó clavado. Me causó una gran impresión."

La película comprende tomas magníficas de árboles temblorosos, hormigas que se arremolinan en la tierra, la naturaleza en todo su esplendor.

"Mi intención era mostrar cómo el escritor que interpretaba David Thewlis procesaba las imágenes visuales en el cerebro", afirma Auster.

El impacto visual explica por qué Auster dotó a su héroe del viejo instrumento de escritura que él prefiere, la máquina de escribir.

"Las computadoras son aburridas de ver y la máquina de escribir tiene mejor sonido", dice. Un paneo por mesas en las que se ve un vaso, un termómetro y botellas constituye un intento de componer una naturaleza muerta a la manera del artista del siglo XVIII Jean-Baptiste-Simeon Chardin.

Chardin es una obsesión de la esposa de Auster y la película también refleja los intereses de la familia. Tal vez podría haberse llamado The inner life of the Austers (La vida interior de los Auster).

Traducción: Joaquín Ibarburu.

(Clarin)

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domingo, abril 01, 2007

Unas fotos, el apellido Restau y la voz en «off»

(artículo publicado en La Razón)

A pesar de que no es la primera vez que confiesa que le gusta ser reconocido como escritor, Paul Auster acaba de estrenar su segundo largo, después de que en 1998 se pusiera por primera vez tras la cámara para rodar «Lulu on the bridge». El rodaje de la cinta coincidó con la concesión del Príncipe de Asturias de las Letras, en mayo de 2006. No más de veinte personas formaban el equipo técnico del segundo largo y los actores eran cuatro (la propia hija del autor, Sophie, Irene Jacob, David Thewlis y Michael Imperioli) para un presupuesto que nada tiene que ver con el de las superproducciones. Las escenas fueron rodadas en tres escenarios: una casa, una carretera y un estudio en Lisboa,Sintra y Azenhas do Mar, uno de los pueblos más pintorescos cercanos ala cpital lusa. La cinta se estrenó el pasado día 22 en Nueva York y lo que se intuía que podía aparecer en la pantalla (los juegos de identidad del escritor) se vieron reflejados allí: la cinta arranca con una toma lenta sobre un conjunto de fotografías familiares de Jack y Diane Restau, que forman el matrimonio propietario de la casa en la que se desarrollará al acción. Las imágenes que se ven son del propio Auster y de su esposa Siri. La pareja se apellida Restau: si juegan con las letras seguro que no tardan en dar con un apellido mucho más conocido: Auster. Y una tercera, quizá un poco aventurada, pero que nos acerca aún más al universo del escritor de los increíbeles ojos verdes: la voz en «off» que se escucha en el metraje, con tono ciertamente grave, bien pudiera pertenecer al escritor de «Nada es azar». Paul Auster dirige, ha escritor el guión y es uno de los productores de la cinta, que cuenta también con financiación gala y lusa. Actualmente tiene en preproducción su nuevo trabajo, del que es guionista y que dirige Alejandro Chomsky, «In the Country on The Last Things». Tendremos que esperar.

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lunes, enero 01, 2007

El fabuloso redentor

Maneja a los personajes de sus novelas como un mago. El premio Príncipe de Asturias 2006 ama también llevarlos al cine, como hace ahora con ?La vida interior de Martin Frost?
JESÚS RUIZ MANTILLA El País 23/07/2006


La literatura es un oficio de fe. Pero la fe, pese a lo que digan los metafísicos y los creyentes más fervorosos, es algo cuantitativo: se puede llegar a poner en la báscula de un sistema métrico decimal muy particular e igual de fiable. El mundo de Paul Auster nos lo demuestra de sobra, porque en él algunos rasgos del comportamiento humano rebasarían varias toneladas de optimismo y vitalismo, en igual medida que otras variables menos recomendables para afrontar los agujeros negros de la vida.
Los personajes que pueblan el ADN de este escritor adoptado en la orilla neoyorquina, pero que nació en Newark (Nueva Jersey, el Estado del otro lado del río) en 1947, saltan del poderoso cocteleo de su imaginación, que produce fluidos de seres que huelen y tienen sabor, que padecen y respiran, que intentan ser felices a la altura de sus circunstancias, cuando en algunos casos éstas no dan más que para la desolación.
Cuando pintan bastos es cuando Auster, como un superhéroe, como un fabuloso redentor, los rescata, en un alarde de confianza ciega en su oficio. Como quien está absolutamente convencido de que posee las claves secretas de la salvación mediante la creación de historias, que es el medio para que, según él predica, toda la humanidad vea un poco de luz en el camino. Así, Auster, más que en un escritor, se convierte en un evangelista de nuestro tiempo. Un urdidor de parábolas fantásticas protagonizadas por gente de lo más corriente para que podamos seguir confiando en la especie de los de aquí abajo. Él ha demostrado también que ese tipo de historias es el método más eficaz contra los fanáticos del más allá y los fabuladores baratos de discursos apocalípticos que tratan de atemorizarnos con demonios y terroristas.
Uno cae en esto cuando comprueba que casi todas sus narraciones comienzan con alguien desesperado o que va a morir, como el desvalido Nathan Glass, el héroe de su última y maravillosa novela, Brooklyn follies, que elige regresar al barrio de su infancia para quitarse la armadura. Glass es un todo, un referente de ese enternecedor circo de pobres diablos en crisis, nómadas triturados por la vida que parecen toros en busca del burladero para doblar la pata bien resguardados. Son las criaturas que inventa Auster al principio de sus libros para poderlos redimir, el auténtico y más cabal sentido de su literatura, a lo largo de toda la narración. Inventa para salvarlos. Escribe para darles esperanza. Urde palabras para que se confiesen y confíen.
Dice que no es consciente de ello, que le sale así sin querer. ?No me doy cuenta?, asegura Auster, en un hotel de Lisboa, un día de descanso del rodaje de su película La vida interior de Martin Frost, que ha filmado allí casi en familia, con su hija Sophie, de 18 años, cantante y actriz, en el reparto. Está relajado, contento y con ganas de hablar del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que recogerá en Oviedo en octubre y que le hizo imponerse en las votaciones a otro de los enormes escritores estadounidenses del presente, Philip Roth, al que conoció esta primavera por casualidad. Muchos le han querido contraponer al estilo de Auster, en una especie de lucha literaria bipolar en busca quizá de conflictos que en esta época del imperio ecléctico no llevan a ninguna parte. Ya no es pecado que te puedan gustar los dos. Elegir a uno frente a otro resulta una niñería fuera de lugar cuando se les puede sacar su jugo a partes iguales y cuando ambos retratan una América tan real como desolada, tan aterrada como digna de elogio, tan perdida como desesperada en su búsqueda de una felicidad que se hace cada vez más cara.
Auster, con sus ojos esféricos de gurú indio y su voz grave y quebrada, no muestra más que buenas palabras por Roth, a quien le emocionó realmente conocer en un restaurante de Nueva York hace nada. El maestro le felicitó por haber ingresado en ?el club?, es decir, en la academia norteamericana de las letras. El autor de Mr. Vértigo, La noche del oráculo, La música del azar, El libro de las ilusiones o Trilogía de Nueva York, entre otras obras, lo cuenta con el mismo entusiasmo que habla de los poetas a los que más admira y que le guiaron sus primeros pasos como autor lírico antes que novelista; la misma ilusión que le hace releer constantemente el Quijote, a Shakespeare o a García Márquez, un autor con el que se siente especialmente identificado este novelista que ha sido marinero y profesor de universidad.
Le estimula hablar de ellos lo mismo que de Brooklyn, el barrio en el que vive hace 26 años, y que, según él, ?no es el paraíso, pero es muy interesante?. O lo mismo que escrutar los secretos de la creación en palabras o imágenes porque no deja escapar en la conversación su delirio por el cine, un espacio creativo al que se enganchó lo mismo que a la nicotina de los puritos que fuma sin cesar cuando escribió Smoke, de Wayne Wang, con quien codirigió después Blue in the face antes de lanzarse solo a rodar Lulu on the bridge y ahora La vida secreta de Martin Frost.
Buen premio le ha caído.
No sabía que este año era candidato. Otras ediciones también fui finalista en las votaciones; el año que ganó Claudio Magris, que leí en The New York Times: ?Magris gana el Príncipe de Asturias imponiéndose a Paul Auster y Milan Kundera?. ¡Ja, ja! Pero este año, ni me había enterado.
Y eso que ha ganado a Philip Roth en la votación. Dos visiones diferentes de la literatura en su país luchando hasta en Oviedo.
Lo gracioso es que, aunque los dos hemos nacido en Newark, Nueva Jersey, nos conocimos por primera vez en un restaurante en Nueva York una semana antes de que me viniera a Portugal a rodar. Hablamos y me dijo: ?Tenemos que volver a Newark juntos?. Me pareció muy simpático, encantador. Es un escritor completamente opuesto a mí, otra sensibilidad radicalmente distinta. Aunque compartimos gustos: él adora a Conrad, como yo.
Pero no creo que le guste García Márquez tanto como a usted.
Yo también lo creo. Muy probablemente, aunque tengo que hablarlo con él.
A mucha gente le parece que es usted un explorador del realismo mágico del norte; al menos, que comparte esa mirada sobre la realidad.
Mi obra tiene una escala muy ancha. Hay novelas muy atadas al suelo. A mí también me resulta extraño ser al tiempo el creador de Mr. Vértigo, la historia de un chico que levita, como también les ocurre a algunos en Macondo, y de Brooklyn follies. O haber filmado una comedia loca como Blue in the face y una película como Lulu on the bridge. Pero la medida de eso ya lo da Shakespeare; para él, un día era una tragedia, y otro, comedia. De lo que se trata es de hacerlo bien.
La película que rueda en Portugal dice usted que es un ?haiku?. ¿Cómo se mide eso?
Porque es una película muy pequeña. Un haiku es como un respiro; una película así, con cuatro actores y unas localizaciones como las que hemos utilizado ?una casa, su jardín y un camino, no hay más?, también.
Una casa y un camino son como una metáfora de su obra.
¡Quién sabe! ¡Quién sabe!
Lo digo porque usted enfrenta a sus personajes a algunas paradojas curiosas. Algunos disfrutan de una libertad absoluta encerrados en algún sitio y otros se sienten oprimidos siendo nómadas. ¿La buena literatura surge de la contradicción?
Cierto, muchas cosas desagradables les ocurren a algunos cuando están en el camino. Estoy totalmente de acuerdo en ese punto de partida para la literatura, el de la paradoja. O el de las preguntas sin respuesta. Las preguntas que todos nos hacemos, pero que carecen de respuestas. Algunos las consiguen a veces, pero suelen ser locuras las conclusiones que sacan.
Para obtener esas respuestas se puede escribir un libro, ¿pero vale eso como garantía de que se obtengan o sólo para ahondar en las dudas?
Eso es lo que puede pasar. Creo que todo mi trabajo reta a las dudas, busca un equilibrio en un mundo inestable. El escritor es un ser dudoso; no sólo del mundo, sino de sí mismo. Si no dudaras, si no te plantearas lo que realmente merece la pena de lo que haces, no valdría para nada, no sería bueno. Nunca he conocido a un buen escritor completamente seguro de lo que escribe. Lo que la gente no entiende es que te sientes a escribir una novela de un tirón. Escribes muchísimas cosas que no valen nada, lo tiras, luego lo vuelves a intentar; así que lo que aprendes cada día es lo inútil que puedes llegar a ser, y eso es una cura de humildad.
¿El secreto, entonces, es no fiarse de lo que uno escribe?
No, tampoco. Tienes que creerlo para hacerlo, y estar convencido de que la historia que tienes entre manos es tan real como la vida misma. Cuando escribo una novela trabajo todos los días, siete a la semana, y pongo mi cabeza y mi alma a su servicio. Si me tengo que ir una semana o dos y luego vuelvo a la historia, me entran las dudas, me cuesta meterme dentro otros dos días, en ese mundo creado. Por eso busco estabilidad, para mí es la mejor manera de hacerlo.
Así que mientras rueda, no escribe.
No, estoy tan ocupado que la idea de escribir algo me resulta imposible. Pero es bueno tomarse un descanso, sin quejas. Yo elegí meterme en esto, nadie me ha obligado y lo estoy disfrutando. Me viene bien salir de mi cuarto y trabajar con gente.
No mucha, por lo que cuenta.
Muy poca, poco reparto, poco equipo, pero resultados alucinantes. Las interpretaciones son tan buenas; la fotografía, tan increíble, que estoy muy satisfecho, me da muy buen pálpito. Mi hija Sophie está en la película, tiene un papel muy pequeño, y me dice que es impresionante que durante el rodaje no haya habido ninguna metedura de pata de nadie, y es porque están tan concentrados que no corren el riesgo de equivocarse, ni de olvidarse de sus partes, ni nada. También ha venido muy bien que ensayáramos dos semanas antes del rodaje.
Y ha resucitado usted a Martin Frost, un personaje de ?El libro de las ilusiones?.
Martin Frost surgió como un guión para un cortometraje que me encargó un productor alemán y que finalmente no se hizo. Pensé que la historia daría para mucho más. Luego lo incluí en El libro de las ilusiones, y después se me ocurrió que lo interesante es lo que le pasa después de que acaba la historia tal y como está en el libro. Así que lo único que quiero contar de él es lo que está publicado, no más; sólo que es una historia tan salvaje como impredecible.
Da la impresión de que sabe usted separar su trabajo como escritor del de cineasta.
Lo gracioso es que soy esencialmente un escritor, aunque amo el cine. Pero me considero un escritor muy poco cinematográfico. Mis libros no parecen películas; no están poblados de escenas pequeñas, seguidas una de otra. No hay mucho diálogo, son muy descriptivos. Precisamente por eso creo que trabajar en el cine es bueno para mí. Porque es una manera completamente distinta de contar una historia.
O sea, que no es usted de esos autores que mientras escriben ya están pensando en la adaptación al cine. Lo bueno, uno de los grandes retos de un escritor en estos tiempos, ¿no es escribir una novela que nadie sea capaz de adaptar al cine?
Estoy de acuerdo, sí señor. Una de mis novelas fue adaptada al cine, La música del azar, y me di cuenta de que al adaptarla perdería mucho, se convertiría en algo distinto. Lo que ocurre en mis libros tiene tanto que ver con el interior de los personajes que no acaba de plasmarse bien en pantalla. Aunque he hecho una excepción. Con mi primer libro, In the country of last things. Hay un joven director argentino, Alejandro Chomsky, que quiere hacerlo; un chico con mucho talento. Le he ayudado con el guión y ahora está intentando juntar el dinero para rodarlo en Buenos Aires en inglés y en español. Vamos a ver. Los proyectos de cine tienen propensión a evaporarse, pero es algo que me gustaría que saliera adelante.
Así que ha elegido el camino de la pureza. Y ésta, en literatura, ¿con qué tiene que ver?, ¿con el lenguaje?
Cierto. Mi lucha, mi ambición es la claridad, la limpieza; mi sueño es escribir un libro tan transparente que el lector sienta que el médium entre él y la historia no son ni siquiera las palabras, que se sienta dentro de ellas, metido en algo invisible. Al tiempo, el proceso de la escritura tiene que ver con la música, el sonido, el ritmo; relacionar un párrafo con otros, para que la gente no lea sólo con la mente, sino también con el cuerpo. Los lectores muy sensibles captan esa música. Yo no sé en qué parte del proceso surge eso, pero sé cuando lo hago bien y cuando lo hago mal.
A eso le llamo ambición.
Tampoco. El trabajo debe ser así y ya está. Sin compromisos. La obligación de contar la verdad a cada paso, y, como sabemos, la verdad puede ser muy incómoda, y hay está la dificultad. El dolor, lo que dejas de ti en cada libro.
¿Compromiso?
Sí, es compromiso. Pero, ¿por qué?, ¿por qué nos comprometemos?
Eso, ¿quién les llama a comprometerse?
Creo que el arte es una enfermedad, te infectas y no te recuperas. Todos los artistas, aunque tampoco quiero exagerar, son gente que sufre, gente que no encaja en este mundo y busca otro. Hay gente encantada de conocerse a sí misma; que se siente cómoda con su mente, con su cuerpo, con su manera de ser. Yo les admiro, pero no soy de ésos.
¿Les admira o les envidia?
Lo mismo da. Tampoco quiero ser como ellos. Hay una frase de Tarkovsky, el director ruso, que decía que necesitamos el arte porque el mundo es imperfecto.
De hecho, usted siempre comienza sus libros con alguien desesperado, al borde de la muerte. ¿Pretende ser usted un resucitador?
¿Un resucitador?
Sí, porque necesita todo el libro para salvar a sus personajes.
Para salvarles o para condenarles.
¿Es consciente de ello?
No, llegan de lugares a los que no tengo acceso, de sitios muy inconscientes. No les busco, me encuentran.
Y bien salvándoles o condenándoles, ¿qué siente por ellos?
Un enorme cariño. No me abandonan, siguen a mi lado años después. Lo verán en mi nueva novela, que saldrá pronto, Troubles in the scriptorium, que trata de la relación de un autor con sus personajes. Empieza con un hombre sentado al borde de la cama, en pijama, aguantándose la cabeza con las manos. Así, con esa imagen comienza, explorando esa visión.
Una imagen un tanto nihilista.
Neutral. ¿Por qué ese hombre viejo mira al suelo?
Así que le preocupa envejecer.
No mucho, es un hecho. ¿Qué puedo hacer para impedirlo? Es fascinante, no me asusta. Simplemente me impresiona tener la edad que tengo, 59 años ya. En mi mente me parece que tengo 32, y no es así.
A lo mejor lo que le inquieta es envejecer de determinada forma.
Tampoco. Me llama la atención el misterioso trabajo que lleva a cabo el tiempo, eso me interesa cada vez más. También llegas a un punto, ahora, en que te das cuenta de que muchas de las personas que has querido han muerto. Empleas mucho tiempo hablándoles a sus fantasmas. Cuando eres joven no haces estas cosas. Es como si tuvieras un pie en ese mundo de los muertos y otro en el presente. Ahora me acuerdo de cuando tenía veintitantos años y veía a escritores mayores que me impresionaban porque parecían vencidos, derrotados; se les notaba vagos, no se interesaban por nada. No era así, ahora que he envejecido me he dado cuenta de lo que les pasaba: que sentían que nadie iba a ser capaz de cambiarlos, que no vendría ningún jovencito a descubrirles nada. Cuando tienes 20 años cambias cada día: un día escribes como Hemingway, otro como Faulkner; pero cuando superas eso encuentras tu manera de ver el mundo y no vuelves atrás.
Y cuando usted era joven, ¿cómo disfrutaba más? ¿Imitando a Ernest Hemingway o a William Faulkner?
Siempre estaba insatisfecho, porque buscaba mi camino y no lo encontraba. Por eso escribía tantos poemas, cientos de poemas, y no me gustaban, no se los enseñaba a nadie. Fue cuando comenzó todo. Dejé de preocuparme por encontrar una voz propia cuando de repente comenzó a surgir, y lo que escribía cobraba importancia en su propio sonido. Lo que es el contenido y la forma. Si tienes que expresar algo, la historia en sí encontrará la manera de hacerlo.
Entonces, las estructuras de las novelas no surgen sólo de la creatividad del escritor, sino que es la propia historia la que va moldeando su estructura, la que de alguna forma necesita su propio encaje.
Absolutamente. Todo tiene que ver con la imaginación, nos pongamos como nos pongamos.
Y en esa relación de forma y fondo hay una novela ejemplar, como es el ?Quijote?. ¿Qué es lo que le apasiona de esa obra?
Novela de novelas. Historias que entroncan con historias hasta que de repente te encuentras en un agujero con espejos. Soy un gran amante del Quijote, pero sobre todo de la segunda parte. Ésa es la novela moderna. Me fascina esa manera de dejar rastros para el lector, reales, fiables o no, que nos conducen hasta el camino que seguimos explorando hoy día.
¿Se considera muy influenciado por Cervantes?
El Quijote es un libro que leo y sobre el que reflexiono a menudo. Pero no pienso en mis influencias. No quiero ser consciente de ellas. Ni tampoco de lo que desprecio. Pero creo que han influido más en mí los poetas que los novelistas.
De ahí su obsesión por el lenguaje y la transparencia. ¿Ese fanatismo por las palabras es lo que lleva a muchos a escribir?
Hay algo de eso. Hay que ser un obseso. Casi no existe otra cosa más fiable que el lenguaje, por eso me refugio en los grandes a menudo; leo mucho a Shakespeare, a John Donne; pero también a quienes me han aportado mucho personalmente, como George Oppen, un poeta desconocido que fue amigo mío, por ejemplo.
El compromiso en los escritores es algo que usted se toma muy en serio. Es miembro muy activo del Pen Club, por ejemplo.
Ahora soy vicepresidente, sí. Me lo pidió Salman Rushdie, que es el presidente, y no podía negarme. Es de las pocas organizaciones de escritores que promueven los derechos humanos en el mundo. Me siento obligado a ayudar a escritores en peligro, cuyos derechos no se respetan, y tenemos influencia, hemos sacado a muchos de la cárcel. Créanme, es muy aburrido sentarse en las reuniones, discutir los presupuestos, muy tedioso; pero lo hacemos porque es por una buena causa.
Más ahora, porque se están poniendo las cosas feas en el mundo, gracias al Gobierno de su país, en parte.
Está más enfermo que nunca en la historia. En el Pen hemos creado un grupo de emergencia, 10 o 15 escritores lo forman en Cooper Union; allí hay un lugar muy emblemático, llamado The Great Hall, que fue donde Abraham Lincoln anunció que se presentaría a las elecciones. Allí hacemos reuniones y congresos, el último fue sobre la tortura. Se llena de gente. Son cosas que hay que hacer; no sé si valen para algo, pero al menos hablamos. Si nos quedáramos callados seríamos cómplices de lo que ocurre. Creo que somos responsables y debemos hacer algo, por pequeño que sea.
No es poco.
También hacemos un festival internacional. Tratamos muchos temas, pero hay uno que a los estadounidenses nos preocupa muchísimo. Una de las tragedias de nuestro país es la completa falta de interés por lo que ocurre en el resto del mundo, cada vez menos; se traducen poquísimos libros, se pierde el contacto con otras culturas, el país se desgaja del resto y va a la deriva. ¡No éramos así! Solíamos tener curiosidad por las cosas, pero ahora estamos aislados y demasiado satisfechos de nosotros mismos. Así que reunimos a 60 o 70 escritores de todo el mundo para que hablen y participen. Lo malo es que la prensa americana lo cubre poco, aunque todos los actos están a rebosar. Aparece más en la prensa extranjera.
Ha entonado usted en ?Brooklyn follies?, su última novela publicada, un canto a la vida sencilla. ¿Lo necesitaba después del 11 de septiembre de 2001?
Es un himno a la vida normal. Comenzamos un nuevo periodo en la historia. Hay que ser conscientes de que es una suerte y una gozada vivir. Es una comedia, literalmente; lo necesitaba para tomar distancia. Me inspiró esa frase de Billy Wilder: ?Si te encuentras bien, satisfecho, escribe una tragedia; si por el contrario te sientes desesperado, derrotado, haz una comedia?. El 11 de septiembre me hundió; estaba tan afectado, tan desolado, que no podía trabajar. Di más entrevistas entonces que en toda mi vida, la gente buscaba respuestas y a mí me venía bien hablar. Me dejé la cabeza conversando.
Pero las consecuencias han sido hasta peores de lo que esperábamos.
Escribí un artículo el año después, en 2002. Todavía se hablaba de invadir Irak, algo que desde la perspectiva que me daba la zona cero suponía un desastre completo para mí. Ya han pasado cuatro años, y desgraciadamente he comprobado que entonces tenía razón. A día de hoy no veo la salida, hemos creado un monstruo. Ni siquiera estoy seguro de que retirar las tropas hoy mismo fuera una solución. Supongo que habrá que hacerlo, pero con un plan. No puedes ocupar un país tanto tiempo. Ni siquiera el petróleo lo vale.
En estos tiempos, su literatura también cobra un extraño sentido. Esa lucha de sus personajes entre el nihilismo y la necesidad de respuestas adquiere una fuerza enorme.
Muchos de mis personajes son excesivos y están en el extremo, a punto de tirarlo todo por la borda, aunque buscan lo mismo que todo el mundo: amor, un sentido del equilibrio en sus vidas, escapar de la soledad. Muchos de ellos se rinden, y es cuando encuentran espacio en mis libros.
Y usted, para empezar, no permite que tomen decisiones drásticas, que se suiciden. ¿Le parece pecado como escritor?
Es un tema interesante. Todo el mundo se lo ha planteado. Es humano, pero tanto como pecado? Simplemente es algo sobre lo que no me gusta escribir.
También hay que animarse. Sacarle jugo a la vida leyendo. Jugar con el lector.
Claro, tenemos que proporcionar placer, gusto a los lectores; si no lo hacemos, no va a merecer la pena que la gente nos lea. ¿Para qué? Si nos sintiéramos constantemente desesperados no tendría sentido agarrar la pluma.
Y eso es algo que usted se toma muy en serio, porque no trabaja con ordenador, sigue escribiendo a mano.
No me siento cómodo con un teclado. La pluma es distinta, o el lápiz. Aunque luego, cada día, lo paso todo a máquina. Hay tantos tachones que si espero al día siguiente no hay forma de que me aclare.
De ese paso ya quedan pocos escritores que se den cuenta, porque, en un ordenador, lo borras y ya está.
Ni siquiera lo borras, lo haces desaparecer.
Y no eres consciente del trabajo que has hecho.
En cambio, yo sí; cada falta, cada imprecisión la tengo en el papel, tachada.

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