Philip K. Dick

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jueves, junio 28, 2007

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Philip K Dick.

Dubitativo elogio de la locura



Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Philip K. Dick 1928-1982, de Emmanuel Carrère

La leyenda de Philip K. Dick no hace nada más que crecer. Convertido definitivamente en uno de los iconos visibles del género con las nuevas adaptaciones cinematográficas de su obra y amparado por la edición íntegra de sus novelas en Minotauro (¿para cuándo el resto de los cuentos?), quizá uno de los factores que contribuyen más al culto creciente hacia su trabajo es, sin embargo, la naturaleza del personaje Dick. Todos hemos leído acerca de él, de cómo (según John Brunner) tomaba anfetaminas literalmente a puñados, de sus extrañas convicciones religiosas y su carácter errático.

Esta biografía agradará a los seguidores más superficiales del escritor (como yo mismo: por mucho que me interesen sus creaciones, el creador suele ser un tipo decepcionante, y ya no pierdo tiempo en profundizar en casi nada), al añadir datos que salen del conocimiento común. Sé, sin embargo, que a sus aficionados más devotos, el trabajo de Carrère les ha parecido decepcionante. Porque Carrère, en gran parte de la obra, navega a dos aguas de una forma poco clara. Diríase que pretende hacer una especie de novela sobre Dick ?que es un personaje muy justamente novelesco?, pero la reviste en todo momento de biografía. Ofrece demasiadas conclusiones propias, rellena huecos de momentos poco claros a su antojo y desarrolla una compleja teoría sobre la relación de Dick con su propia obra, convirtiendo varias novelas, en particular Los tres estigmas de Palmer Eldritch y Ubik, en jalones de la progresiva locura del autor, en una suerte de preludio de su Exégesis (la monumental obra final de su vida: 8.000 folios de delirios religiosos de diferentes grados de coherencia que nadie parece haber leído en su integridad). Porque, digámoslo claramente, el Dick presentado por Carrère es un chiflado sin paliativos, y no por ingerir drogas, sino prácticamente de nacimiento. Todo ello contrasta en cierta medida con trabajos de gente que lo conoció en persona, como su albacea Paul Williams.

Tampoco está del todo clara la posición del biógrafo acerca de su personaje. En algún momento comenta el amor que sintió en su adolescencia por su obra, y los resúmenes que hace de las novelas más destacadas demuestran un profundo conocimiento y una notable comprensión de los trabajos de Dick. Por otra parte, Carrère no puede evitar un notable distanciamiento hacia un protagonista que da la sensación de que fue disgustándole más y más a medida que lo conocía. Un tipo ególatra, vanidoso, inseguro, voluble, cobarde, hipocondríaco, adictivo, insolente, contradictorio, conservador, cruel, desquiciado y desquiciante. Todo lo cual contrasta con su aparente facilidad para hacer amigos o sumar esposas. En cuanto a su talento, Carrère comenta en varias ocasiones la pobreza de su estilo, pero admite en él tácitamente su condición de algo así como visionario, capaz de iluminar rincones oscuros de la psique humana y de esa conveniencia consensuada que llamamos «realidad».

El objetivo principal del libro es meterse en la psique de Dick, comprender esa mente alterada y los mecanismos que desencadenaron sus sucesivas paranoias y contraparanoias, por muy absurdas que resultasen. Algunas de ellas, sin embargo, resultan tan definitivamente estrafalarias ?como los periodos en los que creyó compartir su mente con un cristiano del año 70, o con el personaje de Valis, Amacaballo Fat?, que Carrère es incapaz de dar un razonamiento consecuente al desarrollo de esos procesos mentales.

El libro aclara algunos puntos ?o, al menos, presenta algunas teorías? interesantes. Destaca el retrato de su infancia, de una madre opresiva en su propia liberalidad «tontiprogre», y del extraño periodo freak en que compartió casa con una pandilla de drogadictos setenteros; las dos etapas quizá clave en el progresivo deterioro de la mente de Dick. Busca liquidar las leyendas de la relación de Dick con la droga, y especifica sus adicciones en un abuso de medicamentos que comenzó desde la niñez. Señala, en cambio, su actitud disparatada ante las mujeres, ante las que actuaba como un acosador persistente y temerario.

Carrere, además, escribe con ese estilo aséptico y a la vez comprensivo que convierte en formidable su otro libro publicado en España, El adversario. Aquí, sin embargo, la mayor extensión y la complejidad del personaje Dick le hace imposible un éxito similar. Con todos los defectos mencionados, Yo estoy vivo?es una lectura interesante y que consigue renovar el apetito por leer a Dick.

Julián Díez
publicado originalmente en revista Gigamesh

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