Julio Cortázar: abril 2007 - Hotel Kafka - Cursos

Tfno.
917 025 016

Est�s en Home » Blogs » Julio Cortázar

miércoles, abril 25, 2007

Edith Aron, su propia 'maga'

La mujer que dicen que inspiró a Cortázar publica sus "rayuelas" en España

Edith Aron está a punto de cumplir 80 años y conserva la mirada y la ingenuidad que la convirtieron para muchos en la joven que en los años cincuenta de París inspiró la Maga de Rayuela, la novela más famosa de Julio Cortázar.

Edith Aron
Se vieron en un barco, a mitad de siglo, pero aunque vivían en Buenos Aires ese viaje común no los puso juntos; después, ya en París ambos, vivieron la amistad y la bohemia de aquellos años, y ella se hizo una figura de aquel conglomerado latinoamericano que hizo de París lo que cuenta Rayuela.

Ella estaba ayer en Madrid, presentando su propio libro, 55 Rayuelas, publicado en la colección La Otra Orilla por la editorial Belacqua. "¿Yo la Maga? Yo soy mi propia persona".

Es una mujer especial. Vive en Londres, con su hija, Joanna Bergin, cantante de ópera; al lado de su casa está el paso de peatones que cruzaron los Beatles para hacerse la foto más famosa de la historia de la música pop, y un día hasta allí se acercó Julio Cortázar, para saludarla por última vez en la vida, en 1977. Él moriría unos años más tarde. Ella nunca se recuperó de una "traición indigna de Julio", que impidió que salieran en alemán (la lengua natal de Edith) unos cuentos suyos traducidos por ella.

Cortázar apareció en la casa, él jugó con Joanna, que entonces era una niña, y se fue. La reconciliación acaso está en el alma, y en cierto modo en este libro, pero aún no puede estar en las palabras. Internet le ha ayudado a aliviar su rabia: ahí, en la Red, están las traducciones que Cortázar impidió que estuviera en forma de libro.

Pero Julio fue su amigo y, "en cierta manera, mi profesor"; le enseñó muchas cosas, y sobre todo le relacionó con un mundo, el latinoamericano, "que hoy me sigue emocionando". Y se emociona de veras, sus ojos se humedecen, cuando recuerda qué le apasiona de este universo "que me tiene más feliz en Madrid o Barcelona que en Londres o en Berlín". Aunque en ningún momento ella acepte que fue la Maga, estas 55 Rayuelas que figuran en el frontispicio de su nuevo libro (tiene otros, El tiempo en las maletas y Las casas falsas, "¡y tengo el triple en mis cajones!") le parece un buen título: "Fíjese: yo siento que él fue mi profesor en muchas cosas, y estas rayuelas significan mucho como expresión de mi gratitud"; pero cuando recibió el paquete de libros que le envió la editorial, "puse encima de la portada, ésta en la que se ve la rayuela", como en la primera edición latinoamericana de la famosa novela, "un papel que decía, en alemán, Mein Buch".

No es Rayuela, ni lo pretende, una carta a Julio, que sale "cuando es importante", pero refleja en muchos de sus cuentos o rayuelas el mundo que ahora resulta ya definitivamente cortazariano y rayuelino. He aquí, por ejemplo, una frase que parece extraída de las ocurrencias surrealistas, e incandescentes, de aquella Maga de la que varias generaciones hubieran querido estar enamoradas: "Cuando íbamos a hacer las compras con mi madre, cogíamos la Obere Alleestrasse, que estaba rodeada de acacias. Allí fue donde pregunté: 'Mami, en realidad, ¿qué significa en realidad?".

El libro no es el pago de ninguna deuda, sino el efecto de su pasión por la escritura, que acaso se le aceleró en aquellos años en los que Rayuela aún no era un libro, sino una manera de vivir. Detrás de su propia escritura ella ve, sobre todo, "a los latinoamericanos, y a ellos me abrió Julio; aparte de que me apasionan los cuentos de Joseph Roth, vuelvo siempre a Borges, a Bioy, a Silvina Ocampo, a los que he traducido al alemán... Ahora creo que voy a leer a Juan Carlos Onetti, me hablan tanto de él. Y Elías Canetti. ¿Usted conoce a Canetti? Qué grande es Canetti".

En Rayuela hay algunas pistas que llevan a Edith como la Maga, y aunque ella ahuyenta esa suposición salta como una espectadora asombrada cuando se le nombra a Mondrian, un personaje fundamental en la historia del arte que se contiene en la novela de Cortázar. "¿Mondrian? ¡Pero es maravilloso!".

Vuelve hoy a Londres, a la bruma que rodea un mundo (el mundo entero) que está ahora "peor que nunca". "¿Ha visto usted el horror que ha pasado en Virginia? Ese idiota segando tantas vidas". Soñadora, como en muchas partes de sus 55 Rayuelas, Edith Aron vive a sus 80 años como si aún tuviera detrás el asombro de vivir y la rabia de despertar. Abrió los ojos en París, dice, y ni en sueños los ha cerrado. Son potentes. Imposible decir si fue la Maga. Pero se le parece mucho.

(publicado originalmente por El País: http://www.elpais.com/articulo/cultura/Edith/Aron/propia/maga/elpepucul/20070420elpepicul_4/Tes )

Etiquetas: , , , , , , ,

jueves, abril 19, 2007

Los libros y Cortázar

"Los libros no se agotan en el análisis: hay que vivirlos"
(Julio Cortázar)

Etiquetas: , , , , ,

viernes, abril 06, 2007

El Río

Por Julio Cortazar
De Final de Juego

Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano o de pie rozando el cuerpo del que apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados, del sueño que otra vez me tira hacia abajo. Entonces está bien, qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en algún momento de la noche antes de que yo me perdiera en el sueño, porque te habías ido diciendo alguna cosa, que te ibas a ahogar en el Sena, o sea que has tenido miedo, has renunciado y de golpe estás ahí casi tocándome, y te mueves ondulando como si algo trabajara suavemente en tu sueño, como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua. Así una vez más, para dormir después con la cara empapada de un llanto estúpido, hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.
Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón ridículo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.
Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estaría tan exasperado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies de la cama. No es por eso que te toco, en la penumbra verde del amanecer es casi dulce pasar una mano por ese hombro que se estremece y me rechaza. La sábana te cubre a medias, mis manos empiezan a bajar por el terso dibujo de tu garganta, inclinándome respiro tu aliento que huele a noche y a jarabe, no sé cómo mis brazos te han enlazado, oigo una queja mientras arqueas la cintura negándote, pero los dos conocemos demasiado ese juego para creer en él, es preciso que me abandones la boca que jadea palabras sueltas, de nada sirve que tu cuerpo amodorrado y vencido luche por evadirse, somos a tal punto una misma cosa en ese enredo de ovillo donde la lana blanca y la lana negra luchan como arañas en un bocal. De la sábana que apenas te cubría alcanzo a entrever la ráfaga instantánea que surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el amanecer nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero te obstinas en luchar, encogiéndote, lanzando los brazos por sobre mi cabeza, abriendo como en un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas monstruosas que quisieran separarme de mí mismo. Tengo que dominarte lentamente (y eso, lo sabes, lo he hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerte daño voy doblando los juncos de tus brazos, me ciño a tu placer de manos crispadas, de ojos enormemente abiertos, ahora tu ritmo al fin se ahonda en movimientos lentos de muaré, de profundas burbujas ascendiendo hasta mi cara, vagamente acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro con sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que acaban de sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu pelo empapado y tus ojos abiertos.

Etiquetas: , , , ,