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lunes, enero 29, 2007

Julio Cortázar en Televisión: A Fondo, 1977

En este fragmento de una larga entrevista hecha por TVE(Televisión Española), Julio Cortázar revela detalles del proceso creativo de sus cuentos y de cuáles eran sus hábitos de escritura. Durante la entrevista ("A fondo", 1977), el escritor argentino también habla sobre su familia, sus primeros escritos, sobre Argentina y el exilio, entre otros asuntos.

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viernes, enero 05, 2007

CONVERSACION DE OMAR PREGO CON JULIO CORTÁZAR

Juego y compromiso político
Omar Prego: Hay un aspecto de tu obra que ha generado un malentendido bastante considerable, es la noción de juego (en su sentido más amplio y más profundo, yo diría casi sagrado) y la de compromiso político. Yo sé que acerca de esto se ha escrito mucho, sé que tú has explicado en más de un texto cuál es tu posición a ese respecto. Pero como no podemos remitir al lector a esa bibliografía bastante cuantiosa, me parece útil que hablemos de ello aquí y que empecemos por el principio. Es decir, cuándo, de qué manera y por qué Julio Cortázar asume un compromiso político. Que no es lo mismo que ser un escritor comprometido.

Julio Cortázar: En primer lugar, es uno de los momentos en que la biografía de una persona bifurca, toma un nuevo rumbo, adquiere nuevas características. La verdad es que yo era acentuadamente indiferente a las coyunturas políticas y a la situación política en general.

OP: A pesar de que en la Argentina asumiste una actitud claramente antiperonista.

JC: Sí, pero fue una actitud política que se limitaba ?como las actitudes políticas de la mayoría de mis amigos y de la gente de mi generación? a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia. Es decir que yo me sentía antiperonista pero nunca me integré a grupos políticos o grupos de pensamiento o de estudio que pudieran tratar de llegar a hacer una especie de práctica de ese antiperonismo. Todo quedaba en esa época en la opinión personal, en lo que uno pensaba. Y curiosamente eso nos satisfacía a casi todos nosotros, nos parecía suficiente. Incluso nuestra posición durante la guerra civil española y durante la segunda guerra mundial. En un caso, claro, estábamos por los republicanos, pero ninguno de nosotros fue a combatir como voluntario a España y ni siquiera actuó políticamente en asociaciones republicanas en Argentina. Y naturalmente, cuando la segunda guerra mundial éramos todos antinazis, pero ese antinazismo no se tradujo nunca en ninguna militancia. Las había y se podía hacer cosas en el plano práctico. Digamos entonces que mis decisiones políticas ya estaban tomadas y daban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión, en realidad era un punto de vista que no se diferenciaba mucho de los puntos de vista que yo podía tener sobre la literatura o sobre la filosofía.
En cambio, la revolución cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política meramente oral: esa primera visita a Cuba me colocó frente a un hecho consumado. Yo fui muy poco tiempo después del triunfo de la revolución ?la revolución triunfó en 1959 y yo fui en 1961? en momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón porque el bloqueo era implacable, había problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias: muy poco después se produjo eso que se llamó los alzados del Escambray, esos grupos anticastristas que hubo que eliminar al precio de una lucha de varios años.

OP: Es decir que por primera vez ?y esto le ocurrió a toda una generación de escritores, artistas, economistas, periodistas? los intelectuales latinoamericanos podían asistir al proceso de construcción del socialismo en un país del continente.

JC: Claro. Y ese con el pueblo cubano, esa relación con los dirigentes y con los amigos cubanos, de golpe, sin que yo me diera cuenta (nunca fui consciente de todo eso) y ya en el camino de vuelta a Europa, vi que por primera vez yo había estado metido en pleno corazón de un pueblo que estaba haciendo su revolución, que estaba tratando de buscar su camino. Y ése es el momento en que tendí los lazos mentales y en que me pregunté, o me dije, que yo no había tratado de entender el peronismo. Un proceso que no pudiendo compararse en absoluto con la revolución cubana, de todas maneras tenía analogías: también ahí un pueblo se había levantado, había venido del interior hacia la capital y a su manera, en mi opinión equivocada y chapucera, también estaba buscando algo que no había tenido hasta ese momento.
La revolución cubana, por analogía, me mostró entonces y de una manera muy cruel y que me dolió mucho, el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer: el proceso se fue haciendo paulatinamente y a veces de una manera casi inconsciente. los temas en donde había implicaciones de tipo político o ideológico más que político, se fueron metiendo en mi literatura. Ése es un proceso que se puede ir apreciando a lo largo de los años.

OP: ¿Tenés un ejemplo?

JC: Ese cuento que se llama Reunión, cuyo personaje es el Che Guevara. Ése es un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese momento, el tema de ese relato me resultaba absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas 20 páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo.
Pero todo esto que te estoy diciendo acerca de esa especie de entrada en la conciencia política o ideológica, que antes había sido más bien uno de los tantos ejercicios intelectuales y de las opiniones que uno tiene a lo largo de la vida, no tendría demasiado sentido si no se conectara con otra cosa. Y así como te cité Reunión como el primer cuento que marcaría esa entrada en el campo ideológico y por lo tanto una participación (porque ahí yo ya entré participando), de esos mismos años debería citar, de manera simbólica, ese otro cuento que es El perseguidor.

OP: Yo, así, a primera vista, no veo una relación muy clara.

JC: Bueno, en El perseguidor la política no tiene absolutamente nada que ver, la ideología tampoco. Pero sí tiene que ver, por primera vez en lo que yo llevaba escrito haste ese momento, una tentativa de acercamiento al máximo a los hombres como seres humanos. Hasta ese momento mi literatura se había servido un poco de los personajes, los personajes estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica. los personajes no me interesaban demasiado, yo no estaba enamorado de mis personajes, con una que otra excepción relativa. En El perseguidor es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí de estar lo más cerca posible de su pie, de su carne, de su pensamiento. Y si hago esta referencia a este otro cuento es porque en el fondo se trata de una misma operación.
La toma de conciencia ideológica, política, que me dio la revolución cubana no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes políticos. Yo podía tener mucha simpatía por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas, pero era a base de criterios mentales. No me gustaba el fascismo por razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos. Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes en esos enormes dramas históricos.
Entonces, en muy poco tiempo (el símbolo son estos dos cuentos) se produce la aparición de lo que actualmente se llama el compromiso. Es decir, que yo empiezo a darme cuenta, a descubrir un territorio que hasta entonces apenas había entrevisto. Lo cual no quiere decir que yo vaya a ser un escritor de obediencia, un escritor que se limita únicamente a defender su causa y a atacar a la contraria, sino que voy a seguir viviendo en plena libertad, en mi terreno fantástico, en mi terreno lúdico, y yo sé que vos querés que hablemos de lo lúdico.

OP: Sí, pero antes me gustaría que dejáramos claro esto que algunos llamarían «un viraje» a falta de una expresión mejor. Yo siempre tuve la impresión de que en ti fue algo así como el deslumbramiento en el Camino de Damasco, salvo que vos nunca estuviste del lado de los represores, como en cambio lo estuvo Saulo.

JC: Sí, un viraje que en realidad no lo es. Más bien eso que consiste en tomar una conciencia directa de los problemas ideológicos por un lado y de sus protagonistas por otro, algo que empezaba a determinar, por lo que a mi tocaba, eso que suele llamarse habitualmente compromiso. Es decir, que llegó el día en que frente a una injusticia cualquiera ?hablemos en abstracto? yo tuve la necesidad de sentarme a la máquina y escribir un artículo protestando por esa injusticia, me sentí obligado a no quedarme callado, sino a hacer lo único que podía hacer, que era o hablar en público si se trataba de reuniones o de escribir artículos de denuncia o de defensa según los casos. Y eso, en el fondo, es lo que termina por llamarse compromiso. O sea, que un hombre que está entregado a la literatura, de golpe, agrega, incorpora y fusiona preocupaciones de tipo geopolítico que se pueden manifestar en lo que escribe literariamente o que pueden darse separadamente, como un cuerpo ya más especializado de escritura. Creo que ya te señalé el horror que me produce todo «escritor comprometido» que solamente es eso. En general, nunca he conocido un buen escritor que fuera comprometido a tal punto que todo lo que escribiera estuviese embarcado en ese compromiso, sin libertad para escribir otras cosas.

OP: Un profesional del compromiso, o un comprometido profesional.

JC: No, yo no conozco ningún gran escritor que haya hecho eso. Estoy hablando de escritores de literatura, no de filósofos ni de ensayistas. Alguien como Gregorio Selser, por ejemplo, no hace otra cosa que escribir artículos políticos, pero él no es un novelista ni un cuentista, ni tiene interés en serlo. Ese no es mi caso, porque yo siempre he vivido en un mundo de literatura que al mismo tiempo es un mundo lúdico, porque para mí es la misma cosa. Yo no podía de ninguna manera aceptar el compromiso como una obediencia a un deber exclusivo de ocuparme de cosas de tipo ideológico.

OP: Sería un poco el caso de Sartre, de mención inevitable cuando se habla de este tema.

JC: El caso de Sartre me parece profundamente admirable, porque cuando Sartre despierta a una realidad política (un poco como en otro plano habría de sucederme a mí), pero sin abandonar la literatura y la filosofía, comienza a introducir elementos de la historia contemporánea, de los problemas contemporáneos en su creación de ficción, como es el caso de Los caminos de la libertad y La náusea. En Los caminos de la libertad eso es más explícito, porque el libro se va cumpliendo mientras fuera del libro se están desarrollando esos procesos. Y creo que Sartre, mientras tuvo una capacidad creadora pura, la utilizó sin ninguna concesión. Sólo forzando mucho las cosas se puede ir a buscar símbolos de tipo político o ideológico en muchos de sus cuentos y obras de teatro.
Yo tengo la impresión de que él quería que se las considerara como puras obras de arte, y ése es estrictamente mi punto de vista. Cuando a mí me nace la idea de un cuento que tiene una referencia a las desapariciones en Argentina, escribo ese cuento con el mismo criterio literario y la misma absorción literaria con que puedo escribir cualquier cuento puramente fantástico, digamos La isla a mediodía. Para mí se trata de obras literarias, sólo que en el caso de los desaparecidos se trata de un tema que significa mucho para mí, es ese tema espantoso de lo que ha sucedido en Argentina estos últimos años, y se presenta como una posibilidad de desarrollo literario y si lo escribo igual que los cuentos puramente literarios, hay una cosa que me complace, y es que una vez que lo he terminado no puedo dejar de pensar que ese cuento va a llegar a muchos lectores y que además del efecto literario va a tener un efecto de tipo político. Ésa me parece que es la visión del compromiso, la justa en un escritor.

OP: O sea que las dos visiones se concilian finalmente y se hacen una sola.

JC: Claro. Pero cuando decís eso planteás el grave problema al que aludo en el prólogo al Libro de Manuel, que es donde ataqué de frente el problema. Problema que consiste en tratar de conseguir una convergencia de la historia contemporánea ?para llamarlo así? de ciertos aspectos de la historia y su convergencia con la literatura pura. Convergencia particularmente difícil porque en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política (la parte política, la parte del mensaje político) anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado, o bien la literatura es más fuerte y apaga, deja en una situación de inferioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector. Entonces, ese dificilísimo equilibrio entre un contenido de tipo ideológico y un contenido de tipo literario ?que es lo que yo quise hacer en Libro de Manuel? me parece que es uno de los problemas más apasionantes de la literatura contemporánea. Y me parece, además, que las soluciones son individuales, que no hay ninguna fórmula. Nadie tiene una fórmula para eso.

OP: Claro, porque si vamos a las fórmulas, entonces se corre el riesgo de caer en los esquemas, que rechazás. Yo creo que este punto quedó suficientemente ventilado en tu carta a Roberto Fernández Retamar, publicada en la Revista de la Casa de las Américas e incluida en Último round, a la que podemos remitir a todo lector interesado en estos temas. Pero ya que estamos aquí, me gustaría que habláramos precisamente de dos cuentos tuyos recientes, Grafitti y Segunda Vez. Yo creo que en ellos encontraste un nuevo camino para mostrar el rostro asumido por el horror en muchos países de nuestra América, y que consiste precisamente en despersonalizarlo, en hacerlo anónimo. En libros como El otoño del patriarca o Yo, el Supremo o El recurso del método, hay siempre un hombre de carne y hueso detrás del horror. Y entonces, como le ocurre a García Márquez con su Patriarca, el creador se encuentra con una criatura a la que se puede llegar a compadecer. En cambio, en esos cuentos tuyos no hay un hombre, por cruel que sea, sino algo que en ningún momento puede asumir una forma (como el ser monstruoso imaginado por Lovecraft en Las montañas de la locura, y sé que no te gusta Lovecraft), que en un momento determinado puede llamarse Ejército, Organizaciones Paramilitares, Comandos de la Muerte, pero que carece de rostro.

JC: Exactamente. El horror se acentúa porque se vuelve una especie de latencia omnímoda, una atmósfera que flota, en donde no se pueden conocer caras ni responsabilidades directas. Una especie de superestructura. Yo creo que la máquina del horror tiene en el campo de la novela dos ejemplos extraordinarios. Uno de ellos es El proceso, de Kafka. Y aunque ahora hay toda una teoría según la cual El proceso sería un libro cómico y que Kafka lo consideraba como un libro cómico, nosotros por lo menos lo leímos en una lectura dramática. Ahí ya se da el caso de ese destino que se va cumpliendo inexorablemente, paso a peso, sin que jamás se sepa hasta la última línea, sin que se llegue a saber jamás cuáles eran las motivaciones que determinaban ese destino. Muchas veces yo he pensado, leyendo casos típicos de desaparecidos y torturados en Argentina, que ellos han vivido exactamente El proceso de Kafka, porque han sido detenidos muchas veces por ser sólo parientes de gente que tenía una actuación politica (ellos no la tenían, o la tenían de manera muy parcial) y han sido torturados, han sido detenidos y finalmente muchas veces ejecutados. Y esa gente, en cada etapa de su destino, ha debido preguntarse quién era el responsable, de dónde le venía esa acumulación de desgracias, y no lo ha podido saber nunca porque lo único que ha conocido es a los ejecutores, a los torturadores. Quienes, por otra parte, tampoco sabían quiénes eran los jefes.
El otro libro es ese a cuyo título, 1984, vamos a llegar cronológicamente el año que viene, dentro de muy poco, el libro de Orwell. Yo acabo de escribir un texto bastante largo para El País de Madrid, que va a hacer crujir los dientes de mucha gente, incluso compañeros, porque es un artículo bastante duro, muy crítico. Ese libro contiene la imagen del Big Brother (que finalmente no existe, el Big Brother es un simulacro fabricado por ese partido que tampoco se sabe lo que es) donde se llega a un nivel totalmente infernal, a ese nivel al que vos aludías. Sí, esos dos cuentos míos que citaste contienen también esa mecánica del horror, el horror sin causa definible, sin causa precisable.

OP: Que también se da, aunque en otro registro, en Satarsa, donde todo también sucede sin que nadie sepa muy bien por qué ocurren las cosas, cuál es su sentido último, donde siempre alguien puede referirse a un escalón situado por encima suyo, hasta llegar acaso a la Ley de Seguridad del Estado.

JC: O sea, a una abstracción total.

OP: Bueno, yo te pediría que me hablaras un poco de las similitudes que ?al menos para mí ?tienen Oliveira y Andrés, el del Libro de Manuel. Te adelanto algunos de esos elementos: el desconcierto en la búsqueda y el sentimiento de lo lúdico, como si los dos creyeran que lo lúdico es una especificidad de la historia. Dos rasgos, por otra parte, que más de una vez le han sido atribuidos a un tal Julio Cortázar.

JC: Bueno, tu pregunta es demasiado vasta y exigiría tal vez un análisis parcializado. Pero tampoco hay por qué complicar inútilmente las cosas. Vamos de lo más autobiográfico, de algo que yo conozco bien, a lo más general. Desde pequeño yo he tenido un gran sentido del humor y me acuerdo que siendo muy niño ?tendría ocho o nueve años? me producía un gran asombro que en ciertas conversaciones de los mayores, en circunstancias en que todo hubiera podido arreglarse con una broma, con una respuesta llena de humor, todo el mundo se ponía trágico, todo el mundo se tomaba las cosas por el lado negativo. En el mejor de los casos se hacían chistes, los argentinos hacen muchos chistes, pero no todos tienen sentido del humor. Mirá que esto también puede aplicarse a la raza humana en general...
En todo caso la Argentina ha sido un país de humoristas individuales, como Macedonio Fernández, detrás de cuya metafísica se esconde un humor terrible. Yo, desde muy niño, sentía que el humor era una de las formas con las cuales era posible hacerle frente a la realidad, a las realidades negativas sobre todo. Si cuando sucedía algo desagradable te defendías a base de humor, salías mejor parado que tu amigo o compañero que no disponía de esa arma, que no veía más que lo trágico. Bueno, de ahí a lo lúdico no hay más que un paso. Porque quien tiene sentido del humor tiene siempre la tendencia a ver en diferentes elementos de la realidad que lo rodea una serie de constelaciones que se articulan y que son en apariencia absurdas. Todas las frases del humor tienen ese elemento de absurdo, de cosa que no funciona dentro de una lógica aristotélica. Yo sentí que eso era una especie de para realidad, es decir, una realidad que está a tu disposición en la medida que vos la sepas asumir y la sepas utilizar.

OP: Utilizabas el humor como una suerte de anticuerpo.

JC: Yo me defendía de situaciones bastante penosas mediante el recurso del humor, un humor blanco o negro, según las circunstancias. El humor negro también es un elemento importante. De modo que esas asociaciones aparentemente ilógicas que determinan las reacciones del humor y la eficacia del humor, llevan al juego. Lo lúdico no es un lujo, un agregado del ser humano que le puede ser útil para divertirse: lo lúdico es una de las armas centrales por las cuales él se maneja o puede manejarse en la vida. Lo lúdico no entendido como un partido de truco ni como un match de fútbol; lo lúdico entendido como una visión en la que las cosas dejan de tener sus funciones establecidas para asumir muchas veces funciones muy diferentes, funciones inventadas. El hombre que habita un mundo lúdico es un hombre metido en un mundo combinatorio, de invención combinatoria, está creando continuamente formas nuevas.

OP: Eso puede sonar un poco abstracto. ¿Cuáles eran tus métodos prácticos de defensa cuando eras niño?

JC: Bueno, te doy un ejemplo. A mí, desde pequeño, me fascinó la noción de monstruo, la idea de los animales mitológicos: una cabeza de león, alas de águila y plumas de pato, que naturalmente provoca la indiferencia general de la gente. Pero a mí, te repito, me fascinaba porque me di cuenta de que eso (la noción del monstruo, que es el resultado de una combinación diferente de los elementos aceptados por todos) se podía extrapolar a operaciones mentales, a conductas. Uno podía a veces conducirse lúdicamente, es decir, hacer un juego en el que de alguna manera uno era el monstruo, porque a un mismo tiempo estabas moviéndote como un león y volando como un águila.
Para llegar a la cosa central: desde que yo empecé a escribir (a escribir cosas publicables) la noción de lo lúdico estuvo profundamente imbricada, confundida, con la noción de literatura. Para mí, una literatura sin elementos lúdicos era una literatura aburrida, la literatura que no leo, la literatura pesada, el realismo socialista, por ejemplo.

OP: Bueno, precisamente, de eso se trata. Es decir que en cierta medida y hasta cierta época, se dio por aceptado que Revolución era un concepto inseparable de realismo socialista. De modo que tú te insurgís justamente contra ese concepto.

JC: Sí, lo que me vale a veces enfrentamientos cordiales, si quieres, pero enfrentamientos bastante fuertes con compañeros revolucionarios. El Libro de Manuel fue uno de esos ejemplos.

OP: Claro, porque Libro de Manuel, por el año en que fue publicado, 1973, hizo las veces de pararrayos de todas esas discrepancias que andaban flotando por ahí, las atrajo y las concentró de manera fulminante. En un reportaje publicado poco después de que te dieran el Premio Médicis para extranjeros, vos dijiste lo siguiente: «Yo no sé si llamarlo un libro político. Ésa es una palabra que me da un poco de miedo, porque política es una cosa muy profesional y muy precisa. Yo creo que es un libro que una vez más continúa una especie de apertura ideológica en la línea socialista que yo veo para América Latina, y además una especie de pre-crítica a todas las equivocaciones que suelen cometerse cuando se intentan y realizan revoluciones». Y esto se compadece perfectamente, a mi modo de ver, con otro texto tuyo, Casilla del camaleón (La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo II, pp. 185-193), donde oponés precisamente el concepto de camaleón al de coleóptero. El caleóptero es quitinoso, rígido, poco flexible, como ciertos procesos revolucionarios.

JC: Desgraciadamente. Desgraciadamente las revoluciones parecen conllevar una tendencia a la estratificación (o quitinosidad, para seguir con la imagen). En sus formas iniciales, esas revoluciones adoptaron formas dinámicas, formas lúdicas, formas en las que el paso adelante, el salto adelante, esa inversión de todos los valores que implica una revolución, se operaban en un campo moviente, fluido y abierto a la imaginación, a la invención y a sus productos connaturales, la poesía, el teatro, el cine y la literatura. Pero con una frecuencia bastante abrumadora, después de esa primera etapa las revoluciones se institucionalizan, empiezan a llenarse de quitina, van pasando a la condición de coleópteros.
Bueno, yo trato de luchar contra eso, ése es mi compromiso con a las revoluciones, a la Revolución, para decirlo en general. Trato de luchar por todos los medios, y sobre todo con medios lúdicos, contra lo quitinoso. El Libro de Manuel fue una tentativa de desquitinizar esos proemios revolucionarios que vagamente se asomaban en Argentina y que no llegaban a cuajar. Ese libro fue escrito cuando los grupos guerrilleros estaban en plena acción. Yo había conocido personalmente a algunos de sus protagonistas aquí en París, y me había quedado aterrado por su sentido dramático, trágico, de su acción, en donde no había el menor resquicio para que entrara ni siquiera una sonrisa, y mucho menos un rayo de sol.
Me di cuenta de que esa gente, con todos sus méritos, con todo su coraje y con toda la razón que tenían de llevar adelante su acción, si llegaban a cumplirla si llegaban al final, la revolución que de ellos iba a salir no iba a ser mi Revolución. Iba a ser una revolución quitinizada y estratificada desde el comienzo. El Libro de Manuel es un desafío, pero no un desafío insolente ni negativo. Es un desafío muy cordial: vos has visto que yo a los personajes con toda la simpatía posible. Por ejemplo a Marcos, el jefe de ese grupo de guerrilla urbana que está un poco de vacaciones en Europa en ese momento. Y él mismo discute con sus amigos, si no este problema, problemas paralelos. Yo no los atacaba, muy al contrario. Si hubiera tenido ganas de atacarlos no habría escrito la novela. No sólo no era un ataque, sino que era una tentativa de ponerles en el bolsillo un libro que tal vez los hubiera ayudado un poco.

OP: En eso que a falta de mejor palabra podemos llamar prólogo, decis que «lo que cuénta, lo que yo he tratado de contar, es el signo afirmativo frente a la escalada del desprecio y del espanto, y esa afirmación debe ser lo más solar, lo más vital del hombre: su sed erótica y lúcida, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en una tierra ya libre de este horizonte diario de colmillos y de dólares». Han pasado diez años: si no hubieras escrito entonces Libro de Manuel,. ¿escribirías hay algo parecido?

JC: Creo que sí. Sí, escribiría algo parecido. En el Libro de Manuel yo di un paso adelante, incluso forzándome la mano a veces, porque estaba harto de haber discutido en Cuba acerca de problemas de tipo erótico, por ejemplo, y de tropezarme con la quitina. O el tema de la homosexualidad, que ahora es también objeto de una discusión fraternal pero muy viva con los nicaragüenses cada vez que voy para allá. Yo creo que esa actitud machista de rechazo, despectiva y humillante hacia la homosexualidad, no es en absoluto una actitud revolucionaria. Ése es otro de los aspectos que quise mostrar en Libro de Manuel.
Eso es, claro, sólo un aspecto. También hay un ataque al lenguaje anquilosado, al lenguaje quitinizado. Allí, a mi manera, yo libré un combate en el plano del idioma, por que pensaba (y lo sigo pensando) que ése es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüística con la que habrá que acabar de una vez.Parte de una charla entre Omar Prego y Julio Cortázar aparecida en "La fascinación de las palabras" de Omar Prego y Julio Cortázar (1985). ©1997 Alfaguara.

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lunes, diciembre 25, 2006

Entrevista a Julio Cortázar

Autor: Alberto M. Perrone , Revista 7 Días , Febrero de 1984.

La última charla

Quiso estar en Buenos Aires el 10 de diciembre. Y fue su felicidad reconocer a su gente que se reencontraba con la democracia. Estaba más delgado que nunca y se sabia enfermo. Julio Cortázar, sin embargo, hasta último momento se mostró jovial, optimista, dispuesto a hablar del futuro y de su trabajo. Aquí está una histórica versión textual de su última entrevista mantenida con SIETE DIAS .

-¿Qué es lo primero que deberán conocer los argentinos?
-Me parece fundamental que aquí, con la mayor velocidad posible, se normalice la información sobre Nicaragua y en general América Central y la cuenca del Caribe. Todo lo que se sabe esta parcelado, dividido, mutilado ajustado a las conveniencias.... y a la presentación de los aspectos negativos y el escamoteo de lo positivo. En ese sentido estoy muy contento de haber publicado en España, un librito que ya me publicaron los nicaragüenses, que reúne todos los artículos que yo escribí sobre Nicaragua. Puede dar una idea un poco poética, pero literaria del proceso sandinista. Creo que hay que darle bibliografía a los lectores para que ellos hagan su composición de lugar y elijan, pero elijan con información y no simplemente porque los engañan. Aquí, durante tantos años, las opciones se han tomado sobre la base de mentiras; no hablemos ya de las Malvinas, no nos metamos en eso, pero respecto de Nicaragua ... Además, sostengo que toda solidaridad con Nicaragua frente a los Estados Unidos, concretamente en este caso, es también una solidaridad con Argentina: defendemos América latina.
-¿Crees que lo que va a pasar con Nicaragua podrá servir de modelo para América latina?
-Los nicaragüenses, mis amigos de la Junta, porque yo conozco bien a todos los hombres de la Junta, dicen algo que a mí me entristece mucho. Dicen: es posible que Nicaragua tenga que sucumbir y ser totalmente destrozada para que de su experiencia y de su ejemplo salga un nuevo brote revolucionario en otro país de América latina. Es terrible pensar eso y yo no lo quiero pensar, creo que si las manifestaciones de solidaridad internacional que en alguna medida le frenan la histeria a Reagan, se intensificaran, se multiplicaran, entonces habrá posibilidades de un arreglo negociado.
-¿Tanto lo afectan a los Estados Unidos la situación de Nicaragua?
Lo afectan artificialmente, en la medida en que Reagan y su equipo tienen histeria frente a la Unión Soviética. Es decir, todo lo ven en términos Este- Oeste, nunca lo ven en términos Norte-Sur. El pánico, el miedo es lo que ellos llaman la ''infiltración soviética en Nicaragua"; como el pánico que han tenido veinte años por la infiltración soviética en Cuba. Infiltración que ellos han desencadenado, que la han provocado con su actitud estúpida, con su bloqueo. ¿Qué pueden hacer estos países frente al hambre? ¿Qué pueden hacer frente a la falta de petróleo? Cuando Estados Unidos bloqueó a Cuba, Cuba se caía en quince días por falta de petróleo; la Unión Soviética les ofreció el petróleo, de la misma manera que Suecia les ofreció lápices y Francia les ofreció aspirinas y aceptaron todo. Acá es exactamente igual ¡Cómo no van a aceptar la ayuda Soviética! No hacen ninguna distinción. Si un país como la Argentina que está en situación muy diferente tiene en este momento un comercio muy importante con la Unión Soviética, frente a eso ya es una buena cosa que los argentinos hagan la comparación. Los cubanos tienen casi veinticinco años de revolución, es mucho tiempo. Los nicaragüenses estaban todavía en su pleno entusiasmo cuando les ha caído esto encima. Cada vez que voy a Managua siento lo que yo sentía en Cuba las primeras veces que fui y que ahora ya no siento pero que eso esta reemplazado por otras cosas. Cuba se defiende muy bien en el plano interno, desde el punto de vista cultural y esas cosas que nosotros conocemos mejor. El punto de vista editorial es fantástico, porque un país que tenía dos editoras, tiene ahora como veinte y además distribuidas por todo el país.
-¿Es cierto que Lezama Lima de quien vos fuiste un admirador e incluso, hiciste mucho para dárnoslo e conocer está censurado como dice Cabrera Infante?
-Cabrera Infante es un hijo de mil putas, es un perfecto renegado.
La casa de Lezama Lima en la Habana se ha convertido en museo nacional, museo de Lezama Lima y se ha instalado una biblioteca para los estudiantes. Lezama tuvo problemas con el poder, le tocó esa época de sectarismos que hubo en los años 60, le tocó muy jorobada, cuando se produjo el famoso caso Padilla que me obligó a mí siete años de silencio, de no ir a Cuba. Durante siete años no fui y Lezama por su parte también sufrió frente al resentimiento de los mediocres. Siempre los mediocres son los más revolucionarios en esas circunstancias. Lezama era un hombre que decía lo que pensaba. Cuando no le gustaba algo lo decía. Y fueron años en que no se podía decir. En que no se podía defender a un escritor homosexual, por ejemplo. Esa era una de las estupideces, ya sabes vos el terna del machismo. Yo hablé en Clarín sobre eso porque me sigue pareciendo uno de los problemas básicos en América latina que manda al suelo muchos proyectos y muchas realidades. Esa etapa pasó. Fue disminuyendo. Actualmente realmente hay un clima en que cualquier escritor cubano se desenvuelve y escribe y los jóvenes tienen editores. Sólo Cabrera Infante puede encontrar que todo está mal y lo va a seguir encontrando, él y toda la banda que lo ayuda.
-¿Cómo es la experiencia de esa nueva escritura?
_ Se nota en la poesía sobre todo. Vos sabés que la poesía es una actividad muy caribeña ¿no? No diré que todo el mundo es poeta pero todo el mundo se siente un poco poeta. Si no es escritor es lector. La poesía allá tiene la vigencia que no tiene en este país que es una expresión de minorías, bien lo saben los editores ¿no? Allí no. Allí es mucho más y no hablemos ya de un Nicolás Guillén. Hay un muchacho cubano que se llama Nogueras, totalmente desconocido en la Argentina, que escribe una muy linda poesía que no es una poesía patriótica, ni expresamente revolucionaria, con una línea muy abierta. La poesía de Nogueras los cubanos la leen, la leen y la quieren, la aman.
-¿La lectura a nivel popular está generalizada?
_ Si, esta unificada porque las tareas de alfabetización se han cumplido bien. Es muy impresionante llegar a cualquier pueblito de Cuba, pueblitos muy chiquitos y encontrar una tienda donde al lado de los cigarrillos y la cerveza hay estantes con las últimas novedades de las ediciones de la Habana o de Santiago de Cuba.
-¿Y qué es la llamada dependencia de los soviéticos?
_ En ese periodo que califiqué de sectario, llegó un momento en que los soviéticos con su cerrazón habitual en materia intelectual intentaban exportar el modelo de la revolución soviética a Cuba. Hacerles leer el realismo socialista. Entonces mandaban desde Moscú ediciones ya traducidas al español que los cubanos con muy buena voluntad trataban de leer el primer y segundo libro. Pero no se vendía ni uno. Prácticamente los regalaban y no tuvo el menor éxito. Porque Cuba es un país tropical, es un país africano, afro-español, con otros valores, con otra sensualidad, con otros criterios. A ellos les gusta una literatura que los refleje, les gusta Alejo Carpentier como es natural. Les gusta Lezama Lima y aunque solo una pequeña minoría pueda leerlo lo leen. Entonces aquella literatura cayó y los soviéticos son lo bastante vivos como para no insistir en eso. Me acuerdo, que fui el centro de una polémica con un colombiano que se llama Collazo, porque como no se animaban a usar el término realismo socialista, haban inventado el término de ''contenidismo". Decían que todo libro para que sea revolucionario tenía que tener un contenido, y ese contenido tenía que ser la causa del pueblo, etc., etc. De ahí a escribir novelas sobre los héroes de los tractores hay un paso, y a los cubanos no les gusto nada eso, no. Fue una polémica muy linda porque aclaro un montón de cosas. Eso ha quedado totalmente atrás y ahora encontrás la literatura más variada. Nadie le pide explicaciones a un escritor en Cuba si escribe un libro únicamente con poemas de amor. No le van a ir a decir "compañero usted aquí no dice ni una palabra sobre la revolución"; lo que cuenta es la actitud personal de ellos. Después escriben lo que les da la santa gana, pero como dijo Fidel siempre que no sea contrarevolucioriario. Ahora eso es un problema muy difícil porque ¿Qué es contrarrevolucionario? Para los burócratas cualquier crítica que escribas. Para esos soy un gran contrarevolucionario y muchos me lo han dicho. "Vos venís acá a criticar"; si, yo vengo a criticar desde dentro de la revolución cuando encuentro algo que no me gusta. Pero esto me gusta y esto me gusta y estoy con ustedes. Una cosa es criticarles de dentro siendo solidario y otra cosa es ser Cabrera Infante que critica desde fuera para destruir la revolución. Yo la quiero ayudar. Eso es como cuando educás un hijo: no hagas esto, le decís porque lo hacés por él y desde él. Esa es la diferencia, mucha gente no lo ve.
-¿Cómo encontraste la Argentina a tu regreso?
_Tiene que haber una crítica, una crítica generosa, que no sea una crítica desgraciada para jabonarle el piso al gobierno. Porque si la oposición al gobierno es una oposición negativa, los milicos van a volver a salir, aunque parezca impensable ahora. Hay que conocerlo como lo conocemos todos.
Todo lo que voy a decirte solamente refleja opiniones que tal vez no abarcan la totalidad. De todas formas nadie va a pensar que estoy sentando cátedra, porque si algo no hago es eso. Vos me hacés la pregunta y yo la contesto. La impresión que tengo es positiva y negativa a la vez, en los dos aspectos la parte positiva es esa sensación de distensión, la toma de conciencia de que realmente hay una libertad. Hay una diferencia con respecto a lo que sucedía y que naturalmente eso puede dar muy buenos resultados en la gente que esté dispuesta. La parte negativa del asunto es, y eso se advierte hablando con amigos como con los taxistas. Veo esa cosa típica del argentino que nos ha hecho tanto daño: delegar siempre la responsabilidad en los demás. Los taxistas te hablan con gran franqueza y dicen esto es una calamidad, esto va mal por tal y tal cosa. Falta esto, esto habría que cambiarlo, pero vos tenés la impresión que están en un plan de acusación de los demás pero que ellos están al margen. Se ponen un poco al margen, no hay una autocrítica que empiece por decir "yo también formo parte de las equivocaciones y de los defectos del país". En la medida que el pueblo no se de cuenta que el es el protagonista de su democracia y no los demás, no vamos a salir adelante. A los franceses se les puede reprochar millones de cosas, pero en principio el francés medio es un tipo que actúa y decide después de haber reflexionado. No hay ningún verticalismo en sus decisiones, en general, no acepta consignas ni órdenes, sigue directivas de su partido. Pero cómo las discute, cómo las pelea. Los comunistas en el partido comunista, los socialistas frente al socialismo. En cambio aquí el sentido critico se ejerce en una sola dirección, de mi contra vos, pero ¿yo?, yo soy perfecto. Simplemente te estoy criticando, pero el flecho de criticar no me da ningún derecho, porque en qué medida yo soy culpable o partícipe de lo que está sucediendo. En mi viaje anterior a Buenos Aires me pasó una cosa muy significativa. Un taxista me habló durante veinte minutos de la confusión, de cómo todo el mundo robaba y cuando yo me bajé me estafó en el vuelto, me di cuenta después, cuando ya me había dado una lección de moral sobre los demás. Me estafó hace diez años y ese es un buen ejemplo Los ladrones eran los otros, él no.
-En París tomaste una clara posición en defensa del grave problema de los desaparecidos, participaste de manifestaciones frente a la embajada argentina, estuviste seguramente con muchos argentinos exiliados. Como promedio de todo lo que hiciste, vos como tantos exiliados, seguramente sin la notoriedad tuya, y de mucha gente que en este momento está volviendo al país, qué reflexión queda?
-Es una excelente pregunta, hay mucha tensión, mucha inquietud. Lo más negativo, lo más lamentable sería que los exiliados que vuelven volvieran con una actitud un poco triunfalista. La actitud de los que han sufrido fuera, y vuelven. Un poco como aquel que se presentó en México y me dijo "soy un exiliado argentino", y yo le cambié la cosa. Le dije, deberías decir "soy un argentino exiliado", parecía una tontería pero tiene su sentido. Nunca faltará un porcentaje de gente que ni siquiera han sido auténticos exiliados y que vuelvan con esa tarjeta de visita, pensando que eso les da una especie de status moral que no tienen. Personalmente estoy convencido que la enorme mayoría de exiliados van a volver con una actitud profundamente positiva, es decir, todo lo que ellos han podido aprovechar del exilio para el perfeccionamiento de sus disciplinas, lo van a traer aquí.
Van a venir con ganas de volcarlo en el país, de ser útiles, de eso estoy profundamente convencido.
No porque sea mi caso personal sino porque las circunstancias me han puesto en contacto con enormes núcleos de exiliados, sobre todo en España, Francia y Bélgica. De modo que en ese sentido no tengo ningún temor. Por otro lado, también es bueno que se piense en la actitud que tomarán los argentinos que no fueron al exilio frente a estos que vuelven. Si yo pudiera dar una opinión en ese plano me gustaría que palabra exiliado desapareciera lo antes posible. Es decir que los argentinos que volvieran aquí se reincorporasen a sus tareas sin la menor etiqueta. Que ellos no se pusieran ninguna etiqueta, ni que aquí le pusieran la etiqueta de exiliados, porque ha habido muchos resentimientos de los cuales, en algunos casos, yo he sido el tema y el objeto. De modo, que conozco ese problema. Mi esperanza es que la noción de exilio y no exilio concluya y lo antes posible. Los exiliados pueden volver, que vuelvan y se incorporen.
-El hecho de volver hace que ya se tenga una actitud positiva ¿No es así?
_Yo sé que aquí adentro habrá también tensiones y fricciones. Le he oído decir a un médico el otro día, esta frase muy significativa: "ahora van a volver de España con los diplomas que se consiguieron allá, con los trabajos, con el cartel que han estado trabajando en Europa, y nos van a jabonar el piso a nosotros". Es muy grave que diga eso porque todavía no ha pasado nada, de manera que no tiene ninguna seguridad que le vayan a jabonar el piso. ¿Y qué expresa eso? Un temor, un resentimiento, un sentimiento de inferioridad, que ojalá no se produzca, y que sea un ejemplo aislado. Verdaderamente, después que esa gente ha sufrido como han sufrido los exiliados allá que al volver aquí tengan que sufrir porque fueron exiliados verdaderamente ya sería inhumano, no se quién lo aguantaría. Vos tenés material ya para siete números de tu revista. Para siete números de Siete Días.
-¿Qué áreas suponés que debe privilegiar este gobierno electo?
Todas, todas empezando por la educación primaria, hay que modificar profundamente las estructuras en las cuales nos han educado a todos nosotros, y que están basadas en un nacionalismo fácil, en un patrioterismo fácil. En esa noción que le meten a los chicos que los argentinos son los mejores, que no hay mejores en el planeta. Todos somos iguales, no hay mejores ni peores. A mi me enseñaron las maestras que los argentinos éramos una maravilla. Cuidado con los chilenos que si pueden nos invaden, cuidado con los uruguayos, cuidado con los brasileños y así. Al mismo tiempo en Brasil y en México a los chicos les están enseñando que los mejicanos son una maravilla y el argentino es un idiota, y así sucesivamente. Entonces una de las responsabilidades capitales, si queremos llegar a una verdadera democracia, es remover totalmente las fases de la educación, desde el comienzo. Crear una conciencia argentina que no excluya la conciencia latinoamericana, para empezar. Porque aquí no hay ninguna conciencia latinoamericana. Un argentino medio se nefrega en Panamá, en Costa Rica, en Nicaragua y te diría que poco menos que los miran con hostilidad, porque no son argentinos.
-Eso cambió algo con las Malvinas...
-Ojalá! Pero fijate, cuando la guerra de las Malvinas, me corregirás sí me equivoco porque mi información no es buena desde el momento que estaba del otro lado, lejos, los gobiernos latinoamericanos apoyaron la recuperación -vamos a usar la palabra- de las Malvinas, los argentinos comprendieron tal vez por primera vez que toda América Latina estaba con ellos. Estaba con la justicia de la causa Argentina, por primera vez, nociones como lucha contra el neo colonialismo y lucha contra el imperialismo, aquí no se habían utilizado para las Malvinas en absoluto.
-Es cierto. La televisión perdía hasta el color, creo, cuando se nombraban esas palabras, pero después de terminada la guerra por las Malvinas las directivas fueron "se acaba todo el verso latinoamericano".
-Este es el momento entonces que los medios de información que son libres pueden publicar abiertamente puntos de vista muy amplios sin el menor inconveniente. Es el momento de integrar eso que se llama el plan de educación general que empieza con la educación primaria y tiene que terminar en lo más alto. Yo sé, yo soy un poco quimérico y utópico porque sé muy bien que modificar un panorama como el de la televisión no es para mañana ni para pasado pero si los argentinos lo intentan lo lograrán.
Yo he dicho ya muchas veces que la revolución cubana fue una especie de detonador de conciencia en mi caso. La revolución cubana me enseñó una cosa que no sabía y es que soy latinoamericano. Era antes muy europeizante.
-Pero Borges dice que hay caraqueños o porteños pero no latinoamericanos?
_Entra muy bien dentro de su óptica y dentro de su esquema pero me parece totalmente absurdo, creo que América Latina y sobre todo en estos últimos cincuenta años se ha lanzado con todas las dificultades del caso al descubrimiento de su identidad que no la conocía.
América Latina no conocía su identidad, estaba totalmente volcada a modelos extranjeros, primero fue Europa, después fueron los Estados Unidos, el gran espejismo que lo sigue siendo en una gran mayoría. Pero, por ejemplo, el hecho que todos los países latinoamericanos en este momento tengan gran admiración por sus escritores, gente que ellos aman, alguien como García Márquez, es muy revelador porque eso no sucedía cuando yo era muchacho. La admiración era hacia los grandes maestros europeos. Borges publicaba pequeñas ediciones de 200 ejemplares y nada más, eso ha cambiado enormemente y es muy positivo, en el fondo es muy revolucionario.
-¿Tenés pensado vivir acá?
-No, vivir definitivamente no, no me gusta la palabra definitivo. Pero ir y venir, si, claro, Ir y venir en el contexto latinoamericano. El problema es que es tan enorme y hay tantos países y me siento tan cómodo en todos los países latinoamericanos...
-Te has convertido en un viajero.
_Me han convertido. Lo único que no han hecho los militares es pagarme los aviones pero aparte de eso me han obligado a tomar durante diez años uno atrás de otro para poder combatirlos.
-¿Cuando volvés a Buenos Aires?
-Vuelvo en marzo, pienso quedarme lo mínimo dos meses, además no quiero quedarme mucho tiempo en Buenos Aires. Quiero ver un poco el interior. Soy de los argentinos que antes de ir a Europa, conocieron su país, que no son tantos. Cuántos amigos conocen muy bien Londres, Paris, y no fueron nunca a Mendoza, no fueron nunca a Salta, yo conocí bien el país, le di bien la vuelta, lo único que no conozco es la Patagonia. Cuando vine en el 73 mi intención con un amigo era alquilarnos un jeep e irnos a la Patagonia, pero las circunstancias no me dejaron, porque se vino encima lo que sabemos después de las elecciones de Cámpora. Me fui y ya no pude volver, en ese momento me convertí en exiliado, pero a lo mejor puedo hacerlo ahora.
-Tu presencia en la Argentina no son lo mismo que tus declaraciones en el extranjero ni una entrevista. Movilizás mucho y de otra manera. Además, hay mucha juventud. Si en el 76 ibas por la calle con un libro de Cortázar en la mano te metían preso. Me acuerdo que a un alumno se lo llevaron porque iba con uno de tus libros. No obstante, se te enseñaba casi secretamente, y hay toda una generación de chicos de quince y dieciséis años que te conocen muy bien.
_Anoche me di cuenta de eso porque yo había ido al cine y al salir me esperaba el corresponsal de Le Monde entonces y vino por la calle Corrientes una manifestación por los desaparecidos, y había también madres de la Plaza de Mayo y una cantidad enorme de chicos pero chicos, realmente muy jovencitos y en el mismo instante que me descubrieron se interrumpió la manifestación. Se pararon y se me vinieron encima de una manera que casi me matan, pero esos pibes además me decían cosas tan conmovedoras. No hablemos ya que pedían que les firmara y donde podían, diciendo cosas como gracias por lo que hacés o gracias por estar aquí. Las chicas me dejaron toda la cara cubierta de besos, durante cinco minutos, yo estuve completamente rebasado por una cosa tan bonita. La casualidad que hizo que me encontraran y me quisieron meter en la manifestación y me hubiera ido con ellos con mucho gusto, pero tenía que darle una entrevista al Le Monde porque es importante que salga en Paris una idea de lo que está pasando aquí visto por un argentino. No fui con ellos y lo comprendieron muy bien, además, pero fueron cinco minutos increíbles y coincide con lo que me acabás de decir vos.
Y sería absolutamente imperdonable que eso fuera aplastado una vez más.
_¿Estás escribiendo?
-Mi nuevo libro es lo último que hice y ahora cuando vuelva a Paris voy a tratar de escribir algunas notas sobre lo que viví esta semana, comunicar un poco mis impresiones.
-García Márquez escribe muchísimo para una agencia que después lo retransmite.
-El escribe una nota semanal.
-Lo tuyo no se publica tan regularmente. ¿Por qué?
-Es que yo soy mucho más vago que García Márquez además estoy más enfermo y soy mucho más viejo que él. Son factores que cuentan, en serio. Yo no puedo escribir como escribe él. Es un tipo mucho más disciplinado, yo soy más vago para escribir. Por ahí durante una semana trabajo muy bien y después durante dos semanas no hago nada.
Tampoco te puedo decir cómo será mi nueva novela, te puedo decir lo que no va a ser lo que va a ser no, porque nunca sé lo que voy a escribir, nunca lo sé.

Será un libro donde la historia este presente, donde la historia latinoamericana esté presente, en qué aspectos o en que formas no lo sé, no tengo idea, pero sé muy bien que no va a ser un libro exclusivamente literario.

Cortázar según Martha Lynch

Nadie querrá creérmelo, pero es verdad. La muerte de Cortázar me tomó totalmente sumergida en él, como solamente lo consigue la atmósfera de un libro. Estaba -estoy- leyendo con deleite, con usura casi, Los autonautas de la cosmopista, la crónica de su aventura en la autopista del Sur, París-Marsella, en compañía de su mujer Carol Dunlop, su preciosa Osita. Y me llamaron para decirme que él, "El lobo", el entrañable relator, había muerto. ¿Cómo? ¿De qué? ¿Cómo pasó? Estaba enfermo, es verdad, pero no tan enfermo. Yo digo que, en parte, Cortázar se murió de pena porque Carol se había muerto antes. Y me he puesto a llorar porque estaba viajando con ellos; estaba deslizándome por esos paraderos de la ruta que él hizo memorables y mágicos por imperio de su maravillosa manera de escribir. No lo quiero creer y también lo creo ciegamente: que quienes escribieron ese libro tan estrechamente enlazados, no hayan querido desenlazarse ante la muerte. Déjenme que crea eso porque estoy segura de acertar. Los que ponen en duda esta afirmación, que lean Los autonautas de la cosmopista : nadie se puede querer tanto, nadie se puede entender tanto, nadie puede ser tan feliz y después aceptar la muerte de la mitad de la pareja como si tal. Y él era así. Apasionado y sencillo en materia política, en materia literaria. en materia humana. Fue uno de los mayores escritores del habla española y un maestro. Toda mí generación aprendió a escribir, leyéndolo. Muchas de mis pobres mejores páginas, fueron escritas bajo su influencia. Era un escritor motor de esos que dan ánimos e impulsos para escribir a su vez. Escribió el lenguaje de los argentinos. A pesar de la lejanía siempre miró hacia el Sur, porque quizá aquí tenía el corazón de su infancia. Interpretó como nadie nuestra hibridez: un pie puesto en Europa, un pie en la Argentina. Expresó nuestra angustia de dominados en casa tomada . nuestra desesperación por ser o no ser en Rayuela . Suya fue la ternura de los cuentos, la peculiaridad de los cronopios, el horror de la tortura y del torturador o de aquel otro pobre condenado al que lo persigue la desesperación de alcanzar el resplandor del arte. Entonces inmortalizó a Charlie Parker y dio su novela testimonio en El libro de Manuel , calmando su ardiente cosmovisión de revolucionario. Creyó en la revolución latinoamericana y ella lo aceptó. Vivió de acuerdo a lo que era y ya muy tarde tuvo ese logro infinito del amor que dejó impreso en su última maravillosa aventura de la autopista, la misma autopista sobre la que construyó un cuento genial. Pero quizá lo más hermoso que rescato en esta tarde tristísima de un domingo de lluvia, es su muerte. No murió ni antes ni después. Murió cercano a Carol y escribiendo. No puedo menos que envidiar su suerte. Lo he leído durante toda mi vida. Lo he llevado en viajes y en acontecimientos personales. En mi viaje a Europa de hace tres semanas viaje con Deshoras sabiendo que siempre iba a acompañarme. Así lo hizo. Lo hizo también en el terreno personal. Nos conocimos en 1968 y cuando lo llamé por teléfono a su departamento de París, me dijo: "cuando llames decí que sos la señora Ordoñez; me gustará verla entrar con vos". Nos escribimos largamente y tengo de él, el dulce recuerdo de lo mucho que se preocupaba por mis pulmones de asmática. Se fue de
aquí hace muchos años pero escribió con nuestro lenguaje, y le dio profundidad a nuestra problemática, conservó la gracia argentina y las palabras entrañables. No conoció altibajos. Siempre escribía magistralmente bien. Yo lo quería como quiero a las baldosas de las calles de Buenos Aires y como quise a los que, en la vida, todo me enseñaron. No sé como haré para terminar de leer ese libro al que leía despacito, relamiéndome, por el gusto de leer, para que ese gusto me durara más. Ahora, querido Julio, tengo que terminar el recorrido de la autopista, sin vos, Lobo, sin la Osita. Creo que es lógico que se me permita llorar.

Cortázar según Martha Mercader

Es domingo y llueve, y por teléfono me dicen que Julio Cortázar ha muerto, supongo que en Francia, supongo que repentinamente. Una sola vez compartí con él una reunión, en casa de Inés Malinov, allá por el cincuentaitantos, antes de la caída de Perón. Pronto llegó para él la fama internacional y desde entonces se hablaba de Cortázar como de un escritor que ha adquirido indiscutibles títulos de propiedad en un hermoso lote del Parnaso y con ellos la solidez del mármol. Eso tiene la fama: enfría la tibieza humana, convierte la letra, que no es más que sangre y aliento, en abstracción.
Y sin embargo, este domingo, mientras los dedos de la lluvia escriben en el teclado del techo de mi escritorio, siento que se me ha muerto un tiempo de juventud.
Cortázar fue para mí Bestiario, Las armas secretas, Final del juego . Cortázar fue el compatriota - en épocas en que pocos todavía de atrevían, en que no muchos veneraban a Arlt - que me contó en el idioma de los argentinos el cuento de una casa tan familiar que en ella una chica de La Plata como yo podía haberle cebado mate, mientras me convertía en otra cosa, a un muchacho de Banfield como él que hablaba mi mismo lenguaje y que no obstante no era como cualquier muchacho porque proyectaba una sombra inquietante que obligaba a ir cerrando puerta tras puerta. Cortázar fue sacar boleto de Ómnibus para viajar por los barrios y sin darnos cuenta meternos en la otra vía, la que permite ver los signos cifrados que nos manda un ramo de crisantemos como queriendo decir ¡ojo! la realidad no es tan simple como la gorra del guarda. Por Cortazar comprendí que en una familia hay tanto sitio para una fuente de arroz con leche y un beso antes de acostarse como para un tigre que se pasea por el jardín de los tréboles o el comedor de los cristales. Y cuando digo tigre quiero decir rayas misteriosas, la otra faz, la sombra de la realidad por las baldosas del patio o la luz de la luna en las hormigas. Por Cortazar comprendí que " todos los ñatos como Torito, cuando están abajo, cuando los fajan, hasta el más maula'', también siente el pathos de la vida y pueden tocar mi corazón, mi corazón literario, al igual que un verso de Virgilio.
Para mí Cortázar fueron Las cartas de mamá que me llevaron a cualquier lugar cuyos puentes atravesaban ciertos riachuelos, ciertas riberas del sentido que me sacaban de quicio. Y eso, sacar de quicio, es algo fundamental en literatura.

Cortázar fue para mí, y lo sigue siendo, El perseguidor , el borracho, el loco de Johnny con quien me desgarré por el conflicto de conciencia (y no sé por qué tiendo a hablar en pasado) de un creador que persigue la música (como si eso fuera posible, pero Cortázar, en sus cuentos, nos hacía creer que sí) para huir de la nada agazapada debajo del asiento del metro parisino o debajo del paraguas que me cobijaba de la lluvia, de una lluvia distinta, igual a la de este domingo, en las calles de mi Buenos Aires querido que yo atravesaba enredada en Las babas del diablo o incluso mientras las leía en el omnibus que me transportaba hacia Chacarita. Porque va entonces vivía en Colegiales, mientras en mi país se sucedían los cuartelazos y el pueblo se resistía a dejar la esperanza en el cementerio.

Puedo estar de acuerdo o no con las actitudes políticas que adoptó en distintas épocas Cortázar, ese adolescente polémico que no quería aprender a atarse los zapatos y plancharse las camisas, ese adolescente que consideraba derrota o traición ser incapaz de meterse vestido en una fuente para pescar un pececito rojo que él llamaría pescadito porque seguía hablando como argentino aunque viviera en París. Ese adolescente que conservó la rabia adolescente para los gendarmes que rapan a los barbudos y melenudos y queman libros, que insultó a los chacales que matan seres humanos en nombre de consignas sectarias. Pero este domingo, mientras la lluvia sobre el techo evoca y se entrelaza con otras lluvias y otras humedades y en el jardín de mis abuelos renace el perfume de la magnolia foscata, un olor que ya no es y reaparece o lo invento por obra y magia de la palabra, que es un ir y venir entre el autor y el lector y en este caso la lectora era yo y el autor era él, un ser que ya no es y que sigue siendo en sus libros, ellos siguen siendo, pero Julio Cortázar se lleva a su muerte un poco de mi juventud.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

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