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viernes, febrero 29, 2008

Hace 45 años los lectores descubrían Rayuela


Lunes 18 de febrero de 2008 - lanacion.com

El 18 de enero de 1963 se publicó Rayuela , novela -o antinovela- de Julio Cortázar. "¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua." Así comienza, en su versión convencional, o sea a partir del capítulo 1, uno de los escritos más influyentes del llamado boom de la literatura latinoamericana. Según se anuncia en el Tablero de Dirección con que abre el volumen: "A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros". Allí, además de aclararle al lector que puede leerse de forma convencional, también se informa que existe otro orden, que lo lleva, por ejemplo, de los capítulos centrales a los primeros, luego al final y así. La historia principal está basada en un grupo de intelectuales y buscavidas sudamericanos en París en la década del 50, aunque hay continuos datos, aparentemente inconexos, que ayudan a darle a la narración una visión caleidoscópica. Toques existencialistas, humor, desenfado, Cortázar consiguió con este escrito un nombre propio en las letras contemporáneas. Traducido a doce idiomas, hay quienes han querido ver en esta obra lo mismo que significó el Ulises , de James Joyce, una verdadera revolución dentro la literatura española.



Luis Ini

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domingo, enero 13, 2008

La cultura en el café

Un ensayo sobre el Café como el espacio donde se gestó la modernidad literaria europea.
Por Luis Fernando Afanador (semana.com)
Fecha: 01/12/2008 -1341
Antoni Martí Monterde

Poética del Café
Anagrama, 2007
491 páginas

"Cielito lindo, cielito de café", decía Julio Cortázar en Rayuela. Sin duda él perteneció a una generación que vivió el esplendor del Café como un escenario propicio para la lectura, la escritura y la discusión. "El café aguza la inteligencia y aviva la sociabilidad", pensaba el escritor catalán Josep Pla. El escritor vienés Joseph Roth, dijo: "Salir del café y ver la luz del sol era como despertarse en medio de un sueño. Dentro se paraba el tiempo". Para el profesor George Steiner, Europa está hecha de cafés: "Dibujad un mapa de los cafés y tendréis uno de los indicadores esenciales de la idea de Europa". Por eso, la decadencia del café implica la decadencia de una civilización entera.



Las coffeehouses inglesas y el café Procope de París, en el siglo XVIII, pueden ser considerados los primeros. Se inspiraron en los salones de las grandes damas aristocráticas de Francia como Madame de Staël y Madame de Sévigné. Toma su modelo de tertulia, de centro de las novedades culturales y políticas, pero sin un carácter excluyente y elitista. Son espacios abiertos, burgueses, con un único requisito: el pago del consumo que legitima la ocupación de una mesa. En el nuevo café no hay protocolos ni se reconocen jerarquías: el prestigio se gana y se pierde con el buen o el mal uso de la palabra. Aunque tampoco existe la obligación de lucirse: el derecho a permanecer callado, solitario, también hace parte de sus reglas no escritas. Un espacio democrático para el debate al que, sin embargo, sólo accederían las mujeres mucho tiempo después.

Al igual que la bebida, los cafés son adictivos. Se empieza con una visita esporádica que se va transformando en asiduidad y permanencia. ¿Cuál es el misterio de su fuerte atracción? ¿La cálida intimidad provocada por sus dimensiones reducidas? ¿La familiaridad encantadora que reina porque todo el mundo se conoce? Responde el periodista Sebastià Gasch: "No lo sé. Lo cierto es que se trata de un no sé qué tan seductor que el día que no vais lo añoras".

En el Café se interrumpe la continuidad de la vida, o se la ve desde una distancia irónica. Allí, como en ningún otro lugar, se cruza lo individual y lo colectivo, la soledad y la sociedad. "El Café es la vida interior de la ciudad como ciudad", sostenía Ramón Gómez de la Serna. Más que una historia de los Cafés, este libro de Antoni Martí Monterde, -finalista del último Premio de Ensayo Anagrama- busca seguirle la pista a esa hipótesis: cómo se ha gestado en los cafés la escritura de la ciudad y una noción de literatura. Artistas y muy buenas anécdotas desfilan por estas páginas. Que son una memoria de una forma de vida que se extingue, pero también un punto de reflexión hacia el futuro. "Pero Literatura y Café, en tiempos de pérdida, vuelven a proponerse, en silencio, para una generación -que nunca se afirmará como tal- de individuos desleídos en una nebulosa, donde leen incansablemente y se escriben".

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sábado, noviembre 17, 2007

Cortázar nuevamente

11.11.07 - JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ CANO (laverdad.es)

París es en esta época del año algo así como una fotografía color sepia del álbum de la memoria literaria trasnochada, donde desde todos los ángulos sus luces quieren ser captadas y hallar su acoplamiento en el cuaderno de campo de cualquier escritor del mundo que busca en su callejero el imaginario que les dé tablas y autoría a sus personajes. París no es ahora precisamente una fiesta, como titulara Hemingway su célebre libro, que en este incipiente otoño, tan tópico con sus hojas caídas y Sena tristón y gris, acelera huelgas e indaga en prensa amarilla los deslices sentimentales de los Sarkozy. Pero uno, también en café tópicamente parisino, lee en un suplemento literario de un diario español -Babelia, El País- que un relato inédito de Julio Cortázar Ciao, Verona ve la luz tres décadas después por esas cosas tan raras de los herederos, en este caso la viuda y albacea Aurora Bernárdez, que tuvo a bien hacérselo llegar a Carmen Balcells cuando sus obras completas ya estaban editadas (Galaxia Gutemberg. Círculo de Lectores) e incluía, in extremis, un cuento inédito, Bix Beiderbecke. De cualquier forma, y a pesar de quedar descatalogado de momento, fue gratificante desayunar en París con cuento inédito y netamente cortazariano en un café de la Rue Reaumur, un lugar fetiche en su Rayuela particular, café en el que sus protagonistas comienzan la aventura del desamor.


El cuento que leemos ahora, Ciao, Verona, es de una composición magnífica, epistolar, intimista, que tal vez debiera haberse incluido en Alguien que anda por ahí, pero eso es lo de menos, la gran suerte ha sido rescatar una nueva pieza maestra de Cortázar a la que tal vez Antonioni, como ya hiciera en otra ocasión, le hubiese puesto rostro a las palabras. También la sorpresa de comprar un periódico español y encontrarte con el gran Julio en centrales, en fotos excepcionales, esas que tanto enamoraron a La Maga cuando se exiliaba del libro y se encontraba con Julio por las callejas del barrio Latino y los puentes del Sena. Julio Cortázar, abrigo de espiguilla, hoy tan de moda, y jersey existencialista, en el café de Cluny o en el Flore, tal vez La Closerie, que más da. Ya se sabe que París es una cuestión de cafés y de gatos errantes. Este cuento que leemos ahora y con el que yo deambulo por bulevares y plazas, periódico doblado bajo el brazo, me trae a la memoria ese bestiario tan particular del escritor belga-argentino que fue uno de los pioneros del boom literario hispanoamericano en París. También me acompaña un librito que traje para leer en las largas travesías del metro y autobús y que a Julio Cortázar le hubiera gustado. Se trata de un libro fábula, El niño del pijama de rayas, que acabé cuando esbozaba esta columna y me contagió con el frío de la mañana; la mirada inocente de un niño que ve Auschwitz como una idílica campiña, la pesadilla de una verja y una amistad prohibida. Una denuncia en clave de metáfora de la mayor tragedia de la historia reciente y que bien podría haberse alineado en la borgeana Historia universal de la infamia.

Estas cosas traen esos momentos que infunden tristeza a la vez que desolación. El librito, ya acabado, también se sobresalta con la buena literatura que hoy nos hemos encontrado, casi de regalo y sin esperarlo. Se revive un poco el París de Rayuela, aunque el cuento hable de Ginebra, Verona y otras ciudades, pero la sombra de su autor siempre es inseparable a París, creo que es el escritor que mejor la entiende, explica y narra, algo así como estar casado con ella. Él mismo escribió: «Las ciudades son siempre mujeres para mí. Mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer.» Y en este romance de piedras, hormigón, metales, plomadas invisibles que descubren los caminos de lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande, el tragaluz de una lejana educación sentimental, especie de efecto involuntario del recuerdo, alertan con sus rasgos las facciones y la música callada de tantos lugares como instantes mágicos. He creído estar en el París de La Maga, de Oliveira, tan excelentemente retratado por Héctor Zamplagione en libro que siempre llevo conmigo cuando visito la ciudad, amante que como un bálsamo de muerte ronda y sigue los pasos de su autor, cuando todo es silencio y la escritura matemática y sabia de la naturaleza nos desvela nuestras identidades proscritas. Ya no es el París de Cortázar, Vallejo y tantos ilustres huéspedes que hicieron de la ciudad personaje de carne y hueso en sus novelas y poemas. Ya no existe el lado de acá ni de allá -los cortazarianos me entenderán-. Ahora son las prisas impuestas por Sarkozy las que neutralizan el tempo lento que la literatura precisa. Se trata de un París postsesentayochista, mestizo y multicultural, con suburbios reivindicativos y existencialistas xenófobos, aunque algunos cronopios y famas de los que todavía quedan nos adentran en los paraísos de la imaginación y la realidad, como ese hermoso cuento que se ha rescatado al posible olvido y al infinito. En Montparnasse, de donde no ando muy lejos, puede leerse en la tumba de Cortázar: « empezar a caminar, caminar solo, hasta la esquina, la esquina sola ».

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domingo, mayo 20, 2007

Julio Cortázar: Los pasos tras las huellas

"París Marsella", de Sebastián Martínez, recrea una travesía casi surrealista hecha por Cortázar y su mujer.

Autor del artículo: Miguel Frías ( mfrias@clarin.com )
publicado originalmente en clarin.com


En mayo del 82, Julio Cortázar y Carol Dunlop, ambos muy cerca de sus muertes, emprendieron lo que él llamó una expedición surrealista: un viaje, con reglas estrictas, hacia la irrestricta libertad del no lugar, la fantasía, el no tiempo. El juego: cubrir el trayecto París?Marsella, no más de nueve horas de auto, en 33 días; sin salirse de la autopista, deteniéndose a "hacer noche" cada dos paradores, escribiendo un cuaderno de bitácora que sería la novela Los autonautas de la cosmopista.
Veinte años después, Sebastián Martínez y su mujer, Victoria Simón, embarazada de dos meses, repitieron la travesía lúdico-metafísica, pero registrándola no en un collage literario sino fílmico: la bella, delicada, melancólica París Marsella. Trabajaron (disfrutaron) en dos dimensiones: en una registraron personajes fugaces, instantes perdurables, bordes de camino, quiebres cortazarianos de la realidad; en otra, rastrearon, versión ilustrada de Los autonautas... en mano, qué quedaba de un paisaje tan transitorio como la existencia.

Con imágenes de texturas cambiantes, sutileza visual, buen humor y homenajes variados (el filme empieza con el plano de una suerte de Axolotl), la pareja combinó la narración en off de Martínez con una voz anónima leyendo fragmentos de Cortázar en francés. En un pasaje, el escritor comenta que él y Dunlop van escuchando noticias sobre Malvinas en la BBC.

Escribe Cortázar: "Cuando usted lea estas páginas, paciente lector, no serán más que una hoja de alcaucil del tiempo. Cosas y cosas habrán sucedido. Y, como cantaba Jean Sablon: Todo pasa, todo se quiebra, todo se desgasta. Ya habrá otro en mi lugar. Otra guerra arderá en otros horizontes".

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lunes, mayo 07, 2007

Estrenaron el documental "Paris Marsella"

Las experiencias que Julio Cortázar volcó en su libro "Los autonautas de la cosmopista", que escribió en 1982 durante un viaje por una autopista francesa, fueron reeditadas por Sebastián Martínez en el documental "París Marsella", que se estrenó ayer en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).



Inspirado en aquel libro que Córtazar escribió durante un viaje de 33 días por una autopista francesa junto a su mujer, Carol Dunlop, Martínez repitió 20 años después -también en compañía de su esposa, Victoria Simon, que estaba embarazada- el mismo recorrido entre París y Marsella. Esta road-movie documental que Martínez realizó como una suerte de homenaje y continuación de aquella aventura lúdica emprendida por Cortázar, se estrenó el sábado y se verá todos los sábados y domingos de mayo, y el primer fin de semana de junio, siempre a las 17, en la avenida Figueroa Alcorta 3415 de la Capital Federal. "Al principio quería armar un testimonio de lo que había sido ese viaje, pero luego empezamos a trabajar en el proyecto y surgió la idea de ponerse la mochila al hombro y repetir la experiencia.
De un mero testimonio se convirtió en una aventura al repetir el mismo viaje 20 años más tarde", indicó a el realizador. Martínez, que en aquel momento vivía en Europa -estudiaba cine en Francia en París 8 y en España en la Universidad Pompeu Fabra-, comenzó el rodaje en agosto de 2002 con la idea de seguir al pie de la letra las mismas reglas que Cortázar y su mujer se habían impuesto antes de viajar. Según ese manual de aventura, él y su esposa debían recorrer -al igual que Cortázar y Dunlop 20 años antes- los 800 kilómetros que separan París de Marsella en 33 días, deteniéndose en todos los paraderos, sin salir ni una sola vez de la autopista.
"Queríamos cumplir con esas reglas, pero debimos romperlas por distintas circunstancias. Primero, por un intento de robo que nos obligó a buscar un hotel fuera de la carretera, y luego por la fatiga, que nos obligó a terminar la experiencia unos días antes", confesó Martínez.
"Nos lo tomamos bastante en serio, pero como buenos copiones no haberlo podido realizar me parece que es justo. Intentar hacerlo y casi lograrlo fue mejor homenaje que haberlo hecho al pie de la letra", agregó el cineasta, que se ocupó junto a su mujer de la imagen y el sonido.
Lo que ambos se proponían, recordó, era "tratar de capturar ciertas situaciones con personajes en un ámbito tan especial como una autopista, un lugar no habitual para conocer gente, y obligarse a estar en un territorio inhóspito y hostil". "Queríamos trabajar con lo cotidiano y con esos encuentros fugaces que no duraban más de diez o quince minutos", señaló el realizador, que entrevistó a camioneros, hombres solitarios, empleados de la autopista y otras personas que transitaban por allí.
Según Martínez, el libro de Cortázar "es un juego permanente, es un libro documental. Algo muy interesante es que él y su mujer son protagonistas, pero también hay lugar donde Cortázar le abre las puertas a la ficción". "Mientras para ellos fue un momento de ocio, una celebración y unas vacaciones que llevaron a cabo y tenían planeadas desde hace mucho tiempo, para nosotros fue en muchos momentos un trauma, porque viajábamos embarazados -de Mora, su hija de cuatro años- y no podíamos sentirnos a gusto", recordó.
La aventura que Cortázar y Dunlop realizaron por esa autopista francesa posee también el carácter de una despedida, ya que ella falleció 4 meses después del viaje y Cortázar lo hizo 10 meses después de la muerte de su esposa.

fuente: infoRegion

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miércoles, marzo 21, 2007

Julio Cortázar en el cementerio de Montparnasse

La tumba de Julio Cortázar en el cementerio de Montparnasse en París.




Por ser traidor hasta con la traición, lo amaban las gentes honorables.

JULIO CORTÁZAR, El poeta propone su epitafio.

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domingo, marzo 18, 2007

París revela el alma de Cortázar con una muestra de su archivo personal

Se trata de la colección que el escritor legó a su ex Aurora Bernardes. Se destacan sus autorretratos, las cartas personales y un raro filme en Super 8.

publicado en clarin.com
María Laura Avignolo PARIS CORRESPONSAL
mavignolo@clarin.com



Más de cuatro mil items revelan en París el mundo interior de Julio Cortázar. Fotos, negativos, diapositivas, cartas manuscritas, reportajes y filmes cuentan una historia íntima que atraviesa Buenos Aires, la ciudad bonaerense de Bolívar, las provincias de Cuyo, Tucumán, Salta, Corrientes, Valparaíso, Montevideo, París, el pueblito francés de Saignon, La Habana, Puerto Mont, Nueva York, India, Venecia, Perugia, Asis y Montreal, en un verdadero parcours de combatant creativo y curioso.

La exposición está basada en los archivos fotográficos personales de Aurora Bernardes, la primera esposa de Cortázar y su heredera universal, que fueran depositados en el Centro Galego de Artes da Image por ella misma en 2005. Se ha repartido en el imponente petit hotel de la Maison de l'Amerique Latine y el Instituto Cervantes de París y será clausurada el próximo 30 de marzo.

El album fotográfico muestra desde su infancia en Suiza, sus primeros años en París, su pasaporte y cédula argentina, su carnet de conductor y del club Gimnasia y Esgrima, y hasta la libreta de profesor de colegio secundario que le permitía viajar con descuento en los trenes de los ferrocarriles argentinos cuando era profesor en Bolívar. Las fotos que tomó de sus viajes a India, Galicia, La Habana son otro punto alto de la muestra.

La muestra está presidida por una espectacular foto de Aurora Bernardes y Cortázar en India, bajo un fondo de tela, tomada por un fotógrafo de la calle. La fecha es 1956. Habían decidido regresar en barco y bajarse en las escalas.

En una postal enviada a sus amigos, Cortázar describió divertido la escena: "Los fotógrafos están instalados en la calle, con su telón de fondo. Parece un novio de provincia. Yo quise hacer lo mismo pero no pude aguantar la risa viendo a los 50 hindúes que nos rodeaban estupefactos".

Fotografiada con infinita ternura por Cortázar, Aurora aparece como una figura delicada, etérea, pequeña y elegante a lo largo de la toda la muestra. Ella también ha sacado fotos de él y se lo ve ya con su clásico impermeable beige; sus sueters de cachemira; tecleando frente a la ventana sobre su máquina de escribir o posando en los puentes de la Rive Gauche de París o en su departamento de la rue St. Honore.

También se exhiben los anteojos, su máscara africana y fotos con otros personajes. Con Octavio Paz en la India y con Alejo Carpentier; con Italo Calvio y la viuda de Salvador Allende ingresando a la asunción de Francois Mitterand a la presidencia francesa. No falta registro de un viaje con Mario Vargas Llosa; una carta emocionante a Luis Buñuel, que sería su amigo después y a quien le confiesa que no es buen contertulio y sus fotos a bordo del barco Belgrano, en un viaje entre Buenos Aires y Marsella en 1958.

Resuta un tesoro aparte el epistolario. Están las cartas personales que Cortázar mandó en 1942 a sus amigos de Chivilcoy Mercedes Arias y Luis Gagliardi. Otras dan cuenta de su periplo: cartas enviadas desde Irán, la India, Galicia.

"Yo detesto las cartas literarias, cuidadas, preparadas, copiadas y reproducidas" advierte Cortázar en una carta a Gagliardi."Yo me siento delante de la máquina de escribir y yo dejo correr los pensamientos".

Así, en una larga carta fechada en 1964 le escribe a su amigo, el editor Paco Porrúa sobre el valor del trabajo y su valorización del tiempo libre, cuando ya trabajaba para la Unesco.

"Lo malo del sistema capitalista del trabajo (y peor en el sistema socialista) es que parece que parten del supuesto que el tiempo libre no sirve para nada. Me acuerdo que mi primer patrón en París me anunció que me doblaba el sueldo si yo iba a trabajar todo el día en vez de medio día. Cuando me negué, me preguntó: '¿Pero usted para que quiere medio día libre?'..El hombre no entendió que entre la guita y el tiempo libre yo elegía el tiempo libre".

Cortázar también le cuenta al editor Porrúa su conmovedor encuentro en la Unesco nada menos que con Jorge Luis Borges.

"Ay, Cortázar, a lo mejor, no? ¿Usted se acuerda, no? que yo le publiqué casi seguro en aquella revista. ¿Cómo se llamaba esa revista?" le había dicho Borges al verlo. "Yo casi no podía hablar, por el grado de idiotez en que llego en momentos así. Pero me emocionó tanto que se acordara con orgullo de chico de ese trabajo de pionero que había hecho conmigo" escribió Cortázar recordando el encuentro.

Sigue el archivo. Cortázar bajo la lente del famoso fotógrafo Pepe Fernández o la de Antonio Gálvez. O sus propios tomas de La Muñeca Rota o de la poética Prosa del Observatorio, donde se observa una sensibilidad obsesiva por la naturaleza humana y la arquitectura como paisaje.

Un film suyo en Super 8 totalmente desconocido por el público muestra a Cortázar en un nuevo territorio creativo. A sus propias creaciones se suman las obras de sus amigos de París como los pintores argentinos Julio Silva, Luis Tomasello, Alechinsky y los españoles Antonio Saura, Luis Seoane y Leopoldo Novoa.

No faltan, claro está, fotos con su gato y con su compañera Carol Dunlop hacia 1982.

Cortázar Básico


BRUSELAS 1914-PARIS 1984

ESCRITOR

Vivió en la Argentina desde los cuatro años. Se recibió de maestro y enseñó en escuelas de las localidades bonaerenses de Bolívar y Chivilcoy. En 1938, con el seudónimo de Julio Denis, publicó su primer volumen: un libro de poemas. Su primer libro de cuentos, Bestiario, se publicaría en Buenos Aires recién en 1951, el mismo año en el que partió hacia Francia. Su obra marcó decisivamente a la generación de 1960 y permanece entre la más influyente de Latinoamérica. El cuerpo fundamental de su escritura y estilo hay que buscarlo en estos títulos: Final de juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960), Historias de Cronopios y de Famas (1962), Rayuela (1963) y 62/Modelo para armar (1968).

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lunes, enero 01, 2007

Carta de Julio Cortázar al Club de Cronopios de Estocolmo

Extraído de "La fascinación de las palabras" de Omar Prego Gadea - Julio Cortáza. 1997, Alfaguara ©

París, 8 de febrero de 1972
Queridos Marina y Paco


Y así es como viajan los cronopios. Un día alguien avisa que hay un paquete en la aduana. Uno va a la aduana y de golpe las dificultades crecen, hay que llenar formularios, explicar que no está enfermo de cólera (el paquete ¿pero quien lo prueba, si para empezar nadie sabe lo que contiene el paquete?). Para probar que no hay cólera ni una bomba habría que abrir el paquete, pero el paquete no puede ser abierto hasta que se haya comprobado que no tiene microbios de cólera o medio quilo de dinamita. Todo el mundo grita, llora, insulta, vuelva mañana, no vuelva nunca, esto no es vida. Se buscan influencias, pero Pompidou tiene una reunión de gabinete y no puede ir a la aduana a abrir personalmente el paquete, de manera que tengo que volverme a casa y poner varias almohadas sobre mi cabeza y una bolsa de hielo por encima de todo. Pasan ocho días, papeles van y vienen, explique por qué recibe un paquete de Suecia/No tengo la menor idea/Si no tiene la menor idea, imposible entregarle el paquete/En ese caso me dirigiré a las Naciones Unidas y a la Shell Max, esto no va a quedar así/Pague cinco francos y llene esta planilla.
Entonces Pablo Neruda me telefonea para decirme que en Estocolmo le regalaron un cronopio negro. Está tan contento, Pablo, tan feliz con su cronopio. Yo empiezo a preguntarme si el parquete, pero la cuestión del cólera sigue en pie y yo no soy ni premio Nobel ni embajador, de manera que vuelva mañana y traiga cinco certificados de domicilio, identidad, buena salud, moralidad y solvencia. El comisario del distrito me tiene lástima: le haremos un solo certificado con todos los datos juntos, y agregaremos al pie: Messieurs les douaniers, assez de connerier, ouvrez d'une bonne fois le colis, nom de Dieu, merde alors.
Y lo abrieron, mis queridos, y el cronopio verde estaba ahí y se moría de risa mirándome, y yo lo tomé en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira, cronopio desgraciado, y por si fuera poco mi amiga Ugné que estaba conmigo se enamoró instantáneamente del cronopio y el de ella, y así es como el cronopio está en su casa, aterrorizando a todo el mundo y absolutamente feliz, y yo todavía más.
Esto, tal vez, les explicará el retraso con el que les escribo, porque así es como viajan los cronopios y ya pueden verse los resultados. Gracias, muchas gracias, los tres lo decimos al mismo tiempo, Ugné, el cronopio y yo. Al cronopio le gusta París, está sumamente verde y cambia continuamente de lugar. Imposible invitar chicas jóvenes y bonitas porque inmediatamente se instala en sus rodillas y es un espectáculo envidiable y odioso, uno se siente completamente desplazado por el cronopio y él lo sabe y se arrodilla al cuello de la chica y le dice cosas en el oído y la chica se pone muy roja y la reunión toma un aire que recuerda los peores capítulos de Sade. Después el cronopio se apodera del diván más confortable y duerme panza arriba y con un aire de gran felicidad, puesto que ha conseguido destruir todos los principios morales que sostenían la casa. Ni ustedes ni yo somos culpables, los cronopios ya viven por su cuenta, no queda más remedio que resignarse. Para peor uno ama al cronopio, lo cuida y lo acaricia, es el colmo.
He creído de mi deber enviarles este sucinto informe. Me pregunto que estará pasando en la casa de Neruda, pero no creo que me atreva a preguntárselo.
Los quiero mucho.

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