La calle de los alquimistas
En ese momento aunque era conocida por mí la relación de Meyrink con la alquimia, y por tanto que tenía algo que ver con la ciudad de Praga, mi hermano me revela que Kafka vivió precisamente en la calle de los alquimistas, también llamada por la misma razón la "calle del Oro".
Franz Kafka alquiló alguna vez aquí una habitación para escribir sus mejores obras. Hoy se puede visitar. Se trata de una casa pequeña alineada junto al empedrado y pintada de color gris oscuro. Está ubicada en la calle donde el emperador Rodolfo alojaba a los alquímicos que iban a encontrar la piedra filosofal, lo que iba a convertir en oro los metales comunes. También allí está el reloj astrológico.y la gran plaza central donde fueron ejecutado nobles opositores.
La tradición reza que, en tiempos de Rodolfo II, los alquimistas vivían en las minúsculas casuchas de la Callejuela de Oro (...), una liliputiana callecilla onírica en la periferia del suntuoso Castillo. Meyrink, quien, según Max Brod, buscaba también la Piedra Filosofal, así la describe: "Una estrecha, tortuosa callejuela con ballesteras, un rastro de caracol, de una anchura apenas suficiente para dejar pasar los hombros - y he aquí que me encontré delante de una fila de casuchas, ninguna más alta que yo. Extendiendo los brazos, podía tocar sus tejados. Había llegado a la Calle de los Alquimistas, donde en la Edad Media los adeptos habían encandecido la Piedra Filosofal y envenenado los rayos lunares". Y Oskar Wiener: "Es una calle realmente muy alegre, como construida con las piezas de una casa de juguetes. Las multicolores casitas de muñecas, la más grande de las cuales no mide más de cuatro pasos al cuadrado, están pegadas a la muralla que rodea el Foso de los Ciervos. En el maravilloso callejón ciego vive aún pobre gente, pero las minúsculas habitaciones, cada una de las cuales constituye toda una casa, se mantienen escrupulosamente limpias, y en las ventanas, nunca más de dos, florecen pelargonios y claveles".
La leyenda cuenta que el sospechoso Rodolfo custodiaba con áspera vigilancia a sus melenudos alquimistas de la Callejuela de Oro. Cada uno tenía como residencia y como laboratorio una de aquellas casas de muñecas y, encerrado allí dentro, tenía que entregarse, sin tregua, a las transmutaciones. Un lansquenete con alabarda paseaba arriba y abajo, de noche y de día, por la callejuela. En cierta ocasión, embriagados por el sol de oro que lucía en el cielo y por el canto de los primeros pájaros de primavera que construían sus nidos en los muros, algunos de estos charlatanes pidieron a voz en grito salir de paseo por el Foso de los Ciervos. Pero en el Foso cazaban los nobles amigos del emperador, y no se podía permitir que los toscos alquimistas se entremezclaran con tan selecta brigada. Como protesta por la negativa, los Wundermänner se arrancaron las barbas asirias, destrozaron las retortas, los matraces y los sopletes, lo arrojaron todo al Foso encima de los cazadores y se declararon en huelga: no volvería un solo grano de oro a la corte. Entonces, Rodolfo decidió contentarlos a su manera: les hizo conducir al Foso y mandó que se les encerrara en jaulas de hierro colgadas de los abetos, donde murireron de hambre, miserablemente."
Angelo Maria Ripellino, Praga mágica