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sábado, febrero 24, 2007

Kafka, el primer kafkiano, en el afán de quemarlo todo

Reproducimos la reseña biográfica de Kafka de Alberto Rodríguez Barrera publicada recientemente en la web venezonala analitica.com

Viernes, 23 de febrero de 2007

Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883, hijo de un próspero comerciante. Debido a que su familia estaba entre la minoría que hablaba alemán, Kafka hizo su primeros grados en la escuela Volkschule; la secundaria fue en el Gimnasio Alemán; en 1906 obtuvo su doctorado en Jurisprudencia de la Universidad Karl-Ferdinand, también en Praga.

En 1902 conoció a Max Brod, editor, crítico y novelista, quien lo introdujo en los círculos literarios de Praga. Comenzó a trabajar en una firma italiana de seguros en 1907, pero en julio del siguiente año ingresó al semigubernamental Buró de Seguros de Accidentes de los Trabajadores, donde permanecería hasta su retiro en 1922.

Fue en 1909 cuando la carrera literaria de Kafka comenzó a tomar forma, ya que en ese año fue aceptado un cuento suyo en un periódico de Praga, y también comenzó a leerle a Brod los primeros capítulos de una novela que quedaría inconclusa, "Preparaciones de Matrimonio en el Campo". En 1910 empezó a escribir sus diarios y desarrolló interés en el teatro yiddish, haciéndose amigo del actor Itzhak Lowy; ese contacto es reconocible en el episodio del perro músico en "Investigaciones de un Perro", historia que a cierto nivel puede leerse como biografía alegórica.

Brod y Kafka planearon colaborar en una novela que se titularía "Richard y Samuel", pero sólo se publicó un primer capítulo, aparentemente debido a que Kafka conoció a Felice Bauer, una secretaria berlinesa con quien iba a comprometerse dos veces, en 1914 y 1917, pero no llegaron al matrimonio. Y en ese otoño comenzó a escribir "América" y "Metamorfosis". Visitó a Felice al año siguiente en Berlín.

El inicio de la guerra en 1914 impidió la intención de Kafka de hacerse periodista. En septiembre le leyó a Brod el primer capítulo de "El Juicio", y en diciembre terminó el primer borrador de "En el Asentamiento Penal".

En 1917 se confirmó que Kafka tenía tuberculosis, enfermedad que ya se había asomado en 1913. De ahí en adelanta nunca pudo confiar en su salud, aunque estaba lo suficientemente apto para visitar a su hermana en Zurav, donde vio por primera vez el paisaje que utilizaría como trasfondo en "El Castillo".

A su regreso a Praga en 1918 conoció a Julie Wohrisek, quien aceptó casarse con él en 1919. En este año aparecieron "Un Doctor de Campo" y "En el Asentamiento Penal", pero el compromiso con Julie no prosperó y terminaron en 1920, el año en que Kafka se enamoró de su traductora checa, Milena Jesenska. La enfermedad se apoderó de él y mientras estaba en un sanatorio (1920-21), le dijo a Brod que deseaba que toda su obra fuera destruida después de su muerte. No obstante, en 1922, le leyó a Brod el primer capítulo de "El Castillo".

Se retiró del trabajo en la compañía de seguros en 1922 y al año siguiente decidió vivir en Berlín con una estudiante hebrea polaca, Dora Dymant. Varias historias, escritas durante el tiempo que pasó con ella, fueron subsiguientemente destruidas. En la primavera de 1924 Kafka estaba en avanzado estado de tuberculosis laríngea. Su doctor le prohibió hablar y fue reducido a comunicarse por notas. Una de ellas decía: "Ofrecer a menudo vino a la enfermera"; y otra, escrita después que se le negó una inyección de morfina: "Mátame, o si no eres un asesino". Murió el 3 de junio de 1924 y fue enterrado el 11 de junio en el Cementerio Judío de Praga.

La historia de los manuscritos de Kafka ?que aquí resumimos- exige alguna explicación, aunque no entraremos a fondo en las complejidades bibliográficas que Kafka parece siempre generar.

Su última nota a Max Brod, su ejecutor literario, colocó a Brod en un predicamento agonizante. Hubo de hecho dos notas: el último párrafo de la primera nota ejemplifica el problema:

"Pero todo lo demás mío que existe (sea en periódicos, en manuscritos o cartas), todo sin excepción en cuanto se pueda descubrir u obtener de las direcciones por solicitud (tú mismo conoces la mayoría de ellas, es principalmente... Y pase lo que pase no olvides el par de cuadernos de notas en manos de...), todas esas cosas sin excepción y preferiblemente no leídas (no te prohibiré que tú las leas, aunque preferiría que no lo hicieras y en todo caso nadie más debe hacerlo), todas estas cosas sin excepción deben ser quemadas, y te ruego que hagas esto tan pronto como sea posible."

Esta vacilación, la ambigüedad, la calificación, las insinuaciones, las instrucciones específicas sobre donde encontrar el material, todo es reconociblemente la esencia de Kafka. Con igual claridad, el párrafo de ninguna manera es obra de un hombre determinado a que sus manuscritos deban ser destruidos. Brod, afortunadamente, no logró obedecer esta inimitable y tentativa petición, y expuso sus razones en un proscripto a su edición de "El Juicio". Fundamental entre ellas fue su recuerdo de una conversación sucedida tres años antes de la muerte de Kafka. Kafka había hablado de su intención, y Brod le replicó: "Si tú realmente me crees capaz de tal cosa, déjame decirte aquí y ahora que yo no llevaré a efecto tus deseos."

Brod, en efecto, dedicó su vida a la preservación, recuperación y transcripción de los escritos de Kafka, pero aún con toda su devoción se sabe que mucho se ha perdido. De los tempranos escritos de Kafka, incluyendo el proyecto de una novela, nada sobrevive. En marzo de 1912 Kafka registró en su diario que había "quemado muchos papeles repugnantes". Otra entrada del 15 de agosto de 1921 registra que le había dado todos sus diarios a Milena Jesenska, y en una entrada de 1922 menciona haber lanzado un montón de papeles al fuego. Dora Dymant quemó alrededor de veinte cuadernos de notas mientras Kafka miraba desde su cama. Las cartas de Kafka a Dora están perdidas, y hay grandes vacíos en sus diarios. En el alojamiento de Kafka después de su muerte encontró Brod las cubiertas de diez largos cuadernos de notas de un cuarto: los contenidos habían sido completamente destruidos, así como habían sido quemados también una cantidad de blocs y libretas. Otra cantidad desconocida de los escritos de Kafka fue confiscada por la Gestapo, y se presume igualmente destruida.

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lunes, febrero 19, 2007

Bohumil hrabal y las palomas

Este gran escritor checo fue capaz de reducir como nadie al absurdo la existencia cotidiana

artículo publicado el 19/02/2007 en La Voz de Asturias
FULGENCIO Argüelles (escritor)

El pasado 3 de febrero se cumplieron diez años de la muerte del más grande de los escritores checos desde Franz Kafka: Bohumil Hrabal. Tenía 82 años y se encontraba ingresado, desde hacía dos meses, en un hospital de Praga, peleando contra una artritis crónica.


Creo que fue en el año 92 cuando descubrí la obra de Hrabal. Me interesó al instante porque, tanto sus historias como su forma de narrar, me parecieron singulares. Aquel escritor, para mí hasta entonces desconocido, buscaba de manera sorprendente y pertinaz recónditas veredas intransitables (salvo para avezados arrieros) donde pisotear las zarzas de lo previsible, descolocar las piedras de lo políticamente correcto, alborotar las aguas turbias de la experiencia humana y dejar, en los muros movedizos de los refugios de la historia, las señales imborrables de una literatura de encuentros y desencuentros, de flujos y reflujos, de ruidos e insomnios, de soledades ruidosas y barrios amordazados, una literatura tan oral y tan viva y tan directa y tan cierta como aquella que, al calor de los leños de las emociones, nos transmitieron un día nuestras abuelas de los mandiles con olor a leche y a luna. Una vereda, en fin, para los asombros.

No he descubierto otro autor que acertara tanto con los títulos de sus obras como Hrabal. Son como jirones poéticos que te atrapan sin remisión para toda la vida: Trenes rigurosamente vigilados (donde un aprendiz de ferroviario en la II Guerra Mundial se enamora y comienza a cometer sabotajes en la estación), Yo que he servido al rey de Inglaterra (donde un aprendiz, esta vez de camarero, ambiciona el éxito y el reconocimiento social), Una soledad demasiado ruidosa (donde un obrero aprende a amar los libros antes de destruirlos), Anuncio de una casa donde yo no quiero vivir (donde se expresa el deseo de vivir en una casa donde quepan la ironía, el amor y la esperanza y donde no haya cabida para el dogmatismo) o Lecciones de baile para mayores (donde un anciano zapatero cuenta su vida a una joven que toma el sol en la playa).

Títulos, en fin (escribió 60 libros), para un mundo triste descrito con ironía y ternura. Monike Zgustova escribió la biografía del escritor nacido en la ciudad morava de Brno, que nombró (para ser fiel a la agudeza del autor a la hora de los títulos), Los frutos amargos del jardín de las delicias . Muchas de sus obras fueron llevadas con éxito al cine.

Kundera (también nacido en Brno, aunque no atrapado por la Praga de Kafka y Hrabal, sino reconvertido, por imposición política, al francés) dijo de él: "Ha alcanzado el increíble matrimonio entre la imaginación barroca y el amor plebeyo". Bohumil Hrabal vivió en Praga, su ciudad literaria, atrapado entre lo rutinario y lo poético, entre lo mediocre y lo carnavalesco, desmenuzando su existencia para conducirla hasta los límites del vacío.

Situó el centro del mundo en la taberna El Tigre Dorado, donde bebiendo cerveza, en medio de las conversaciones de la gente, él podía estar en silencio, melancólico, soñador, confirmando así la inmersión de su alma en la soledad que él llamaba ruidosa. De esa taberna no pudo sacarle Heinrich Böll, que llegó a Praga para hacer de él un abanderado de las quejas, críticas y descontentos de los escritores checos. "Quien quiera peces que se moje el culo --le dijo al Nobel alemán--, yo todas las protestas las elevo contra mí mismo por no haber escrito una verdadera novela". "Para tener el fuego --continuó diciéndole-- y poder regalárselo a los hombres, Prometeo tuvo que robar la llama ante las mismas narices de los dioses". Y concluyó la conversación diciéndole: "En cuanto a mí, no me voy a quejar".


EN EL mundo de Hrabal, como en el de Kafka, existen las leyes, menores o supremas, y sus personajes no las ignoran, pero inventan atajos, descubren caminos o idean fórmulas para excluirlas. Las palomas mensajeras, que llenas de gracia como un grupo de niñas, emocionaban y acompañaban por los andenes al jefe de la estación de los Trenes rigurosamente vigilados , fueron las mismas que se aproximaron a la ventana del hospital de Praga, donde Bohumil Hrabal recordaba tal vez los versos del Séneca que tanto admiraba, para, en medio de su ruidosa soledad sin dioses, llevarle el último mensaje de sus ángeles caídos.

El abrió la ventana con artrítico esfuerzo, se subió a ella como quien asciende hasta el secreto tras el cual empieza el reino de la luz, alargó su mano con la comida y las palomas lo llevaron en un vuelo imposible, contradictorio, hasta el mundo definitivo de los asombros, donde sus personajes, débiles, marginales, cotidianos, puros, lo esperarían sin duda para recordarle que la belleza del alma está en sus cicatrices.

Hace diez años que este gran escritor de Checoslovaquia y del mundo, que fue capaz como nadie de reducir al absurdo la existencia cotidiana, murió, al caerse de la ventana de un quinto piso en el hospital de Praga, por dar de comer a las palomas.

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lunes, febrero 12, 2007

Resoluciones

Franz Kafka (1913 - Contemplación)


Emerger de un estado de melancolía debiera ser fácil, aun a fuerza de pura voluntad. Trato de levantarme de la silla, rodeo la mesa, pongo en movimiento la cabeza y el cabello, hago fulgurar mis ojos, distiendo los músculos en torno. Desafiando mis propios deseos, saludo con entusiasmo a A. Cuando viene a visitarme, tolero amablemente a B. en mi habitación, y a pesar del sufrimiento y el cansancio, trago a grandes bocanadas todo lo que dice C.
Pero a pesar de todo, con un simple desliz que no hubiera podido evitar, destruyo toda mi labor, lo fácil y lo difícil, y me veo preso nuevamente en el mismo círculo anterior.
Por lo tanto, tal vez sea mejor soportarlo todo, pasivamente, comportarse como una mera masa pesada, y si uno se siente arrastrado, no dejarse inducir al menor paso innecesario, mirar a los demás con la mirada de un animal, no sentir ningún arrepentimiento, en fin, ahogar con una sola mano el fantasma de vida que aún subsista, es decir, aumentar en lo posible la postrera calma sepulcral, y no dejar subsistir nada más.
Un movimiento característico de este estado, consiste en pasarse el dedo meñique por las cejas.

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domingo, febrero 04, 2007

Frase de Kafka: el punto de no retorno

A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar. (Franz Kafka)

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