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sábado, junio 30, 2007

Las preocupaciones de un padre de familia - Franz Kafka

Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.



Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.

Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.

Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.

-¿Cómo te llamas? -le pregunto.

-Odradek -me contesta.

-¿Y dónde vives?

-Domicilio indeterminado -dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.

En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.

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lunes, junio 25, 2007

Impulsan difusión de obra de Kafka en R.Checa, donde todavía es desconocido

Fuente :EFE

"A diferencia de América, aquí le conocen por las camisetas y envases de regalo, pero nada más,? admitió hoy Arnost Lustig durante la inauguración de la nueva sede de la Sociedad Franz Kafka en la República Checa y de la que es presidente honorífico.

Praga, 14 jun - El escritor Franz Kafka, uno de los iconos de la cultura checa de principios del siglo XX, es todavía un desconocido para muchos en su tierra natal, manifestó hoy un representante de la Sociedad que lleva el nombre del autor de ?La Metamorfosis? y que trata de difundir su legado.

"A diferencia de América, aquí le conocen por las camisetas y envases de regalo, pero nada más,? admitió hoy Arnost Lustig durante la inauguración de la nueva sede de la Sociedad Franz Kafka en la República Checa y de la que es presidente honorífico.

Esta asociación sin ánimo de lucro tiene como misión editar en checo todas las obras del literato, que solía escribir en alemán, nacido en la capital de Bohemia en 1883 y muerto de tuberculosis en 1924 en el sanatorio de Kierling, a las afueras de Viena.

Actualmente se está llevando a cabo la traducción al idioma eslavo la abundante correspondencia que se conserva de Kafka a sus amigos, lo que supondrá un volumen de entre 800 a 1.000 páginas, adelantó la directora de la Sociedad, Marketa Malisova.

Lustig ve en Kafka, que aúna las culturas checa, judía y alemana, "el testigo del sentido de libertad de la nación checa,? donde esas culturas ?conviven fraternal y socialmente.?

El presidente honorífico de la Sociedad Franz Kafka reconoció por otro lado la ?dificultad de su obra,? en la que ?queda resaltada la ley del hombre, los valores de la responsabilidad y de la consideración,? que convierten al célebre escritor praguense en ?uno de los más importantes desde el punto de vista moral.?

Por su parte, Malisova destacó la importancia de transmitir el legado del escritor, y no sólo su imagen, a través también del Centro de Información, Estudio e Investigación, ubicado en la misma sede que la Sociedad, en el barrio judío de la capital checa.

En la sede de la Sociedad se ha instalado una reproducción de la biblioteca ideal de Kafka, ya que ?por sus anotaciones se tiene constancia de los libros de los que disponía, aunque los originales no se conservaron,? precisó Malisova.

La Sociedad Franz Kafka, según anunció Malisova, tiene previsto por otro lado publicar una edición bastante completa del diario ilustrado de Petr Ginz, un adolescente judío que estuvo en los campos de exterminio de Terezin y Auschwitz, donde fue asesinado con solo 15 años, y cuyos dibujos y anotaciones constituyen un escalofriante testimonio similar a los de la holandesa Anna Frank, la adolescente judía que murió deportada en el campo nazi de Bergen Belsen.EFE

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lunes, junio 18, 2007

La palabra contra los depredadores

En el último congreso del Pen Club, el escritor israelí David Grossman leyó el estremecedor texto que a continuación transcribimos. Adviértase que fue escrito poco tiempo después de la muerte de su hijo Uri durante la guerra del Líbano. En él, aborda el tema del poder de la escritura para liberar a los autores y a la sociedad del congelamiento y la arbitrariedad que impiden entender el propio pensamiento. David Grossman (Jerusalén, 1954) estudió Filosofía y Teatro en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es, junto a Amos Oz y A. B. Ioshua, uno de los escritores más importantes de la literatura israelí contemporánea y sus obras han sido traducidas a veintiséis idiomas


?Para bien o para mal, las contingencias de la realidad tienen gran influencia sobre lo que escribimos?, dice Natalia Ginzburg en su libro È difficile parlare di sé (Es difícil hablar de uno mismo), en el que habla de su vida y de su escritura después de pasar por un desastre personal.

Es difícil hablar de uno mismo, y por eso, antes de hablar acerca de mi experiencia de escritura actual en este momento de mi vida, quiero decir algo acerca del impacto que un desastre, una situación traumática, tiene sobre toda una sociedad, sobre todo un pueblo. Y de inmediato recuerdo las palabras del ratón de ?Una pequeña fábula?, el cuento de Kafka. Mientras la trampa lo encierra y el gato lo acecha desde atrás, el ratón dice: ?Ay... el mundo se hace más estrecho cada día?. Sin duda alguna, tras muchos años de vivir en una realidad violenta y extrema, plagada de conflictos políticos, militares y religiosos, puedo informarles, con tristeza, que el ratón de Kafka tenía razón: el mundo, por cierto, se hace cada vez más estrecho, cada vez más reducido cada día que pasa.

Y también puedo hablarles del espacio vacío que crece lentamente, el espacio que se extiende entre la persona, el individuo y la situación externa, violenta y caótica en la que vive. La situación que determina su vida. Y ese espacio nunca permanece vacío. Se llena rápidamente... de apatía, cinismo y, más que nada, de desesperanza; la desesperanza que provoca situaciones distorsionadas y que les permite persistir, a veces incluso durante generaciones. Desesperanza respecto de la posibilidad de cambiar alguna vez el estado de cosas reinante, de poder redimirse de él. Y una desesperanza aún más profunda... la desesperación por las cosas que esta situación distorsionada saca a la luz, finalmente, en cada uno de nosotros.

Y siento el alto costo que la gente que veo y conozco y yo pagamos por este persistente estado de guerra. La reducción del ?área de superficie? del alma que entra en contacto con el mundo violento y amenazante. La limitación de la capacidad -y de la voluntad- de identificarnos, aunque sea un poco, con el dolor ajeno; la suspensión del juicio moral. La desesperanza que casi todos nosotros experimentamos respecto a la posibilidad de entender nuestros verdaderos pensamientos, en una situación que resulta tan aterradora y engañosa y compleja, tanto en el aspecto moral como en la práctica; y por lo tanto uno se convence de que estará mejor si no piensa y si elige no saber: tal vez estaré mejor si dejo las tareas de pensar, hacer y establecer las normas morales en manos de aquellos que, supuestamente, ?saben más?.

Y, más que nada, me sentiré mejor no sintiendo demasiado, al menos hasta que esto pase, y si no pasa, al menos habré aliviado de algún modo mi sufrimiento, habré desarrollado una insensibilidad útil, me habré protegido de la mejor manera con la ayuda de un poco de indiferencia, un poco de sublimación, un poco de ceguera deliberada y una gran dosis de autoanestesia. En otras palabras: a causa del perpetuo -y siempre demasiado auténtico- miedo de resultar herido o muerto, o de sufrir una pérdida insoportable, o incluso una ?mera? humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto, sus prisioneros, recortamos nuestra propia vivacidad, nuestro diapasón mental interno y cognitivo, envolviéndonos en capas protectoras que terminan por asfixiarnos.

El ratón de Kafka está en lo cierto; cuando el depredador nos acecha, el mundo se vuelve cada vez más estrecho. Y lo mismo ocurre con el lenguaje que lo describe. Por experiencia propia puedo afirmar que el lenguaje con que los ciudadanos que viven un conflicto sostenido describen su situación se vuelve más plano cuanto mayor es la duración del conflicto. El lenguaje se convierte gradualmente en una secuencia de clichés y consignas. Todo empieza con el lenguaje creado por las instituciones que dirigen el conflicto de manera directa -el ejército, la policía, los diferentes ministerios del gobierno-, rápidamente se filtra a los medios masivos que informan sobre el conflicto, dando nacimiento a un lenguaje aún más ingenioso que pretende ofrecer a su público una historia de digestión más sencilla; y todo este proceso desemboca en última instancia en el lenguaje privado, íntimo, de los ciudadanos del conflicto, aun cuando ellos lo rechacen.

En realidad, es un proceso absolutamente comprensible: después de todo, la riqueza natural del lenguaje humano y su capacidad de expresar los matices y los hilos más delicados de la existencia pueden resultar profundamente hirientes en esas circunstancias, porque nos recuerdan incesantemente esa pródiga realidad de la que nos han despojado, su verdadera complejidad, sus aspectos más sutiles. Y cuanto más irresoluble parece la situación, y cuanto más plano es el lenguaje empleado para describirla, tanto más se reduce el discurso público. Sólo quedan las banales y rígidas acusaciones mutuas entre los enemigos, o entre los adversarios políticos del mismo país. Sólo quedan los clichés que usamos para describir a nuestro enemigo y a nosotros mismos, esos clichés que son, en última instancia, una colección de supersticiones y de crudas generalizaciones en los que nos encerramos y encerramos a nuestros enemigos. El mundo, sin duda, se está haciendo cada vez más estrecho.

Mis pensamientos no aluden sólo al conflicto en Medio Oriente. Hoy en muchas partes del mundo hay millones de personas que enfrentan alguna clase de ?situación? en que la existencia personal, los valores, la libertad y la identidad están amenazados en alguna medida. Casi todos nosotros tenemos una ?situación? propia, una maldición propia. Todos y cada uno de nosotros sentimos -o podemos intuir- que nuestra particular ?situación? puede convertirse rápidamente en una trampa que nos despojará de nuestra libertad, del sentido de hogar que nos proporciona nuestro país, de nuestro lenguaje personal, de nuestro libre albedrío.

En esta realidad escribimos nosotros, los escritores y poetas. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en Sudán, en Nueva York y en el Congo. A veces, durante mi jornada de trabajo, después de escribir durante varias horas, alzo la cabeza y pienso... ahora mismo, en este mismo momento, otro escritor a quien no conozco, en Damasco o en Teherán, en Ruanda o en Dublin, está sentado exactamente como yo, practicando este oficio o arte peculiar, quijotesco, dentro de una realidad que contiene tanta violencia expulsiva, indiferencia y humillación. En eso encuentro un aliado distante, que ni siquiera me conoce, pero juntos tejemos esta telaraña intangible, que tiene sin embargo un poder tremendo, el poder de crear y cambiar el mundo, el poder de hacer hablar a los mudos y el poder de Tikkun, de corregir, en el sentido profundo que tiene en la Cábala.

En cuanto a mí, durante los últimos años, en la ficción que escribí he dado casi intencionalmente la espalda a la feroz realidad inmediata de mi país, la realidad del último boletín de noticias. Escribí antes libros sobre esta realidad y también en los últimos años seguí escribiendo sobre ella, y nunca dejé de esforzarme por entenderla, en artículos y ensayos y entrevistas. Participé en docenas de protestas, en iniciativas internacionales de paz. Me reuní con mis vecinos -algunos de los cuales eran mis enemigos- en cada oportunidad en la que consideré que tenía oportunidad de diálogo. Y sin embargo, en los últimos años, por una decisión consciente y casi como protesta, no hice literatura sobre estas zonas de desastre.

Escribí sobre los feroces celos de un hombre hacia su esposa, sobre los niños sin techo de las calles de Jerusalén, sobre un hombre y una mujer que crean un lenguaje íntimo propio, casi hermético, dentro de una engañosa burbuja de amor. Escribí sobre la soledad de Sansón, el héroe bíblico, y sobre las intrincadas y frágiles relaciones entre las mujeres y sus madres y, en general, entre padres e hijos.

Hace unos cuatro años, cuando mi segundo hijo, Uri, estaba por ingresar en el ejército, ya no pude continuar en el camino que había elegido. Me inundó un sentimiento de urgencia y de alarma, que me llenaba de inquietud. Entonces empecé a escribir una novela que se ocupa directamente de la sombría realidad en la que vivo. Una novela que describe de qué manera la violencia externa y la crueldad de la realidad política y militar atraviesan el tierno y vulnerable tejido de una familia y acaban por desgarrarlo.

?En cuanto uno escribe -dice Ginzburg- milagrosamente empieza a ignorar las circunstancias de la propia vida, aunque la felicidad o la desdicha nos impulsen a escribir de cierta manera. Cuando somos felices, nuestra imaginación es la que predomina. Cuando somos desdichados, priva el poder de la memoria?. Es difícil hablar de uno mismo, particularmente cuando se tocan estos temas. Sólo diré lo que puedo decir a esta altura y desde mi lugar.

Escribo. Desde la muerte de mi hijo Uri el verano pasado en la guerra entre Israel y el Líbano, la conciencia de lo que ocurrió está presente en cada momento de mi vida. El poder de la memoria es -por cierto- enorme y pesado, y a veces tiene una cualidad paralizante. No obstante, a veces el propio acto de escribir crea para mí un espacio, un marco de pensamiento que nunca antes experimenté, donde la muerte no es solamente la absoluta y unidimensional negación de la vida. Los escritores presentes en este auditorio lo saben: cuando escribimos, sentimos que el mundo está en movimiento, es flexible, rebosante de posibilidades. No es un mundo congelado. Siempre que se filtra lo humano... ya no hay congelamiento ni parálisis, no hay más status quo. Incluso, aunque a veces creamos equivocadamente que hay status quo, incluso si algunos se esfuerzan por hacernos creer que lo hay. Cuando escribo, incluso ahora, el mundo no se cierra sobre mí ni se vuelve tan estrecho: da muestras de abrirse, de tener un futuro.




Escribo. Imagino. El acto de imaginar me revitaliza. No estoy congelado ni paralizado ante el depredador. Invento personajes. A veces siento que estoy desenterrando gente del hielo con que la realidad los ha amortajado, pero quizás es a mí mismo a quien estoy desenterrando. Escribo. Percibo la riqueza de posibilidades inherentes a cualquier situación humana. Percibo mi capacidad de elegir entre ellas. La dulzura de la libertad, que creía haber perdido. Me permito recurrir a la riqueza del verdadero lenguaje, íntimo y personal.

Escribo y siento que el uso correcto y preciso de las palabras es a veces como la cura de una enfermedad. Una manera de purificar el aire que respiro de las opacas manipulaciones de los villanos lingüísticos. Escribo y siento que la ternura y la intimidad que me unen al lenguaje en todas sus capas, su erotismo y su sentido del humor y su alma, me devuelven la persona que yo solía ser antes de que mi yo fuera nacionalizado y confiscado por el conflicto, por gobiernos y ejércitos, por la desesperanza y la tragedia.

Escribo. Me libero de una de las turbias cualidades distintivas del estado de guerra en el que vivo... la cualidad de ser un enemigo y sólo un enemigo. Hago lo posible por no escudarme, no cegarme ante la justicia que asiste al enemigo y su sufrimiento. Tampoco ante la tragedia y la tortuosidad de su propia vida. Sus errores y crímenes, la conciencia de lo que yo mismo le estoy haciendo. Tampoco ante las sorprendentes semejanzas que veo entre él y yo.

De repente ya no estoy condenado a esta dicotomía absoluta, falaz y asfixiante, a esta elección inhumana entre ser ?víctima o agresor? sin tener una tercera alternativa más humana. Cuando escribo puedo ser un ser humano que fluye natural y vitalmente entre sus diferentes aspectos humanos, un ser humano con aspectos en los que se siente próximo al sufrimiento y a la justicia que asiste a sus enemigos, sin renunciar ni a una pizca de su propia identidad.

A veces, cuando escribo, puedo recordar lo que todos sentimos en Israel durante un momento en particular, cuando el avión del presidente egipcio Anwar Sadat aterrizó en Tel Aviv después de décadas de guerra entre las dos naciones: entonces, de pronto, descubrimos qué pesada era la carga que llevamos durante toda nuestras vidas... la carga de enemistad, miedo y sospecha. La carga de un estado de alerta permanente, la pesada carga de ser el enemigo en todo momento. Y qué placer fue sacarse por un momento la poderosa coraza de la sospecha, el odio y el estereotipo, un placer casi aterrador, erguirse desnudo, casi prístino, y ver surgir un rostro humano de esa visión unidimensional con la que nos habíamos observado mutuamente durante años.

Escribo. Le doy a un mundo externo y extraño mis nombres más íntimos y privados. En cierto sentido, lo hago mío. En cierto sentido, dejo de sentirme exiliado y extraño para sentirme en casa. Con eso ya estoy haciendo un pequeño cambio en lo que antes me parecía inalterable. Además, cuando describo la hermética arbitrariedad que signa mi vida -la arbitrariedad humana, la arbitrariedad del destino-, de pronto descubro nuevos matices, sutilezas. Descubro que el solo hecho de escribir acerca de la arbitrariedad me permite cierta libertad de movimiento con respecto a ella. Que el solo hecho de enfrentarme con la arbitrariedad me concede libertad... tal vez la única libertad que un hombre pueda tener para defenderse de cualquier arbitrariedad: la libertad de expresar su tragedia con sus propias palabras.

Y también escribo sobre lo que no puede recuperarse. Y sobre lo inconsolable. Entonces, también, de una manera que aún me resulta inexplicable, las circunstancias de mi vida no se cierran sobre mí para paralizarme. Muchas veces, cada día, sentado ante mi mesa, toco el tema del dolor y de la pérdida como quien toca la electricidad con las manos desnudas, y sin embargo no muero. No entiendo cómo se produce este milagro. Tal vez cuando termine de escribir esta novela intente entenderlo. Todavía no. Es demasiado pronto.

Y escribo la vida de mi tierra, Israel. La tierra torturada, frenética, intoxicada por una sobredosis de historia, emociones excesivas que el ser humano no puede contener, excesivos extremos de logros y tragedias, ansiedad excesiva y sobriedad paralizante, memoria excesiva, esperanzas truncas, circunstancias de un destino único entre todas las naciones; una tierra cuya existencia parece a veces ser un relato de proporciones míticas, un relato ?más grande que la vida? hasta el punto de desfasarse de la vida misma, una tierra cansada de la esperanza de tener alguna vez la vida normal de un país entre otros países, de ser una nación más entre otras naciones.

Nosotros, los escritores, pasamos a veces por momentos de desesperación y de automenosprecio. Nuestra tarea es esencialmente el trabajo de deconstruir la personalidad, de desarticular algunos de los más tortuosos mecanismos de defensa humanos. Voluntariamente, nos ocupamos de los más duros, feos y crudos materiales del alma. Nuestro trabajo nos obliga, una y otra vez, a reconocer nuestras limitaciones, como seres humanos y como artistas.

Y sin embargo, este es el gran misterio, la gran alquimia de nuestras acciones: en cierto sentido, en cuanto aferramos la lapicera o tecleamos en la computadora, dejamos de ser víctimas indefensas de aquello que nos ha sometido y humillado antes de que empezáramos a escribir, ya sea nuestra situación o nuestras angustias privadas, la ?historia oficial? de nuestro país o el destino mismo.

Escribimos. El mundo no se cierra sobre nosotros. Qué suerte tenemos. El mundo no se hace cada vez más estrecho.

Traducción: Mirta Rosenberg Fuente: La Nación (http://www.lanacion.com.ar/909893)


David Grossman

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martes, junio 12, 2007

El juicio de Dios de Heinrich Von Kleist

El relato publicado en la colección "Breviarios del Rey Lear" muestra un ejemplo de la mejor escritura alemana del romanticismo: mientras Hölderlin se mostraba como uno de los poetas más audaces y significativos del movimiento, Von Kleist alumbraba con una prosa cuidada y clara, sólo sencilla en apariencia, sus propios y profundos propósitos.




"El Juicio de Dios" de Von Kleist se inscribe en una de las lineas de fuerza que sostiene su precisa escritura: la lucha por dar sentido a la vida a través de la literatura, o cuando menos por preguntarse todo tipo de cuestiones en torno al objeto de su preocupación. Dios no queda al margen, la muerte tampoco: "Después de la ceremonia nupcial, don Friedrich fue condecorado por el Emperador, y cuando éste acabó sus asuntos en Suiza, regresó a Worms". Una vez allí, ordenó que en los estatutos del santo duelo divino, donde se supone que siempre salen a la luz los culpables, añadiesen las palabras: "Si es la voluntad de Dios". "

Reconocido como uno de los autores que más influyó en Kafka sostiene en esta obra una obsesión por la naturaleza de la Justicia, su relación con la venganza y los defectos en su aplicación, que en efecto emparentan este breve cuento con El Proceso, mientras que su argumento y sustancia llevan también hacia Robert Luis Stevenson.

El juicio de Dios con todo y pese a su grave trasfondo temático usa de un peculiar tejido narrativo que se articula con la levedad y el aroma de un cuento alemán de princesas. Un retorno a la tradición que le relaciona con un movimiento del que los máximos representantes serían sus coetáneos: los Grimm, aunque ciertamente se utiliza con un sentido literario asombroso.

Kleist hace arder en la hoguera a la verdad absoluta en un tiempo pasado en el que los meses se sucedían contemplando las lunas y Dios creía ser aún cierto tipo de Juez.

EL JUICIO DE DIOS (EL DUELO)
HEINRICH VON KLEIST
REY LEAR 2007
67 PÁGINAS
Traducción de Ursula Toberer

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viernes, junio 08, 2007

Franz Kafka, gran figura de la literatura mundial del siglo XX

fuente: Crónica

Recordado por sus célebres obras "La metamorfosis", "El proceso" y "América", entre otras, el escritor checoslovaco Franz Kafka, una de las máximas figuras de la literatura del siglo XX, murió el 3 de junio de 1924.

Kafka nació en Praga, capital de la ahora República Checa (antes Checoslovaquia), el 3 de julio de 1883, en el seno de una familia de comerciantes de la minoría judía de lengua alemana. Tuvo tres hermanos, con quienes vivió la mayor parte de su vida. No obstante que estuvo comprometido dos veces, nunca se casó.

A los 23 años de edad, obtuvo el título de Doctor en Derecho y comenzó a trabajar como empleado en varias compañías de seguros, actividad que alternó con la lectura de quienes fueron sus más grandes influencias literarias: Ibsen, Spinoza, Nietzsche, Kierkegaard, Flaubert, Hebbel y Stifter.

Los temas de la obra de Kafka son la soledad, la frustración y el angustioso sentimiento de desesperación que experimenta el individuo al verse amenazado por fuerzas desconocidas que no alcanza a comprender y que se hallan fuera de su control.

En cuanto a técnica literaria, los estudiosos de su obra señalan que ésta participa de las características del expresionismo y el surrealismo.

El estilo lúcido e irónico de Kafka, que mezcla naturalidad, fantasía y realidad, da a su obra un aire claustrofóbico y fantasmal, como sucede en una de sus más célebres obras, "La metamorfosis" (1915).

Tras iniciarse la difusión de su obra, su popularidad se disparó en forma exponencial a lo largo de los años 30 y 40, al grado que sus libros llegaron al Continente Americano traducidos al inglés.

Entre sus obras destacan "La metamorfosis" (1915), "Contemplación" (1913), "En la colonia penitenciaria" (1919), "La Muralla China" (1922) y "La construcción" (1923).

Además "Un artista del trapecio", "Un artista del hambre", "Josefina la cantora o el pueblo de los ratones" e "Investigaciones de un perro", todos ellos publicados en 1924.

En "Carta al padre", escrita en 1919 y publicada de manera póstuma, como casi toda su obra, Kafka expresa sus sentimientos de inferioridad y rechazo paterno, a pesar de los cuales vivió con su familia la mayor parte de su vida y ni siquiera llegó a casarse.

"Cartas a Felice" (1967) narra la difícil relación que tuvo con Felice Bauer, una joven alemana a la que pretendió entre 1912 y 1917.

Durante su corta vida, Kafka fue poco conocido como escritor, pues la mayor parte de su obra literaria fue publicada después de su muerte, gracias al escritor checoslovaco Max Brod, amigo personal y biógrafo suyo.

No obstante que dominaba el checo, francés, latín, griego y hebreo, sus obras salieron a la luz escritas en alemán, en un estilo que mezclaba naturalidad, fantasía y realidad y que le daba un toque claustrofóbico a sus textos.

A decir de los estudiosos de su obra, ésta fue una afluencia de escenas y situaciones percibidas con una intensidad sin precedentes, en la que el detallismo descriptivo cobraba una expresión visionaria.

Además de ser una de las figuras sobresalientes de la literatura, el adjetivo "kafkiano" es un emblema de la sociedad moderna con su organización inútil, su burocracia, sus procedimientos totalitarios, sus laberintos y puertas.

Entre 1908 y 1913, Kafka viajó por Italia, Francia, Alemania y Austria. Tiempo después sintió los primeros síntomas de la tuberculosis, enfermedad que le obligó a frecuentar numerosos sanatorios.

Luego de un difícil período de convalecencia, Franz Kafka murió en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924.

Su temprana muerte lo libró de permanecer en campos de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45), como le ocurrió a sus hermanas Garbielle y Valerie, en 1943.

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sábado, junio 02, 2007

El empobrecimiento del nacionalismo cultural: el caso de Polonia

Según el diario Nasz Dziennik el escritor más significativo del siglo XX en centroeuropa: Franz Kafka podría salir del programa educativo nacional si se cumplen los deseos del vicepresidente del país.

Por si esto fuera poco se saca también fuera del programa nada menos que a Joseph Conrad, que nació polaco y cuyo "pecado" parece ser que fue haberse nacionalizado inglés. En la imagen, el escudo del clan polaco Nalecz, al que pertenecía Joseph Conrad, autor de una de las mejores novelas del siglo XX: "El Corazón de las Tinieblas".


Vicepresidente polaco quiere sacar autores foráneos de educación

Varsovia, 1 jun (PL) Roman Giertych, vicepresidente y ministro de Educación de Polonia, aspira a sacar del programa escolar nacional las obras de Joseph Conrad, Johann W. Goethe, Fiodor Dostoievski y Franz Kafka, publicó hoy el diario Nasz Dziennik.


En entrevista concedida a esa misma fuente, el ejecutivo señaló "que hay que modificar la lista de libros obligatorios en el programa escolar, ya que la situación histórica ha cambiado y reemplazarlas por las de escritores católicos y nacionalistas polacos".



"Y quiero que se sepa que los cambios han sido propuestos por los propios maestros en consultas celebradas entre ellos mismos lo cual por el momento sólo se trata de un proyecto", agregó.



Giertych es también líder del partido ultracatólico y ultranacionalista Liga de las Familias Polacas.



"Si tuviese que elegir entre El Diluvio, de Henryk Sienkiewicz, y El Transatlántico, de Witold Gombrowicz, optaría por el primero", concluyó.

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