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sábado, marzo 29, 2008

Homenajear a Kafka sin morir en el intento

Jon Bilbao reflexiona sobre el deseo de evadirse gracias a un protagonista que se metamorfosea en miles de moscas

MAGDA BANDERA - Madrid - 19/03/2008 12:49 (Público)

El fotógrafo quiere saber de qué trata la primera novela de Jon Bilbao antes de retratarle. El aludido tarda en responder. No es fácil defender que has escrito una historia "realista" cuando el protagonista de tu relato es un hombre que se transforma en un enjambre de moscas, así, por las buenas. Pero Jon tiene arrestos incluso para bautizar al hombre-multimosca con el nombre de Grego. A partir de ese momento, se acaba el homenaje a Kafka.

"Cuando leí La metamorfosis, tenía 14 años. Fue una lectura bastante peculiar porque a mí me gustaban los cómics y esperaba otra cosa. En ese momento, ni me gustó Kafka ni me convenció la historia. No entendía por qué su personaje no se hacía preguntas, por qué no indagaba en los motivos de su transformación", recuerda.

Lo que de verdad decepcionó al adolescente Jon fue que entre página y página no apareciese "toda una familia de insectos temibles". Pero de eso hace ya más de veinte años y este ingeniero de minas, nacido en Ribadesella en 1972, tiene otras preocupaciones y acumula varios premios literarios por sus relatos.


Las vacaciones perfectas


En El hermano de las moscas, Bilbao ha querido reflexionar sobre la idea de la evasión y la responsabilidad a través del caso de Grego. Este personaje, un treintañero bohemio que se gana la vida alquilando embarcaciones en el sudeste asiático, se transforma una vez al año en un enjambre de moscas durante diez días. "Es algo que puede parecer horrible, pero en realidad son las vacaciones perfectas. No sólo te permiten descansar del trabajo, sino también de la condición humana", comenta el autor.

Sin embargo, esas vacaciones "no son gratuitas". Alguien tiene que responsabilizarse de alimentar a las moscas, cuidarlas para que no se dispersen, vigilar que nadie las mate de un manotazo o un chorro de insecticida. Y, sobre todo, debe impedir que descubran el secreto de Grego.

Esa persona es "el hermano de las moscas", Héctor, un hombre tranquilo y racional, con un trabajo y una familia estables. Conseguir que alguien tan práctico como él asumiese que su hermano podía transformarse de tal manera fue todo un reto.

"Cuando comencé a trabajar en la novela, sabía que lo más importante era lograr que Héctor creyese a su hermano. Si él lo hacía, también lo haría el lector. A partir de ese momento, la historia es realista y lo de menos son las moscas", asegura Bilbao. Lo importante es que el lector que se atreva con el libro publicado por Salto de Página se haga preguntas a partir del tercer capítulo.

Preguntas vitales

Para Bilbao, una de esas preguntas esenciales versa sobre el tema de la responsabilidad y hasta qué punto esta sociedad está preparada para asumir "cargas" tan pesadas, como la de cuidar incondicionalmente a un hermano calavera sin apenas hacer reproches, y arriesgando la estabilidad laboral y familiar.

Para facilitarle los paralelismos al lector, Bilbao sitúa la acción en una ciudad y una casa indeterminadas, prototípicas de la burguesía globalizada de inicios del tercer milenio. Podría pasarte a ti, insinúa hasta rozar la amenaza.

"La novela tiene una voluntad crítica. En realidad, Héctor y Grego son la misma persona desgajada en dos. Uno tiene una vida de tecnócrata y el otro es un aventurero", compara. Por eso, ambos se envidian y se complementan. Y, como ocurre en tantas familias, nunca hablan. Apenas lo mínimo para pedirse y dejarse dinero, y concretar asuntos de intendencia.

Todo muy "normal", excepto el lugar de trabajo de Héctor. Como su padre literario hasta hace unos años, el hermano de las moscas trabaja en una refinería de petróleo, un entorno frío y poco dado a alentar la fantasía.
"Me interesaba mostrar el entorno laboral del protagonista. Me fastidia que en los libros y en las películas no se muestre el ámbito laboral de los personajes", argumenta Bilbao. Dime dónde trabajas y te diré cuánta presión soportas a diario. Si es demasiada, quizás sueñes con
desintegrarte en miles de ligeras moscas.

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lunes, marzo 17, 2008

El muro del emperador

Son 7200 kilómetros de piedra y ladrillos con los que se pretendió cercar un reino. Se empezó a construir por orden del primer emperador chino Qin Shi Huan, quizás el mayor megalómano de la historia, quien se volvió loco buscando el elixir de la inmortalidad. Sin embargo, 2 mil años de trabajo y varios millones de soldados y esclavos en acción no alcanzaron para unir los fragmentos de la muralla ni siquiera en la cara norte del imperio.

Por Julián Varsavsky / Página 12

Gran Muralla China

Aunque la Gran Muralla probablemente haya sido el mayor delirio terrenal del primer emperador chino Qin Shi Huan, el megalómano más grande de la historia, tuvo otro no menos sorprendente: luego de decapitar a medio centenar de oficiales que fracasaron en la búsqueda del elixir de la inmortalidad, decidió llevarse al inframundo de la muerte un ejército completo de 7 mil soldados moldeados en terracota, a quienes conduciría en sus batallas subterráneas por el lapso de la eternidad.

En La Muralla y los Libros, Jorge Luis Borges plantea una relación nada fortuita entre la orden del emperador de quemar todos los libros anteriores a él (o anteriores al ?tiempo?, que era lo mismo), y la condena que impuso a todo aquel que osara guardar uno de esos libros de trabajar por el resto de su vida en la construcción de la muralla. ?¿Acaso Qin Shi Huan condenó a quienes adoraban el pasado, a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil??, se pregunta Borges.

La utopía de cercar un reino para impedir las invasiones nunca fue concretada, ya que su propia longitud no permitió defenderla ni garantizar su invulnerabilidad. Por otra parte, a pesar de sus 7200 kilómetros de largo, la muralla tampoco llegó a conectar todos sus fragmentos al mismo tiempo: a lo largo de sus casi 2 mil años de construcción, mientras un segmento se levantaba otro era tumbado por el enemigo del norte e incluso otros se caían de viejos, derruidos por el polvo y el viento. Pero lo cierto fue que ningún emperador de las veintitrés dinastías que rigieron el imperio pudo renunciar a la fantasía de amurallar su dominio, incapaces de darse cuenta de que en verdad estaban rodeados por la virtual muralla de un vasto horizonte.

EL ORIGEN

Uno de los hechos que más impresionan de la Gran Muralla es la cantidad de personas que participaron en su construcción. Sólo en los 10 años iniciales de la Dinastía Qin ?214 al 204 a.C.?, trescientos mil soldados al mando del general Meng Tian se dedicaron a poner ladrillo sobre ladrillo, inaugurando quizá la idea de la famosa ?paciencia china?. Más tarde, en el 555 d.C., se realizó una sección de 450 kilómetros en la que 1,8 millón de personas fueron forzados a edificar el muro que, al mismo tiempo que protegía el imperio, le imponía un límite a su expansión (tarde o temprano su destrucción vendría de un lado o del otro de la muralla). Esto vendría a comprobar la inutilidad de la muralla, cuyos fines fueron más de ostentación del poder que de carácter defensivo real. Una estructura de estas magnitudes era porosa por naturaleza, pero las dinastías se aseguraron de convencer a las sucesivas generaciones ?por miedo o por convicción? de la conveniencia de esta empresa. En La edificación de la muralla china, Franz Kafka desentraña la razón de esa obra descomunal cuando escribe que el objetivo único y absoluto de construirla era comprometer a los súbditos y esclavos en el círculo vicioso de aquella obsesión. La muralla era entonces un fin en sí mismo, alrededor de cuya edificación se organizaban las jerarquías sociales del reino. Según como se lo mire, en algún momento el cerco de piedra era una defensa o también una prisión en la que estaban confinados los que vivían tras sus muros, independientemente de los peligros que pudiesen venir de afuera. Además, los constructores morían por decenas de miles durante los trabajos y eran enterrados debajo mismo de la muralla, fundiéndose directamente con la herramienta de su condena.

Los primeros segmentos se comenzaron a levantar entre los siglos VII y VIII, cuando los diferentes estados de la futura China guerreaban entre sí. Hasta que Qin Shi Huan unificó China en el 214 a.C. con mano de hierro y surgió la idea de corporizar la unidad del imperio completando la muralla.

LA DISCONTINUIDAD

El sistema defensivo, a pesar de ser imperfecto, tuvo también su éxito para detener a los ejércitos pequeños. Y según Gengis Khan su efectividad dependía del coraje de quienes la defendieran. La muralla mide un promedio de diez metros de alto por cinco de ancho, y en el medio tiene un corredor que permite el desplazamiento rápido de las tropas. Desde sus torres le disparaban al atacante con flechas y con toda clase de proyectiles ?como balas de cañón? desde que se inventó la pólvora. Además tenían un parapeto de un metro de alto y por supuesto había también puertas fortificadas que permitían traspasar hacia adentro o hacia fuera los límites del reino.

La comunicación entre las distintas torres de vigilancia y aprovisionamiento de la muralla era fundamental para anunciar la llegada del enemigo. El método más común era el de las columnas de humo. Una sola de ellas significaba que un ejército de menos de 500 soldados estaba asediando la muralla. Y una columna doble de humo advertía que los atacantes eran menos de 3 mil.

Los principales constructores de la muralla que llegó hasta nuestros días fueron los emperadores de la Dinastía Ming (1368-1644). Hoy, igual que en los tiempos de sus inicios, la muralla se encuentra desconectada y en algunos lugares se ha reducido a polvo y aparece como borroneada en la inmensidad del desierto de Gobi. En otros sectores como Badaling ?a 60 kilómetros al norte de Pekín?, está restaurada a la perfección. Y hay quienes la usan en el campo como cantera para construir sus casas sin saber siquiera que se trata de la famosa muralla del primer emperador. No es cierto que su serpenteo se vea desde la luna, lo cual no quita que la Gran Muralla haya sido y siga siendo la obra de construcción humana más cruel y desbordada de egocentrismo que se haya realizado jamás.



Una aventura china
La clásica excursión en la zona de Badaling no es la más recomendable para visitar la muralla. Está restaurada con un dudoso criterio y la recorren millares de turistas perseguidos por molestos vendedores. El lugar en el cual mantiene su impronta original ?con muy pocos turistas? es en Simatai, donde, a pesar de no haber sido restaurada, la construcción posee largos segmentos en perfecto estado de conservación. Allí la muralla está construida sobre una cadena montañosa y en algunos sectores se ha desbarrancado con el paso del tiempo. El recorrido en grupo implica horas de subir y bajar escalones, pero la aventura comienza en las partes ruinosas, donde es un verdadero desafío seguir adelante en pos de alcanzar la torre de vigilancia más alta. En los lugares más derruidos, la muralla se hace tan angosta que es preciso avanzar a gatas por prevención ante los precipicios que se abren a cada costado. En estos tramos, muchos visitantes suelen abandonar la travesía. Como a medida que la cosa se complica cada cual avanza a su propio ritmo, por momentos uno se encuentra absolutamente solo en la cumbre de la montaña. Sin nadie a la vista, entre piedras milenarias, la mirada alcanza para abarcar esa infinita serpiente de piedra gris que parece arrastrarse sobre las montañas en busca de la eternidad. Y basta con cerrar los ojos para que nos alcance el rumor de los ancestrales ejércitos mongoles con sus catapultas al acecho, y los silbidos de las flechas chinas cortando el aire.



La muralla kafkiana
En el cuento La construcción de la muralla china del escritor checo Franz Kafka, el personaje de uno de los constructores de la muralla es quien explica la función política de esa obra desmesurada. ?Uno pensaría de antemano que hubiera sido más ventajoso en todo sentido construir la muralla seguidamente, o, a lo menos, seguidamente dentro de las dos secciones principales. La muralla, como universalmente se proclamó y como nadie ignora, había sido planeada como una defensa contra las naciones del norte. Pero ¿qué defensa puede ofrecer una muralla discontinua? Ninguna, y la muralla misma está en incesante peligro. Esos pedazos de muralla abandonados en mitad del desierto podrían ser fácilmente derribados por los nómadas, ya que esas tribus, alarmadas por los trabajos de construcción, cambiaban de querencia como langostas, con inconcebible velocidad y lograban tal vez una mejor visión general de los progresos de la muralla que nosotros los constructores. Sin embargo, la obra no pudo hacerse de otro modo. Para entenderlo así debemos considerar que la muralla tenía que ser una defensa para los siglos: por consiguiente, la edificación más escrupulosa, la aplicación de la sabiduría arquitectónica de todas las épocas y de todos los pueblos y el sentimiento perenne de la responsabilidad personal de los constructores, eran indispensables para la obra. Es verdad que para la tarea más subalterna podrían emplearse jornaleros ignorantes ?hombres, mujeres, niños, llevados por el mero interés?, pero ya un capataz de cuatro jornaleros debía ser un hombre versado en albañilería, un hombre que en el fondo del corazón sintiera todo lo que significaba la obra. Cuanto más alto el cargo, mayor la exigencia. Y se encontraban tales hombres, quizá no todos los requeridos para la obra, pero muy numerosos. El trabajo no debía ser emprendido a la ligera. Medio siglo antes de empezarlo, la arquitectura y la albañilería, en particular, había sido proclamada en toda la China (que se pensaba amurallar) la más importante de las ciencias, y las otras no eran reconocidas sino en cuanto se relacionaban con ella. Recuerdo todavía que nosotros, niños tambaleantes aún, nos juntábamos en el jardín del maestro, para levantar con piedrecillas una especie de muro, y que el maestro se remangaba la túnica, arremetía contra el muro, lo hacía naturalmente pedazos y nos vociferaba tales reproches por la fragilidad de la obra que nosotros huíamos llorando en todas direcciones en busca de nuestros padres. Un episodio mínimo, pero típico del espíritu de la época.?

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