Hotel Kafka - Escuela de Ideas

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domingo, mayo 06, 2007

De la muerte aparente


Quien haya padecido alguna vez de muerte aparente, podrá contar cosas
espantosas; sin embargo, no podrá decir cómo es después de la
muerte. Es más, ni ha estado más cerca de ella que otros; en el fondo,
tan sólo ha "sentido" algo especial, y la vida común, no la extraordinaria,
se ha "convertido en algo más valioso con ello. A todo aquel que
haya experimentado algo peculiar le sucede una cosa similar. Con toda
seguridad Moisés, por ejemplo, experimentó sobre el Monte Sinaí algo
"especial"; pero, en lugar de abandonarse a ello, como tal vez lo haría
un muerto aparente, que no se anuncia y se queda en el ataúd, bajó
corriendo del Monte y, desde luego, tuvo cosas importantes que contar,
y amó a los hombres, de los cuales había huido, mucho más que antes,
dando entonces su vida por ellos, casi podría decirse por agradecimiento.
De ambos, sin embargo, del que vuelve de la muerte aparente, y de
Moisés que regresa, puede aprenderse mucho, pero no podemos conocer
lo decisivo, pues ellos mismos no lo han llegado a saber. Y si lo
hubieran llegado a saber, no hubieran regresado. Esto podría verificarse
si, por ejemplo, alguna vez quisiésemos vivir "con un salvoconducto"
para tener la certeza del retorno, la experiencia del muerto aparente o
de Moisés, o incluso que deseáramos la muerte, pero ni siquiera en
pensamiento querríamos permanecer en el Monte Sinaí o vivos en el
ataúd, sin posibilidad alguna de retorno...
(Esto, ciertamente, nada tiene que ver con el temor a la muerte...)

Franz Kafka, 1918, de "La muralla china y otros relatos"

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sábado, abril 21, 2007

Kafka, Groucho y Kurt

Artículo publicado en ABC. ( http://www.abc.es/20070413/cultura-libros/kafka-groucho-kurt_200704130258.html )
Félix Romero, Escritor



Kurt Vonnegut Jr. (Indiana, 1922-Nueva York, 2007) fue un clásico en vida de la literatura estadounidense desde que en 1969 publicara «Matadero- cinco», o la cruzada de los niños, donde relataba los terribles bombardeos sobre Dresde al final de la II Guerra Mundial. Había comenzado a publicar en revistas populares de los años 50 y debutó con «La pianola», una novela distópica en la que los hombres son progresivamente reemplazados por máquinas y en la que ya estaban las claves de su obra literaria: un existencialismo fabricado con humor negro.
Buena parte de su obra pertenece al género de la ciencia ficción, donde destaca «Las sirenas de Titán», en la que un astronauta millonario mete su astronave en una corriente espacio temporal y consigue ver el pasado y el futuro y moverse como ondas; en la que un cruzado evangelista se opone a los viajes espaciales; en la que el hijo de un multimillonario vive peripecias bélicas en Marte, y en la que un extraterrestre con la nave averiada durante 200.000 años tiene un importante mensaje que transmitir al universo.También «Cuna de gato» es ciencia ficción, y también está llena de humor negrísimo, que culmina en un final apocalíptico: la torpeza humana consigue acabar con la Tierra. La mezcla de Kafka y Groucho Marx le resultaba enormemente eficaz a Kurt Vonnegut Jr.
Escribió muchas otras novelas, más fungibles, menos clásicas, más pegadas al tiempo que vivía, pero siempre muy divertidas, como «Barbazul», en la que cuenta la delirante restauración de unos cuadros realizados por un falso pintor expresionista abstracto. Escribió unos consejos para escritores que definen su propia forma de abordar la escritura. El primero de ellos decía: «Utiliza el tiempo de un completo desconocido de forma que él o ella no sienta que lo está malgastando». Su último libro traducido al castellano, «Un hombre sin patria», es una suerte de testamento, en el que expone su programa vital: nunca fue alemán y nunca consiguió ser un completo americano, socialdemócrata a su manera, amaba la vida y el amor, odiaba las máquinas, defendía la vida... y mordía por defender su derecho al humor, siempre crítico: «La ironía sería que sí sabemos lo que hacemos».

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sábado, abril 07, 2007

Un golpe a la puerta del Cortijo

Fue un caluroso día de verano. Mi hermana y yo pasábamos frente a la puerta de un cortijo que estaba en el camino de regreso a casa. No sé si golpeó esa puerta por travesura o distracción. no sé si tan solo amenazó con el puño sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros mas adelante, junto al camino real que giraba a la izquierda, empezaba el pueblo. No lo conocíamos, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de ahí unos hombres haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia el cortijo y nos hacían recordar el golpe contra la puerta. Los dueños nos denunciarían e inmediatamente comenzaría el sumario. Yo permanecía calmo, tranquilizaba a mi hermana. Posiblemente ni siquiera había tocado, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarla por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi hermana sino también yo sería acusado. Yo asentía sonriente con la cabeza. Todos volvíamos nuestra vista atrás, hacia el cortijo., tan atentamente como si se tratara de una lejana cortina de humo tras la cual fuera a aparecer un incendio. Lo que pronto vimos, en realidad, fue a unos jinetes que entraron por el portón del cortijo. Una polvareda, al levantarse, lo cubrió todo; sólo brillaban las puntas de las enormes lanzas. Apenas la tropa había desaparecido en el patio, cuando debió, al parecer, hacer dar vuelta a sus corceles, pues volvió a salir en dirección nuestra. Aparté a mi hermana de un empellón, yo me encargaría de poner todo en orden. Ella no quiso dejarme solo. Le expliqué que para que se viera mejor vestida ante los señores debía, al menos, cambiarse de ropas. Por fin me hizo caso e inició el largo camino a casa. Ya estaban los jinetes junto a nosotros y casi al tiempo de apearse preguntaron por mi hermana.
-No está aquí de momento -fue la temerosa respuesta- pero vendrá mas tarde.

La contestación se recibió con indiferencia. Parecía que, ante todo, lo importante era haberme hallado. Destacaban, de entre ellos, el juez, un hombre joven y vivaz, y su silencioso ayudante llamado Assmann. Me invitaron a pasar a la taberna campesina. Lentamente, balanceando la cabeza, jugando con los tiradores, comencé a caminar bajo las miradas severas de los señores. Aún creía que una sola palabra sería suficiente para que yo, que vivía en la ciudad, fuese liberado, incluso con honores, en ese pueblo campesino. Pero luego de atravesar el umbral de la puerta, pude escuchar al juez que se acercó a recibirme:

-Este hombre me da lástima.

Sin duda alguna, no se refería con esto a mi estado actual sino a lo que me esperaba en el futuro. La habitación se parecía más a la celda de una prisión que a una taberna rural. De las grandes losas de la pared, oscura y sin adornos, pendía, en alguna parte, una argolla de hierro, y en el centro de la habitación algo que era medio catre y medio mesa de operaciones.

¿Podría yo respirar otros aires que los de una cárcel?. He aquí el gran dilema. O, mejor dicho, lo que sería el gran dilema, si yo tuviera alguna perspectiva de ser dejado en libertad.

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martes, abril 03, 2007

El poeta francés Yves Bonnefoy recibe el Premio Kafka de Literatura

El poeta francés Yves Bonnefoy fue distinguido este año con el premio Kafka de Literatura, dotado con 10.000 dólares, informó hoy la sociedad Franz Kafka, en la capital checa, Praga.

El también ensayista y crítico de arte, de 83 años, recibirá en octubre en Praga la distinción, que lleva el nombre del escritor checo Franz Kafka (1883-1924).

El jurado internacional, del que también formó parte el renombrado crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki, escogió a Bonnefoy de entre 15 candidatos.

El año pasado el escritor laureado fue Haruki Murakami.

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martes, marzo 20, 2007

El paseo repentino

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir;

cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada;


y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente;

cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido;

cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

FRANZ KAFKA

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viernes, marzo 09, 2007

Disidente cubano anuncia creación de premio literario Franz Kafka

El disidente cubano Ramón Humberto Colás anunció en Praga la creación de un premio literario para los autores cubanos sin posibilidades de publicar en la Isla.

Ramón Humberto Colás, fundador de las bibliotecas independientes en Cuba, anunció esta semana en la capital checa la creación del premio literario Franz Kafka, que busca ayudar a los autores cubanos censurados por el régimen de la Isla.
"La idea fundamental radica en tomar el nombre de Franz Kafka como uno de los grandes referentes de la literatura universal, para que aquellos autores que tienen sus obras en Cuba y que no logran publicarlas, porque el régimen no les da espacio, puedan participar en este concurso. Se trataría de un concurso único, para que a nivel internacional se pueda conocer la calidad de los autores que hay en Cuba y que el régimen les censura y les prohíbe tener espacio en las editoriales".
Ramón Colás viajó a Praga para asistir como jurado del Festival Internacional de cine documental "Un Mundo", dedicado a los derechos humanos.
Consultado sobre del porqué se dio el nombre de Franz Kafka al certamen literario, el disidente cubano explicó que se trata de un escritor muy leído en Cuba.
"Kafka es una figura referente de la literatura internacional, y en Cuba es uno de los autores que siempre se ha leído. Y muchas veces cuando se describe la situación que se vive en Cuba, se dice que esta es una sociedad kafkiana, un poco por ese sentido tan irracional que crea un sistema totalitario como el de mi país".
El certamen Franz Kafka para autores cubanos tendrá tres categorías, con un monto total de cinco mil dólares. Los premios se entregarán en Praga y todo parece indicar que será auspiciado por importantes figuras de la vida cultural checa e internacional. Todavía se desconoce cuando será la primera edición del concurso literario.

SONIDO REAL AUDIO: http://helix.radio.cz:8080/ramgen/rm/ES/07/03/ES070308-15-high.rm?start=10:32.75&end=12:40.89

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domingo, marzo 04, 2007

Josefina la cantora o el pueblo de los ratones

(Josephine, die Sängerin, oder Das Volk der Mäuse - por Franz Kafka, 1924)

Nuestra cantora se llama Josefina. Quien no la ha oído, no conoce el poder del canto. No hay nadie a quien su canto no arrebate, prueba de su valor, ya que en general nuestra raza no aprecia la música. La quietud es nuestra música preferida; nuestra vida es dura, y aunque intentáramos olvidar las preocupaciones cotidianas no podríamos nunca elevarnos a cosas tan alejadas de nuestra vida habitual como la música. Pero no nos quejamos demasiado; ni siquiera nos quejamos: consideramos que nuestra máxima virtud es cierta astucia práctica, que en verdad nos es sumamente indispensable, y con esa sonriente astucia solemos consolarnos de todo, aun cuando alguna vez sintiéramos ?lo que no ocurre nunca- la nostalgia de la felicidad que tal vez la música produce. Sólo Josefina es una excepción; le gusta la música, y además sabe comunicarla; es la única; con su desaparición desaparecerá también la música- quién sabe hasta cuando- de nuestras vidas.

Muchas veces me he preguntado qué ocurre realmente con esa música. Somos totalmente amusicales; ¿cómo comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, ya que Josefina niega nuestra compresión, creemos comprenderlo? La respuesta más simple sería que la belleza de dicho canto es tan grande que ni el espíritu más obtuso puede resistirla; pero esa respuesta es insatisfactoria. Si así fuera realmente, al oír ese canto deberíamos experimentar, ante todo y en todos los casos, la sensación de lo extraordinario, la sensación de que en esa garganta resuena algo que no hemos oído nunca, y que tampoco somos capaces de oír, y que tal vez Josefina y sólo ella nos capacita para oír. En realidad, no es ésta mi opinión, no siento eso y no he notado que los demás lo sintieran. En círculos íntimos, no titubeamos en confesarnos que, como canto, el canto de Josefina no es nada extraordinario.

Par empezar, ¿es canto? A pesar de nuestra amusicalidad, poseemos tradiciones de canto; en la antigüedad, el canto existió entre nosotros; las leyendas lo mencionan, y hasta se conservan canciones, que desde luego ya nadie puede cantar. Por lo tanto, tenemos cierta idea de lo que ees el canto, y es evidente que el canto de Josefina no corresponde a esa idea ¿Es entonces canto? ¿No será quizás un mero chillido? Todos sabemos que el chillido es la aptitud artística de nuestro pueblo, o mejor que una aptitud, una característica expresiva vital. Todos chillamos, pero a nadie se le ocurre que chillar sea un arte, chillamos sin darle importancia, hasta sin darnos cuenta, y muchos de nosotros ni siquiera saben que chillar es una de nuestras características. Por lo tanto, si fuera cierto que Josefina no canta, sino chilla, y que tal vez, como creo yo por lo menos, su chillido no sobrepasa los limites de un chillido común ?hasta es posible que sus fuerzas ni si quiera alcancen par un chillido común, cuando un mero trabajador de la tierra puede chillar todo el día, mientras trabaja, sin cansarse-; si todo esto fuera cierto, entonces quedaría inmediatamente refutadas la pretensiones artísticas de Josefina, peor todavía faltaría resolver el enigma de su inmenso efecto.

Porque después de todo, lo que ella emite es un simple chillido. Si uno se coloca bien lejos y la escucha, o todavía mejor, si para poner a prueba su discernimiento trata de reconocer la voz de Josefina cuando ésta canta en medio de otras voces, sólo distingue, sin lugar a dudas, un vulgar chillido, que en el mejor de los casos apenas se diferencia por su delicadez o su debilidad. Y sin embargo, si no está ante ella, ya no oye un simple chillido; para comprender su arte es necesario no sólo oírla, sino también verla. Aun cuando sólo fuera nuestro chillido cotidiano, nos encontramos ante todo con la peculiaridad de alguien que se prepara solemnemente para ejecutar un acto cotidiano. Cascar una nuez no es realmente un arte, y en consecuencia nadie se atrevería a congregar a un auditorio para entretenerlo entonces ya no se trata meramente de cascar nueces. O tal vez se trate meramente de cascar nueces, pero entonces descubrimos que nos hemos despreocupado totalmente de dicho arte porque lo dominábamos demasiado, y este nuevo cascador de nueces nos muestra por primera vez la esencia real del arte, al punto que podría convenirle, para un mayor efecto, ser un poco menos hábil en cascar nueces que la mayoría de nosotros.

Tal vez acontece lo mismo con el canto de Josefina; admiramos en ella lo que no admiramos en nosotros; por otra parte, ella está en ese sentido totalmente de acuerdo con nosotros. Yo me encontraba presente una vez que alguien, como a menudo ocurre, se refirió al chillido popular, tan difundido, y en verdad se refirió muy tímidamente, pero para Josefina era más que suficiente. No he visto nunca una sonrisa tan sarcástica y arrogante como la suya en ese momento; ella, que es la personificación de la perfecta delicadeza, y hasta se destaca por su delicadeza entre nuestro pueblo, tan rico en finos tipos femeninos, llegó a parecer en ese instante francamente vulgar; pero su gran sensibilidad la permitió darse cuenta, y se dominó. De todos modos, niega toda relación entre su arte y el chillido. Sólo siente desprecio hacia los que son de opinión contraria, y probablemente odio inconfesado. Esto no es simple vanidad, porque dichos opositores, entre los que en cierto modo me cuento, no la admiran seguramente menos que la multitud, pero Josefina no se conforma con la mera admiración, quiere ser admirada exactamente de la manera que ella prescribe; la simple admiración no le importa. Y cuando uno está frente a ella, la comprende; la oposición sólo es posible desde lejos; cuando uno está frente a ella, sabe: lo que chilla no son chillidos.

Como chillar es uno de nuestros hábitos inconscientes, podría suponerse que también en el auditorio de Josefina se oyen chillidos; nos encanta su arte, y cuando estamos encantados, chillamos; pero su auditorio no chilla, guarda un silencio de ratón; como si nos volviéramos partícipes de la anhelada calma, de la que nuestro chillar nos apartaría, callamos ¿No extasía su canto, o no será más bien el solemne silencio que envuelve su débil vocecita? Sucedió una vez que una tonta criatura comenzó también a chillar, con toda inocencia, mientras Josefina cantaba. Ahora bien, era exactamente lo mismo que Josefina nos hacía oír; frente a nosotros, su chillidos cada vez más débiles, a pesar de todos los ensayos, y en medio del público, el chillido infantil e involuntario; hubiera sido imposible señalar una diferencia; y sin embargo silbamos y siseamos inmediatamente a la intrusa, aunque en realidad era totalmente innecesario, porque ésta se habría retirado de todos modos arrastrándose de terror y vergüenza, mientras Josefina lanzaba su chillidos triunfal y en un completo éxtasis extendía los brazos y estiraba el cuello hasta más no poder.

Por otra parte, siempre ocurre así, cualquier pequeñez, cualquier contingencia, cualquier contrariedad, un crujido del suelo, un rechinar de dientes, un defecto de la iluminación le sirve de pretexto par realzar el efecto de su canto; cree cantar sin embargo ante oídos sordos; aprobación y aplauso no le faltan, pero sí verdadera compresión, según ella, y hace tiempo que se resignó a la incomprensión. Por eso le agradaban tanto las interrupciones; cualquier circunstancia exterior que se oponga a la pureza de su canto, que pueda ser vencida con poco esfuerzo, o hasta sin esfuerzo, simplemente afrontarla, puede contribuir a despertar a la multitud, y a enseñarle, si no la comprensión, por lo menos un supersticioso respeto.

Si así le sirven las pequeñeces ¡cuánto más las grandes contingencias! Nuestra vida es muy inquieta, cada día nos trae nuevas sorpresas, temores, esperanzas y sustos, que el individuo aislado no podría soportar si no contara día y noche, siempre, con el apoyo de sus camaradas; pero aun así sería bastante difícil; muchas veces miles de espaldas tambalean bajo una carga destinada a uno solo. Entonces Josefina considera que ha llegado su hora. Se yergue, delicada criatura; su pecho vibra angustiosamente, como si hubiera concentrado todas sus fuerzas en el canto, como si se hubiera despojado de todo lo que en ella no es directamente necesario al canto, toda fuerza, toda manifestación de vida casi, como si se hubiera desnudado, abandonado, entregado totalmente a la protección de los ángeles guardianes, como si en su total arrobamiento en la música un solo hálito frío pudiera matarla. Pero Justamente cuando así aparece los que nos decimos oponentes solemos comentar:

-Ni siquiera puede chillar; tiene que esforzarse tan horriblemente no para cantar ( no hablemos de cantar), sino para obtener algo vagamente parecido al chillido habitual del país.

Así comentamos, pero esta impresión, como he dicho inevitablemente, es sin embargo fugaz, y rápidamente desaparece. Pronto, también nosotros nos sumergimos en el sentimiento de la multitud, que en cálida proximidad escucha, conteniendo el aliento.

Y para reunir en torno a ella esta multitud de gente de nuestro pueblo, un pueblo casi siempre en movimiento, que corre de un lado para otro por motivos no siempre muy claros, le basta a Josefina generalmente echar la cabecita hacia atrás, entreabrir la boca, volver los ojos hacia lo alto, y adoptar en general la posición que anuncia su intención de cantar. Puede hacer esto donde se le ocurra, no hace falta que sea un lugar visible desde lejos, cualquier rincón escondido y escogido al azar según el capricho del instante, le sirve. La noticia de que va a cantar se difunde inmediatamente, y pronto acuden enteras procesiones. Claro que a veces surge inconvenientes, porque Josefina canta preferentemente en tiempos de agitación; múltiples preocupaciones y peligros nos obligan a seguir caminos divergentes, a pesar de la mejor voluntad no podemos reunirnos tan rápidamente como josefina desearía, y se ve obligada a esperar cierto tiempo suficiente; entonces se pone francamente furiosa, patalea, maldice de manera muy poco virginal; hasta llega a morder. Pero ni siquiera semejante conducta perjudica su reputación; en vez de contener sus exageradas pretensiones, todos se refuerzan por satisfacerlas; se envían mensajeros para convocar más público; se le oculta esta circunstancia; por todos los caminos de los alrededores se ven centinelas apostados, que hace señales a los concurrentes para que se apresure; esto continúa hasta reunir un auditorio tolerable.

¿Qué impulsa a la gente a molestarse tanto por Josefina? Problema tan difícil de resolver como el del canto de Josefina, y estrechamente relacionado con él. Se podría suprimirlo, e incluirlo totalmente en el segundo problema mencionado, si fuera posible asegurar que en consideración a su canto la gente es incondicionalmente adicta a Josefina. Pero no es éste el caso; nuestro pueblo desconoce casi la adhesión incondicional; nuestro pueblo, que ama sobre toda la astucia inocua, el susurro infantil y la charla inocente y superficial, ese pueblo no puede en ningún caso entregarse incondicionalmente, y Josefina lo sabe muy bien, y justamente contra eso combate con todo el vigor de su débil garganta.

Por supuesto, no debemos exagerar las consecuencias de estas consideraciones tan generales; el pueblo es adicto a Josefina, pero no lo es incondicionalmente. Por ejemplo, no sería capaces de reírse de ella. Llega a admitir que muchos aspectos de Josefina son risibles; y la risa es de por sí una de nuestras características constantes; a pesar de todas las miserias de nuestra existencia, la risa moderada es en cierto modo nuestra habitual compañera; pero de Josefina no nos reímos. A menudo tengo la impresión de que el pueblo concibe su relación con Josefina como si este ser frágil, indefenso, y en cierto modo notable ( según ella notable por su poder lírico), le estuviera confiado, y él debiera cuidar de ella; el motivo no es claro para nadie; pero el hecho parece indiscutible. Pero nadie se ríe de lo que le han confiado: reírse sería faltar al deber; la máxima malicia de que a veces son capaces los maliciosos al hablar de Josefina es ésta: «La risa no se acaba cuando vemos a Josefina ».

Así cuida el pueblo de Josefina, como el padre cuida a la criatura que le tiene su manecita, no se sabe bien si para pedir o para exigir. Podría creerse que nuestro pueblo no es capaz de desempeñar esas funciones paternales, pero en realidad, y por lo menos en este caso, las desempeña admirablemente; ningún individuo aislado podría hacer lo que hace en este sentido la totalidad del pueblo. Desde luego, la diferencia de fuerza entre el pueblo y el individuo es tan extraordinaria, que basta que atraiga al protegido al calor de su proximidad, para que éste esté suficientemente protegido. Pero nadie se atreve a hablar de estos temas con Josefina. «Me burlo de vuestra protección», dice en esos casos. Sí, í, búrlate, pensamos. Y en realidad, su rebelión y gratitud infantil, y el deber de un padre es pasarlas por alto.

Pero hay algo en las relaciones entre el pueblo y Josefina que es más difícil de explicar todavía. Y es esto. Josefina no sólo no cree que el pueblo la protege, cree que es ella quien protege al pueblo. Piensa que su canto nos salva en las crisis políticas o económicas, nada menos, y cuando no aleja la desgracia, por lo menos nos inspira fuerza para soportarla. Ella no lo dice, ni explícitamente ni implícitamente, porque en verdad que habla poco, se calla entre los charlatanes, pero lo dicen los destellos de sus ojos, y lo proclama su boca cerrada ( en nuestro pueblo, pocos pueden tener la boca cerrada; ella puede).

A cada mala noticia ?y hay?días en que las malas noticias abundan, incluyendo las falsas y semiverdaderas ? ella se yergue, porque generalmente está tendida de abarcar con la mirada a su rebaño, como el pastor ante la tormenta. Se sabe que también los niños suelen aducir pretensiones análogas, en su irreprimible e impetuosa puerilidad, pero en Josefina no son tan infundadas como en ellos. Es verdad que no nos salva, ni nos infunde de ninguna fuerza especial; es fácil adoptar el papel de salvador de nuestro pueblo, habituado al sufrimiento, temerario, de rápidas decisiones, conocedor del rostro de la muerte, sólo aparentemente tímido en esa atmósfera de audacia que sin cesar lo rodea, y además tan fecundo como arriesgado; es fácil, digo, considerarse a posterori el salvador de este pueblo que siempre ha sabido de algún modo salvarse a sí mismo, aun a costa de sacrificios que estremecen de espanto al historiador (aunque en general descuidamos por completo el estudio de la historia). Y sin embargo también es verdad que en las situaciones angustiosas escuchamos mejor que en otras situaciones angustiosas escuchamos mejor que en otras ocasiones la voz de Josefina. Las amenazas suspendidas sobre nosotros nos vuelven más silenciosos, más humildes, más dóciles a la dominación de Josefina; con gusto nos reunimos, con gusto nos apiñamos, especialmente porque la ocasión tiene tan poco que ver con nuestra torturante preocupación; es como si bebiéramos apresuradamente ?sí, hay que darse prisa, demasiado a menudo Josefina se olvida de esta circunstancia? una copa común de paz antes de batalla. Es menos un concierto de canto que una asamblea popular, y en verdad, una asamblea donde exceptuando el débil chillido de Josefina impera un absoluto silencio; la hora es demasiado seria para desperdiciar en charlas.

Una relación de este tipo, naturalmente, no satisface a Josefina. A pesar de su inquietud y su nerviosidad, consecuencias de lo indefinido de su posición, hay muchas cosas que no ve, cegada por sus engreimientos, y sin mayor esfuerzo puede conseguirse que pase por alto muchas otras; un enjambre de aduladores se ocupa constantemente de esto, rindiendo un verdadero servicio público; pero cantar en un rincón de una asamblea popular, inadvertida, secundaria, aunque en sí sería deshonroso, ella no lo consentiría jamás, y preferiría negarnos el don de su canto.

Pero esto no es necesario, porque su arte no pasa inadvertido. Aunque en el fondo estamos preocupados por cosas muy diferentes, y el silencio reina no sólo porque ella canta, y muchos ni siquiera miran, y prefieren hundir el rostro en la piel del vecino, y Josefina parece por lo tanto esforzarse inútilmente en su escenario, hay algo sin embargo en su canto ?y esto no puede negarse? que nos conmueve. Esos chillidos que lanza mientras todos están entregados al silencio, nos llegan como un mensaje del pueblo entre a cada uno de nosotros; el tenue chillido de Josefina en medio de esos momentos de graves decisiones es casi como la miserable existencia de nuestro pueblo en medio del tumulto del mundo hostil. Josefina es impone, con su nada de voz, con su nada de técnica se impone y nos llega al alma; nos hace bien pensar en eso. En esos momentos, no soportaríamos a una verdadera artista del canto, suponiendo que hubiera alguna entre nosotros, y unánimemente nos alejaríamos de la insensatez de semejante concierto. Que Josefina no descubra jamás que la escuchamos justamente porque no es un gran cantante. Algún presentimiento de esto ha de tener, porque si no ¿con qué motivo negaría tan apasionadamente que la escuchamos?; pero igual sigue cantando, tratando de alejar a chillidos ese presentimiento.

Pero hay otras cosas que podrían consolarla; a pesar de todo, es probable que la escuchemos del mismo modo que se escucha a una artista del canto; provocada emociones que una artista famosa trataría en vano de provocar entre nosotros, y que sólo son posibles justamente por la pobreza de sus medios. Esto se relaciona sobre todo con nuestro modo de vivir.

Nuestro pueblo desconoce la juventud, apenas conoce una mínima infancia. Es cierto que regularmente aparecen proyectos en los que se otorga a los niños una libertad especia, una protección especial; en los que su derecho a cierta negligencia, a cierto espíritu inconsciente de travesura, a un poco de diversión, es reconocido, y se fomenta su ejercicio; en cuanto se presentan esos proyectos, todos los aprueban, nada aprobarían con más agrado, pero tampoco hay nada que la realidad de nuestra vida permita menos cumplir; se aprueban los proyectos, se intenta su aplicación, pero pronto todo vuelve a ser lo que era antes. Nuestra vida es tal, que un niño apenas puede correr un poco y distinguir otro tanto del mundo que le rodea, ya debe ganarse la vida como un adulto; las zonas en que por razones económicas debemos vivir dispersos son demasiados extensas, nuestros enemigos son demasiados, los peligros que nos acechan por todos lados, incalculables; no podemos aleja a los niños de la lucha por la existencia, hacerlo significaría para ellos una muerte prematura. A estas melancólicas consideraciones se agrega otra que no es nada melancólica: la fecundidad de nuestra raza. Una generación ?y cada una es más numerosa aún que la anterior? es inmediatamente desplazada por la siguiente; los niños no tiene tiempo de ser niños. Otros pueblos pueden criar cuidadosamente a sus niños, pueden edificar escuelas para esos niños, y de esas escuelas surgen diariamente torrentes de niños, el futuro de la raza, pero durante mucho tiempo de niños, el futuro de la raza, pero durante mucho tiempo esos niños que día tras día salen de las escuelas son los mismos. Nosotros no tenemos escuelas, pero de nuestro pueblo surgen a brevísimos intervalos innumerables multitudes de niños, alegremente balbuceando o meando, porque todavía no saben chillar, rodando o gateando impulsados por el ímpetu general, porque todavía no saben correr, llevándose torpemente todo por delante, porque todavía no pueden ver, ¡nuestros niños! Y no como los niños, ya no es más niño, porque se apiñan detrás de él los nuevos rostros de niños, imposibles de diferenciar a causa de su cantidad y su premura, rosados de felicidad. Verdaderamente, por más hermosa que sea esa abundancia, y por más que nos la envidien los demás, con razón, no podemos de ningún modo proporcionar a nuestros niños una verdadera infancia. Y esto trae consecuencias. Una especie de inagotable e inarraigable infancia caracteriza a nuestro pueblo; en oposición directa con lo mejor que tenemos, nuestro infalible sentido común, nos conducimos muchas veces de la manera más insensata, y justamente con la misma insensatez de los niños, localmente, pródigamente, grandiosamente, frívolamente, y todo por el placer de alguna diversión trivial. Y aunque nuestra alegría naturalmente ya no puede alcanzar la intensidad de la alegría infantil, algo de ésta sin duda sobrevine. Y también Josefina ha sabido aprovechar desde el primer momento esta puerilidad de nuestro pueblo.

Pero nuestro pueblo no sólo es pueril, en cierto sentido también es prematuramente senil, la niñez y la vejez no son en nosotros como en los demás. No tenemos juventud, somos inmediatamente adultos, y luego somos adultos demasiado tiempo, y cierto cansancio y cierta desesperanza originados por esa circunstancia nos marca con señales visibles, a pesar de la resistencia y la capacidad de esperanza que nos caracterizan. Esto también se relaciona seguramente con nuestra amusicalidad, somos demasiado viejos para la música, sus emociones, sus éxtasis no concuerdan con nuestra pesadez; cansados, la desdeñamos; nos conformamos con nuestro chillido; un chillido de vez en cuando nos basta. Quien sabe si no habrá carácter de nuestras gentes los anularía antes de que comenzaran a desarrollarse. En cambio, Josefina puede llamarlo, no nos molesta, nos cae bien, podemos soportarlo perfectamente; si alguna traza de música hay en su canto, está reducida a su mínima expresión; así conservamos cierta tradición musical, sin molestarnos en lo más mínimo.

Pero Josefina representa algo más para este pueblo tan definido. En sus conciertos, sobre todo durante las épocas difíciles, sólo los que son muy jóvenes se interesan por la cantante como tal, sólo ellos la miran con asombro, miran cómo echa hacia afuera los labios, cómo expele el aire entre sus bonitos dientes delanteros, y cómo desfallece de pura admiración ante los sonidos que ella misma emite, y aprovecha esos desfallecimientos para elevarse hacia nuevas y cada vez más increíbles perfecciones; pero la verdadera masa del pueblo ?es fácil advertirlo? se recoge en los propios pensamientos. Aquí, en los breves intervalos entre las luchas, el pueblo sueña; como si los miembros de cada individuo se distendieran, como si por una vez el sufriente pudiera tenderse y reposar en el vasto y cálido lecho del pueblo. Y en medio de esos sueños resuena intermitente el chillido de Josefina; ella lo llama canto perlado, nosotros tartamudeo; pero de todos modos, éste es su lugar apropiado, más que en cualquier otra parte; casi nunca encontrará la música momento más adecuado. Algo hay allí de nuestra pobre y breve infancia, algo de una dicha perdida que no puede volver a encontrarse, pero también algo de nuestra vida activa cotidiana, de sus pequeñas alegrías, incomprensibles y sin embargo incontenibles e imposibles de obliterar. Y todo esto expresado no mediante sonidos rotundos, sino suaves, murmurantes, confidenciales, a veces un poco roncos. Naturalmente, son chillidos ¿Por qué no? El chillido es el habla de nuestro pueblo, sólo que muchos chillan toda la vida y no lo saben, pero aquí el chillido se libera de los grilletes de la vida cotidiana y al mismo tiempo nos libera a nosotros, durante un breve instante. Juro que no quisiéramos faltar a estos conciertos.

Pero de aquí a la pretensión de Josefina, que de ese modo nos infunde nuevas fuerzas y etcétera y etcétera, hay un buen trecho. Por lo menos para las personas normales, no para sus aduladores.

?¿Cómo podría ser de otro modo??dicen con la más descarada arrogancia?, ¿cómo se podría explicar si no esas enormes concurrencias, especialmente en momentos de peligro directo e inminente, que muchas veces hasta han llegado a entorpecer las medidas requeridas para alejar a tiempo dicho peligro?

Ahora bien, esto último es lamentablemente cierto, pero no debería contarse como uno de los títulos de honor de Josefina, especialmente si se considera que cuando el enemigo sorprendía y diseminaba dichas asambleas, y muchos de los nuestros perdían la vida, Josefina, la culpable de todo, sí, que tal vez había atraído al enemigo con sus chillidos, siempre aparecía escondida en el rincón más seguro, y era siempre la primera en escapar silenciosa y velozmente, protegida por su escolta. Sin embargo, en el fondo, todos lo saben, y no obstante acuden apresuradamente dónde y cuándo se le ocurre a Josefina volver a cantar. De aquí se podría deducir que Josefina está prácticamente más allá de la ley, que puede hacer todo lo que se le ocurre, aun cuando entrañe un peligro para la comunidad, y que todo se le perdona. Si así fuera, las pretensiones de Josefina serían entonces perfectamente comprensibles, si, en esa libertad que el pueblo le permite, en esa exención que a nadie más se concede y que va esencialmente contra la ley, uno podría ver un reconocimiento de la incomprensión que Josefina aduce, como si la gente se maravillara impotente ante su arte, no se sintiera digna de él, y tratara de compensar la tristeza que dicha incomprensión provoca en Josefina mediante un sacrificio verdaderamente desesperado , y decidiera que así como el arte de ella está más allá de su entendimiento, así también su persona y sus deseos están más allá de su jurisdicción. Ahora bien, esto es absolutamente falso; tal vez el pueblo, individualmente, se rinde demasiado pronto ante Josefina, pero en conjunto, así como no se rinde incondicionalmente ante nadie, tampoco se rinde ante Josefina.

Desde hace mucho tiempo, tal vez desde el comienzo de su carrera artística, Josefina lucha por obtener la exención de todo trabajo, en consideración a su canto; se le evitarían así las preocupaciones relativas al pan cotidiano, y todo lo que nuestra lucha por la existencia implica, para transferirlo ?aparentemente? a la comunidad. Un fácil entusiasta ?y alguno hubo entre nosotros? podría meramente deducir de lo insólito de esta petición, y de la actitud espiritual que semejante petición implica, la íntima justicia de la misma. Pero nuestro pueblo deduce otras conclusiones, y declina tranquilamente la exigencia. Ni tampoco se preocupa demasiado por refutar sus implicaciones básicas. Josefina aduce, por ejemplo, que el esfuerzo del trabajo daña su voz, que en realidad el esfuerzo del trabajo no es nada al lado del esfuerzo de cantar, pero que le impide descansar suficientemente después del canto y recuperar fuerzas para nuevas canciones, y por lo tanto se ve obligada a agotarse completamente, y en esas condiciones no puede alcanzar nunca la cima de sus posibilidades. La gente la escucha y no le hace caso. Esta gente, tan fácil de conmover a veces, otras veces no se deja conmover por nada. La negativa es en ciertas ocasiones tan neta, que hasta Josefina se amilana, parece someterse, trabaja como es debido, canta lo mejor que puede, pero sólo durante un tiempo, y luego reanuda el ataque con nuevas fuerzas (porque en este sentido sus fuerzas son inagotables).

Ahora bien, es evidente que Josefina no pretende en realidad lo que dice pretender. Es razonable, no elude el trabajo; de todos modos entre nosotros la holgazanería es desconocida, y además si le concedieran lo que pide seguramente seguiría viviendo como antes, el trabajo no sería un obstáculo para el canto, y después de todo, su canto no mejoraría gran cosa; en realidad lo que ella pretende es simplemente un reconocimiento público, franco, permanente y superior a todo lo conocido hasta ahora, de su arte. Pero aunque casi todo lo demás parece a su alcance, este reconocimiento la elude persistentemente. Quizá debió dirigir su ataque desde el primer momento en otra dirección, quizás ella misma se de cuenta ahora de su error, pero ya no puede echarse atrás, porque echarse atrás significaría traicionarse a sí misma; ahora tiene que resignarse a vencer o morir.

Si realmente tuviera enemigos, como dice, podría divertirse mucho con el simple espectáculo de esta lucha, sin mover un dedo. Pero no tiene ningún enemigo, y aunque aquí y allá no haya faltado nunca quien la criticara, esta lucha no divierte a nadie. Justamente porque en este caso nuestro pueblo adopta una actitud fría y aunque aquí y allá no haya faltado nunca quien la criticara, esta lucha no divierte a nadie. Justamente porque en este caso nuestro pueblo adopta una actitud fría y judicial, lo que muy raramente ocurre entre nosotros; y aunque uno apruebe dicha actitud, la simple idea de que alguna vez el pueblo pueda adoptarla con nosotros, destruye toda alegría. Lo importante, ya en el rechazo como en la petición, no es la cuestión en sí, sino el hecho de que el pueblo sea capaz de oponerse tan implacablemente a un camarada, y tanto más implacablemente cuanto más paternalmente lo protege en otros sentidos; y aun más que paternalmente: servilmente.

Supongamos que en vez del pueblo se tratara de un individuo; se podría creer que este individuo fue cediendo ante la voluntad de Josefina, sin cesar de alimentar un ardiente deseo de poner fin algún día a su sumisión; que se sacrificó sobrehumanamente porque creyó que a pesar de todo habría un límite para su capacidad de sacrificio: sí, se sacrificó más de lo necesario, sólo para acelerar el proceso, sólo para ser más que Josefina e incitarla a deseos siempre renovados, hasta obligarla a sobrepasar todo límite con esa última exigencia; y oponer finalmente su negativa, lacónica, porque hacía mucho que estaba preparada. Ahora bien, la situación no es ésta en absoluto, el pueblo no necesita de esas astucias, además su respeto hacia Josefina es genuino y comprobado, y la exigencia de Josefina es de todos modos tan exagerada que una simple criatura le hubiera predicho el resultado; sin embargo, dada la idea que Josefina se ha formado del asunto, podía ocurrir que también interviniera estas consideraciones, para agregar una amargura más al dolor de la negativa. Pero sean cuales fueren sus consideraciones, no le impiden proseguir la lucha. Esta lucha ha llegado a intensificarse en los últimos tiempos; hasta ahora ha sido sólo verbal, pero ya empieza a emplear otros medios, para ella más eficaces, pero en nuestra opinión, más peligrosos.

Muchos creen que Josefina apremia su insistencia porque se siente envejecer, porque su voz se debilita, y por lo tanto le parece que llegó el momento de librar la última batalla y lograr el reconocimiento. Yo no lo creo. Josefina no sería Josefina, si esto fuera cierto. Para ella no existe ni vejez ni debilitamiento de la voz. Si algo exige, no lo exige impelida por circunstancias exteriores, sino obligada por una lógica interna. Aspira a la más alta corona, no porque momentáneamente parezca menos accesible, sino porque es la más alta; si dependiera de ella, querría una más alta todavía.

Este desdén hacia las dificultades eternas no le impide de todos modos utilizar los métodos más ruines. Para ella, su derecho es inapelable; entonces, ¿Qué importa cómo lo impone? Sobre todo porque en este mundo, tal como ella lo ve, los métodos lícitos están destinados al fracaso. Quizá por eso ha trasladado la lucha por sus derechos del campo de la música a otro campo que no la interesa tanto. Sus partidarios han hecho saber de su parte que ella se considera absolutamente capaz de cantar de tal modo que importe un verdadero placer a todo el mundo, cualquiera que sea su nivel social, hasta la más remota oposición; un verdadero placer no en el sentido de la gente, que declara haber experimentado siempre placer ante el canto de Josefina, sino un placer en el sentido que Josefina desea. No obstante, agrega ella, como no pueda falsificar lo elevado ni halagar lo vulgar, se de obligada a seguir siendo tal como es. Pero en lo que se refiere a su campaña de liberación del trabajo, el asunto cambia; claro que es una campaña de liberación del trabajo, en asunto cambia; claro que es una campaña a favor de la música, precosa de su voz, cualquier medio es por lo tanto válido. Así se ha difundido por ejemplo el rumor de que si no aceptan su exigencia, Josefina está decidida a abreviar las partes de coloratura. Yo no sé nada de coloraturas, y no he advertido la menor coloratura de su cantos. No obstante, Josefina amenaza con abreviar las coloraturas, no suprimirlas por ahora, sino simplemente abreviarlas. Es posible que haya cumplido su amenaza, pero por lo menos para mí no se advierte la menor diferencia en su canto. El pueblo en su totalidad la ha escuchado como de costumbre, sin hacer ninguna referencia a las coloraturas, y tampoco ha cambiado su actitud ante la exigencia de Josefina. Sin embargo, es indudable que la mentalidad de Josefina, como su figura, es a menudo de una gracia exquisita. Es así por ejemplo que después de aquel concierto, como si su decisión sobre la coloraturas hubiera sido demasiado severa o demasiado apresurada para el pueblo, anunció que en el concierto siguiente volvería a cantar completas todas las partes de coloratura. Pero después del concierto siguiente volvió a cambiar de idea, suprimiría definitivamente las grandes arias de coloratura, y hasta que no se decidiera favorablemente su pleito, no volvería a cantarlas. Ahora bien, la gente oyó todos esos anuncios, decisiones y contradecisiones sin darle la menor importancia, como un adulto meditabundo que cierra sus oídos ante la cháchara de una criatura, fundamentalmente bien intencionado, pero inaccesible.

De todos modos, Josefina no se amilana. Es así que hace poco pretendió haberse lastimado un pie mientras trabajaba, lo que le imposibilitaba cantar de pie; como no podía cantar sino de pie, se vería obligada a abreviar sus canciones. Aunque renquea y necesita el apoyo de sus partidarios, nadie cree que se haya lastimado realmente. Aun admitiendo la extraordinaria delicadeza de su cuerpecito, no dejamos de ser un pueblo de obreros, y Josefina pertenece a ese pueblo; si cada vez que nos hiciéramos un rasguño renqueáramos, el pueblo entero renquearía incesantemente. Pero aunque se hace transportar como una inválida, aunque se muestra en público en este patético estado más de lo habitual, la gente escucha sus conciertos tan agradecida y tan encantada como antes, pero no se preocupa mucho porque hay abreviado las canciones.

Como no puede seguir renqueando eternamente, imagina otra cosa, alega cansancio, mal humor, debilidad. Al concierto se agrega ahora el teatro. Vemos a los partidarios de Josefina, que la siguen y le suplican y le imploran que cante. Ella quisiera complacerles, pero no puede. La consuelan, la adulan, casi la llevan en andas hasta el lugar previamente elegido donde se supone que ha de cantar. no puede. La consuelan, la adulan, casi la llevan en andas hasta el lugar previamente elegido d Finalmente, prorrumpiendo en lágrimas inexplicables, ella cede, pero cuando evidentemente exhausta se dispone a cantar, fatigada, con los brazos no ya extendidos como antaño, sino fláccidos y caídos junto al cuerpo, lo que produce la impresión de que quizá sean un poco cortos; justo cuando va a empezar, no, es realmente imposible, un movimiento desganado de la cabeza nos lo anuncia, y se desmaya ante nuestros ojos. Después, a pesar de todo, se repone y canta, a mi entender más o menos como de costumbre; quizá, si uno tiene oído para los más finos matices de la expresión, descubre un poco más de sentimiento que de costumbre, lo que es de agradecer. Y al terminar está menos cansada que antes, y con firme andar, si uno se atreve a designar así sus pasitos, se aleja rechazando la ayuda de sus admiradores, y contemplando como helados ojos a la multitud que le abre paso respetuosamente.

Así ocurría hace unos días; pero la última novedad es otra; en el momento en que debía iniciar un concierto, desapareció. No sólo la buscan sus partidarios, muchos otros comparten la búsqueda, pero es inútil; Josefina ha desaparecido, no cantará, ni siquiera habrá que adularla para que cante, esta vez nos ha abandonado completamente.

Es extraño lo mal que calcula esa astuta, tan mal que uno pensaría que no calcula nada, y que sólo se deja llevar por su destino, Ella misma abandona el canto, ella misma hace trizas el poder que ha llegado a tener sobre todos los corazones ¿Cómo pudo obtener ese poder, si tan mal conoce esos corazones? Se oculta y no canta, pero el pueblo, tranquilo, sin decepción visible, señoril, una masa en perfecto equilibrio, constituida de tal modo que, aunque las apariencias lo nieguen, sólo puede dar y nunca recibir, ni siquiera de Josefina, ese pueblo sigue su camino.

Pero el camino de Josefina declina. Pronto llegará el momento en que su último chillido suene y se apague para siempre. Ella es apenas un pequeño episodio en la eterna historia de nuestro pueblo, y este pueblo superará su pérdida. Para nosotros no será fácil; ¿cómo haremos para reunirnos en completo silencio? En la realidad, ¿no era nuestras reuniones también silenciosas cuando estaba Josefina? ¿Era, después de todo, su chillido notoriamente más fuerte y más vivo que lo que será en el recuerdo? ¿Era acaso en vida de Josefina algo más que un mero recuerdo? ¿No habrá sido quizá porque en algún sentido era inmortal, que la sabiduría del pueblo apreció tanto el canto de Josefina?

Quizá nosotros no perdamos demasiado, después de todo; mientras tanto, Josefina, libre ya de los afanes terrenos, que según ella están sin embargo destinados a los elegidos, se aleja jubilosamente en medio de la multitud innumerable de los héroes de nuestro pueblo, para entra muy pronto como todo sus hermanos, ya que desdeñamos la historia, en la exaltada redención del olvido.

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viernes, marzo 02, 2007

Presentan unipersonal inspirada en cuento de Kafka

Lima, feb. 23 (ANDINA).- Un simio, luego de algunas experiencias, se convierte en ser humano. Con este delirante argumento, el cuento Informe para una academia de Franz Kafka describía los problemas de adaptación de los judíos en la Europa de comienzos del siglo XX. Noventa años más tarde, esta historia es la base de un unipersonal representado por el argentino Diego Starosta.

El artista rioplatense recuerda que llegó a este texto de una manera fortuita. ?Un maestro que tenía me dijo que resultaría ideal que yo trabajara ese texto de Kafka.? Hubiera quedado en un simple comentario, pero a Starosta le terminó gustando la idea.

Tras darle vueltas al asunto, escenificó el cuento en 1998 adaptándolo para un unipersonal. Desde ese día ha recorrido diversos países dando vida a tan peculiar historia. Esta noche se presenta en el centro cultural de la PUCP.

No obstante que este espectáculo es la faceta más conocida de Starosta, el artista también se dedica a la enseñanza e investigación de las artes escénicas. Ha seguido talleres tan variados que van desde la danza clásica india hasta clases con el francés Jacques Lecocq.

Este lado lo explota a través de su grupo teatral independiente Muererío. Su visita la aprovechará para dictar dos seminarios sobre su técnica actoral, la próxima semana.

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sábado, febrero 24, 2007

Kafka, el primer kafkiano, en el afán de quemarlo todo

Reproducimos la reseña biográfica de Kafka de Alberto Rodríguez Barrera publicada recientemente en la web venezonala analitica.com

Viernes, 23 de febrero de 2007

Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883, hijo de un próspero comerciante. Debido a que su familia estaba entre la minoría que hablaba alemán, Kafka hizo su primeros grados en la escuela Volkschule; la secundaria fue en el Gimnasio Alemán; en 1906 obtuvo su doctorado en Jurisprudencia de la Universidad Karl-Ferdinand, también en Praga.

En 1902 conoció a Max Brod, editor, crítico y novelista, quien lo introdujo en los círculos literarios de Praga. Comenzó a trabajar en una firma italiana de seguros en 1907, pero en julio del siguiente año ingresó al semigubernamental Buró de Seguros de Accidentes de los Trabajadores, donde permanecería hasta su retiro en 1922.

Fue en 1909 cuando la carrera literaria de Kafka comenzó a tomar forma, ya que en ese año fue aceptado un cuento suyo en un periódico de Praga, y también comenzó a leerle a Brod los primeros capítulos de una novela que quedaría inconclusa, "Preparaciones de Matrimonio en el Campo". En 1910 empezó a escribir sus diarios y desarrolló interés en el teatro yiddish, haciéndose amigo del actor Itzhak Lowy; ese contacto es reconocible en el episodio del perro músico en "Investigaciones de un Perro", historia que a cierto nivel puede leerse como biografía alegórica.

Brod y Kafka planearon colaborar en una novela que se titularía "Richard y Samuel", pero sólo se publicó un primer capítulo, aparentemente debido a que Kafka conoció a Felice Bauer, una secretaria berlinesa con quien iba a comprometerse dos veces, en 1914 y 1917, pero no llegaron al matrimonio. Y en ese otoño comenzó a escribir "América" y "Metamorfosis". Visitó a Felice al año siguiente en Berlín.

El inicio de la guerra en 1914 impidió la intención de Kafka de hacerse periodista. En septiembre le leyó a Brod el primer capítulo de "El Juicio", y en diciembre terminó el primer borrador de "En el Asentamiento Penal".

En 1917 se confirmó que Kafka tenía tuberculosis, enfermedad que ya se había asomado en 1913. De ahí en adelanta nunca pudo confiar en su salud, aunque estaba lo suficientemente apto para visitar a su hermana en Zurav, donde vio por primera vez el paisaje que utilizaría como trasfondo en "El Castillo".

A su regreso a Praga en 1918 conoció a Julie Wohrisek, quien aceptó casarse con él en 1919. En este año aparecieron "Un Doctor de Campo" y "En el Asentamiento Penal", pero el compromiso con Julie no prosperó y terminaron en 1920, el año en que Kafka se enamoró de su traductora checa, Milena Jesenska. La enfermedad se apoderó de él y mientras estaba en un sanatorio (1920-21), le dijo a Brod que deseaba que toda su obra fuera destruida después de su muerte. No obstante, en 1922, le leyó a Brod el primer capítulo de "El Castillo".

Se retiró del trabajo en la compañía de seguros en 1922 y al año siguiente decidió vivir en Berlín con una estudiante hebrea polaca, Dora Dymant. Varias historias, escritas durante el tiempo que pasó con ella, fueron subsiguientemente destruidas. En la primavera de 1924 Kafka estaba en avanzado estado de tuberculosis laríngea. Su doctor le prohibió hablar y fue reducido a comunicarse por notas. Una de ellas decía: "Ofrecer a menudo vino a la enfermera"; y otra, escrita después que se le negó una inyección de morfina: "Mátame, o si no eres un asesino". Murió el 3 de junio de 1924 y fue enterrado el 11 de junio en el Cementerio Judío de Praga.

La historia de los manuscritos de Kafka ?que aquí resumimos- exige alguna explicación, aunque no entraremos a fondo en las complejidades bibliográficas que Kafka parece siempre generar.

Su última nota a Max Brod, su ejecutor literario, colocó a Brod en un predicamento agonizante. Hubo de hecho dos notas: el último párrafo de la primera nota ejemplifica el problema:

"Pero todo lo demás mío que existe (sea en periódicos, en manuscritos o cartas), todo sin excepción en cuanto se pueda descubrir u obtener de las direcciones por solicitud (tú mismo conoces la mayoría de ellas, es principalmente... Y pase lo que pase no olvides el par de cuadernos de notas en manos de...), todas esas cosas sin excepción y preferiblemente no leídas (no te prohibiré que tú las leas, aunque preferiría que no lo hicieras y en todo caso nadie más debe hacerlo), todas estas cosas sin excepción deben ser quemadas, y te ruego que hagas esto tan pronto como sea posible."

Esta vacilación, la ambigüedad, la calificación, las insinuaciones, las instrucciones específicas sobre donde encontrar el material, todo es reconociblemente la esencia de Kafka. Con igual claridad, el párrafo de ninguna manera es obra de un hombre determinado a que sus manuscritos deban ser destruidos. Brod, afortunadamente, no logró obedecer esta inimitable y tentativa petición, y expuso sus razones en un proscripto a su edición de "El Juicio". Fundamental entre ellas fue su recuerdo de una conversación sucedida tres años antes de la muerte de Kafka. Kafka había hablado de su intención, y Brod le replicó: "Si tú realmente me crees capaz de tal cosa, déjame decirte aquí y ahora que yo no llevaré a efecto tus deseos."

Brod, en efecto, dedicó su vida a la preservación, recuperación y transcripción de los escritos de Kafka, pero aún con toda su devoción se sabe que mucho se ha perdido. De los tempranos escritos de Kafka, incluyendo el proyecto de una novela, nada sobrevive. En marzo de 1912 Kafka registró en su diario que había "quemado muchos papeles repugnantes". Otra entrada del 15 de agosto de 1921 registra que le había dado todos sus diarios a Milena Jesenska, y en una entrada de 1922 menciona haber lanzado un montón de papeles al fuego. Dora Dymant quemó alrededor de veinte cuadernos de notas mientras Kafka miraba desde su cama. Las cartas de Kafka a Dora están perdidas, y hay grandes vacíos en sus diarios. En el alojamiento de Kafka después de su muerte encontró Brod las cubiertas de diez largos cuadernos de notas de un cuarto: los contenidos habían sido completamente destruidos, así como habían sido quemados también una cantidad de blocs y libretas. Otra cantidad desconocida de los escritos de Kafka fue confiscada por la Gestapo, y se presume igualmente destruida.

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lunes, febrero 19, 2007

Bohumil hrabal y las palomas

Este gran escritor checo fue capaz de reducir como nadie al absurdo la existencia cotidiana

artículo publicado el 19/02/2007 en La Voz de Asturias
FULGENCIO Argüelles (escritor)

El pasado 3 de febrero se cumplieron diez años de la muerte del más grande de los escritores checos desde Franz Kafka: Bohumil Hrabal. Tenía 82 años y se encontraba ingresado, desde hacía dos meses, en un hospital de Praga, peleando contra una artritis crónica.


Creo que fue en el año 92 cuando descubrí la obra de Hrabal. Me interesó al instante porque, tanto sus historias como su forma de narrar, me parecieron singulares. Aquel escritor, para mí hasta entonces desconocido, buscaba de manera sorprendente y pertinaz recónditas veredas intransitables (salvo para avezados arrieros) donde pisotear las zarzas de lo previsible, descolocar las piedras de lo políticamente correcto, alborotar las aguas turbias de la experiencia humana y dejar, en los muros movedizos de los refugios de la historia, las señales imborrables de una literatura de encuentros y desencuentros, de flujos y reflujos, de ruidos e insomnios, de soledades ruidosas y barrios amordazados, una literatura tan oral y tan viva y tan directa y tan cierta como aquella que, al calor de los leños de las emociones, nos transmitieron un día nuestras abuelas de los mandiles con olor a leche y a luna. Una vereda, en fin, para los asombros.

No he descubierto otro autor que acertara tanto con los títulos de sus obras como Hrabal. Son como jirones poéticos que te atrapan sin remisión para toda la vida: Trenes rigurosamente vigilados (donde un aprendiz de ferroviario en la II Guerra Mundial se enamora y comienza a cometer sabotajes en la estación), Yo que he servido al rey de Inglaterra (donde un aprendiz, esta vez de camarero, ambiciona el éxito y el reconocimiento social), Una soledad demasiado ruidosa (donde un obrero aprende a amar los libros antes de destruirlos), Anuncio de una casa donde yo no quiero vivir (donde se expresa el deseo de vivir en una casa donde quepan la ironía, el amor y la esperanza y donde no haya cabida para el dogmatismo) o Lecciones de baile para mayores (donde un anciano zapatero cuenta su vida a una joven que toma el sol en la playa).

Títulos, en fin (escribió 60 libros), para un mundo triste descrito con ironía y ternura. Monike Zgustova escribió la biografía del escritor nacido en la ciudad morava de Brno, que nombró (para ser fiel a la agudeza del autor a la hora de los títulos), Los frutos amargos del jardín de las delicias . Muchas de sus obras fueron llevadas con éxito al cine.

Kundera (también nacido en Brno, aunque no atrapado por la Praga de Kafka y Hrabal, sino reconvertido, por imposición política, al francés) dijo de él: "Ha alcanzado el increíble matrimonio entre la imaginación barroca y el amor plebeyo". Bohumil Hrabal vivió en Praga, su ciudad literaria, atrapado entre lo rutinario y lo poético, entre lo mediocre y lo carnavalesco, desmenuzando su existencia para conducirla hasta los límites del vacío.

Situó el centro del mundo en la taberna El Tigre Dorado, donde bebiendo cerveza, en medio de las conversaciones de la gente, él podía estar en silencio, melancólico, soñador, confirmando así la inmersión de su alma en la soledad que él llamaba ruidosa. De esa taberna no pudo sacarle Heinrich Böll, que llegó a Praga para hacer de él un abanderado de las quejas, críticas y descontentos de los escritores checos. "Quien quiera peces que se moje el culo --le dijo al Nobel alemán--, yo todas las protestas las elevo contra mí mismo por no haber escrito una verdadera novela". "Para tener el fuego --continuó diciéndole-- y poder regalárselo a los hombres, Prometeo tuvo que robar la llama ante las mismas narices de los dioses". Y concluyó la conversación diciéndole: "En cuanto a mí, no me voy a quejar".


EN EL mundo de Hrabal, como en el de Kafka, existen las leyes, menores o supremas, y sus personajes no las ignoran, pero inventan atajos, descubren caminos o idean fórmulas para excluirlas. Las palomas mensajeras, que llenas de gracia como un grupo de niñas, emocionaban y acompañaban por los andenes al jefe de la estación de los Trenes rigurosamente vigilados , fueron las mismas que se aproximaron a la ventana del hospital de Praga, donde Bohumil Hrabal recordaba tal vez los versos del Séneca que tanto admiraba, para, en medio de su ruidosa soledad sin dioses, llevarle el último mensaje de sus ángeles caídos.

El abrió la ventana con artrítico esfuerzo, se subió a ella como quien asciende hasta el secreto tras el cual empieza el reino de la luz, alargó su mano con la comida y las palomas lo llevaron en un vuelo imposible, contradictorio, hasta el mundo definitivo de los asombros, donde sus personajes, débiles, marginales, cotidianos, puros, lo esperarían sin duda para recordarle que la belleza del alma está en sus cicatrices.

Hace diez años que este gran escritor de Checoslovaquia y del mundo, que fue capaz como nadie de reducir al absurdo la existencia cotidiana, murió, al caerse de la ventana de un quinto piso en el hospital de Praga, por dar de comer a las palomas.

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lunes, febrero 12, 2007

Resoluciones

Franz Kafka (1913 - Contemplación)


Emerger de un estado de melancolía debiera ser fácil, aun a fuerza de pura voluntad. Trato de levantarme de la silla, rodeo la mesa, pongo en movimiento la cabeza y el cabello, hago fulgurar mis ojos, distiendo los músculos en torno. Desafiando mis propios deseos, saludo con entusiasmo a A. Cuando viene a visitarme, tolero amablemente a B. en mi habitación, y a pesar del sufrimiento y el cansancio, trago a grandes bocanadas todo lo que dice C.
Pero a pesar de todo, con un simple desliz que no hubiera podido evitar, destruyo toda mi labor, lo fácil y lo difícil, y me veo preso nuevamente en el mismo círculo anterior.
Por lo tanto, tal vez sea mejor soportarlo todo, pasivamente, comportarse como una mera masa pesada, y si uno se siente arrastrado, no dejarse inducir al menor paso innecesario, mirar a los demás con la mirada de un animal, no sentir ningún arrepentimiento, en fin, ahogar con una sola mano el fantasma de vida que aún subsista, es decir, aumentar en lo posible la postrera calma sepulcral, y no dejar subsistir nada más.
Un movimiento característico de este estado, consiste en pasarse el dedo meñique por las cejas.

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domingo, febrero 04, 2007

Frase de Kafka: el punto de no retorno

A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar. (Franz Kafka)

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martes, enero 16, 2007

Escribir es respirar

Para mí escribir es como respirar.



Franz Kafka

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viernes, enero 12, 2007

LOS ÁRBOLES

En verdad somos como troncos de árboles en la nieve. En apariencia sólo apoyados en la superficie, y factibles de ser desplazados con un pequeño empujón. No, es imposible, estamos firmemente unidos a la tierra. Pero cuidado, también esto es pura apariencia.



Franz Kafka
Contemplación (1912)
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lunes, enero 08, 2007

El artista de lo absurdo en lo cotidiano

Por Liliana Viola (extracto de Página /12 - 10 de Septiembre de 2005)


Cuentan que Kafka, poco antes de morir, le dijo a su médico: ?Máteme, si no es usted un asesino? y que luego agregó: ?No se vaya?. Cuando el pobre médico le respondió ?Yo no me voy?. Kafka entonces le dijo: ?Pero yo me voy?. Quienes lo conocieron divulgaron muchas situaciones como ésta. Fueron sus biógrafos los que obligaron a asumir que la vida de Kafka se superpuso a la obra. También su Diario, su Carta al padre, la correspondencia con sus tristes novias, su clásica foto donde las orejas amenazan con adelantarse a su perplejidad. El destino de Kafka, afirmaba Borges, fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Y tal vez ésta sea la situación más kafkiana de todas: ya no se puede olvidar de una hipótesis tan improbable como asfixiante. Y en el principio hay una encrucijada: Kafka nació el 3 de julio de 1883 en una Praga habitada por tres grupos incompatibles: judíos, checos y herederos de la aristocracia austríaca alemana. Hizo sus estudios en alemán pero decidió aprender a hablar en checo, dos lenguas opuestas que ni siquiera admitían traducción. ¿Era alemán, checoslovaco o judío? ¿Tenía que escribir sus libros en checo o en alemán? El mismo admitió: ?Viví entre tres imposibilidades: la imposibilidad de no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir en otro idioma, la de escribir. Era una literatura imposible por todos sus costados?. Esta convicción de la imposibilidad es la que lo llevó a asumir cada escollo como parte de un legado y también de una narración. ?Este ser de otra raza, de otra configuración psíquica y onírica, observador distante y de ojos de microscopio fue el judío checo que escribió en alemán y pensó en hebreo?, lo definía por estas tierras Ezequiel Martínez Estrada.

Un clásico contemporáneo
Kafka no era un hombre vencido; en todo caso, tenía la determinación de cumplir con todo, a la altura de la perfección. Tal vez esta es la razón por la cual nunca se consideró lo suficientemente apto para contraer matrimonio ni para editar los manuscritos que iba sumando por las noches. Publicó muy poco y en su testamento pidió el fuego para casi todo. Más que obedecer a un mandato paterno o burocrático, se había sometido a sus propias certezas. Por eso, sus diarios, sus cartas y sus famosas listas sobre temas íntimos son obras maestras de afligido circunloquio no sólo con respecto a los otros, sino sobre todo a él mismo. El 18 de julio de 1906, por cumplir con él y con su padre, se recibió de doctor en jurisprudencia. Abrazó el título junto con dos determinaciones: no ejercer jamás como abogado y no recibir desde ese día, un peso más de su familia. Se concebía como escritor pero pensaba que vivir de la creación literaria era una forma de envilecerla. La ocupación y el arte debían permanecer completamente separados del resto. Después de dos años de penurias, consiguió el resto: un empleo en un instituto de seguros contra accidentes de trabajo. Fragmentos enteros de sus obras, así nos vemos obligados a pensar, deben su atmósfera a este instituto: no sólo el Gregorio Samsa de La Metamorfosis, sino el adolescente de El fogonero, los pacientes de Un médico rural, por nombrar algunos.
La obra y la sensibilidad de Kafka son a nuestra época, ha dicho W.H Auden, lo que Shakespeare y Dante a las suyas. Y a la distancia, en estos cuentos, se ve claramente el existencialismo de Sartre, la angustia del hombre moderno ante el poder omnipotente. Los jeroglíficos de Kafka han sido leídos también como premonición de la prepotencia racista y el horror nazi que llegó más de diez años después de su muerte. La radiografía de la burocracia autoritaria aparece denunciada en sus obras, así como la mágica elaboración de un lenguaje actual, definitivo adiós a la lógica literaria del siglo XIX. Kafka trae consigo el silencio como respuesta a los enigmas contemporáneos. No es el Canto de las Sirenas, afirma en su fábula, sino el estarse calladas, lo que lleva la verdadera carga de iluminación y amenaza. La única respuesta correcta no está en el habla sino en lo que no se dice. Y eso es lo que Kafka logra siempre: dejar al lector encerrado con sus personajes, sus situaciones y sobre todo con el silencio. Con la deliberada renuencia a develar qué le pasa exactamente a Samsa, cuál es la Ley ante la cual esperamos, qué es lo que hace imposible vivir, por qué clase de cantores los pueblos se dejan masacrar. Su literatura, en suma, contiene la de los escritores que vinieron y determina una lectura kafkiana del resto. Borges, uno de los principales introductores de este autor en la biblioteca argentina, consideraba a Kafka como el gran escritor clásico del siglo XX. Y tal vez así sea. Literalmente así. Y entonces Kafka no vivió tan atormentado como quisimos pensar, sino que fue el siglo que apareció en sus relatos y durante el cual lo leímos, lo que nos llevó a pensar de esta manera. En el centro de un mundo extraño, las parábolas de Kafka dejan fluir el recuerdo de una vieja esperanza de redención. A la distancia, alguien puede recordar en sus obras al dios ausente de la vida moderna, que de existir podría venir y salvar a los personajes de todos estos relatos, salvar a Kafka de los numerosos callejones sin salida que cruzaron su vida. Y dejar al lector solo en este mundo.

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viernes, enero 05, 2007

El maestro del pueblo

Las gentes a las que yo pertenezco, las que incluso encuentran repulsivo un topo corriente, hubieran muerto con seguridad de repugnancia si hubieran visto el gigantesco topo que hace algunos años fue visto en las cercanías de un pequeño pueblo, que adquirió pronto efímera fama.



Pero ciertamente hace ya tiempo que ha vuelto a caer en el olvido y con ello se ve la falla de todo el suceso, que quedó completamente inexplicado, ya que no se hizo ningún esfuerzo serio para aclararlo; y que a consecuencia de un incomprensible descuido de aquellos círculos que se tenían que haber ocupado y que efectivamente se preocupan de cosas de menor importancia, quedó olvidada, sin un examen más minucioso. El hecho de que el pueblo se encuentre lejos del tren no puede servir en ningún caso como disculpa. Muchas personas venían de lejos por curiosidad, incluso del extranjero.

Sólo no vinieron aquellos que debían mostrar algo más de curiosidad. En efecto, si las personas sencillas no se hubieran ocupado desinteresadamente de este asunto, peronas a las que su trabajo diario apenas les concedía un minuto de respiro, el rumor de la aparición apenas si hubiera traspasado la región. Hay que admitir que incluso el rumor, que apenas si se puede mantener, era demasiado insistente, si no se le hubiera empujado formalmente, no se hubiera extendido. Pero esto tampoco era motivo para no ocuparse del asunto, por el contrario, también la aparición tenía que haber sido investigada.

En su lugar se dejó el único estudio escrito del caso al viejo maestro de pueblo que, si bien era un extraordinario hombre en su profesión, ni sus aptitudes ni su instrucción le permitían entregarse a una profunda y valorable descripción, ni mucho menos a una explicación.....

Franz Kafka, 1914
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martes, enero 02, 2007

El nuevo abogado

Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucephalus.
Por su aspecto hace recordar poco el tiempo en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia. Sin embargo quien está al tanto de ciertos detalles algo nota. Así fue como ùltimamente pude ver yo mismo a un ujier de los màs simples que, admirado, contemplaba al abogado con la mirada profesional del carrerista consuetudinario del montòn, y lo hacía cuando el abogado levantaba sus muslos para ascender paso a paso la resonante escalera de mármol.
La burocracia en general està de acuerdo con que se admita a Bucephalus. Con asombrosa sabidurìa sostienen que, de acuerdo con el orden social hoy imperante, Bucephalus se encuentra en una situación especialmente difìcil y que por ello, asì como por la importancia que tiene en la historia universal, merece se le tenga consideración.

Hoy -esto nadie puede negarlo- no hay ningún Alejandro Magno.

Pero no son pocos los que saben asesinar; tampoco faltan quienes tengan suficiente habilidad como para traspasar al amigo con una lanza por sobre la mesa del banquete, y a muchos Macedonia les queda demasiado chica, de modo que maldicen a Filipo, el padre, pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Ya en aquél entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero el camino que a ellas conducìa habìa sido marcado por la espada del rey. Hoy esas puertas estàn en otra parte completamente distinta, más lejos y màs alto. Son muchos los que portan espadas, pero sólo para hacer esgrima, y quien quiera seguirlas con la mirada se pierde.

Quizà, por eso lo mejor sea hacer lo que Bucephalus: sumerjirse en los libros de derecho. Libre, sin tener que soportar la presiòn de los muslos del jinete, lejos del estruendo de las batallas de Alejandro, a la tranquila luz de una làmpara lee y vuelve las hojas de nuestros viejos libros.

Franz Kafka. Un médico de campo (1909).

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viernes, diciembre 29, 2006

La verdad sobre Sancho Panza

Franz Kafka escribió y prácticamente inventó a principios del siglo XX, desde la calle de los alquimistas, el género de la microficción, con sus series "Contemplaciones" y "Un médico rural". Estos textos, de una condensación genial, constituyen el más claro precedente del género del microrrelato y han servido de inspiración a generaciones de escritores.

La verdad sobre Sancho Panza
Franz Kafka

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
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martes, diciembre 26, 2006

Escribir como necesidad

La actividad de escribir requiere tiempo y soledad, la mayor parte de los que la abordan suelen tener otras ocupaciones para ganarse la vida por lo que se restringe mucho el tiempo que se puede dedicar a la vida de pareja o a la vida familiar. En estos casos aparece la necesidad de un pacto tácito. Al debate actual sobre la necesidad de conjugar vida laboral y familiar se añade esa "tercera vida", la del artista.


Carta a Felice, 21 de junio de 1913
"... Pero que me dices, Felice, acerca de una vida matrimonial en la cual, por lo menos durante algunos meses al año, el marido regresa de la oficina hacia las 2.30 o las 3, come, se acuesta y duerme hasta las 7 o las 8, cena rápidamente, pasea durante una hora, y luego comienza a escribir hasta la 1 o las 2 de la madrugada. ¿Serías capaz de aguantar todo esto? ¿No saber nada del marido, sino que está en su cuarto escribiendo? ¿Y pasar así todo el otoño y el invierno? ¿Y hacia la primavera recibir a ese hombre medio muerto junto a la puerta del escritorio, para tener que contemplar durante la primavera y el verano como se recupera para el otoño y el invierno? ¿Es esta una vida posible? Quizá, quizá sea posible, pero es preciso que tú reflexiones sobre ello hasta la última sombra de una duda."

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