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lunes, febrero 19, 2007

Bohumil hrabal y las palomas

Este gran escritor checo fue capaz de reducir como nadie al absurdo la existencia cotidiana

artículo publicado el 19/02/2007 en La Voz de Asturias
FULGENCIO Argüelles (escritor)

El pasado 3 de febrero se cumplieron diez años de la muerte del más grande de los escritores checos desde Franz Kafka: Bohumil Hrabal. Tenía 82 años y se encontraba ingresado, desde hacía dos meses, en un hospital de Praga, peleando contra una artritis crónica.


Creo que fue en el año 92 cuando descubrí la obra de Hrabal. Me interesó al instante porque, tanto sus historias como su forma de narrar, me parecieron singulares. Aquel escritor, para mí hasta entonces desconocido, buscaba de manera sorprendente y pertinaz recónditas veredas intransitables (salvo para avezados arrieros) donde pisotear las zarzas de lo previsible, descolocar las piedras de lo políticamente correcto, alborotar las aguas turbias de la experiencia humana y dejar, en los muros movedizos de los refugios de la historia, las señales imborrables de una literatura de encuentros y desencuentros, de flujos y reflujos, de ruidos e insomnios, de soledades ruidosas y barrios amordazados, una literatura tan oral y tan viva y tan directa y tan cierta como aquella que, al calor de los leños de las emociones, nos transmitieron un día nuestras abuelas de los mandiles con olor a leche y a luna. Una vereda, en fin, para los asombros.

No he descubierto otro autor que acertara tanto con los títulos de sus obras como Hrabal. Son como jirones poéticos que te atrapan sin remisión para toda la vida: Trenes rigurosamente vigilados (donde un aprendiz de ferroviario en la II Guerra Mundial se enamora y comienza a cometer sabotajes en la estación), Yo que he servido al rey de Inglaterra (donde un aprendiz, esta vez de camarero, ambiciona el éxito y el reconocimiento social), Una soledad demasiado ruidosa (donde un obrero aprende a amar los libros antes de destruirlos), Anuncio de una casa donde yo no quiero vivir (donde se expresa el deseo de vivir en una casa donde quepan la ironía, el amor y la esperanza y donde no haya cabida para el dogmatismo) o Lecciones de baile para mayores (donde un anciano zapatero cuenta su vida a una joven que toma el sol en la playa).

Títulos, en fin (escribió 60 libros), para un mundo triste descrito con ironía y ternura. Monike Zgustova escribió la biografía del escritor nacido en la ciudad morava de Brno, que nombró (para ser fiel a la agudeza del autor a la hora de los títulos), Los frutos amargos del jardín de las delicias . Muchas de sus obras fueron llevadas con éxito al cine.

Kundera (también nacido en Brno, aunque no atrapado por la Praga de Kafka y Hrabal, sino reconvertido, por imposición política, al francés) dijo de él: "Ha alcanzado el increíble matrimonio entre la imaginación barroca y el amor plebeyo". Bohumil Hrabal vivió en Praga, su ciudad literaria, atrapado entre lo rutinario y lo poético, entre lo mediocre y lo carnavalesco, desmenuzando su existencia para conducirla hasta los límites del vacío.

Situó el centro del mundo en la taberna El Tigre Dorado, donde bebiendo cerveza, en medio de las conversaciones de la gente, él podía estar en silencio, melancólico, soñador, confirmando así la inmersión de su alma en la soledad que él llamaba ruidosa. De esa taberna no pudo sacarle Heinrich Böll, que llegó a Praga para hacer de él un abanderado de las quejas, críticas y descontentos de los escritores checos. "Quien quiera peces que se moje el culo --le dijo al Nobel alemán--, yo todas las protestas las elevo contra mí mismo por no haber escrito una verdadera novela". "Para tener el fuego --continuó diciéndole-- y poder regalárselo a los hombres, Prometeo tuvo que robar la llama ante las mismas narices de los dioses". Y concluyó la conversación diciéndole: "En cuanto a mí, no me voy a quejar".


EN EL mundo de Hrabal, como en el de Kafka, existen las leyes, menores o supremas, y sus personajes no las ignoran, pero inventan atajos, descubren caminos o idean fórmulas para excluirlas. Las palomas mensajeras, que llenas de gracia como un grupo de niñas, emocionaban y acompañaban por los andenes al jefe de la estación de los Trenes rigurosamente vigilados , fueron las mismas que se aproximaron a la ventana del hospital de Praga, donde Bohumil Hrabal recordaba tal vez los versos del Séneca que tanto admiraba, para, en medio de su ruidosa soledad sin dioses, llevarle el último mensaje de sus ángeles caídos.

El abrió la ventana con artrítico esfuerzo, se subió a ella como quien asciende hasta el secreto tras el cual empieza el reino de la luz, alargó su mano con la comida y las palomas lo llevaron en un vuelo imposible, contradictorio, hasta el mundo definitivo de los asombros, donde sus personajes, débiles, marginales, cotidianos, puros, lo esperarían sin duda para recordarle que la belleza del alma está en sus cicatrices.

Hace diez años que este gran escritor de Checoslovaquia y del mundo, que fue capaz como nadie de reducir al absurdo la existencia cotidiana, murió, al caerse de la ventana de un quinto piso en el hospital de Praga, por dar de comer a las palomas.

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