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miércoles, diciembre 12, 2007

"Mis obras se aman o se odian" - Entrevista a Paul Auster

Borja Hermoso - 09/12/2007 - publicado originalmente en elpais.com

Novelas como La música del azar, Mr. Vértigo o La trilogía de Nueva York lo han consagrado como un gran narrador. Ahora su desafío es el cine, y acaba de estrenar La vida interior de Martin Frost, su segunda película en solitario.



Entre músicas del azar y libros de las ilusiones, la obra literaria de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) fue creciendo y creciendo hasta abandonar la piel del escritor solitario para mudarse en estrella del rock, del rock editorial, se entiende. Pero al hombre que lo tenía todo, al ídolo de seguidores borrachos de páginas inquietantes, siempre le picó la urticaria del cine y así, tras codirigir Blue in the face junto a su ex amigo Wayne Wang, se lanzó en solitario a la aventura de Lulu on the Bridge, experiencia que pese a la presencia del gran Harvey Keitel le salió sólo regulín. Ahora vuelve a las pantallas españolas con su segunda autoría absoluta como director: La vida interior de Martin Frost, estrenada en el último Festival de San Sebastián, donde el autor de Mr. Vertigo y La trilogía de Nueva York ejerció, además, de presidente del jurado.

Pregunta. La historia de un hombre que escribe la historia de un hombre que escribe la historia de un hombre: como poco, una trama complicada, ¿no cree?

Respuesta. Pues sí, corrí el riesgo de perderme en la jungla de las complicaciones, pero creo que merecía la pena. Ese riesgo reflejaba mis opiniones personales acerca del proceso creativo, que tiende a querer hacer cosas distintas a las demás. En este caso, quería una película distinta, algo que no se hubiese visto antes, y sabía que eso molestaría mucho a unos y gustaría bastante a otros.

P. Siempre habla usted de su cine como algo que o bien se ama o bien se odia. ¿Por qué hay que ser tan radicales, es que no hay término medio?

R. Bueno, eso es algo que también sucede con mis libros, se aman o se odian... y la verdad es que ya estoy acostumbrado. Es una manera dolorosa de vivir, pero es la historia de mi vida (risas).

P. ¿Hasta qué punto son sus películas una prolongación de sus libros?

R. Bueno, por ahora he hecho sólo dos películas totalmente mías. Y puedo decirle que las dos son una extensión de mi trabajo como escritor, porque ambas nacen de lo más profundo de mi imaginación. Sin embargo, eran dos historias que necesitaban imperativamente ser contadas de manera visual, y no literaria. Y en ambos casos, el enfoque es digamos que mucho más pequeño que en el de mis novelas. Casi podemos hablar de películas que son como dos relatos cortos.

P. El mundo del cine no está siendo demasiado simpático con Paul Auster. Tuvo problemas para estrenar en los circuitos comerciales Lulu on the Bridge, y ahora los ha tenido para financiar La vida interior de Martin Frost...

R. Bueno, fue una compañía inglesa la que financió Lulu on the Bridge. Una compañía liderada por dos mujeres muy entusiastas al principio, pero que no entendieron bien el espíritu de la película. Se creyeron que estaban financiando una película comercial... ¡no sé en qué estaban pensando! Exigieron un montón de dinero increíble a los distribuidores. Y la cosa no funcionó. Nunca llegó a estrenarse en cines en EE UU, sólo en DVD y en televisión.

P. ¿Cómo se recibió en su país La vida interior de Martin Frost?

R. Se estrenó a primeros de septiembre y fue masacrada por los críticos. Me sentí como Jesús en la cruz. O como san Sebastián con las flechas clavadas. Terrible.

P. Después de estas dos películas, ¿de verdad espera usted una carrera como cineasta o son sólo experiencias puntuales?

R. No, no. Es sólo una actividad ocasional. Eso sí, me gustaría hacer otra película algún día.

P. Le masacra la crítica, estrena con dificultad o no estrena... pero quiere hacer más películas: perdone, pero ¿cómo se llama el masoquista que lleva dentro?

R. (Risas) Sí, sí, lo soy un poco, lo reconozco. La verdad es que al hacer películas se experimenta mucho placer. Trabajas con otras personas, y eso para mí ya está bien. Hay que tener en cuenta que paso la mayor parte de mi tiempo encerrado en una habitación, trabajando solo. Ya veremos lo que trae el futuro. Quién sabe, a lo mejor podría morirme esta tarde, no se pueden hacer planes.

P. ¿Es verdad que en el fondo usted siempre quiso ser director de cine pero que por su timidez acabó siendo escritor?

R. Eso es así. Y el cine es un escape que me lo hace pasar bien. Disfruto con la música, disfruto con el decorado, disfruto con la producción, disfruto con la peluquería, pero sobre todo disfruto con el trabajo junto a los actores... porque en el fondo pienso que los actores y los escritores somos muy parecidos. Los dos intentamos que los seres imaginarios se vuelvan reales. Un actor lo hace con su cuerpo y un escritor, con su bolígrafo. ¡Ah!, y luego está la parte del montaje, que es la parte más emocionante de una película, y desde luego la que más se parece al oficio de escribir.

P. ¿Qué diferencias hay entre escribir un guión y una novela?

R. No tiene nada que ver. Si escribo una novela, siento como si estuviera viéndolo todo en tres dimensiones. Pero si escribo un guión, pienso en un rectángulo, y además todo va cortado en trocitos y todo es diálogo. En mis novelas, apenas hay diálogos.

P. Lo mismo esto le parece una barbaridad, pero ¿estaría de acuerdo en que un libro puede equivaler a una esposa y una película a una amante? Una permanece, la otra es fugaz.

R. Claro, claro, a la una puedes volver siempre, y a la otra no. Es una estupenda idea, sí, aunque a mí no se me había ocurrido hasta ahora mismo. ¡Pero el mundo ha cambiado y ahora tenemos DVD! Y a esos sí que los puedes manosear y volver a ellos todo el rato...

P. Viendo La vida interior... uno vuelve a concluir que el humor puede convertirse en el mejor subrayado del patetismo...

R. Estaba esperando que me dijera eso, ha tardado mucho. El humor es algo extraordinario, también terrible. El humor puede retratar la soledad de una forma feroz.

P. ¿Y el azar? Parece ejercer una gran influencia en su obra.

R. La muerte de un amigo mío al que atravesó un rayo cuando tenía sólo 14 años me marcó. Supongo que ésa es la explicación. Todo puede cambiar de golpe.

P. ¿Son sus libros las cosas que le han pasado?

R. No son autobiográficos, pero a veces uso en ellos cosas que me han pasado.

P. Está usted en una edad, digamos, simbólica. Los 60. ¿Está cansado?

R. Me siento como si tuviera 30. Como si acabara de empezar.

P. Lou Reed dejó dicho en My house cuál era la trilogía de su vida: "Mi escritura, mi motocicleta y mi mujer". ¿Y la suya?

R. Quite usted lo de la motocicleta y ahí está la mía. Como dijo Freud, "amor y trabajo". Ahí está lo esencial.

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lunes, septiembre 03, 2007

Entrevista a Paul Auster

Por Céline Curiol. El célebre escritor y cineasta norteamericano habla de su última película, La vida interior de Martin Frost, y de los riesgos de la literatura.

CELINE CURIOL

Novelista, ensayista y periodista francesa. Colaboradora del diario ?Le Monde?.



CELINE CURIOL: Usted ya escribió una parte de la historia de Martin Frost en El libro de las ilusiones. ¿Por que volvió sobre ella, la expandió y la transformó en un guión?

PAUL AUSTER: La vida interior de Martin Frost tiene una historia relativamente complicada. Una productora alemana me propuso hacer una película de treinta minutos para un ciclo que se llamaba Relatos eróticos, en el que querían incluir doce filmes breves de distintos directores que giraran en torno de la relación de los hombres con las mujeres. La propuesta me causó intriga y decidí aceptar el desafío. Era febrero o marzo, recuerdo, y me senté a escribir un pequeño guión que llegó a treinta páginas. Teniendo en cuenta que el presupuesto sería bajo, me limité a introducir dos actores y una sola locación -una casa aislada en medio del campo-. La historia de Martin Frost, un escritor, y una misteriosa mujer que resulta ser una musa. Una historia fantástica, en verdad, más o menos con el espíritu de Nathaniel Hawthorne. Pero Claire no es una musa tradicional. Ella es una encarnación de la historia que Martin está escribiendo y, a medida que avanza, ella se debilita hasta que, cuando él llega a la última palabra de su texto, ella muere. Finalmente él se percata de lo que estaba ocurriendo y quema el manuscrito para tratar de revivirla. Aquí es donde la primera versión de la historia terminaba.


CC: Hay algunos momentos graciosos en la película. La silla rota, Martin persiguiendo una rueda por la ruta, las historias de Fortunato, el excéntrico traje de cowboy. Y también hay escenas intensamente dramáticas, o misteriosas, por momentos místicas. ¿Cómo logra armonizar la oscilación entre lo humorístico y lo dramático? ¿Qué papel juega la comedia en su trabajo y en Martin Frost en particular?

PA: La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa. Más o menos conscientemente, traté de abarcar este doble aspecto en mis historias. Escribí novelas y guiones. Y siento que es la manera más honesta, el camino más auténtico para mirar el mundo, y cuando pienso en algunos de los escritores que más me gustan -Shakespeare, Cervantes, Dickens, Kafka, Beckett- todos ellos resultan ser maestros en la combinación de la luz con la oscuridad, de lo extraño con lo cotidiano. La vida interior de Martin Frost es una historia muy curiosa. Una historia sobre un hombre que escribe una historia sobre un hombre que escribe una historia -y la historia dentro de la historia, la película que vemos desde el momento en que Martin se despierta y encuentra a Claire durmiendo a su lado hasta el momento en que Martin deja de escribir y mira a través de la ventana, es tan salvaje y poco plausible, tan loca e impredecible que, sin ciertas dosis de humor, hubiese sido insoportablemente pesada. Al mismo tiempo, creo que las escenas graciosas atenúan el pathos de la situación de Martin. La escena de la rueda, por ejemplo. El espectador sabe que Claire se acaba de bajar del auto para correr hacia el bosque, pero Martin sigue empujando una rueda en la ruta, sin saber que la mujer que ama ha desaparecido. Y, de pronto, la rueda se le escapa. Es una comedia silenciosa clásica: el hombre contra el objeto. El corre detrás de la rueda, tropieza con una piedra y termina con la cara en el suelo. Divertido, pero también patético. Lo mismo es válido para el caso del personaje Fortunato, con todos sus extraños comentarios, chistes malos y sus ridículos cuentos. El aparece cuando Martin está sufriendo la pérdida de Claire y su presencia disminuye la profunda soledad en la que está sumido Martin. La escena más triste del film es también una de las más graciosas: cuando Martin lanza dardos sobre sí mismo. El pobre hombre se siente tan perdido que no sabe qué hacer consigo mismo.


CC: En la escena central de la película, Claire muere y Martin la resucita quemando las páginas de su libro. ¿Piensa que la escritura es un arma peligrosa? ¿Puede matar?

PA: La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector -si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo- y peligrosa para el escritor. Piensa en cuántos escritores fueron asesinados por Stalin: Osip Mandelstam, Isaac Babel, entre otros. Piensa en la fatwa contra Salman Rushdie. En todos los escritores encarcelados en el mundo actualmente. ¿Pero puede la escritura matar? No, al menos literalmente. Un libro no es una ametralladora ni una silla eléctrica. Pero a veces pasan cosas extrañas que te hacen pensar. El caso del escritor francés Louis-René des Forets, por ejemplo. Oí hablar del tema por primera vez cuando vivía en París, a principios de los 70, y me hechizó tanto que lo incorporé, años después, en una de mis novelas, La noche del oráculo. Des Forets era una promesa literaria de los años 50 que había publicado una novela y un libro de cuentos. Después escribió un poema narrativo en el que un chico se ahoga en el mar. No mucho después de la publicación del libro, su propio hijo se ahogó. Seguramente no hubo ninguna conexión racional entre la muerte imaginaria y la real, pero Des Forets estaba tan conmovido por la experiencia que dejó de escribir por décadas. Una historia terrible. No es difícil de entender cómo se sintió.

Perfil
Paul Auster es uno de los escritores más prestigiosos de los Estados Unidos. Con una fuerte influencia de Beckett y de Kafka, el azar es uno de los temas recurrentes en su obra. Ciudad de cristal, La invención de la soledad, La música del azar, El palacio de la luna, Tombuctú y Leviatán son algunas de sus novelas más reconocidas. Las últimas que publicó en nuestro país son Viajes por el scriptorium (Anagrama, 2007) y Brooklyn Follies (Anagrama, 2006). Ganó, entre muchos otros premios, el Príncipe de Asturias. Además de su producción literaria, ha tenido importantes incursiones en el mundo del cine como guionista y director. Cigarros y Lulu on the bridge son dos de sus películas más famosas.

La última película
La vida interior de Martin Frost está basada en una película imaginaria que aparece en El libro de las ilusiones, una novela de Auster del año 2002. El escritor escribió el guión y tuvo a su cargo la dirección. Está protagonizada por David Thewlis e Irene Jacob (La doble vida de Verónica). También actúan Michael Imperioli (Los Soprano) y la hija de Auster, Sophie. El guión de la película será editado como libro por la editorial Anagrama y estará en las librerías argentinas en setiembre.

Polémico
En un extenso diálogo que sostuvo con Tomás Eloy Martínez, y que fue recogido recientemente por la nueva revista cultural del diario ?La Nación?, Auster dijo que Borges le parecía ?un escritor menor genial?. ?Creo que su mayor fuerza radicaba en el hecho de que conocía sus límites. Ni siquiera intentó escribir novelas, no podía hacerlo. En cambio, perfeccionó aquello que sí podía hacer?, disparó.

Textuales: fragmentos de novelas de Paul Auster
?Escribir una comedia ayuda a poner las cosas en perspectiva. El mundo ha ido de tragedia en tragedia, de horror en horror, pero los seres humanos seguimos existiendo, enamorándonos y hallando alegría en la vida?. (Brooklyn Follies, Barcelona, Anagrama, 2006).

?Su conversación se convirtió en uno de esos absurdos y elípticos intercambios que se producen cuando la gente coquetea en una fiesta, una serie de acertijos, conclusiones erróneas y hábiles estocadas en el arte de cómo superar a otro. El truco consiste en no decir nada sobre uno mismo de la forma más elegante y sinuosa posible, para hacer reír a la otra persona, para mostrarse ingenioso.? (Leviatán, Barcelona, Anagrama, 1993).

?Un álbum muy grande, encuadernado en piel fina y con letras doradas grabadas en la cubierta decía: ?Los Auster. Esta es nuestra vida? y estaba completamente vacío.? (La invención de la soledad, Barcelona, Anagrama, 2002).

?No puedo interesarme por nada a menos que sea algo sin esperanzas.? (La música del azar, Barcelona, Anagrama, 1998)

?Lemuel Flagg veía el futuro en La noche del oráculo, y eso acabó con su vida. No queremos saber cuándo vamos a morir ni cuándo va a traicionarnos la persona a quien amamos. Pero nos encantaría saber cómo eran los muertos antes de morir, conocer a los muertos cuando estaban vivos?. (La noche del oráculo, Buenos Aires, Anagrama, 2004).



N. de la D.: Agradecemos la colaboración de Gabriela Esquivada y Guillermo Schavelzon (agentes literarios de Auster para los países de habla hispana), que hicieron posible la publicación de esta entrevista.

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viernes, marzo 02, 2007

Entrevista a Paul Auster "A lo mejor he llegado al final"

Fuente: El País (http://www.elpais.com/articulo/cultura/mejor/he/llegado/final/elpepucul/20070301elpepicul_1/Tes )

Es uno de los narradores más celebrados. Con 60 años, Auster confiesa que su imaginación da señales de agotamiento. En Viajes por el Scriptorium, que acaba de publicarse en España, reflexiona sobre la vejez y la responsabilidad de crear personajes. Eduardo Lago, director del Instituto Cervantes de Nueva York, conversa con uno de sus vecinos más ilustres.

Acaba de cumplir 60 años, aunque aparenta 10 menos. Tiene barba de varios días y un ligero resfriado que no le impide fumar, uno tras otro, los puritos holandeses a los que es adicto. Habla de su mujer, Siri Husvedt, que se encuentra cuando se realiza esta entrevista en España, para dar una conferencia sobre Goya en el Museo del Prado. Se muestra particularmente orgulloso de que hayan elegido su película The inner life of Martin Frost para abrir el Festival de Nuevos Directores que organiza el MOMA, en el mes de marzo. No está mal para alguien de mi edad, dice divertido el último Príncipe de Asturias de las Letras. Su última novela, Viajes por el Scriptorium (Anagrama), acaba de publicarse en España.

Pregunta. Hace un año, usted y yo nos encontrábamos exactamente aquí, en esta habitación. Yo le pregunté por el libro que iba a escribir después de Brooklyn Follies, y usted habló de la imagen que desencadenó Viajes por el Scriptorium. ¿Qué ha pasado entre entonces y ahora?

Respuesta. Como le dije entonces, todo empezó con la visión de un anciano que está sentado al borde de la cama, con las manos en las rodillas, mirando al suelo. Enseguida me di cuenta de que aquel anciano podía ser yo mismo, dentro de veinte o treinta años, y desde el momento en que se me alojó esa idea en el cerebro me puse a pensar en un libro que, un año después, ha visto la luz. La idea subyacente es la de un escritor obsesionado por todos los personajes a los que ha dado vida a lo largo de los años, en todas las novelas que ha escrito. Crear personajes no es una acción gratuita, es algo que entraña una responsabilidad, y eso es lo que abordo en la novela. ¿Qué significa dar vida a un ente de ficción? Lo paradójico, creo yo, es que, si el libro que se escribe es bueno, las criaturas imaginarias estén destinadas a tener una vida mucho más larga que la de su creador. Hay más. Pese a su brevedad, Viajes en el Scriptorium es una historia bastante complicada. Por una parte, es una pesadilla, pero también se puede leer como una alegoría o parábola política.

P. La novela es un viaje al pasado en varios sentidos. En primer lugar, es una recuperación de la memoria personal, pero también una indagación acerca del pasado histórico de su país. ¿Qué le hizo interesarse por la Confederación y por la suerte que corrieron los nativos amerindios?

R. Al escribir tenía en mente dos momentos históricos distintos. Uno es el presente. Es difícil obviar ciertas acciones del Gobierno americano actual y cómo influyen en los acontecimientos del mundo. Estoy pensando en la práctica llamada actuación extraordinaria, una de las cosas más espantosas que jamás ha hecho mi país, y que consiste en que hay agentes norteamericanos que detienen a sospechosos de terrorismo y los mandan a otros países para que los interroguen y torturen. La situación de mi protagonista es muy parecida, en el sentido de que no tiene la menor idea de dónde está ni por qué se encuentra en esa situación. En cuanto el pasado de mi país... Hablando claro, los Estados Unidos se fundaron sobre presupuestos maravillosos, pero hay manchas negras que ensucian seriamente nuestra historia desde sus orígenes. Hay dos episodios capitales, el exterminio (o intento de exterminio) de los indígenas, y la esclavitud. Esas dos lacras siguen proyectando su sombra sobre el presente.

P. ¿Cómo se le ocurrió poner de protagonista a un anciano que ha perdido la memoria?

R. El otro gran tema del libro es la vejez. La situación que vive mi protagonista la comparte muchísima gente con la que convivimos. Los ancianos son seres muy frágiles. Se los envía al asilo, obviando su fragilidad. Son seres confundidos, les falla la memoria, no saben dónde están, no entienden bien qué les sucede, están indefensos. Se trata de algo muy común, pero olvidado, y yo quise abordar eso en mi historia.

P. Entre los personajes que se le irán apareciendo a mister Blank, el primero, y uno de los más atractivos es Anna Blume, la protagonista de El país de las últimas cosas. Parece que usted siente particular debilidad por ella. ¿Qué representa?

R. Es uno de los primeros personajes que creé. Empecé a escribir su historia cuando yo era muy joven, a los 21 años, sólo que tardé muchísimos años en dar con la manera de escribir El país de las últimas cosas. Anna Blume es el personaje con el que he convivido más tiempo. Me ha acompañado a lo largo de toda mi carrera, y es el que siento más próximo a mí, y lo mismo le ocurre a mister Blank. Anna, a pesar de todo lo que ha sufrido, porque así lo ha decidido la imaginación de su creador, se siente muy próxima a él.

P. ¿Y cómo se le fue apareciendo el resto de los personajes a mister Blank? ¿O debería decir a Paul Auster?

R. Fue un proceso inconsciente. Se me aparecían sin que los llamara. Empecé el libro sin tener ningún plan preestablecido. Ni siquiera tenía la certeza de que lo que estaba haciendo fuera a acabar siendo un libro. Las cosas fueron surgiendo espontáneamente. Estaba probando ideas, pero una cosa llevó a la otra.

P. ¿Se siente satisfecho del resultado?

R. No lo sé. Cuando acabo un libro, nunca me siento demasiado satisfecho. Pero responde a lo que quería hacer, una vez que conseguí entenderlo, para bien o para mal.

P. Algunos críticos han dicho que es un libro muy austeriano: elegantemente escrito, con brillantes juegos metaficticios, pero que en realidad no añade nada nuevo a lo que ya nos había dado Paul Auster.

R. Ha habido división de opiniones, pero eso me ha pasado desde que publiqué mi primer libro. Hay gente que detesta lo que hago y gente a la que le encanta. No hay nada que pueda hacer yo. Tengo que aceptarlo.

P. En un momento de la historia, casi sin venir a cuento, alguien cuenta un chiste. ¿No resulta un tanto gratuito? ¿Por qué se le ocurrió introducir algo así?

R. Bueno, de pronto Blank recuerda una conversación con Fogg, el personaje de El palacio de la luna, que es quien cuenta el chiste. Pero no es una incorporación gratuita. No sé si se ha fijado en que el libro está dedicado al padre de mi esposa. Murió hace tres años, y yo tenía una relación muy estrecha con él. Fue él quien me contó el chiste, y lo incorporé como homenaje a él.

P. ¿Puede hablar un poco de la voz narrativa? Empieza utilizando la primera persona del plural, y hacia el final cambia al singular, ¿por qué lo hace? ¿Se trata de una venganza orquestada por los personajes?

R. Así es. La primera persona del plural es la voz colectiva de todos los personajes que ha creado mister Blank, que se confabulan contra él. Al final descubrimos que hay un personaje en particular que toma la iniciativa, pero no puedo decir por qué, porque entonces estropeo la novela a quien no la ha leído.

P. Usted reserva la aparición de Daniel Quinn, personaje de la Trilogía de Nueva York, para el final. ¿Quiere eso decir que Viajes por el Scriptorium es una suerte de regreso a los orígenes, una especie de recapitulación de toda su obra?

R. Es posible... Reconozco que es una decisión un tanto extraña. La verdad es que cuando terminé Brooklyn Follies no las tenía todas conmigo. Tenía dudas acerca de mi capacidad para escribir otra novela.

P. ¿Por qué? ¿Es que no se encuentra en buena forma su imaginación?

R. La verdad es que no lo sé. En estos momentos muestra signos de agotamiento. He trabajado demasiado últimamente. Escribí el guión de una película que se va a estrenar en marzo. Después de Viajes por el Scriptorium, no he empezado nada nuevo. Ojalá pueda seguir escribiendo. Tengo algunas ideas, pero son muy vagas. Quién sabe, a lo mejor he llegado al final. Quizás no haya más novelas de Paul Auster. No lo sé. Ojalá no sea así, pero en este momento no puedo asegurarle nada.

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domingo, enero 14, 2007

«La literatura me ha enseñado lo estúpido que soy»

Igual que los personajes de sus novelas, Paul Auster duda de si «los últimos 59 años» de su vida «no han sido un sueño», un juego de espejos entre lo que dicen los sentidos y la fábula. El sueño, en cualquier caso, lo ha llevado esta semana a Oviedo, donde recibirá mañana el Premio Príncipe de Asturias de las Letras


El Mundo 19-10-2006 , QUICO ALSEDO. Enviado especial

OVIEDO.- Se veía venir: entrevistar a Paul Auster es penetrar en un laberinto de palabras y no-palabras en el que lo que se calla es tan importante como lo que se dice.

Con un matiz no tan habitual en sus novelas: el humor. Auster llegó ayer a Asturias para recibir el Príncipe de Asturias de las Letras, se retrató con unos gaiteros a la puerta de su hotel, dijo haber aprendido en todos estos años de escritura «lo muy estúpido que soy... Cuanto más viejo me hago [el año que viene cumple 60], menos sé».
El clásico adagio suena autocomplaciente en cualquier escritor maduro; no en Auster. Por algo, la incertidumbre y los espacios vacíos son la sal y la pimienta de El palacio de la luna, El libro de las ilusiones y toda su literatura.

O mejor dicho (al menos en los últimos años), metaliteratura: de algún modo, Auster es casi ya tan narrador como lingüista, una especie de espeleólogo sumergido en la naturaleza profunda de la palabra a través de sus personajes, tantas veces escritores, tantas veces presos de las letras (incluido el protagonista de Viajes al scriptorium, de inminente publicación en España).
A la sombra de Kafka, pero también de «un buen vino blanco», éste era el Paul Auster, elegantemente vestido de azul oscuro, que se sentaba ayer en el bar del Hotel Reconquista de Oviedo, después de firmar dos docenas de autógrafos como una estrella de rock.
Pregunta.- Sus novelas son puros espejos entre realidad y ficción. ¿Cómo sé que es usted el verdadero Paul Auster?
Respuesta.- Tiene razón. Quizás los últimos 59 años hayan sido, en realidad, un sueño. Pero hay tanta gente alrededor que cree que sí lo soy, que tiendo a pensar que es así.
P.- Así que ni usted está seguro.
R.- Estoy bastante seguro, pero no puedo decir al 100% que soy quien soy, o quien se supone que soy.
P.- ¿Alguna vez ha pensado que, como a sus personajes, lo que se cuenta termina ocurriendo?
R.- Mmm... Estoy pensando [juguetón]. No, no realmente. Siri, mi mujer, que está ahí, dijo una cosa bonita una vez sobre escribir ficción. Dijo: «Escribir ficción es recordar algo que no ha pasado jamás». Suena bien, ¿eh? Y podría decir lo mismo del futuro, pero no lo creo. Y Sydney Orr [el personaje de La noche del oráculo] no soy yo, ok? [ríe con chulería neoyorquina].
P.- Siempre escribe sobre escritores... ¿Le molesta que le pregunten si usted es éste o el otro?
R.- No escribo autobiografía, quizás un 98% de lo que escribo es imaginación. Pero no es fácil hacerlo comprender, porque no lo parece. Además, no escribo para muchas personas, sino para una. Porque todos leemos un libro distinto, aunque todos lean las mismas palabras.
P.- Ha dicho: «Lo real va mucho más allá de lo que imaginamos». ¿Puede explicarse?
R.- Hummm, ¿yo he dicho eso? Sí: quería decir que lo inesperado ocurre a cada minuto. Pensamos que conocemos nuestro papel en la vida, y a cada minuto ocurre algo que lo cambia. La realidad es un punto que nunca llegamos a atrapar. Intentamos agarrar a las personas, pero las personas no se dejan.
P.- ¿Todavía no sabemos quiénes somos?
R.- Exacto. Tenemos un cuerpo y eso lo sabemos. Podemos amar y odiar, ser adorables o crueles. Pero cuando actuamos de una forma, muchas veces no nos reconocemos. Y nos sorprendemos diciendo: «¡Parezco otra persona!».
P.- El azar parece un demiurgo en su obra, ¿algo así como un dios?
R.- No, en absoluto. El azar, o lo cambiante, o como lo quieras llamar está ahí, sucede que muchas veces la literatura no ha contado con él. Tenemos esta visión, quizás heredada de la novela del XIX, de que el mundo está ordenado por fuerzas sociales, psicológicas... Pero el accidente ocurre. Cruzas la calle, un coche te atropella, tu pierna está rota, el resto de tu vida serás cojo...
P.- ¿Nada detrás de ese azar?
R.- No hay nada detrás. Es la mecánica de la realidad. Si no, hablaríamos de religión.
P.- ¿Cuál es el truco para satisfacer por igual a crítica y público?
R.- Bueno, mucha gente odia lo que hago, también he tenido muy malas críticas...
P.- Pero sus historias...
R.- Ocurre, y ya está. Mi amigo Orhan Pamuk, que ganó el Nobel el otro día, tiene buenas críticas, siempre ha vendido mucho y va a vender más [ríe].
P.- ¿Cuál es su rutina de escritor?
R.- Oh, se va a dormir mientras se lo cuento. Me levanto pronto, como cualquiera, entre las siete y las ocho. Tomo una enorme taza de té. Me voy a un pequeño apartamento-estudio que tengo cerca de casa, de cual sólo tres o cuatro personas saben el teléfono. Trabajo siempre en cuaderno. Cojo un párrafo, lo reescribo, lo reescribo... Y podría no estar bien, pero si por el momento vale, lo paso a mi máquina de escribir. No tengo ordenador. Paro a la hora de comer. Compro un sandwich cerca y casi siempre me lo como de pie, pensado. A las cinco de la tarde cierro el cuaderno, me voy a casa e intento no pensar en la historia.
P.- ¿Es posible?
R.- Sí. Si lo dejo al inconsciente, sé que va a pasar algo; si sigo forzándolo, lo voy a ahogar. Y tengo un truco que me funciona desde hace 15 ó 20 años: cuando estoy a punto de dormirme, me vienen a la cabeza un montón de ideas; lo normal es que se aparezca la historia que estoy escribiendo, pero he entrenado para no pensar en ella, sino en la siguiente novela. Luego me duermo. Ése es mi día.
P.- ¿Cuánto le ha costado escribir de esa forma tan sencilla y misteriosa?
R.- Todo el arte está hecho de esfuerzo. Pulo las frases, quiero que canten de su modo verdadero, no de otro. No leemos con la cabeza, sino con todo el cuerpo. Las letras, los conceptos, no van sólo a la mente, sino a todo el cuerpo. Puede ser subliminal o no, pero es una experiencia física. Yo empecé como poeta y aún pienso en mí como poeta. Escribo con la misma intensidad, palabra a palabra.
P.- ¿Pueden las palabras...?
R.- ¿Abarcar lo que existe?
P.- Sí.
R.- No, no pueden y ése es el problema. Y sí, sí pueden porque es lo único que tenemos. El lenguaje es una estantería y lo que tenemos son subcategorías. Vemos una silla y vamos a por la palabra silla, luego a que es roja, que está hecha de madera... Pero yo tengo muchos problemas con las descripciones de otros escritores... No las veo... Quizás porque tengo una pobre imaginación visual
P.- ¿Lo cree así?
R.- Sí, describo tan poco las cosas en mis libros... Pero busco describir en tres golpes, como algunos de esos pintores. El resto lo tiene que poner el lector [interrumpen sus asistentes: la entrevista debe terminar].
P.- Señor Auster, sólo una cosa más? Esa habitación cerrada tan recurrente en sus libros... ¿De dónde sale? ¿Qué significa esas....?
R.- [Levantándose] Oh, ¿cómo lo puedo saber? Además, le diré algo: si lo supiera, no escribiría.

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lunes, enero 01, 2007

El fabuloso redentor

Maneja a los personajes de sus novelas como un mago. El premio Príncipe de Asturias 2006 ama también llevarlos al cine, como hace ahora con ?La vida interior de Martin Frost?
JESÚS RUIZ MANTILLA El País 23/07/2006


La literatura es un oficio de fe. Pero la fe, pese a lo que digan los metafísicos y los creyentes más fervorosos, es algo cuantitativo: se puede llegar a poner en la báscula de un sistema métrico decimal muy particular e igual de fiable. El mundo de Paul Auster nos lo demuestra de sobra, porque en él algunos rasgos del comportamiento humano rebasarían varias toneladas de optimismo y vitalismo, en igual medida que otras variables menos recomendables para afrontar los agujeros negros de la vida.
Los personajes que pueblan el ADN de este escritor adoptado en la orilla neoyorquina, pero que nació en Newark (Nueva Jersey, el Estado del otro lado del río) en 1947, saltan del poderoso cocteleo de su imaginación, que produce fluidos de seres que huelen y tienen sabor, que padecen y respiran, que intentan ser felices a la altura de sus circunstancias, cuando en algunos casos éstas no dan más que para la desolación.
Cuando pintan bastos es cuando Auster, como un superhéroe, como un fabuloso redentor, los rescata, en un alarde de confianza ciega en su oficio. Como quien está absolutamente convencido de que posee las claves secretas de la salvación mediante la creación de historias, que es el medio para que, según él predica, toda la humanidad vea un poco de luz en el camino. Así, Auster, más que en un escritor, se convierte en un evangelista de nuestro tiempo. Un urdidor de parábolas fantásticas protagonizadas por gente de lo más corriente para que podamos seguir confiando en la especie de los de aquí abajo. Él ha demostrado también que ese tipo de historias es el método más eficaz contra los fanáticos del más allá y los fabuladores baratos de discursos apocalípticos que tratan de atemorizarnos con demonios y terroristas.
Uno cae en esto cuando comprueba que casi todas sus narraciones comienzan con alguien desesperado o que va a morir, como el desvalido Nathan Glass, el héroe de su última y maravillosa novela, Brooklyn follies, que elige regresar al barrio de su infancia para quitarse la armadura. Glass es un todo, un referente de ese enternecedor circo de pobres diablos en crisis, nómadas triturados por la vida que parecen toros en busca del burladero para doblar la pata bien resguardados. Son las criaturas que inventa Auster al principio de sus libros para poderlos redimir, el auténtico y más cabal sentido de su literatura, a lo largo de toda la narración. Inventa para salvarlos. Escribe para darles esperanza. Urde palabras para que se confiesen y confíen.
Dice que no es consciente de ello, que le sale así sin querer. ?No me doy cuenta?, asegura Auster, en un hotel de Lisboa, un día de descanso del rodaje de su película La vida interior de Martin Frost, que ha filmado allí casi en familia, con su hija Sophie, de 18 años, cantante y actriz, en el reparto. Está relajado, contento y con ganas de hablar del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que recogerá en Oviedo en octubre y que le hizo imponerse en las votaciones a otro de los enormes escritores estadounidenses del presente, Philip Roth, al que conoció esta primavera por casualidad. Muchos le han querido contraponer al estilo de Auster, en una especie de lucha literaria bipolar en busca quizá de conflictos que en esta época del imperio ecléctico no llevan a ninguna parte. Ya no es pecado que te puedan gustar los dos. Elegir a uno frente a otro resulta una niñería fuera de lugar cuando se les puede sacar su jugo a partes iguales y cuando ambos retratan una América tan real como desolada, tan aterrada como digna de elogio, tan perdida como desesperada en su búsqueda de una felicidad que se hace cada vez más cara.
Auster, con sus ojos esféricos de gurú indio y su voz grave y quebrada, no muestra más que buenas palabras por Roth, a quien le emocionó realmente conocer en un restaurante de Nueva York hace nada. El maestro le felicitó por haber ingresado en ?el club?, es decir, en la academia norteamericana de las letras. El autor de Mr. Vértigo, La noche del oráculo, La música del azar, El libro de las ilusiones o Trilogía de Nueva York, entre otras obras, lo cuenta con el mismo entusiasmo que habla de los poetas a los que más admira y que le guiaron sus primeros pasos como autor lírico antes que novelista; la misma ilusión que le hace releer constantemente el Quijote, a Shakespeare o a García Márquez, un autor con el que se siente especialmente identificado este novelista que ha sido marinero y profesor de universidad.
Le estimula hablar de ellos lo mismo que de Brooklyn, el barrio en el que vive hace 26 años, y que, según él, ?no es el paraíso, pero es muy interesante?. O lo mismo que escrutar los secretos de la creación en palabras o imágenes porque no deja escapar en la conversación su delirio por el cine, un espacio creativo al que se enganchó lo mismo que a la nicotina de los puritos que fuma sin cesar cuando escribió Smoke, de Wayne Wang, con quien codirigió después Blue in the face antes de lanzarse solo a rodar Lulu on the bridge y ahora La vida secreta de Martin Frost.
Buen premio le ha caído.
No sabía que este año era candidato. Otras ediciones también fui finalista en las votaciones; el año que ganó Claudio Magris, que leí en The New York Times: ?Magris gana el Príncipe de Asturias imponiéndose a Paul Auster y Milan Kundera?. ¡Ja, ja! Pero este año, ni me había enterado.
Y eso que ha ganado a Philip Roth en la votación. Dos visiones diferentes de la literatura en su país luchando hasta en Oviedo.
Lo gracioso es que, aunque los dos hemos nacido en Newark, Nueva Jersey, nos conocimos por primera vez en un restaurante en Nueva York una semana antes de que me viniera a Portugal a rodar. Hablamos y me dijo: ?Tenemos que volver a Newark juntos?. Me pareció muy simpático, encantador. Es un escritor completamente opuesto a mí, otra sensibilidad radicalmente distinta. Aunque compartimos gustos: él adora a Conrad, como yo.
Pero no creo que le guste García Márquez tanto como a usted.
Yo también lo creo. Muy probablemente, aunque tengo que hablarlo con él.
A mucha gente le parece que es usted un explorador del realismo mágico del norte; al menos, que comparte esa mirada sobre la realidad.
Mi obra tiene una escala muy ancha. Hay novelas muy atadas al suelo. A mí también me resulta extraño ser al tiempo el creador de Mr. Vértigo, la historia de un chico que levita, como también les ocurre a algunos en Macondo, y de Brooklyn follies. O haber filmado una comedia loca como Blue in the face y una película como Lulu on the bridge. Pero la medida de eso ya lo da Shakespeare; para él, un día era una tragedia, y otro, comedia. De lo que se trata es de hacerlo bien.
La película que rueda en Portugal dice usted que es un ?haiku?. ¿Cómo se mide eso?
Porque es una película muy pequeña. Un haiku es como un respiro; una película así, con cuatro actores y unas localizaciones como las que hemos utilizado ?una casa, su jardín y un camino, no hay más?, también.
Una casa y un camino son como una metáfora de su obra.
¡Quién sabe! ¡Quién sabe!
Lo digo porque usted enfrenta a sus personajes a algunas paradojas curiosas. Algunos disfrutan de una libertad absoluta encerrados en algún sitio y otros se sienten oprimidos siendo nómadas. ¿La buena literatura surge de la contradicción?
Cierto, muchas cosas desagradables les ocurren a algunos cuando están en el camino. Estoy totalmente de acuerdo en ese punto de partida para la literatura, el de la paradoja. O el de las preguntas sin respuesta. Las preguntas que todos nos hacemos, pero que carecen de respuestas. Algunos las consiguen a veces, pero suelen ser locuras las conclusiones que sacan.
Para obtener esas respuestas se puede escribir un libro, ¿pero vale eso como garantía de que se obtengan o sólo para ahondar en las dudas?
Eso es lo que puede pasar. Creo que todo mi trabajo reta a las dudas, busca un equilibrio en un mundo inestable. El escritor es un ser dudoso; no sólo del mundo, sino de sí mismo. Si no dudaras, si no te plantearas lo que realmente merece la pena de lo que haces, no valdría para nada, no sería bueno. Nunca he conocido a un buen escritor completamente seguro de lo que escribe. Lo que la gente no entiende es que te sientes a escribir una novela de un tirón. Escribes muchísimas cosas que no valen nada, lo tiras, luego lo vuelves a intentar; así que lo que aprendes cada día es lo inútil que puedes llegar a ser, y eso es una cura de humildad.
¿El secreto, entonces, es no fiarse de lo que uno escribe?
No, tampoco. Tienes que creerlo para hacerlo, y estar convencido de que la historia que tienes entre manos es tan real como la vida misma. Cuando escribo una novela trabajo todos los días, siete a la semana, y pongo mi cabeza y mi alma a su servicio. Si me tengo que ir una semana o dos y luego vuelvo a la historia, me entran las dudas, me cuesta meterme dentro otros dos días, en ese mundo creado. Por eso busco estabilidad, para mí es la mejor manera de hacerlo.
Así que mientras rueda, no escribe.
No, estoy tan ocupado que la idea de escribir algo me resulta imposible. Pero es bueno tomarse un descanso, sin quejas. Yo elegí meterme en esto, nadie me ha obligado y lo estoy disfrutando. Me viene bien salir de mi cuarto y trabajar con gente.
No mucha, por lo que cuenta.
Muy poca, poco reparto, poco equipo, pero resultados alucinantes. Las interpretaciones son tan buenas; la fotografía, tan increíble, que estoy muy satisfecho, me da muy buen pálpito. Mi hija Sophie está en la película, tiene un papel muy pequeño, y me dice que es impresionante que durante el rodaje no haya habido ninguna metedura de pata de nadie, y es porque están tan concentrados que no corren el riesgo de equivocarse, ni de olvidarse de sus partes, ni nada. También ha venido muy bien que ensayáramos dos semanas antes del rodaje.
Y ha resucitado usted a Martin Frost, un personaje de ?El libro de las ilusiones?.
Martin Frost surgió como un guión para un cortometraje que me encargó un productor alemán y que finalmente no se hizo. Pensé que la historia daría para mucho más. Luego lo incluí en El libro de las ilusiones, y después se me ocurrió que lo interesante es lo que le pasa después de que acaba la historia tal y como está en el libro. Así que lo único que quiero contar de él es lo que está publicado, no más; sólo que es una historia tan salvaje como impredecible.
Da la impresión de que sabe usted separar su trabajo como escritor del de cineasta.
Lo gracioso es que soy esencialmente un escritor, aunque amo el cine. Pero me considero un escritor muy poco cinematográfico. Mis libros no parecen películas; no están poblados de escenas pequeñas, seguidas una de otra. No hay mucho diálogo, son muy descriptivos. Precisamente por eso creo que trabajar en el cine es bueno para mí. Porque es una manera completamente distinta de contar una historia.
O sea, que no es usted de esos autores que mientras escriben ya están pensando en la adaptación al cine. Lo bueno, uno de los grandes retos de un escritor en estos tiempos, ¿no es escribir una novela que nadie sea capaz de adaptar al cine?
Estoy de acuerdo, sí señor. Una de mis novelas fue adaptada al cine, La música del azar, y me di cuenta de que al adaptarla perdería mucho, se convertiría en algo distinto. Lo que ocurre en mis libros tiene tanto que ver con el interior de los personajes que no acaba de plasmarse bien en pantalla. Aunque he hecho una excepción. Con mi primer libro, In the country of last things. Hay un joven director argentino, Alejandro Chomsky, que quiere hacerlo; un chico con mucho talento. Le he ayudado con el guión y ahora está intentando juntar el dinero para rodarlo en Buenos Aires en inglés y en español. Vamos a ver. Los proyectos de cine tienen propensión a evaporarse, pero es algo que me gustaría que saliera adelante.
Así que ha elegido el camino de la pureza. Y ésta, en literatura, ¿con qué tiene que ver?, ¿con el lenguaje?
Cierto. Mi lucha, mi ambición es la claridad, la limpieza; mi sueño es escribir un libro tan transparente que el lector sienta que el médium entre él y la historia no son ni siquiera las palabras, que se sienta dentro de ellas, metido en algo invisible. Al tiempo, el proceso de la escritura tiene que ver con la música, el sonido, el ritmo; relacionar un párrafo con otros, para que la gente no lea sólo con la mente, sino también con el cuerpo. Los lectores muy sensibles captan esa música. Yo no sé en qué parte del proceso surge eso, pero sé cuando lo hago bien y cuando lo hago mal.
A eso le llamo ambición.
Tampoco. El trabajo debe ser así y ya está. Sin compromisos. La obligación de contar la verdad a cada paso, y, como sabemos, la verdad puede ser muy incómoda, y hay está la dificultad. El dolor, lo que dejas de ti en cada libro.
¿Compromiso?
Sí, es compromiso. Pero, ¿por qué?, ¿por qué nos comprometemos?
Eso, ¿quién les llama a comprometerse?
Creo que el arte es una enfermedad, te infectas y no te recuperas. Todos los artistas, aunque tampoco quiero exagerar, son gente que sufre, gente que no encaja en este mundo y busca otro. Hay gente encantada de conocerse a sí misma; que se siente cómoda con su mente, con su cuerpo, con su manera de ser. Yo les admiro, pero no soy de ésos.
¿Les admira o les envidia?
Lo mismo da. Tampoco quiero ser como ellos. Hay una frase de Tarkovsky, el director ruso, que decía que necesitamos el arte porque el mundo es imperfecto.
De hecho, usted siempre comienza sus libros con alguien desesperado, al borde de la muerte. ¿Pretende ser usted un resucitador?
¿Un resucitador?
Sí, porque necesita todo el libro para salvar a sus personajes.
Para salvarles o para condenarles.
¿Es consciente de ello?
No, llegan de lugares a los que no tengo acceso, de sitios muy inconscientes. No les busco, me encuentran.
Y bien salvándoles o condenándoles, ¿qué siente por ellos?
Un enorme cariño. No me abandonan, siguen a mi lado años después. Lo verán en mi nueva novela, que saldrá pronto, Troubles in the scriptorium, que trata de la relación de un autor con sus personajes. Empieza con un hombre sentado al borde de la cama, en pijama, aguantándose la cabeza con las manos. Así, con esa imagen comienza, explorando esa visión.
Una imagen un tanto nihilista.
Neutral. ¿Por qué ese hombre viejo mira al suelo?
Así que le preocupa envejecer.
No mucho, es un hecho. ¿Qué puedo hacer para impedirlo? Es fascinante, no me asusta. Simplemente me impresiona tener la edad que tengo, 59 años ya. En mi mente me parece que tengo 32, y no es así.
A lo mejor lo que le inquieta es envejecer de determinada forma.
Tampoco. Me llama la atención el misterioso trabajo que lleva a cabo el tiempo, eso me interesa cada vez más. También llegas a un punto, ahora, en que te das cuenta de que muchas de las personas que has querido han muerto. Empleas mucho tiempo hablándoles a sus fantasmas. Cuando eres joven no haces estas cosas. Es como si tuvieras un pie en ese mundo de los muertos y otro en el presente. Ahora me acuerdo de cuando tenía veintitantos años y veía a escritores mayores que me impresionaban porque parecían vencidos, derrotados; se les notaba vagos, no se interesaban por nada. No era así, ahora que he envejecido me he dado cuenta de lo que les pasaba: que sentían que nadie iba a ser capaz de cambiarlos, que no vendría ningún jovencito a descubrirles nada. Cuando tienes 20 años cambias cada día: un día escribes como Hemingway, otro como Faulkner; pero cuando superas eso encuentras tu manera de ver el mundo y no vuelves atrás.
Y cuando usted era joven, ¿cómo disfrutaba más? ¿Imitando a Ernest Hemingway o a William Faulkner?
Siempre estaba insatisfecho, porque buscaba mi camino y no lo encontraba. Por eso escribía tantos poemas, cientos de poemas, y no me gustaban, no se los enseñaba a nadie. Fue cuando comenzó todo. Dejé de preocuparme por encontrar una voz propia cuando de repente comenzó a surgir, y lo que escribía cobraba importancia en su propio sonido. Lo que es el contenido y la forma. Si tienes que expresar algo, la historia en sí encontrará la manera de hacerlo.
Entonces, las estructuras de las novelas no surgen sólo de la creatividad del escritor, sino que es la propia historia la que va moldeando su estructura, la que de alguna forma necesita su propio encaje.
Absolutamente. Todo tiene que ver con la imaginación, nos pongamos como nos pongamos.
Y en esa relación de forma y fondo hay una novela ejemplar, como es el ?Quijote?. ¿Qué es lo que le apasiona de esa obra?
Novela de novelas. Historias que entroncan con historias hasta que de repente te encuentras en un agujero con espejos. Soy un gran amante del Quijote, pero sobre todo de la segunda parte. Ésa es la novela moderna. Me fascina esa manera de dejar rastros para el lector, reales, fiables o no, que nos conducen hasta el camino que seguimos explorando hoy día.
¿Se considera muy influenciado por Cervantes?
El Quijote es un libro que leo y sobre el que reflexiono a menudo. Pero no pienso en mis influencias. No quiero ser consciente de ellas. Ni tampoco de lo que desprecio. Pero creo que han influido más en mí los poetas que los novelistas.
De ahí su obsesión por el lenguaje y la transparencia. ¿Ese fanatismo por las palabras es lo que lleva a muchos a escribir?
Hay algo de eso. Hay que ser un obseso. Casi no existe otra cosa más fiable que el lenguaje, por eso me refugio en los grandes a menudo; leo mucho a Shakespeare, a John Donne; pero también a quienes me han aportado mucho personalmente, como George Oppen, un poeta desconocido que fue amigo mío, por ejemplo.
El compromiso en los escritores es algo que usted se toma muy en serio. Es miembro muy activo del Pen Club, por ejemplo.
Ahora soy vicepresidente, sí. Me lo pidió Salman Rushdie, que es el presidente, y no podía negarme. Es de las pocas organizaciones de escritores que promueven los derechos humanos en el mundo. Me siento obligado a ayudar a escritores en peligro, cuyos derechos no se respetan, y tenemos influencia, hemos sacado a muchos de la cárcel. Créanme, es muy aburrido sentarse en las reuniones, discutir los presupuestos, muy tedioso; pero lo hacemos porque es por una buena causa.
Más ahora, porque se están poniendo las cosas feas en el mundo, gracias al Gobierno de su país, en parte.
Está más enfermo que nunca en la historia. En el Pen hemos creado un grupo de emergencia, 10 o 15 escritores lo forman en Cooper Union; allí hay un lugar muy emblemático, llamado The Great Hall, que fue donde Abraham Lincoln anunció que se presentaría a las elecciones. Allí hacemos reuniones y congresos, el último fue sobre la tortura. Se llena de gente. Son cosas que hay que hacer; no sé si valen para algo, pero al menos hablamos. Si nos quedáramos callados seríamos cómplices de lo que ocurre. Creo que somos responsables y debemos hacer algo, por pequeño que sea.
No es poco.
También hacemos un festival internacional. Tratamos muchos temas, pero hay uno que a los estadounidenses nos preocupa muchísimo. Una de las tragedias de nuestro país es la completa falta de interés por lo que ocurre en el resto del mundo, cada vez menos; se traducen poquísimos libros, se pierde el contacto con otras culturas, el país se desgaja del resto y va a la deriva. ¡No éramos así! Solíamos tener curiosidad por las cosas, pero ahora estamos aislados y demasiado satisfechos de nosotros mismos. Así que reunimos a 60 o 70 escritores de todo el mundo para que hablen y participen. Lo malo es que la prensa americana lo cubre poco, aunque todos los actos están a rebosar. Aparece más en la prensa extranjera.
Ha entonado usted en ?Brooklyn follies?, su última novela publicada, un canto a la vida sencilla. ¿Lo necesitaba después del 11 de septiembre de 2001?
Es un himno a la vida normal. Comenzamos un nuevo periodo en la historia. Hay que ser conscientes de que es una suerte y una gozada vivir. Es una comedia, literalmente; lo necesitaba para tomar distancia. Me inspiró esa frase de Billy Wilder: ?Si te encuentras bien, satisfecho, escribe una tragedia; si por el contrario te sientes desesperado, derrotado, haz una comedia?. El 11 de septiembre me hundió; estaba tan afectado, tan desolado, que no podía trabajar. Di más entrevistas entonces que en toda mi vida, la gente buscaba respuestas y a mí me venía bien hablar. Me dejé la cabeza conversando.
Pero las consecuencias han sido hasta peores de lo que esperábamos.
Escribí un artículo el año después, en 2002. Todavía se hablaba de invadir Irak, algo que desde la perspectiva que me daba la zona cero suponía un desastre completo para mí. Ya han pasado cuatro años, y desgraciadamente he comprobado que entonces tenía razón. A día de hoy no veo la salida, hemos creado un monstruo. Ni siquiera estoy seguro de que retirar las tropas hoy mismo fuera una solución. Supongo que habrá que hacerlo, pero con un plan. No puedes ocupar un país tanto tiempo. Ni siquiera el petróleo lo vale.
En estos tiempos, su literatura también cobra un extraño sentido. Esa lucha de sus personajes entre el nihilismo y la necesidad de respuestas adquiere una fuerza enorme.
Muchos de mis personajes son excesivos y están en el extremo, a punto de tirarlo todo por la borda, aunque buscan lo mismo que todo el mundo: amor, un sentido del equilibrio en sus vidas, escapar de la soledad. Muchos de ellos se rinden, y es cuando encuentran espacio en mis libros.
Y usted, para empezar, no permite que tomen decisiones drásticas, que se suiciden. ¿Le parece pecado como escritor?
Es un tema interesante. Todo el mundo se lo ha planteado. Es humano, pero tanto como pecado? Simplemente es algo sobre lo que no me gusta escribir.
También hay que animarse. Sacarle jugo a la vida leyendo. Jugar con el lector.
Claro, tenemos que proporcionar placer, gusto a los lectores; si no lo hacemos, no va a merecer la pena que la gente nos lea. ¿Para qué? Si nos sintiéramos constantemente desesperados no tendría sentido agarrar la pluma.
Y eso es algo que usted se toma muy en serio, porque no trabaja con ordenador, sigue escribiendo a mano.
No me siento cómodo con un teclado. La pluma es distinta, o el lápiz. Aunque luego, cada día, lo paso todo a máquina. Hay tantos tachones que si espero al día siguiente no hay forma de que me aclare.
De ese paso ya quedan pocos escritores que se den cuenta, porque, en un ordenador, lo borras y ya está.
Ni siquiera lo borras, lo haces desaparecer.
Y no eres consciente del trabajo que has hecho.
En cambio, yo sí; cada falta, cada imprecisión la tengo en el papel, tachada.

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miércoles, diciembre 27, 2006

Conversación entre Paul Auster y Lou Reed

La revista inglesa "Dazed&Confused" publicó esta charla entre amigos con motivo de su trabajo en común en la película "Blue in the face", en los noventa, donde Auster dirigió por vez primera al ponerse enfermo Wayne Wang el director de "Smoke" en la que Paul Auster escribió también el guión.
En "Blue in the face", improvisación entre los amigos, rodada en tres días, aparece Lou Reed en un monólogo impagable, hablando de su adolescencia, su afición a fumar y otras lindezas más o menos surrealistas y plagadas de un humor muy personal.
Aquí hablan del trabajo artístico, son amigos y residentes en Nueva York.


Paul Auster: ¿Cuándo se te ocurrió que la música podría ser aquello a lo que ibas a dedicar tu vida?.
Lou Reed: Debo confesarte algo. Yo deseaba hacer lo que haces tú. Quería ser un escritor. Un escritor formal, de verdad. Yo me lo pasaba escribiendo en el instituto. De todas maneras, es cierto que por esa época hice un disco, y tocaba en algunos extraños bares de Long Island. Pero en el instituto uno siempre tiene sus bandas y yo simplemente estaba en distintas bandas para pagarme los estudios. Pero éramos realmente malos. Tan malos que teníamos que ir cambiándonos el nombre para poder seguir tocando. ¿Tú ya escribías cuando eras joven?.
Paul Auster: Creo que empecé a escribir cuando tenía 9, ó 10 años. Más o menos en el momento en que tú te encontraste con una guitarra, yo me encontré con una pluma. Cuando tenía alrededor de 15 años leí "Crimen y castigo" y me dio vuelta. Creo que sentí por primera vez la sensación de qué era una novela, o qué podía llegar a ser, y siempre estuve seguro que esa fue la experiencia que empujó a ser lo que soy. Me dije: "Absolutamente, no tengo dudas, así es como me voy a ganar la vida, o al menos, así es como quiero gastarla". Lo que no quita, claro, que la mayor parte por unos cuantos años, fue simplemente basura.
Lou Reed: Deberías escuchar mi primer disco...
P.A: Puedo imaginármelo. Todos los comienzos son malos...Y yo iría aún más lejos... Habiendo enseñado a escribir, entre otros múltiples pecados.
L.R: No te puedo creer... ¿Dónde?.
P.A: En Princenton, por los 80... Lo cierto es que siempre sentí que los jóvenes con más talento eran los que terminaban haciendo los peores trabajos. Si veo a un joven de 20 años capaz de producir algo con un cierto grado de poder y convicción, me doy cuenta inmediatamente de que no hay esperanza para él. Porque quiere decir que ya tiene horizontes limitados, que no está empujando fronteras, no está probándose a sí mismo... Está sólo cumpliendo con aquello que cree que sus mayores esperan de él. Los otros, aquellos que saltaban sobre los lugares establecidos, que aceptaban los riesgos, que soplaban contra el viento, esos eran los únicos que me producían alguna dosis de ilusión. ¿Comprendes lo que digo?. Demasiada facilidad para cumplir con lo esperado demasiado pronto nunca es bueno. No te permite desarrollarte.
L.R: ... Es tan extraño mirar hacia atrás. Por ejemplo, yo solía mirar los anuncios de trabajo del New York times. Y los miraba pensando: si tengo que conseguir un trabajo de verdad ¿para qué sirve?. Porque, tratándose de un artista, de un 'espíritu libre', significaba que no estaba calificado para nada. Y en cuanto a entrenarme o capacitarme, ¿para qué?. No se me ocurría la mínima posibilidad. Miraba los anuncios y todos empezaban "salario, bla, bla, bla", pero no me podía imaginar a mí mismo en un traje, yendo por ahí con un curriculum. Me hacía reír solamente la posibilidad de pensar acerca de eso. Postularme ¿para qué trabajo?. Mecanógrafo, probablemente, algo que tuviera que ver con escribir... ¿Alguna vez pensaste, tengo que hacer algo, tengo que ganarme la vida de alguna manera?.
P.A: Era uno de mis mayores tormentos.
L.R: Tuve una vez un trabajo real en la escuela superior, llenando tarros con nueces. Y me acuerdo del tipo que tenía parado al lado, que tendría treinta años y me decía: "sabes, hay un futuro en esto". Y yo no podía imaginarme cuál sería.
P.A: Yo tuve un montón de oficios por el estilo cuando era pequeño. Uno de los más interesantes fue hacer encuestas en Harlem para el censo del año 1970. Éramos parte de una multitud que salía a la calle, golpeaba las puertas y reprendía a la gente que no había enviado de vuelta sus formularios... ¿Cuándo comprendiste que la música era lo que podías hacer profesionalmente?.
L.R: ... Tú sabes lo inseguro que soy, en muchos sentidos. Entonces todo el tiempo digo: ok, llegué hasta aquí, fue sólo una fase. Yo sé que es una larga carrera, y que estamos muy al principio del camino pero, al mismo tiempo, hay tanta gente pidiéndonos que paremos ya de una vez. ¿Y tú?. ¿Cuándo pensaste que podías hacer una vida de escritor?.
P.A: Me pasé cerca de 10 años escribiendo pequeños libros de poemas que leía, publicados por la pequeña prensa, escribiendo artículos, sobre todo traduciendo. Un trabajo que llegué a odiar... Pero yo siempre quise mi libertad, por llamarlo de alguna manera. Pero después me convertí en un esclavo de mi propia pobreza. Era una situación realmente mala.
L.R: Sí. Sé exactamente lo que significa.
P.A: Estaba atrapado y tuve una crisis hacia finales de los 70. Y durante ese tiempo no escribí demasiado. Pensé que todo se había terminado... Y luego lentamente comencé a salir de la crisis. Algunas cosas sucedieron... Me sentía hambriento de escribir de nuevo y creo que allí fue cuando empecé a escribir prosa.
L.R: ... a finales de los 70 yo también estaba pasando por una gran crisis. Y todo porque descubrí que tenía algunos grandes éxitos, que podía pasar tranquilamente por lo que se puede llamar algo así como una estrella del rock. Excepto que yo no tenía idea de lo que estaba haciendo. Y en una gira por Australia descubrí que lo que yo había ganado había sido robado. y que no había pagado impuestos en los últimos 5 años, que me llevarían a juicio, que no tenía dinero en el banco, ni apartamento y que estaba en medio de una gira y tenía 10 dólares en el bolsillo... Eso me metió en un lío legal que duró como 10, ó 15 años. Desde entonces siempre tuve la sensación de que alguna vez perdería ese juicio y me meterían en la cárcel para siempre.
P.A: ... Pero tú no dudabas de ti mismo, como alguien que quería seguir haciendo lo que hacías, si podías... Lo que está claro es que, como escritor, nunca hay dinero por medio. O muy poco. En lo único que yo estaba interesado era en pagar el alquiler y tener algo para comer... Hace poco, en los últimos años, gano algo más de dinero que para eso... Pero si crees en lo que estás haciendo y sientes que tienes que hacerlo, ¿qué remedio te queda?.
L.R: Tienes razón. Porque cuando piensas en los consejos que te dan, como por ejemplo, métete en un trabajo real, con seguridad... ¿Qué seguridad?. Es la misma gente que es vapuleada de un lado a otro, que los echan de sus trabajos mil veces... Y lo peor es que los que tienen más experiencia, son los primeros en ir cuando los llaman de nuevo para esos trabajos.
P.A: A veces veo gente como yo, de mi edad, que se pasó trabajando en una gran empresa los últimos 25 años. Y parecen 10, o 15 años más viejos.
L.R: Yo creo que el rock es lo que te mantiene joven.
P.A: Yo creo que escribir te mantiene joven. Cualquier arte mantiene fresca a la gente, porque nunca te retiras. Simplemente lo haces hasta el momento del colapso
L.R: Al mismo tiempo no tienes tu sangre ni tus pensamientos machacados por un trabajo que no te deja expresar ni lo uno ni lo otro. Y hacerlo es lo único que a uno le da aire, que te mantiene vivo... Uno no puede perder el momento. Es tan fácil pasar de largo por los momentos en que habría que disfrutar.
P.A: Déjame ponerlo de esta manera. Tenemos cierta edad ahora, tenemos un montón de cosas detrás nuestro, probablemente más de las que tenemos por delante...
L.R: Al menos ya estamos en la línea descendente, pasamos la mitad de la colina.
P.A: Tanta gente a la que amamos y que nos importaba ya no está con nosotros, pero la llevamos dentro de alguna manera. Cuando más viejo te pones, más la vida se transforma en una tranquila conversación con la muerte. Yo encuentro eso al mismo tiempo muy triste y muy reconfortante. Cuando más viejo te pones, más espiritual te vuelves. Estás viviendo entre fantasmas y todos ellos tienen un montón de cosas que contarte. Y si escuchas con cuidado, podrás aprender un montón.
L.R: Yo me paso el tiempo examinando cosas que ya hemos dicho. Es uno de los temas favoritos en la literatura... Di algo ahora, si esperas demasiado, algo sucederá y ya no tendrás la oportunidad de decirlo...
P.A: Lou, hay algo que te quiero preguntar. A medida que sigues haciendo música, ¿sientes que es más fácil o más difícil?. ¿Que has aprendido algo, o que estás constantemente enseñándote a ti mismo una y otra vez?.
L.R: Tengo que enseñarme a mí mismo todo el tiempo, pero es cada vez más rápido, porque lo hice antes y me acuerdo, y me acuerdo cada vez más rápido.
P.A: Yo siento que cada vez se vuelve más difícil, que me vuelvo más estúpido y que tengo que reaprender o reenseñarme a mí mismo una y otra vez. La única cosa que la experiencia me ha enseñado es a no deprimirme cuando las cosas no salen bien. Que es un progreso importante, porque cuando era joven y me deprimía, cosa que a los escritores les pasa todo el tiempo, siempre corres hacia puertas cerradas, callejones sin salida, y vas más y más abajo por el camino incorrecto. Ahora puedo salir rápidamente de esos estados. Simplemente digo: déjenme solo, déjenme salir a caminar fuera, ya volveré en dos o tres días...
L.R: Es decir: nunca te cuelgues en una palabra, o un detalle singular, o te detendrá.
P.A: Exacto, sólo sigue hacia delante.
L.R: Seguir adelante. Uno puede siempre volver atrás, pero si lo haces, puedes estar haciendo algo que destruya todo.
P.A: Ok, última pregunta... Después de todos estos años ¿actuar todavía te pone mal?
L.R: Cuando no lo hago por un tiempo, no puedo imaginarme cómo se hace. Es muy extraño y desearía que no pasara... Pero no es así. Yo sé que si lo hago, saldrá bien. Cada vez que lo hago amo hacerlo, no hay nada más excitante que un concierto en vivo.
P.A: yo di algunas conferencias pero no tiene nada que ver. Tú estás simplemente leyendo tu libro, no es como si lo estuvieras actuando.
L.R: Bueno, leer es actuar ¿no?.
P.A: De una forma sutil, quizás, pero mucho más sutil. Aunque debo decir que mi amigo Síegelman y yo leímos este verano en el Central Park
L.R: Yo también lo hice... ¿No se te ocurrió cómo quedaría con música de fondo?.
P.A: No, podríamos intentarlo alguna vez.
L.R: Poner jazz. Como aquellos extraños jóvenes de los 50.
P.A: Tambores batientes.
L.R: Creo que éste es el momento exacto para terminar.
P.A: Coincido.
L.R: El momento en que se mezcló la palabra con la música.
P.A: Y en el que estamos todos sobre el escenario.


(Tomado de Wakan: http://ulises-valiente.com/wakan/ )

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