Philip K. Dick

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miércoles, diciembre 13, 2006

Ubik, de Philip K. Dick


por Rodolfo Martínez
Philip K. DickUbik (Ubik)
La Factoría de Ideas,Solaris Ficción 3.
Madrid, mayo 2000
ISBN: 84-8421-979-8
Traducción de Manuel Espín (revisada por David Alabort)

En vida Dick no tuvo demasiada suerte, ni a nivel personal ni profesional. Sus relaciones sentimentales parecían una y otra vez abocadas al caos y sus libros se publicaban en ediciones baratas y nunca fueron un éxito de ventas. Eso no le impidió seguir escribiendo (quizá porque no podía, quizá porque escribir era para él la más adictiva de las drogas) e ir creando a frenéticos golpes de teclado una de las obras más personales de este siglo. Con el tiempo sus admiradores, si bien nunca fueron legión, sí formaron un núcleo fiel que le convertiría en un autor de culto; y a su lado se aglutinarían una serie de jóvenes autores de los que saldrían algunas de las más interesantes obras de los años ochenta: basta mencionar a Tim Powers, James P. Blaylock o K. W. Jeter, que crecieron a la sombra literaria del autor de Berkley y que heredarían algunas de sus preocupaciones narrativas. Si bien Powers es, por derecho propio, uno de los mejores diseñadores de tramas y uno de los escritores que mejor saben atar los cabos sueltos narrativos de forma natural y fluida, no cabe duda de que la combinación de ritmo de carrusel e introspección desenfrenada que hay en casi toda su obra es deudora en buena medida de la influencia de Dick.

Con una ironía que es probable que él mismo hubiera encontrado adecuada, murió en su mejor momento, cuando empezaba a crear sus obras más maduras, donde mejor y más despiadadamente hablaba de sí mismo, y comenzaba a tener algo del éxito que se le había negado hasta entonces. Desde su muerte su fama ha ido creciendo al igual que su prestigio; quizá de una forma un tanto desmesurada en ocasiones, pero no cabe duda que la obra de Dick es una de las más personales de este siglo y que resulta difícil encontrar, no ya dentro de la ciencia ficción sino incluso en la literatura general, un escritor que haya sabido transmitir tan bien sus obsesiones personales y les haya dado forma literaria de un modo más enloquecido.
En los últimos años Hollywood se ha fijado en Dick (ya empezó poco antes de su muerte con el Blade Runner de Ridiley Scott que adaptaba su novela ¿Sueñan los androides con ojeas eléctricas?) y algunas de las más emblemáticas películas del género en las dos últimas décadas están basadas en relatos suyos (o beben en su obra sin reconocerlo explícitamente, como es el caso del Terminator de James Cameron). Aunque hemos de admitir que el cine se ha quedado con lo menos característico de Dick: poco queda de ¿Sueñan los androides...? en Blade Runner, y salvo un par de secuencias que son puro Dick, apenas pervive rastro alguno de "Podemos recordarlo todo por usted" en Desafío total. Curiosamente, es posible que el cineasta que mejor ha sabido recrear el espíritu dickiano sea el español Alejandro Amenábar con Abre los ojos, película que si bien no está basada en ninguna novela del californiano sí capta perfectamente la esencia de lo que es su obra.

Ubik es, en apariencia, una más de las muchas novelas que escribió durante los años sesenta, a un ritmo verdaderamente frenético y casi siempre repitiendo el mismo esquema narrativo cuando no aprovechando personajes, situaciones y gadgets de obras anteriores. En realidad, casi todos los críticos coinciden en que el verdadero Dick alza el vuelo a mediados de los setenta en una etapa mucho menos prolífica, pero también más reflexiva, más alejada de los clichés del género y también más inclasificable. El primer aviso sería Una mirada a la oscuridad, y la culminación de esa tendencia la trilogía (más temática que argumental) que se inicia con Sivainvi (posiblemente el testamento literario de Dick) y termina con La invasión divina y La transmigración de Timothy Archer.

Pero ese Dick de la madurez difícilmente sería comprensible sin el escritor que durante más de una década emborronó miles de folios regalándonos obras no siempre a su propia altura pero casi nunca faltas de interés.

Ubik posiblemente sea la más conseguida de esas novelas: en realidad una revisitación de Ojo en el cielo (obra anterior en más de doce años) pero con un Dick mucho más consciente de sus propias capacidades y dispuesto a llevar estas hasta su límite. Como gran parte de sus novelas de los años sesenta se apoya narrativamente en introducir un golpe de efecto inesperado cada cierto número de páginas, dándole la vuelta a la trama una y otra vez hasta llegar al giro final que deja al lector sin saber qué pensar sobre lo que acaba de leer. Dick utilizó abundantemente este esquema, en ocasiones con habilidad, en otras de forma chapucera e incoherente: Ubik se encuadra en el primer caso, siendo junto con Aguardando el año pasado quizá la más conseguida de sus novelas de esa época a nivel narrativo.

Si nos paramos a pensarlo un poco, en el fondo es un juego vacío, un laberinto que uno recorre fascinado y desorientado la primera vez pero no las siguientes: en cuanto se conoce el mecanismo, encontrar la salida resulta casi trivial. Una cáscara literaria que puede resultar brillante, pero que acaba cansando si no hay nada más detrás de ella.
Claro que en Dick hay más, siempre hay más. Lo mejor del Dick de su primera época no son sus tramas o sus esquemas argumentales, no es la anécdota, sino los pequeños detalles que salpican una y otra vez la historia de una forma enfermiza y sutil y de los que Ubik está lleno: los electrodomésticos discutiendo con su dueño porque ese se niega a introducirles una moneda para que funcionen, la casi imperceptible dislocación del tiempo que pasa antes de que uno pueda notarla, el mundo como algo incomprensible y a menudo hostil, sus personajes masculinos, carentes de propósito y de empuje y condenados desde la primera página de la novela, sus mujeres (unas veces arpías inclementes, otras un ancla de salvación, pero casi siempre más un símbolo que un verdadero personaje), sus diálogos en los que varios personajes hablan una y otra vez sobre lo mismo sin escucharse unos a otros, los retazos de pensamiento que cruzan la narración (casi siempre inadvertidos para el lector casual, pero que quedan ahí como un mensaje subliminal). Al final la sensación es opresiva y el lector, atrapado por la desesperación que rezuma cada página, no puede evitar el pensamiento de que no hay salida, de que el mundo entero es la artimaña de un titiritero cruel y todos estamos condenados.
Pero esa es muchas veces la marca de fábrica de la buena literatura: casi nunca produce una sensación reconfortante.

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