l Blog de Cristina Cerrada

Cristina Cerrada, escritora y profesora de escritura creativa

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lunes 2 de junio de 2008

La mujer pantera


El Vips. Tantos años esperando vivir en el centro, y allí estaba por fin: en el Vips de Fuencarral. Las ganas que tenía de poder salir de casa a cualquier hora y venir a comprar... qué sé yo: un frasco de Nocilla, un reloj, el último disco de Chayane. Cualquier cosa, ¿qué más daba? En Moratalaz quitaban las calles a las diez. En cambio, aquí daba igual la hora. Las once de la noche y allí estaba, paseándome entre los estantes repletos de películas del videoclub del Vips. Aventuras. Drama. Acción.
--Cerramos en cinco minutos --me sobresaltó el empleado.
Tampoco me hacía falta más. Sabía lo que buscaba: Sabrina. La chica pobre y feucha que cree estar enamorada del pijo, y que vuelve enfundada en un vestido de Givenci para acabar descubriendo que a quien realmente ama es al próspero hermano mayor. La de tiempo que hacía que no la había vuelto a ver. Por culpa suya, claro está. Un aviso importante: nunca os caséis con un ingeniero de ICAI, por mucho que se llame Marcos, tenga dinero y sea guapo. Aun podía oír perfectamente su voz hablándome entre bostezos desde el tresillo rosa de nuestro acogedor piso de Moratalaz: 'No me pongas otra de esas películas tuyas en blanco y negro, por Dios'. ¡Inculto! Una dosis de buen cine mezclado con el romanticismo de antaño quizás habría salvado nuestro matrimonio.
Ah, para qué pensar en ello ahora. Mogambo ¿Por qué no Mogambo? Amor en tierras salvajes. Elefantes, aventura, pasión. ¿Cómo podía nadie seguir enamorada viviendo en un barrio como Moratalaz? Y a dos manzanas de sus suegros. Lo más interesante que ocurría en Moratalaz eran los fuegos artificiales de la fiesta de la Primavera una vez al año. Ni siquiera los inmigrantes se iban a vivir allí. Había hogares con dos y hasta tres generaciones de moratalazeños viviendo en su interior. Qué horror.
La reina de África, esa era la película que tenía que ver: dos personas maduras que se encuentran fortuitamente cuando ya han perdido la esperanza de conocer el amor. Nadie debería vivir en un barrio en el que no hubiera un Vips. Son tan cosmopolitas. Si existía alguna posibilidad de introducir a alguien interesante en mi vida tenía que ser allí. En el Vips yo había visto a Antonio Banderas, a Pedro Almodóvar, a Sara Montiel. El Vips estaba repleto de desconocidos misteriosos, lleno a rebosar de noctámbulos, atractivos e insomnes, como yo. Sólo hacía falta echar un vistazo alrededor: hombre con sombrero, negro imponente, calvo nebuloso envuelto en aroma a Paco Rabanne. Un enano. ¿Un enano? Sí. Sin duda era un enano. Su cabeza quedaba a la altura de las películas de Disney, en el estante inferior.
--Hola --dijo dirigiéndose a mí
Por un momento tuve la esperanza de que hubiese otra persona detrás.
--¿Sabes que eres una persona muy especial? --insistió--. Lo he notado por tus vibraciones
¿Mis vibraciones? No me llevaba bien con los enanos. Y menos aún con los místicos. Vibraciones. Y este era un enano místico. De haberse tratado de un tipo de metro setenta le habría ignorado, pero ignorar a un enano no está bien.
--Gracias --dije mientras me alejaba.
Pero él me siguió.
--Tienes algo muy bueno por dentro --insistió.
--¿Perdona?
--Tu interior. Se percibe algo muy bueno en tu interior.
¿Se percibía? ¿En mi interior? ¿Cómo podía percibirse algo así? Porque yo sabía que no era verdad. Taxi driver. Era algo más violenta pero podía valer. Mi interior. Si de verdad hubiera podido leer en mi interior se habría dado cuenta de lo que realmente pensaba de él. Y no me habría seguido, me habría escupido. Pero allí estaba, con un ligero asomo de arrogancia en su sonrisa, como en las mejores fotos de Burt Lancaster. Además de enano era un farsante.
--Y se refleja en tu cara.
--¿Perdón?
--Ese algo de tu interior. Es como una brisa. Una cara bonita.
--Pues... te lo agradezco --dije echando un ligero vistazo alrededor. ¿Qué pensaría Marcos si me viese ahora, hablando con él? Como una brisa, hay que ver. ¿Qué estaría haciendo, viendo un concurso? ¿Con otra? ¿En nuestro piso de Moratalaz?
--¿Te apetece tomar un café? --me preguntó. Su voz bajó prácticamente una octava. Sonó ronca, persuasiva, tenaz--. ¿Um?
¿En dónde estaba mi problema? ¿Un enano? Repasé toda la fila de cintas de la repisa inferior. La mosca. El cartero siempre llama dos veces. Perversidad.
--No creo que pueda --balbuceé. Mis dedos repasaron temblorosos los lomos de algunas películas mudas, polvorientas, olvidadas. Nosferatu. Garras humanas. El doctor Mabuse. Supe que cualquiera de ellas podría servir.
--Vamos --insistió. Era una sonrisa también muda, astuta, de adivino. Subió un poco los ojos y posó su mano diminuta junto a la mía, sobre una película de Tourneur.
--Está bien --me oí decir--. Pero sólo un café. Mañana tengo que madrugar.
Le cedí el sitio en el molinete de salida, aunque él hubiera podido pasar por debajo. Nadie se dio cuenta de que nos llevábamos La mujer pantera sin pagar.

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