Julio Cortázar: diciembre 2006 - Hotel Kafka - Cursos

Tfno.
917 025 016

Est�s en Home » Blogs » Julio Cortázar

jueves, diciembre 28, 2006

El canto de los cronopios


Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días. Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.

Participa en la nueva edición del curso de microrrelato de Hotel Kafka y disfruta del placer y el asombro de la escritura. ¡últimas plazas!

Etiquetas: , ,

lunes, diciembre 25, 2006

Entrevista a Julio Cortázar

Autor: Alberto M. Perrone , Revista 7 Días , Febrero de 1984.

La última charla

Quiso estar en Buenos Aires el 10 de diciembre. Y fue su felicidad reconocer a su gente que se reencontraba con la democracia. Estaba más delgado que nunca y se sabia enfermo. Julio Cortázar, sin embargo, hasta último momento se mostró jovial, optimista, dispuesto a hablar del futuro y de su trabajo. Aquí está una histórica versión textual de su última entrevista mantenida con SIETE DIAS .

-¿Qué es lo primero que deberán conocer los argentinos?
-Me parece fundamental que aquí, con la mayor velocidad posible, se normalice la información sobre Nicaragua y en general América Central y la cuenca del Caribe. Todo lo que se sabe esta parcelado, dividido, mutilado ajustado a las conveniencias.... y a la presentación de los aspectos negativos y el escamoteo de lo positivo. En ese sentido estoy muy contento de haber publicado en España, un librito que ya me publicaron los nicaragüenses, que reúne todos los artículos que yo escribí sobre Nicaragua. Puede dar una idea un poco poética, pero literaria del proceso sandinista. Creo que hay que darle bibliografía a los lectores para que ellos hagan su composición de lugar y elijan, pero elijan con información y no simplemente porque los engañan. Aquí, durante tantos años, las opciones se han tomado sobre la base de mentiras; no hablemos ya de las Malvinas, no nos metamos en eso, pero respecto de Nicaragua ... Además, sostengo que toda solidaridad con Nicaragua frente a los Estados Unidos, concretamente en este caso, es también una solidaridad con Argentina: defendemos América latina.
-¿Crees que lo que va a pasar con Nicaragua podrá servir de modelo para América latina?
-Los nicaragüenses, mis amigos de la Junta, porque yo conozco bien a todos los hombres de la Junta, dicen algo que a mí me entristece mucho. Dicen: es posible que Nicaragua tenga que sucumbir y ser totalmente destrozada para que de su experiencia y de su ejemplo salga un nuevo brote revolucionario en otro país de América latina. Es terrible pensar eso y yo no lo quiero pensar, creo que si las manifestaciones de solidaridad internacional que en alguna medida le frenan la histeria a Reagan, se intensificaran, se multiplicaran, entonces habrá posibilidades de un arreglo negociado.
-¿Tanto lo afectan a los Estados Unidos la situación de Nicaragua?
Lo afectan artificialmente, en la medida en que Reagan y su equipo tienen histeria frente a la Unión Soviética. Es decir, todo lo ven en términos Este- Oeste, nunca lo ven en términos Norte-Sur. El pánico, el miedo es lo que ellos llaman la ''infiltración soviética en Nicaragua"; como el pánico que han tenido veinte años por la infiltración soviética en Cuba. Infiltración que ellos han desencadenado, que la han provocado con su actitud estúpida, con su bloqueo. ¿Qué pueden hacer estos países frente al hambre? ¿Qué pueden hacer frente a la falta de petróleo? Cuando Estados Unidos bloqueó a Cuba, Cuba se caía en quince días por falta de petróleo; la Unión Soviética les ofreció el petróleo, de la misma manera que Suecia les ofreció lápices y Francia les ofreció aspirinas y aceptaron todo. Acá es exactamente igual ¡Cómo no van a aceptar la ayuda Soviética! No hacen ninguna distinción. Si un país como la Argentina que está en situación muy diferente tiene en este momento un comercio muy importante con la Unión Soviética, frente a eso ya es una buena cosa que los argentinos hagan la comparación. Los cubanos tienen casi veinticinco años de revolución, es mucho tiempo. Los nicaragüenses estaban todavía en su pleno entusiasmo cuando les ha caído esto encima. Cada vez que voy a Managua siento lo que yo sentía en Cuba las primeras veces que fui y que ahora ya no siento pero que eso esta reemplazado por otras cosas. Cuba se defiende muy bien en el plano interno, desde el punto de vista cultural y esas cosas que nosotros conocemos mejor. El punto de vista editorial es fantástico, porque un país que tenía dos editoras, tiene ahora como veinte y además distribuidas por todo el país.
-¿Es cierto que Lezama Lima de quien vos fuiste un admirador e incluso, hiciste mucho para dárnoslo e conocer está censurado como dice Cabrera Infante?
-Cabrera Infante es un hijo de mil putas, es un perfecto renegado.
La casa de Lezama Lima en la Habana se ha convertido en museo nacional, museo de Lezama Lima y se ha instalado una biblioteca para los estudiantes. Lezama tuvo problemas con el poder, le tocó esa época de sectarismos que hubo en los años 60, le tocó muy jorobada, cuando se produjo el famoso caso Padilla que me obligó a mí siete años de silencio, de no ir a Cuba. Durante siete años no fui y Lezama por su parte también sufrió frente al resentimiento de los mediocres. Siempre los mediocres son los más revolucionarios en esas circunstancias. Lezama era un hombre que decía lo que pensaba. Cuando no le gustaba algo lo decía. Y fueron años en que no se podía decir. En que no se podía defender a un escritor homosexual, por ejemplo. Esa era una de las estupideces, ya sabes vos el terna del machismo. Yo hablé en Clarín sobre eso porque me sigue pareciendo uno de los problemas básicos en América latina que manda al suelo muchos proyectos y muchas realidades. Esa etapa pasó. Fue disminuyendo. Actualmente realmente hay un clima en que cualquier escritor cubano se desenvuelve y escribe y los jóvenes tienen editores. Sólo Cabrera Infante puede encontrar que todo está mal y lo va a seguir encontrando, él y toda la banda que lo ayuda.
-¿Cómo es la experiencia de esa nueva escritura?
_ Se nota en la poesía sobre todo. Vos sabés que la poesía es una actividad muy caribeña ¿no? No diré que todo el mundo es poeta pero todo el mundo se siente un poco poeta. Si no es escritor es lector. La poesía allá tiene la vigencia que no tiene en este país que es una expresión de minorías, bien lo saben los editores ¿no? Allí no. Allí es mucho más y no hablemos ya de un Nicolás Guillén. Hay un muchacho cubano que se llama Nogueras, totalmente desconocido en la Argentina, que escribe una muy linda poesía que no es una poesía patriótica, ni expresamente revolucionaria, con una línea muy abierta. La poesía de Nogueras los cubanos la leen, la leen y la quieren, la aman.
-¿La lectura a nivel popular está generalizada?
_ Si, esta unificada porque las tareas de alfabetización se han cumplido bien. Es muy impresionante llegar a cualquier pueblito de Cuba, pueblitos muy chiquitos y encontrar una tienda donde al lado de los cigarrillos y la cerveza hay estantes con las últimas novedades de las ediciones de la Habana o de Santiago de Cuba.
-¿Y qué es la llamada dependencia de los soviéticos?
_ En ese periodo que califiqué de sectario, llegó un momento en que los soviéticos con su cerrazón habitual en materia intelectual intentaban exportar el modelo de la revolución soviética a Cuba. Hacerles leer el realismo socialista. Entonces mandaban desde Moscú ediciones ya traducidas al español que los cubanos con muy buena voluntad trataban de leer el primer y segundo libro. Pero no se vendía ni uno. Prácticamente los regalaban y no tuvo el menor éxito. Porque Cuba es un país tropical, es un país africano, afro-español, con otros valores, con otra sensualidad, con otros criterios. A ellos les gusta una literatura que los refleje, les gusta Alejo Carpentier como es natural. Les gusta Lezama Lima y aunque solo una pequeña minoría pueda leerlo lo leen. Entonces aquella literatura cayó y los soviéticos son lo bastante vivos como para no insistir en eso. Me acuerdo, que fui el centro de una polémica con un colombiano que se llama Collazo, porque como no se animaban a usar el término realismo socialista, haban inventado el término de ''contenidismo". Decían que todo libro para que sea revolucionario tenía que tener un contenido, y ese contenido tenía que ser la causa del pueblo, etc., etc. De ahí a escribir novelas sobre los héroes de los tractores hay un paso, y a los cubanos no les gusto nada eso, no. Fue una polémica muy linda porque aclaro un montón de cosas. Eso ha quedado totalmente atrás y ahora encontrás la literatura más variada. Nadie le pide explicaciones a un escritor en Cuba si escribe un libro únicamente con poemas de amor. No le van a ir a decir "compañero usted aquí no dice ni una palabra sobre la revolución"; lo que cuenta es la actitud personal de ellos. Después escriben lo que les da la santa gana, pero como dijo Fidel siempre que no sea contrarevolucioriario. Ahora eso es un problema muy difícil porque ¿Qué es contrarrevolucionario? Para los burócratas cualquier crítica que escribas. Para esos soy un gran contrarevolucionario y muchos me lo han dicho. "Vos venís acá a criticar"; si, yo vengo a criticar desde dentro de la revolución cuando encuentro algo que no me gusta. Pero esto me gusta y esto me gusta y estoy con ustedes. Una cosa es criticarles de dentro siendo solidario y otra cosa es ser Cabrera Infante que critica desde fuera para destruir la revolución. Yo la quiero ayudar. Eso es como cuando educás un hijo: no hagas esto, le decís porque lo hacés por él y desde él. Esa es la diferencia, mucha gente no lo ve.
-¿Cómo encontraste la Argentina a tu regreso?
_Tiene que haber una crítica, una crítica generosa, que no sea una crítica desgraciada para jabonarle el piso al gobierno. Porque si la oposición al gobierno es una oposición negativa, los milicos van a volver a salir, aunque parezca impensable ahora. Hay que conocerlo como lo conocemos todos.
Todo lo que voy a decirte solamente refleja opiniones que tal vez no abarcan la totalidad. De todas formas nadie va a pensar que estoy sentando cátedra, porque si algo no hago es eso. Vos me hacés la pregunta y yo la contesto. La impresión que tengo es positiva y negativa a la vez, en los dos aspectos la parte positiva es esa sensación de distensión, la toma de conciencia de que realmente hay una libertad. Hay una diferencia con respecto a lo que sucedía y que naturalmente eso puede dar muy buenos resultados en la gente que esté dispuesta. La parte negativa del asunto es, y eso se advierte hablando con amigos como con los taxistas. Veo esa cosa típica del argentino que nos ha hecho tanto daño: delegar siempre la responsabilidad en los demás. Los taxistas te hablan con gran franqueza y dicen esto es una calamidad, esto va mal por tal y tal cosa. Falta esto, esto habría que cambiarlo, pero vos tenés la impresión que están en un plan de acusación de los demás pero que ellos están al margen. Se ponen un poco al margen, no hay una autocrítica que empiece por decir "yo también formo parte de las equivocaciones y de los defectos del país". En la medida que el pueblo no se de cuenta que el es el protagonista de su democracia y no los demás, no vamos a salir adelante. A los franceses se les puede reprochar millones de cosas, pero en principio el francés medio es un tipo que actúa y decide después de haber reflexionado. No hay ningún verticalismo en sus decisiones, en general, no acepta consignas ni órdenes, sigue directivas de su partido. Pero cómo las discute, cómo las pelea. Los comunistas en el partido comunista, los socialistas frente al socialismo. En cambio aquí el sentido critico se ejerce en una sola dirección, de mi contra vos, pero ¿yo?, yo soy perfecto. Simplemente te estoy criticando, pero el flecho de criticar no me da ningún derecho, porque en qué medida yo soy culpable o partícipe de lo que está sucediendo. En mi viaje anterior a Buenos Aires me pasó una cosa muy significativa. Un taxista me habló durante veinte minutos de la confusión, de cómo todo el mundo robaba y cuando yo me bajé me estafó en el vuelto, me di cuenta después, cuando ya me había dado una lección de moral sobre los demás. Me estafó hace diez años y ese es un buen ejemplo Los ladrones eran los otros, él no.
-En París tomaste una clara posición en defensa del grave problema de los desaparecidos, participaste de manifestaciones frente a la embajada argentina, estuviste seguramente con muchos argentinos exiliados. Como promedio de todo lo que hiciste, vos como tantos exiliados, seguramente sin la notoriedad tuya, y de mucha gente que en este momento está volviendo al país, qué reflexión queda?
-Es una excelente pregunta, hay mucha tensión, mucha inquietud. Lo más negativo, lo más lamentable sería que los exiliados que vuelven volvieran con una actitud un poco triunfalista. La actitud de los que han sufrido fuera, y vuelven. Un poco como aquel que se presentó en México y me dijo "soy un exiliado argentino", y yo le cambié la cosa. Le dije, deberías decir "soy un argentino exiliado", parecía una tontería pero tiene su sentido. Nunca faltará un porcentaje de gente que ni siquiera han sido auténticos exiliados y que vuelvan con esa tarjeta de visita, pensando que eso les da una especie de status moral que no tienen. Personalmente estoy convencido que la enorme mayoría de exiliados van a volver con una actitud profundamente positiva, es decir, todo lo que ellos han podido aprovechar del exilio para el perfeccionamiento de sus disciplinas, lo van a traer aquí.
Van a venir con ganas de volcarlo en el país, de ser útiles, de eso estoy profundamente convencido.
No porque sea mi caso personal sino porque las circunstancias me han puesto en contacto con enormes núcleos de exiliados, sobre todo en España, Francia y Bélgica. De modo que en ese sentido no tengo ningún temor. Por otro lado, también es bueno que se piense en la actitud que tomarán los argentinos que no fueron al exilio frente a estos que vuelven. Si yo pudiera dar una opinión en ese plano me gustaría que palabra exiliado desapareciera lo antes posible. Es decir que los argentinos que volvieran aquí se reincorporasen a sus tareas sin la menor etiqueta. Que ellos no se pusieran ninguna etiqueta, ni que aquí le pusieran la etiqueta de exiliados, porque ha habido muchos resentimientos de los cuales, en algunos casos, yo he sido el tema y el objeto. De modo, que conozco ese problema. Mi esperanza es que la noción de exilio y no exilio concluya y lo antes posible. Los exiliados pueden volver, que vuelvan y se incorporen.
-El hecho de volver hace que ya se tenga una actitud positiva ¿No es así?
_Yo sé que aquí adentro habrá también tensiones y fricciones. Le he oído decir a un médico el otro día, esta frase muy significativa: "ahora van a volver de España con los diplomas que se consiguieron allá, con los trabajos, con el cartel que han estado trabajando en Europa, y nos van a jabonar el piso a nosotros". Es muy grave que diga eso porque todavía no ha pasado nada, de manera que no tiene ninguna seguridad que le vayan a jabonar el piso. ¿Y qué expresa eso? Un temor, un resentimiento, un sentimiento de inferioridad, que ojalá no se produzca, y que sea un ejemplo aislado. Verdaderamente, después que esa gente ha sufrido como han sufrido los exiliados allá que al volver aquí tengan que sufrir porque fueron exiliados verdaderamente ya sería inhumano, no se quién lo aguantaría. Vos tenés material ya para siete números de tu revista. Para siete números de Siete Días.
-¿Qué áreas suponés que debe privilegiar este gobierno electo?
Todas, todas empezando por la educación primaria, hay que modificar profundamente las estructuras en las cuales nos han educado a todos nosotros, y que están basadas en un nacionalismo fácil, en un patrioterismo fácil. En esa noción que le meten a los chicos que los argentinos son los mejores, que no hay mejores en el planeta. Todos somos iguales, no hay mejores ni peores. A mi me enseñaron las maestras que los argentinos éramos una maravilla. Cuidado con los chilenos que si pueden nos invaden, cuidado con los uruguayos, cuidado con los brasileños y así. Al mismo tiempo en Brasil y en México a los chicos les están enseñando que los mejicanos son una maravilla y el argentino es un idiota, y así sucesivamente. Entonces una de las responsabilidades capitales, si queremos llegar a una verdadera democracia, es remover totalmente las fases de la educación, desde el comienzo. Crear una conciencia argentina que no excluya la conciencia latinoamericana, para empezar. Porque aquí no hay ninguna conciencia latinoamericana. Un argentino medio se nefrega en Panamá, en Costa Rica, en Nicaragua y te diría que poco menos que los miran con hostilidad, porque no son argentinos.
-Eso cambió algo con las Malvinas...
-Ojalá! Pero fijate, cuando la guerra de las Malvinas, me corregirás sí me equivoco porque mi información no es buena desde el momento que estaba del otro lado, lejos, los gobiernos latinoamericanos apoyaron la recuperación -vamos a usar la palabra- de las Malvinas, los argentinos comprendieron tal vez por primera vez que toda América Latina estaba con ellos. Estaba con la justicia de la causa Argentina, por primera vez, nociones como lucha contra el neo colonialismo y lucha contra el imperialismo, aquí no se habían utilizado para las Malvinas en absoluto.
-Es cierto. La televisión perdía hasta el color, creo, cuando se nombraban esas palabras, pero después de terminada la guerra por las Malvinas las directivas fueron "se acaba todo el verso latinoamericano".
-Este es el momento entonces que los medios de información que son libres pueden publicar abiertamente puntos de vista muy amplios sin el menor inconveniente. Es el momento de integrar eso que se llama el plan de educación general que empieza con la educación primaria y tiene que terminar en lo más alto. Yo sé, yo soy un poco quimérico y utópico porque sé muy bien que modificar un panorama como el de la televisión no es para mañana ni para pasado pero si los argentinos lo intentan lo lograrán.
Yo he dicho ya muchas veces que la revolución cubana fue una especie de detonador de conciencia en mi caso. La revolución cubana me enseñó una cosa que no sabía y es que soy latinoamericano. Era antes muy europeizante.
-Pero Borges dice que hay caraqueños o porteños pero no latinoamericanos?
_Entra muy bien dentro de su óptica y dentro de su esquema pero me parece totalmente absurdo, creo que América Latina y sobre todo en estos últimos cincuenta años se ha lanzado con todas las dificultades del caso al descubrimiento de su identidad que no la conocía.
América Latina no conocía su identidad, estaba totalmente volcada a modelos extranjeros, primero fue Europa, después fueron los Estados Unidos, el gran espejismo que lo sigue siendo en una gran mayoría. Pero, por ejemplo, el hecho que todos los países latinoamericanos en este momento tengan gran admiración por sus escritores, gente que ellos aman, alguien como García Márquez, es muy revelador porque eso no sucedía cuando yo era muchacho. La admiración era hacia los grandes maestros europeos. Borges publicaba pequeñas ediciones de 200 ejemplares y nada más, eso ha cambiado enormemente y es muy positivo, en el fondo es muy revolucionario.
-¿Tenés pensado vivir acá?
-No, vivir definitivamente no, no me gusta la palabra definitivo. Pero ir y venir, si, claro, Ir y venir en el contexto latinoamericano. El problema es que es tan enorme y hay tantos países y me siento tan cómodo en todos los países latinoamericanos...
-Te has convertido en un viajero.
_Me han convertido. Lo único que no han hecho los militares es pagarme los aviones pero aparte de eso me han obligado a tomar durante diez años uno atrás de otro para poder combatirlos.
-¿Cuando volvés a Buenos Aires?
-Vuelvo en marzo, pienso quedarme lo mínimo dos meses, además no quiero quedarme mucho tiempo en Buenos Aires. Quiero ver un poco el interior. Soy de los argentinos que antes de ir a Europa, conocieron su país, que no son tantos. Cuántos amigos conocen muy bien Londres, Paris, y no fueron nunca a Mendoza, no fueron nunca a Salta, yo conocí bien el país, le di bien la vuelta, lo único que no conozco es la Patagonia. Cuando vine en el 73 mi intención con un amigo era alquilarnos un jeep e irnos a la Patagonia, pero las circunstancias no me dejaron, porque se vino encima lo que sabemos después de las elecciones de Cámpora. Me fui y ya no pude volver, en ese momento me convertí en exiliado, pero a lo mejor puedo hacerlo ahora.
-Tu presencia en la Argentina no son lo mismo que tus declaraciones en el extranjero ni una entrevista. Movilizás mucho y de otra manera. Además, hay mucha juventud. Si en el 76 ibas por la calle con un libro de Cortázar en la mano te metían preso. Me acuerdo que a un alumno se lo llevaron porque iba con uno de tus libros. No obstante, se te enseñaba casi secretamente, y hay toda una generación de chicos de quince y dieciséis años que te conocen muy bien.
_Anoche me di cuenta de eso porque yo había ido al cine y al salir me esperaba el corresponsal de Le Monde entonces y vino por la calle Corrientes una manifestación por los desaparecidos, y había también madres de la Plaza de Mayo y una cantidad enorme de chicos pero chicos, realmente muy jovencitos y en el mismo instante que me descubrieron se interrumpió la manifestación. Se pararon y se me vinieron encima de una manera que casi me matan, pero esos pibes además me decían cosas tan conmovedoras. No hablemos ya que pedían que les firmara y donde podían, diciendo cosas como gracias por lo que hacés o gracias por estar aquí. Las chicas me dejaron toda la cara cubierta de besos, durante cinco minutos, yo estuve completamente rebasado por una cosa tan bonita. La casualidad que hizo que me encontraran y me quisieron meter en la manifestación y me hubiera ido con ellos con mucho gusto, pero tenía que darle una entrevista al Le Monde porque es importante que salga en Paris una idea de lo que está pasando aquí visto por un argentino. No fui con ellos y lo comprendieron muy bien, además, pero fueron cinco minutos increíbles y coincide con lo que me acabás de decir vos.
Y sería absolutamente imperdonable que eso fuera aplastado una vez más.
_¿Estás escribiendo?
-Mi nuevo libro es lo último que hice y ahora cuando vuelva a Paris voy a tratar de escribir algunas notas sobre lo que viví esta semana, comunicar un poco mis impresiones.
-García Márquez escribe muchísimo para una agencia que después lo retransmite.
-El escribe una nota semanal.
-Lo tuyo no se publica tan regularmente. ¿Por qué?
-Es que yo soy mucho más vago que García Márquez además estoy más enfermo y soy mucho más viejo que él. Son factores que cuentan, en serio. Yo no puedo escribir como escribe él. Es un tipo mucho más disciplinado, yo soy más vago para escribir. Por ahí durante una semana trabajo muy bien y después durante dos semanas no hago nada.
Tampoco te puedo decir cómo será mi nueva novela, te puedo decir lo que no va a ser lo que va a ser no, porque nunca sé lo que voy a escribir, nunca lo sé.

Será un libro donde la historia este presente, donde la historia latinoamericana esté presente, en qué aspectos o en que formas no lo sé, no tengo idea, pero sé muy bien que no va a ser un libro exclusivamente literario.

Cortázar según Martha Lynch

Nadie querrá creérmelo, pero es verdad. La muerte de Cortázar me tomó totalmente sumergida en él, como solamente lo consigue la atmósfera de un libro. Estaba -estoy- leyendo con deleite, con usura casi, Los autonautas de la cosmopista, la crónica de su aventura en la autopista del Sur, París-Marsella, en compañía de su mujer Carol Dunlop, su preciosa Osita. Y me llamaron para decirme que él, "El lobo", el entrañable relator, había muerto. ¿Cómo? ¿De qué? ¿Cómo pasó? Estaba enfermo, es verdad, pero no tan enfermo. Yo digo que, en parte, Cortázar se murió de pena porque Carol se había muerto antes. Y me he puesto a llorar porque estaba viajando con ellos; estaba deslizándome por esos paraderos de la ruta que él hizo memorables y mágicos por imperio de su maravillosa manera de escribir. No lo quiero creer y también lo creo ciegamente: que quienes escribieron ese libro tan estrechamente enlazados, no hayan querido desenlazarse ante la muerte. Déjenme que crea eso porque estoy segura de acertar. Los que ponen en duda esta afirmación, que lean Los autonautas de la cosmopista : nadie se puede querer tanto, nadie se puede entender tanto, nadie puede ser tan feliz y después aceptar la muerte de la mitad de la pareja como si tal. Y él era así. Apasionado y sencillo en materia política, en materia literaria. en materia humana. Fue uno de los mayores escritores del habla española y un maestro. Toda mí generación aprendió a escribir, leyéndolo. Muchas de mis pobres mejores páginas, fueron escritas bajo su influencia. Era un escritor motor de esos que dan ánimos e impulsos para escribir a su vez. Escribió el lenguaje de los argentinos. A pesar de la lejanía siempre miró hacia el Sur, porque quizá aquí tenía el corazón de su infancia. Interpretó como nadie nuestra hibridez: un pie puesto en Europa, un pie en la Argentina. Expresó nuestra angustia de dominados en casa tomada . nuestra desesperación por ser o no ser en Rayuela . Suya fue la ternura de los cuentos, la peculiaridad de los cronopios, el horror de la tortura y del torturador o de aquel otro pobre condenado al que lo persigue la desesperación de alcanzar el resplandor del arte. Entonces inmortalizó a Charlie Parker y dio su novela testimonio en El libro de Manuel , calmando su ardiente cosmovisión de revolucionario. Creyó en la revolución latinoamericana y ella lo aceptó. Vivió de acuerdo a lo que era y ya muy tarde tuvo ese logro infinito del amor que dejó impreso en su última maravillosa aventura de la autopista, la misma autopista sobre la que construyó un cuento genial. Pero quizá lo más hermoso que rescato en esta tarde tristísima de un domingo de lluvia, es su muerte. No murió ni antes ni después. Murió cercano a Carol y escribiendo. No puedo menos que envidiar su suerte. Lo he leído durante toda mi vida. Lo he llevado en viajes y en acontecimientos personales. En mi viaje a Europa de hace tres semanas viaje con Deshoras sabiendo que siempre iba a acompañarme. Así lo hizo. Lo hizo también en el terreno personal. Nos conocimos en 1968 y cuando lo llamé por teléfono a su departamento de París, me dijo: "cuando llames decí que sos la señora Ordoñez; me gustará verla entrar con vos". Nos escribimos largamente y tengo de él, el dulce recuerdo de lo mucho que se preocupaba por mis pulmones de asmática. Se fue de
aquí hace muchos años pero escribió con nuestro lenguaje, y le dio profundidad a nuestra problemática, conservó la gracia argentina y las palabras entrañables. No conoció altibajos. Siempre escribía magistralmente bien. Yo lo quería como quiero a las baldosas de las calles de Buenos Aires y como quise a los que, en la vida, todo me enseñaron. No sé como haré para terminar de leer ese libro al que leía despacito, relamiéndome, por el gusto de leer, para que ese gusto me durara más. Ahora, querido Julio, tengo que terminar el recorrido de la autopista, sin vos, Lobo, sin la Osita. Creo que es lógico que se me permita llorar.

Cortázar según Martha Mercader

Es domingo y llueve, y por teléfono me dicen que Julio Cortázar ha muerto, supongo que en Francia, supongo que repentinamente. Una sola vez compartí con él una reunión, en casa de Inés Malinov, allá por el cincuentaitantos, antes de la caída de Perón. Pronto llegó para él la fama internacional y desde entonces se hablaba de Cortázar como de un escritor que ha adquirido indiscutibles títulos de propiedad en un hermoso lote del Parnaso y con ellos la solidez del mármol. Eso tiene la fama: enfría la tibieza humana, convierte la letra, que no es más que sangre y aliento, en abstracción.
Y sin embargo, este domingo, mientras los dedos de la lluvia escriben en el teclado del techo de mi escritorio, siento que se me ha muerto un tiempo de juventud.
Cortázar fue para mí Bestiario, Las armas secretas, Final del juego . Cortázar fue el compatriota - en épocas en que pocos todavía de atrevían, en que no muchos veneraban a Arlt - que me contó en el idioma de los argentinos el cuento de una casa tan familiar que en ella una chica de La Plata como yo podía haberle cebado mate, mientras me convertía en otra cosa, a un muchacho de Banfield como él que hablaba mi mismo lenguaje y que no obstante no era como cualquier muchacho porque proyectaba una sombra inquietante que obligaba a ir cerrando puerta tras puerta. Cortázar fue sacar boleto de Ómnibus para viajar por los barrios y sin darnos cuenta meternos en la otra vía, la que permite ver los signos cifrados que nos manda un ramo de crisantemos como queriendo decir ¡ojo! la realidad no es tan simple como la gorra del guarda. Por Cortazar comprendí que en una familia hay tanto sitio para una fuente de arroz con leche y un beso antes de acostarse como para un tigre que se pasea por el jardín de los tréboles o el comedor de los cristales. Y cuando digo tigre quiero decir rayas misteriosas, la otra faz, la sombra de la realidad por las baldosas del patio o la luz de la luna en las hormigas. Por Cortazar comprendí que " todos los ñatos como Torito, cuando están abajo, cuando los fajan, hasta el más maula'', también siente el pathos de la vida y pueden tocar mi corazón, mi corazón literario, al igual que un verso de Virgilio.
Para mí Cortázar fueron Las cartas de mamá que me llevaron a cualquier lugar cuyos puentes atravesaban ciertos riachuelos, ciertas riberas del sentido que me sacaban de quicio. Y eso, sacar de quicio, es algo fundamental en literatura.

Cortázar fue para mí, y lo sigue siendo, El perseguidor , el borracho, el loco de Johnny con quien me desgarré por el conflicto de conciencia (y no sé por qué tiendo a hablar en pasado) de un creador que persigue la música (como si eso fuera posible, pero Cortázar, en sus cuentos, nos hacía creer que sí) para huir de la nada agazapada debajo del asiento del metro parisino o debajo del paraguas que me cobijaba de la lluvia, de una lluvia distinta, igual a la de este domingo, en las calles de mi Buenos Aires querido que yo atravesaba enredada en Las babas del diablo o incluso mientras las leía en el omnibus que me transportaba hacia Chacarita. Porque va entonces vivía en Colegiales, mientras en mi país se sucedían los cuartelazos y el pueblo se resistía a dejar la esperanza en el cementerio.

Puedo estar de acuerdo o no con las actitudes políticas que adoptó en distintas épocas Cortázar, ese adolescente polémico que no quería aprender a atarse los zapatos y plancharse las camisas, ese adolescente que consideraba derrota o traición ser incapaz de meterse vestido en una fuente para pescar un pececito rojo que él llamaría pescadito porque seguía hablando como argentino aunque viviera en París. Ese adolescente que conservó la rabia adolescente para los gendarmes que rapan a los barbudos y melenudos y queman libros, que insultó a los chacales que matan seres humanos en nombre de consignas sectarias. Pero este domingo, mientras la lluvia sobre el techo evoca y se entrelaza con otras lluvias y otras humedades y en el jardín de mis abuelos renace el perfume de la magnolia foscata, un olor que ya no es y reaparece o lo invento por obra y magia de la palabra, que es un ir y venir entre el autor y el lector y en este caso la lectora era yo y el autor era él, un ser que ya no es y que sigue siendo en sus libros, ellos siguen siendo, pero Julio Cortázar se lleva a su muerte un poco de mi juventud.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Etiquetas: ,

miércoles, diciembre 20, 2006

Aspectos del cuento

Ensayo de Julio Cortázar



Puesto que voy a ocuparme de algunos aspectos del cuento como género literario, y es posible que algunas de mis ideas sorprendan o choquen a quienes las lean, me parece de una elemental honradez definir el tipo de narración que me interesa, señalando mi especial manera de entender el mundo.
Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografía bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo. Por eso, si en las ideas que siguen encuentran ustedes una predilección por todo lo que en el cuento es excepcional, trátese de los temas o incluso de las formas expresivas, creo que esta presentación de mi propia manera de entender el mundo explicará mi toma de posesión y mi enfoque del problema. En último extremo podrá decirse que solo he hablado del cuento tal y como yo lo practico. Y sin embargo, no creo que sea así. Tengo la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos. Y pienso que tal vez sea posible mostrar aquí esos elementos invariables que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de obra de arte.
La oportunidad de cambiar ideas acerca del cuento me interesa por diversas razones. Vivo en un país -Francia- donde este género tiene poca vigencia, aunque en los últimos años se nota entre escritores y lectores un interés creciente por esa forma de expresión. De todos modos, mientras los críticos siguen acumulando teorías y manteniendo enconadas polémicas acerca de la novela, casi nadie se interesa por la problemática del cuento. Vivir como cuentista en un país donde esta forma expresiva es un producto casi exótico, obliga forzosamente a buscar en otras literaturas el alimento que allí falta. Poco a poco, en sus textos originales o mediante traducciones, uno va acumulando casi rencorosamente una enorme cantidad de cuentos del pasado y del presente, y llega el día en que puede hacer un balance, intentar una aproximación valorativa a ese género de tan difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario.
Pero además de ese alto en el camino que todo escritor debe hacer en algún momento de su labor, hablar del cuento tiene un interés especial para nosotros, puesto que casi todos los países americanos de lengua española le están dando al cuento una importancia excepcional, que jamás había tenido en otros países latinos como Francia o España. Entre nosotros, como es natural en las literaturas jóvenes, la creación espontánea precede casi siempre al examen crítico, y está bien que así sea. Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco incasillable; en segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquellos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.
En América, tanto en Cuba como en México o Chile o Argentina, una gran cantidad de cuentistas trabaja desde comienzos de siglo, sin conocerse entre sí, descubriéndose a veces de manera casi póstuma. Frente a ese panorama sin coherencia suficiente, en el que pocos conocen a fondo la labor de los demás, creo que es útil hablar del cuento por encima de las particularidades nacionales e internacionales, porque es un género que entre nosotros tiene una importancia y una vitalidad que crecen de día en día. Alguna vez se harán las antologías definitivas -como las hacen los países anglosajones, por ejemplo- y se sabrá hasta dónde hemos sido capaces de llegar. Por el momento no me parece inútil hablar del cuento en abstracto, como género literario. Si nos hacemos una idea convincente de esa forma de expresión literaria, ella podrá contribuir a establecer una escala de valores para esa antología ideal que esté por hacerse. Hay demasiada confusión, demasiados malentendidos en este terreno. Mientras los cuentistas siguen adelante su tarea, ya es tiempo de hablar de esa tarea en sí misma, al margen de las personas y de las nacionalidades. Es preciso llegar a tener una idea viva de lo que es el cuento, y eso es siempre difícil en la medida en que las ideas tienden a lo abstracto, a desvitalizar su contenido, mientras que a su vez la vida rechaza angustiada ese lazo que quiere echarle la conceptualización para fijarla y categorizarla. Pero si no tenemos una idea viva de lo que es el cuento habremos perdido el tiempo, porque un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia. Sólo con imágenes se puede trasmitir esa alquimia secreta que explica la profunda resonancia que un gran cuento tiene entre nosotros, y que explica también por qué hay muchos cuentos verdaderamente grandes.
Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparara con la novela, género mucho más popular y sobre el cual abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de la lectura, sin otro límite que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En ese sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un "orden abierto", novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brasai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captaci?n de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos, sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucha más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran, y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condenados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa "apertura" a que me refería antes. Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
Decíamos que el cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más all? de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de los admirables relatos de Antón Chéjov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano, mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? Lo que se cuenta en esos relatos es casi lo que de niños, en las aburridas tertulias que debíamos compartir con los mayores, escuchábamos contar a los abuelos o a las tías; la pequeña, insignificante crónica familiar de ambiciones frustradas, de modestos dramas locales, de angustias a la medida de una sala, de un piano, de un té con dulces. Y, sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chéjov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada.
Ustedes se han dado ya cuenta de que esa significación misteriosa no reside solamente en el tema del cuento, porque en verdad la mayoría de los malos cuentos que todos hemos leído contienen episodios similares a los que tratan los autores nombrados. La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista. Por eso habremos de detenernos con todo el cuidado posible en esta encrucijada, para tratar de entender un poco más esa extraña forma de vida que es un cuento logrado, y ver por qué está vivo mientras otros, que aparentemente se le parecen, no son más que tinta sobre papel, alimento para el olvido.
Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o en menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no tan es sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi consciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero eso, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial, y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema?
A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una an?cdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía consciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos? Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en nosotros. No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlón, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto. Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente - esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.
Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertar? enormes resonancias en un lector, y dejar? indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores. Por eso, cuando decimos que un tema es significativo, como en el caso de los cuentos de Chejov, esa significación se ve determinada en cierta medida por algo que está fuera del tema en sí, por algo que está antes y después del tema. Lo que está antes es el escritor, con su carga de valores humanos y literarios, con su voluntad de hacer una obra que tenga un sentido; lo que está después es el tratamiento literario del tema, la forma en que el cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbal y estilísticamente, lo estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último término hacia algo que excede el cuento mismo. Aquí me parece oportuno mencionar un hecho que me ocurre con frecuencia, y que otros cuentistas amigos conocen tan bien como yo. Es habitual que en el curso de una conversación, alguien cuente un episodio divertido o conmovedor o extraño, y que dirigiéndose luego al cuentista presente le diga: "Ahí tienes un tema formidable para un cuento; te lo regalo." A mí me han reglado en esa forma montones de temas, y siempre he contestado amablemente: "Muchas gracias", y jamás he escrito un cuento con ninguno de ellos. Sin embargo, cierta vez una amiga me contó distraídamente las aventuras de una criada suya en París. Mientras escuchaba su relato, sentí que eso podía llegar a ser un cuento. Para ella esos episodios no eran más que anécdotas curiosas; para mí, bruscamente, se cargaban de un sentido que iba mucho más allá de su simple y hasta vulgar contenido. Por eso, toda vez que me he preguntado: ¿cómo distinguir entre un tema insignificante, por más divertido o emocionante que pueda ser, y otro significativo?, he respondido que el escritor es el primero en sufrir ese efecto indefinible pero avasallador de ciertos temas, y que precisamente por eso es un escritor. Así como para Marcel Proust el sabor de una magdalena mojada en el té abría bruscamente un inmenso abanico de recuerdos aparentemente olvidados, de manera análoga el escritor reacciona ante ciertos temas en la misma forma en que su cuento, más tarde, hará reaccionar al lector. Todo cuento está así predeterminado por el aura, por la fascinación irresistible que el tema crea en su creador.
Llegamos así al fin de esta primera etapa del nacimiento de un cuento, y tocamos el umbral de su creación propiamente dicha. He aquí al cuentista, que ha escogido un tema valiéndose de esas sutiles antenas que le permiten reconocer los elementos que luego habrán de convertirse en obra de arte. El cuentista está frente a su tema, frente a ese embrión que ya es vida, pero que no ha adquirido todavía su forma definitiva. Para él ese tema tiene sentido, tiene significación. Pero si todo se redujera a eso, de poco serviría; ahora, como último término del proceso, como juez implacable, está esperando al lector, el eslabón final del proceso creador, el cumplimiento o fracaso del ciclo. Y es entonces que el cuento tiene que nacer puente, tiene que nacer pasaje, tiene que dar el salto que proyecte la significación inicial, descubierta por el autor, a ese extremo más pasivo y menos vigilante y muchas veces hasta indiferente que se llama lector. Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les basta escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que todos los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. Lo que llamo intensidad en un cuento consiste en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige. Ninguno de ustedes habrá olvidado El barril de amontillado, de Edgar A. Poe. Lo extraordinario de este cuento es la brusca prescindencia de toda descripción de ambiente. A la tercera o cuarta frase estamos en el corazón del drama, asistiendo al cumplimiento implacable de una venganza. Los asesinos, de Hemingway, es otro ejemplo de intensidad obtenida mediante la eliminación de todo lo que no converja esencialmente al drama. Pero pensemos ahora en los cuentos de Joseph Conrad, de D. H. Lawrence, de Kafka. En ellos, con modalidades típicas de cada uno, la intensidad es de otro orden, y yo prefiero darle el nombre de tensión. Es una intensidad que se ejerce en la manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado. Todavía estamos muy lejos de saber lo que va a ocurrir en el cuento, y sin embargo no podemos sustraernos a su atmósfera. En el caso de El barril de amontillado y de Los asesinos, los hechos despojados de toda preparación saltan sobre nosotros y nos atrapan; en cambio, en un relato demorado y caudaloso de Henry James -La lección del maestro, por ejemplo- se siente de inmediato que los hechos en sí carecen de importancia, que todo está en las fuerzas que los desencadenaron, en la malla sutil que los precedió y los acompaña. Pero tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor, y es aquí donde nos vamos acercando al final de este paseo por el cuento.
En mi país, y ahora en Cuba, he podido leer cuentos de los autores más variados: maduros o jóvenes, de la ciudad o del campo, entregados a la literatura por razones estéticas o por imperativos sociales del momento, comprometidos o no comprometidos. Pues bien, y aunque suene a perogrullada, tanto en la Argentina como aquí los buenos cuentos los están escribiendo quienes dominen el oficio en el sentido ya indicado. Un ejemplo argentino aclarará mejor esto. En nuestras provincias centrales y norteñas existe una larga tradición de cuentos orales, que los gauchos se transmiten de noche en torno al fogón, que los padres siguen contando a sus hijos, y que de golpe pasan por la pluma de un escritor regionalista y, en una abrumadora mayoría de casos, se convierten en pésimos cuentos. ¿Qué ha sucedido? Los relatos en sí son sabrosos, traducen y resumen la experiencia, el sentido del humor y el fatalismo del hombre de campo; algunos incluso se elevan a la dimensión trágica o poética. Cuando uno los escucha de boca de un viejo criollo, entre mate y mate, siente como una anulación del tiempo, y piensa que también los aedos griegos contaban así las hazañas de Aquiles para maravilla de pastores y viajeros. Pero en ese momento, cuando debería surgir un Homero que hiciese una Iliada o una Odisea de esa suma de tradiciones orales, en mi país surge un señor para quien la cultura de las ciudades es un signo de decadencia, para quien los cuentistas que todos amamos son estetas que escribieron para el mero deleite de clases sociales liquidadas, y ese señor entiende en cambio que para escribir un cuento lo único que hace falta es poner por escrito un relato tradicional, conservando todo lo posible el tono hablado, los giros campesinos, las incorrecciones gramaticales, eso que llaman el color local. No sé si esa manera de escribir cuentos populares se cultiva en Cuba; ojalá que no...

Etiquetas:

lunes, diciembre 18, 2006

25 de febrero de 2004
Orgía para mitómanos
Cortázar dialoga con los autores de su biblioteca personal
Blanca Berasategui
El Cultural, El Mundo, España

Las bibliotecas siempre nos hablan de sus dueños. Las bibliotecas de los escritores suelen darnos, además, muchas claves ?palabras mayores y letra pequeña? del mundo literario de su época. Si encima se trata de la biblioteca de un escritor que dialoga con pasión con los autores, que expresa en cada página su furia o su entusiasmo, que discute y corrige, que subraya y tacha a lapiz o en colores... esa biblioteca es un tesoro. La de Julio Cortázar es una de ellas. Sus libros destilan, a chorros, gustos literarios, amistades, creencias, sensaciones y compromisos de su dueño. Estoy por decir que la biblioteca personal de Cortázar es la mejor de sus autobiografías posible, porque los libros guardan, agazapados en las páginas como a hurtadillas, retazos de su vida escritos de uno en uno, durante las lecturas, a lo largo del tiempo. Esa biblioteca vive en Madrid y no es apta para la salud de los mitómanos.
La biblioteca personal de Julio Cortázar se encuentra en la Fundación Juan March de Madrid desde la primavera de 1993. Entonces, la viuda y albacea del escritor, Aurora Bernárdez, donó a la Fundación los más de cuatro mil volúmenes que Cortázar tenía en su casa parisina cuando murió, el 12 de febrero de 1984. Es, como no podía ser de otro modo, la biblioteca de un gran lector, amante, por un lado, de los grandes poetas de todos los tiempos y con la debilidad de siempre confesada por los cuentos de terror y las historias de vampiros y fantasmas. En la biblioteca de Cortázar que podemos visitar en la Juan March se tutean las antologías poéticas de los lugares más remotos (poesía precolombina, quechua, gallega, rusa, metafísica, en sánscrito) con las diferentes ediciones de dráculas (tiene siete) y las baratas historietas de misterio. Conviven prácticamente todos los clásicos españoles, leídos a conciencia, subrayados, anotados, cuestionados, con las novelas fundamentales de sus contemporáneos latinoamericanos y muchas primeras ediciones de los poetas españoles del XX. Todos ellos con mucha música ?especialmente jazz?, hablando idiomas ?su oficio de traductor explica la cantidad de libros en inglés y francés? y con el rastro inconfundible de filias y fobias, de complicidad o lejanía, con autores fundamentales de su espléndida camada literaria.Una orgía, en fin, para los mitómanos.
Orgía especialmente por la huella de letra menuda y clara que dejaba el escritor en muchos de los libros. Cortázar subrayaba hasta la extenuación, anotaba en los márgenes sus diferencias y no pasaba una errata. Las corregía todas. ?¿Por qué tantas erratas, Lezama?? escribe en la primera página de Paradiso antes de enumerar la multitud de pequeños errores que se colaron en la primera edición de la novela de Lezama Lima. Otras veces no está para contemplaciones: ?MERDE!? sentencia en la última página de la Antología del humor negro, de Breton.
Habrá que volver y volver a los libros de Cortázar, pero hay nombres, dedicatorias y libros que no ofrecen la menor duda: hay que pararse. Hay que detenerse y saborear las notas, las cruces, los asombros y las furias del escritor mientras leía:?Bravo, poeta?, ?Retórica barata, viejo!, ?Abandono en la página 76?... y demás avisos para navegantes que aparecen en las páginas de tantos libros de su biblioteca.
Cómplice de Octavio Paz
Las estaciones principales de este viaje interior por las lecturas de Cortázar se llaman Octavio Paz, Pablo Neruda, Alejandra Pizarnik, Lezama Lima, Federico García Lorca, Juan Carlos Onetti y Luis Cernuda. En todos sus libros hay complicidad y hay confidencias. También Valle-Inclán, Borges y Pedro Salinas suscitaron al autor de Rayuela su admiración y desencuentros. De García Márquez y Vargas Llosa hay sólo tenues rastros y es significativa también alguna ausencia: del nobel Cela , por ejemplo, Cortázar no tenía un solo libro.Ningún poema tampoco de Juan Ramón, ni de Guillén.
A Octavio Paz lo admiraba. No hay más que hojear cualquiera de sus libros trasegados. Se conocieron en la India en los años sesenta, cuando Paz era embajador de su país y su relación no sufrió apenas altibajos. Paz le tenía a Cortázar en el panteón de los grandes, junto a Rulfo, Borges y Neruda, y Cortázar consideraba que Octavio Paz era ?la estrella marinera de la poesía latinoamericana?. Así es que no es de extrañar que en su biblioteca se encuentre prácticamente todo, desde Libertad bajo palabra (1949) hasta algunos de los artículos publicados en la prensa en España, en los años ochenta. El mexicano le dedica así Los hijos de Limo: ?A Julio, más cerca que lejos, en un allá que es siempre aquí, Octavio?. La confianza entre ambos le permitía escribir en la primera página de Águila o sol: ?Es muy hermoso, Octavio, pero es un lenguaje del que hay que despedirse. Yo lo hice, al menos, con Estación de la mano?. El 2 de marzo de 1965, desde Delhi, le envía Paz el ensayo La palabra edificante, ?con la esperanza de verlo pronto, con la seguridad de leerlo siempre?. No hay más que hojear sus páginas amarillas y porosas teñidas de bolígrafo azul en los márgenes para saber lo mucho que le interesó a Cortázar. Un ejemplo: dice Paz ?cuando la poesía de Cernuda era menospreciada en su patria y en el resto de Hispanoamérica (pag, 82)... Y replica Cortázar: ?Te equivocas. En esos años había algún argentino ?muchos, creo? que veían en L. C. al más alto poeta español de su tiempo junto con Federico?.
El arco y la lira lo cuajó Cortázar de NO en los márgenes con bolígrafo rojo. Otras veces un no le parece insuficiente y añade con fuerza: ?Te bandeás, Octavio!?, o ?Brillante, sí, y qué? ¿ dónde la salida, el tercer camino, la síntesis definitiva, el salto sintético??, o ?Es mucho peor de lo que dices, Octavio?, o ?Más bien es al VERSE, Octavio!?. En la pág. 76 aclara Cortázar que, ?al final de su vida, Ezra Pound hizo las paces con Whitman?, y, más adelante, cuando se lamenta Paz de que Unamuno hubiese ignorado el humor, salta Cortázar: ?España, querido?.
No hay derecho a escribir tan mal
No resisto la tentación de ocultar la coda que le dedicó Cortázar a la primera mujer de Octavio Paz, Elena Garro, señora culta y novelista discreta. En 1980 publicó el libro de relatos Andamos huyendo Lola y, en la primera página, escribe Cortázar: ?Abandono en la página 76. No hay derecho a escribir tan mal. Pero los dos primeros cuentos son bonitos?. Y en la página 72, es decir, unos minutos antes de abandonar, escribe: ?¿Por qué redactaste tan mal este cuento, Elenita??
Las erratas le molestaban enormemente a Cortázar. Las cazaba todas, así que no hay apenas libros en su biblioteca que no tuviera encima la espada, silenciosa a veces y a veces indignada de signos ortográficos, de su bolígrafo. Los libros de Lezama eran en eso especialmente promiscuos, así que en la última página de Paradiso, a modo de memorial de agravios va Cortázar, página a página, cantando las cuarenta, porque más de cuarenta cita. La dedicatoria de Paradiso escrita por Lezama en diminutas líneas verdes es una belleza: ?Para mi querido amigo Julio Cortázar, el mismo día que recibí su magnífica Rayuela, le envío mi Paradiso. Entre Ud. y yo hay un cariño muy grande, sin habernos casi tratado, a veces se lo atribuyo al común ancestro vasco, pero otras me parece como si los dos hubiéramos estudiado en el mismo colegio, o vivido en el mismo barrio, o a que cuando uno de nosotros dos duerme, el otro vela y lee en la buena estrella.
Pronto le escribo sobre su novela. Venga otra vez por La Habana, todos nosotros lo recordamos y lo admiramos. Y lo esperamos siempre.
Mi mejor abrazo es para J. Cortázar. Suyo, J. Lezama Lima?.
Se conocían desde 1957. La revista Orígenes, que dirigía Lezama desde La Habana, tuvo la culpa. La leyó Cortázar en París y sintió que ?debía decirle a Lezama que su texto le había dado acceso a un dominio fabuloso de la literatura?. Enseguida recibió del cubano un paquete de libros, entre ellos Tratados en la Habana, con esta dedicatoria: ?A Julio Cortázar, por su ardido traspasar del paredón en ancho?. Durante muchos años intercambian correspondencia, confidencias y discusiones. Otro de sus libros, La cantidad hechizada, se abre con esta complicada dedicatoria: ?Para Julio Cortázar, el misterio de la amistad se iguala en ti a la alegre sorpresa de toda tu obra en esa fiesta de la epopeya que es tu escritura, ?la danza del intelecto entre las palabras?, según Pound. Mi admiración te puede abrazar. Tu amigo, José Lezama Lima?.
Complicidad con Neruda
En el 66 publica Lezama Órbita. La tiene Cortázar muy anotada y, como siempre, se la dedica el cubano con generosidad y mucha enjundia. Entre otras cosas, le dice que ?en años que eran muy difíciles, recibí siempre su palabra de comprensión y eso se lo agradeceré siempre. La realización de su obra era para mi una noticia alegre. Los dos podemos decir el verso de Orfeo: ?escribimos para aquellos que están en la obligacion de leernos?. Lo quiere y lo admira mucho, J. Lezama Lima, marzo, 1966?. Cortázar dejó escrita la pobreza en la que le había dejado la muerte de Lezama: ?No es fácil habituarse a estos enormes huecos en nuestras vidas?.
Cortázar disfrutó mucho leyendo Confieso que he vivido. Con Neruda le unían muchas cosas pero la fundamental era la poesía. Hablan de tú a tú y, a medida que avanza la lectura, el bolígrafo verde de Cortázar se va imponiendo y casi no hay página sin réplica, sin admiración, sin complicidad, sin desacuerdo. Me resulta imposible explicar tal grado de humor y sintonía que desprende este ejemplar, realmente vivido. A veces, también le corrrige: ?¡Craso error, Pablo!? ,y se mete con su editor: ?Che Otero Silva, qué manera de revisar el manuscrito, carajo!?. Las memorias del poeta le dan pie a terciar sobre Pinochet: ?Los objetos que regalaste al pueblo chileno, Pinochet se las venderá a los yanquies, es lo más seguro?. Y cuando Pablo habla del Che y dice que los subtenientes de una guerrilla no pueden dirigir un Estado, añade Cortázar: ?Pero, claro, los burócratas del PC tampoco?. Luego, confiesa el poeta que se comería toda la tierra y que se bebería todo el mar, y su amigo Cortázar le añade al margen, divertido: ?Lo hiciste, Pablo, y a los demás les duele?. Y más adelante, Neruda habla con melancolía de la soledad del niño poeta que fue, y es cuando Julio Cortázar exclama: ?También me pasó a mí. También mi madre creía que plagiaba!?.
?Ni comedia, ni bárbara!?
De España escribe mucho Cortázar en los libros de sus escritores preferidos. Valle-Inclán era uno de ellos y, sin embargo, en el ejemplar de Águila de blasón (Losada, 1957) que leyó Cortazar lo deja temblando. En su última página escribió: ?Enorme y triste parodia, ni comedia, ni bárbara. Retórica barata, viejo!? Y en una de las páginas interiores, leo: ?Horror de aquellos que dan más importancia a lo que no les gusta que a lo que les gusta?. Y remacha: ?Bodrio! Necrofilia gallega y barata!?.
?Cernuda, ¡maravilloso!?
De Luis Cernuda, Cortázar tenía dos libros en su biblioteca: Poesía y Literatura (el ejemplar en realidad era de Vargas Llosa y está fechado en Paris, 1965) y La realidad y el deseo. En este caso, el escritor subraya con lápiz tenue, pero la pasión va por dentro. ?¡Maravilloso!?, grita desde una de las múltiples hojas subrayadas. En la pág. 28 anota: ?La más íntima, sola, poesía. Rumorosa y mínima. Preludio de una tristeza segura?. Dos páginas adelante, añade Cortázar: ?Aquí, una adjetivación suntuosa, excesiva. ¡Pero cómo ordena tanta sustancia peligrosa. Un ritmo sabio y una estructura severa. Aquí vuelvo a hallarte, poeta?. En la pág 205 Cernuda publica su poema al Niño Muerto. Al margen, Cortázar escribe: ?Después de mi 14 de abril, cómo no sentir más estos versos, cómo no quemar mi llanto pegado al tuyo!?. Y remata en la última página de La realidad y el deseo: ?Un grande, un maravilloso libro, poeta! En Poesía y Literatura se queja en la última pagina: ?Compara a Galdós con Cervantes y Shakespeare. ¡No, hombre, por favor!?
También leyó, claro, a Lorca. En su biblioteca encuentro un Así que pasen cinco años y un Poeta en Nueva York muy anotados. ?¿No hay en todo ésto (1931) ?escribe Cortázar en el ejemplar de Así que...? un anuncio de lo que luego orquestó Salinas en La voz a ti debida, en 1933??. Poeta en Nueva York le hace brincar y escribir ?¡Poeta, Estupendo?, entre ocho o diez admiraciones.
Nos cuenta Cortázar que a Pedro Salinas lo leyó en un restaurante de Wiesbaden?y hacía frío?. Tenía la edición de Poesías Completas, de Aguilar, 1961, donde el poemario de La voz a ti debida aparece disfrutado a fondo. ?Esto es un poema. Habrá que excusarse por troncharlo?, escribe Cortázar. Y añade: ?Releo en Weisbaden, en el restaurant Zagreb, lleno de vampiros. La mujer de negro (autómata de Hoffmann) el propietario out of a Polansky film, el mozo (?camarero, che!?) con patillas, barba azul, todos mirando a los clientes como si les calcularan los glóbulos rojos. Very Beautiful. Y entonces, Salinas?.
Un poema de Borges diferente
Desde mediados de los años cuarenta data la amistad entre estos dos grandes de la literatura que muchas veces expresaron en público su mutua admiración y sus desencuentros múltiples. Ya en 1946 publicó Cortázar un cuento en Los anales de Buenos Aires, dirigida por Borges. ?Lo que creo que Borges me enseñó a míy a toda mi generación fue la severidad, escribió Cortázar. Borges no dedicaba nunca sus libros, pero Cortázar los tenía casi todos en su biblioteca. En la mayor parte delata su admiración. A veces, sin embargo, escribe:?Penoso!?. La sorpresa la encuentro en Zoología fantástica. Dentro del ejemplar hay una copia del poema?In memoriam A. R?., dedicado a Alfonso Reyes, que forma parte de El hacedor, con interesantes variaciones. Así, los dos primeros versos de la segunda estrofa son diferentes: ?Dominaba (lo he visto) el oportuno/ Arte que no logró el ansiado Ulises? aparece en la versión de su Biblioteca, mientras que en la versión definitiva son: ?Supo bien aquel arte que ninguno/ Supo del todo, ni Simbad ni Ulises?. En la cuarta estrofa, el verso primero es ?En los trabajos lo animó la ufana?, que acabaría convertido en ?En los trabajos lo asistió la humana?. Falta completa la séptima estrofa. En la octava, la ?minuciosa providencia? se convierte en ?la indescifrable providencia?. Y en la estrofa final hay cambios sustanciales. Así, en la versión de la biblioteca, leemos: ?Al audaz tributemos y al diverso/ Las palmas y el clamor de una victoria;/ No profanen las lágrimas el verso/ Que nuestro amor inscribe a su memoria?, que apareció así publicado: ?Al impar tributemos, al diverso/ Las palmas y el clamor de la victoria;/ No profane mi lágrima el verso/ Que nuestro amor inscribe a su memoria?.
Cariño no literario de Onetti
Inmensa complicidad con Onetti . Tenía Cortázar toda su obra. En Dejemos hablar al viento (Alfaguara, 1971) escribe: ?Para Julio Cortázar que abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana la pobre, Onetti. Con cariño no literario, Onetti?. Y en Tiempo de abrazar (Arca) encuentro una tarjeta de visita de su editor. Está escrita a máquina y fechada en Montevideo el 14 de febrero de 1974. Se dirige a Cortázar: ?Le adjunto nuestro último libro de Onetti cuya injusta prisión tanto nos duele e indigna. Más aún que toda nuestra prensa participa en este momento de una muy bien orquestada campaña internacional repudiando la actitud soviética en el caso Solzenitzen y guarda un silencio sepulcral ante la detención de Quijano, Alfaro, Onetti y Marra. Siendo ?el delito? de Onetti haber sido jurado de un concurso literario que decretó ganador a un cuento con cuya terminología y enfoque literario él había ya adelantado sus reservas. Desgraciadamente el fascismo manda en nuestro país y todos nos preguntamos, con desesperación, si no estaremos en el próximo otoño enfrentados a un calco de lo de Chile. Reciba mi admiración y estima, Eduardo Irazabal?.
Hay que volver a esta biblioteca.

Etiquetas:

viernes, diciembre 15, 2006

Aquí Alejandra


por Julio Cortázar



A Alejandra Pizarnik


Bicho aquí,
aquí contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.
Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa
Salvo que ya están todas
como vos, como ves,
intercesoras,
llueve en la rue de l'Eperon
y Janis Joplin.
Alejandra, mi bicho,
vení a estas líneas, a este papel de arroz
dale abad a la zorra,
a este fieltro que juega con tu pelo

(Amabas, esas cosas nimias
aboli bibelot d'inanité sonore
las gomas y los sobres
una papelería de juguete
el estuche de lápices
los cuadernos rayados)

Vení, quedate.
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.
Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse
este vaso es difícil,
este fósforo.
y no te gusta verme en lo que es mío,
en mi ropa en mis libros
y no te gusta esta predilección
por Gerry Mulligan,
quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo, cómo
se puede estar cuando no hay nada
más que la niebla de los cigarrillos,
como vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día
No puede ser, decís, no puede ser.

Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así, Alejandra,
acurrúcate aquí, bebé conmigo,
mirá, las he llamado,
vendrán seguro las intercesoras,
el party para vos, la fiesta entera,
Erszebet,
Karen Blixen
ya van cayendo, saben
que es nuestra noche, con el pelo mojado
suben los cuatro pisos, y las viejas
de los departamentos las espían Leonora Carrington, mirala,
Unica Zorn con un murciélago
Clarice Lispector, agua viva,
burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo
con un reloj de arena donde se agita un láser
y la chica uruguaya que fue buena con vos
sin que jamás supieras
su verdadero nombre,
qué rejunta, qué húmedo ajedrez,
qué maison close de telarañas, de Thelonious,
que larga hermosa puede ser la noche
con vos y Joni Mitchell
con vos y Hélène Martin
con las intercesoras
animula el tabaco
vagula Anaïs Nin
blandula vodka tónic

No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya verás, ya están llegando
con Ezra Pound y marihuana
con los sobres de sopa y un pescado
que sobrenadará olvidado, eso es seguro,
en un palangana con esponjas
entre supositorios y jamás contestados telegramas.
Olga es un árbol de humo, cómo fuma
esa morocha herida de petreles,
y Natalía Ginzburg, que desteje
el ramo de gladiolos que no trajo.
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch,
Max Roach, Silvina Ocampo,
alguien en la cocina hace café
su culebra contando
dos terrones un beso
Léo Ferré
No pienses más en las ventanas
el detrás el afuera
Llueve en Rangoon ---
Y qué.
Aquí los juegos. El murmullo
(Consonantes de pájaro
vocales de heliotropo)
Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.

Etiquetas:

martes, diciembre 12, 2006

Circe


Julio Cortázar
And one kiss I had of her mouth, as I took the apple from her hand. But while I
bit it, my brain whirled and my foot stumbled; and I felt my crashing fall
through the tangled boughs beneath her feet, and saw the dead white faces that
welcomed me in the pit.
Dante Gabriel Rossetti The Orchard-Pit

Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes entrecortados, la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las palabras con delicia de bolo vegetal. Y también la chica de la farmacia -?no porque yo lo crea, pero si fuese verdad, ¡qué horrible!?- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lápices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia Mañara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser así, pero en Mario se abría paso a puerta limpia un aire de rabia subiéndole a la cara. Odió de improviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los había querido nunca, sólo la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la de la casa de altos le negó el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volvía del trabajo entraba ostensiblemente para saludar a los Mañara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que había matado a sus dos novios.
Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo", y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la ruptura manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces la escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.
Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguió viéndola dos veces por semana cuando volvía del banco. Era ya verano y Delia quería salir a veces, iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumplió diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas -todavía estaba de negro- los veintidós.
Los Mañara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor sólo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y los Mañara, se dejaba pasear y comprar cosas, volver con la última luz y recibir los domingos por la tarde. A veces salía sola hasta el antiguo barrio, donde Héctor la había festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerró con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo fractura del cráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, y aunque ya estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feo detalle. Delia se había quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos estaba cerca de él y fue la primera en gritar. En cambio Héctor murió solo, en una noche de helada blanca, a las cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los sábados.
Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavía con el luto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho), aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una "visita", y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estación Medrano, miraba a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. Medía ese blanco sobre negro, esa distancia. Pero Delia se acercaría cuando volviera al gris, a los claros sombreros para el domingo de mañana.
Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataques cardíacos o asfixia por inmersión. Muchos conejos languidecen y mueren en las casas, en los patios. Muchos perros rehúyen o aceptan las caricias. Las pocas líneas que Héctor dejó a su madre, los sollozos que la de la casa de altos dijo haber oído en el zaguán de los Mañara la noche en que murió Rolo (pero antes del golpe), el rostro de Delia los primeros días... La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cómo de tantos nudos agregándose nace al final el trozo de tapiz -Mario vería a veces el tapiz, con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.
?Perdóname mi muerte, es imposible que entiendas, pero perdóname, mamá.? Un papelito arrancado al borde de Crítica, apretado con una piedra al lado del saco que quedó como un mojón para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche había sido tan feliz, claro que lo habían visto raro las últimas semanas; no raro, mejor distraído, mirando el aire como si viera cosas. Igual que si tratara de escribir algo en el aire, descifrar un enigma. Todos los muchachos del café Rubí estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no, le falló el corazón de golpe, Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y un Chevrolet doble faetón, de manera que pocos lo habían confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de altos sostuvo días y días que el llanto de Rolo había sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi enseguida el golpe atroz de la cabeza contra el escalón, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya inútil.
Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia sabría exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Mañara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Héctor sin violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional. Cuando Mario se agregó, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, más palpable y solícita de sábado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad episódica, un día tocó el piano, otra vez jugó al ludo; era más dulce con Mario, lo hacía sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o de bordado. Nunca le decía nada de los postres o los bombones, a Mario le extrañaba, pero lo atribuía a delicadeza, a miedo de aburrirlo. Los Mañara alababan los licores de Delia; una noche quisieron servirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que había volcado casi todas las botellas. "A Héctor...", empezó plañidera su madre, y no dijo más por no apenar a Mario. Después se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocación de los novios. No volvieron a hablar de licores hasta que Delia recobró la animación y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Mañara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con teléfonos, y lo hicieron quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego él les dijo lo del ascenso, y que le traía bombones a Delia.
-Hiciste mal en comprar eso, pero andá, lleváselos, está en la sala. -Y lo miraron salir y se miraron hasta que Mañara se sacó los teléfonos como si se quitara una corona de laurel, y la señora suspiró desviando los ojos. De pronto los dos parecían desdichados, perdidos. Con un gesto turbio Mañara levantó la palanquita de la galena.
Delia se quedó mirando la caja y no hizo mucho caso de los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabía hacer bombones. Parecía excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empezó a describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los baños de chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perforó uno de los que le traía Mario para mostrarle cómo se los manipulaba; Mario veía sus dedos demasiado blancos contra el bombón, mirándola explicar le parecía un cirujano pausando un delicado tiempo quirúrgico. El bombón como una menuda laucha entre los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sintió un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. ?Tire ese bombón?, hubiera querido decirle. ?Tírelo lejos, no vaya a llevárselo a la boca, porque está vivo, es un ratón vivo.? Después le volvió la alegría del ascenso, oyó a Delia repetir la receta del licor de té, del licor de rosa... Hundió los dedos en la caja y comió dos, tres bombones seguidos. Delia se sonreía como burlándose. Él se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. ?El tercer novio?, pensó raramente. ?Decirle así: su tercer novio, pero vivo.?
Ahora ya es más difícil hablar de esto, está mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidos menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los recuerdos; parece que él iba más seguido a lo de Mañara, la vuelta a la vida de Delia lo ceñía a sus gustos y a sus caprichos, hasta los Mañara le pidieron con algún recelo que alentara a Delia, y él compraba las sustancias para los licores, los filtros y embudos que ella recibía con una grave satisfacción en la que Mario sospechaba un poco de amor, por lo menos algún olvido de los muertos.
Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecía sin sonreír, pero dándole lo mejor del postre y el café muy caliente. Por fin habían cesado los chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quién sabe si los bofetones al más chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso; Mario llegó a creer que habían recapacitado, que absolvían a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habló de su casa en lo de Mañara, ni mencionó a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de otra; la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanza de que el futuro acercara las casas, las gentes, sordo al paso incomprensible que sentía -a veces, a solas- como íntimamente ajeno y oscuro.
Otras gentes no iban a ver a los Mañara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o de amigos. Mario no tenía necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos sabían que era él. En diciembre, con un calor húmedo y dulce, Delia logró el licor de naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Mañara no quisieron probarlo, seguros de que les haría mal. Delia no se ofendió, pero estaba como transfigurada mientras Mario sorbía apreciativo el dedalito violáceo lleno de luz naranja, de olor quemante. "Me va a hacer morir de calor, pero está delicioso", dijo una o dos veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observó: "Lo hice para vos". Los Mañara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince días de trabajo.
A Rolo le habían gustado los licores de Delia, Mario lo supo por unas palabras de Mañara dichas al pasar cuando Delia no estaba: ?Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tenía miedo por el corazón. El alcohol es malo para el corazón.? Tener un novio tan delicado, Mario comprendía ahora la liberación que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Mañara qué le gustaba a Héctor, si también Delia le hacía licores o postres a Héctor. Pensó en los bombones que Delia volvía a ensayar y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le decía a Mario que Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Después de pedir muchas veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con un asomo de menta y nuez moscada mezclándose raramente-, Delia tenía los ojos bajos y el aire modesto. Se negó a aceptar los elogios, no era más que un ensayo y aún estaba lejos de lo que se proponía. Pero a la visita siguiente -también de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permitió probar otro ensayo. Había que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Mario obediente cerró los ojos y adivinó un sabor a mandarina, levísimo, viniendo desde lo más hondo del chocolate. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes, no alcanzó a sentir su sabor y era sólo la sensación agradable de encontrar un apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.
Delia estaba contenta del resultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba a lo que había esperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. Los Mañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que se pasaba las horas preparando los licores, los bombones. No lo decían con reproche, pero tampoco estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delia los afligían. Entonces pidió a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca antes, le pasó los brazos por el cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a menta. Mario cerró los ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.
No supo si le había devuelto el beso, tal vez se quedó quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra de la sala. Ella tocó el piano, como casi nunca ahora, y le pidió que volviera al otro día. Nunca habían hablado con esa voz, nunca se habían callado así. Los Mañara sospecharon algo, porque vinieron agitando los periódicos y con noticias de un aviador perdido en el Atlántico. Eran días en que muchos aviadores se quedaban a mitad del Atlántico. Alguien encendió la luz y Delia se apartó enojada del piano, a Mario le pareció un instante que su gesto ante la luz tenía algo de la fuga enceguecida del ciempiés, una loca carrera por las paredes. Abría y cerraba las manos, en el vano de la puerta, y después volvió como avergonzada, mirando de reojo a los Mañara; los miraba de reojo y se sonreía.
Sin sorpresa, casi como una confirmación, midió Mario esa noche la fragilidad de la paz de Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase; Héctor era ya el desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manías delicadas, la manipulación de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercanía de las mariposas y los gatos, el aura de su respiración a medias en la muerte. Se prometió una caridad sin límites, una cura de años en habitaciones claras y parques alejados del recuerdo; tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese más una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir.
Creyó que los Mañara iban a alegrarse cuando él empezara a traerle los extractos a Delia; en cambio se enfurruñaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban transando y yéndose, sobre todo cuando venía la hora de las pruebas, siempre en la sala y casi de noche, y había que cerrar los ojos y definir -con cuántas vacilaciones a veces por la sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, pequeño milagro en el plato de alpaca.
A cambio de esas atenciones, Mario obtenía de Delia una promesa de ir juntos al cine o pasear por Palermo. En los Mañara advertía gratitud y complicidad cada vez que venía a buscarla el sábado de tarde o la mañana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos en la casa para oír radio o jugar a las cartas. Pero también sospechó una repugnancia de Delia a irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Mañara se alegró más, entonces se divertía de veras en la Exposición Rural, quería pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudiándolos hasta cansarse. El aire puro le hacía bien, Mario le vio una tez más clara y un andar decidido. Lástima esa vuelta vespertina al laboratorio, el ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la absorbían al punto de dejar los licores; ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A los Mañara nunca; Mario sospechaba sin razones que los Mañara hubieran rehusado probar sabores nuevos; preferían los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero como invitándolos, ellos escogían las formas simples, las de antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario lo divertía el sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distraído. Guardaba para él las novedades, a último momento venía de la cocina con el platito de alpaca; una vez se hizo tarde tocando el piano y Delia dejó que la acompañara hasta la cocina para buscar unos bombones nuevos. Cuando encendió la luz, Mario vio el gato dormido en su rincón y las cucarachas que huían por las baldosas. Se acordó de la cocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los zócalos. Aquella noche los bombones tenían gusto a moka y un dejo raramente salado (en lo más lejano del sabor), como si al final del gusto se escondiera una lágrima; era idiota pensar en eso, en el resto de las lágrimas caídas la noche de Rolo en el zaguán.
-El pez de color está tan triste -dijo Delia, mostrándole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones. Un pececillo rosa translúcido dormitaba con un acompasado movimiento de la boca. Su ojo frío miraba a Mario como una perla viva. Mario pensó en el ojo salado como una lágrima que resbalaría entre los dientes al mascarlo.
-Hay que renovarle más seguido el agua -propuso.
-Es inútil, está viejo y enfermo. Mañana se va a morir.
A él le sonó el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos. Todavía tan cerca de aquello, del peldaño y el muelle, con fotos de Héctor apareciendo de golpe entre los pares de medias o las enaguas de verano. Y una flor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.
Antes de irse le pidió que se casara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso. Delia parecía querer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miró brillantemente, irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademán casi mágico.
-Entonces sos mi novio -dijo-. Qué distinto me parecés, qué cambiado.
Madre Celeste oyó sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el día no se movió de su cuarto, adonde entraban de a uno los hermanos para salir con caras largas y vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver fútbol y por la noche llevó rosas a Delia. Los Mañara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era íntimo y a la vez más lejano. Perdían la simplicidad de amigos para mirarse con los ojos del pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario besó a Delia, besó a mamá Mañara y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en él, nuevo soporte del hogar, pero no le venían las palabras. Se notaba que también los Mañara hubieran querido decirle algo y no se animaban. Agitando los periódicos volvieron a su cuarto y Mario se quedó con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.
Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a papá Mañara fuera de la casa para hablarle de los anónimos. Después lo creyó inútilmente cruel porque nada podía hacerse contra esos miserables que lo hostigaban. El peor vino un sábado a mediodía en un sobre azul, Mario se quedó mirando la fotografía de Héctor en Última Hora y los párrafos subrayados con tinta azul. "Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de los familiares". Pensó raramente que los familiares de Héctor no habían aparecido más por lo de Mañara. Quizá fueron alguna vez en los primeros días. Se acordaba ahora del pez de color, los Mañara habían dicho que era regalo de la madre de Héctor. Pez de color muerto el día anunciado por Delia. Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo. Quemó el sobre, el recorte, hizo un recuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia, salvarla en sí mismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco días (no había hablado con Delia ni con los Mañara), vino el segundo. En la cartulina celeste había primero una estrellita (no se sabía por qué) y después: "Yo que usted tendría cuidado con el escalón de la cancel". Del sobre salió un perfume vago a jabón de almendra. Mario pensó si la de la casa de altos usaría jabón de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la cómoda de Madre Celeste y de su hermana. También quemó este anónimo, tampoco le dijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres del veintitantos, ahora iba después de cenar a lo de Delia y hablaban paseándose por el jardincito de atrás o dando vuelta a la manzana. Con el calor comían menos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos, pero traía pocas muestras a la sala, prefería guardarlos en cajas antiguas, protegidos en moldecitos, con un fino césped de papel verde claro por encima. Mario la notó inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrás en las esquinas, y la noche que hizo un gesto de rechazo al llegar al buzón de Medrano y Rivadavia, Mario comprendió que también a ella la estaban torturando desde lejos; que compartían sin decirlo un mismo hostigamiento.
Se encontró con papá Mañara en el Munich de Cangallo y Pueyrredón, lo colmó de cerveza y papas fritas sin arrancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara de la cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habló de los anónimos, la nerviosidad de Delia, el buzón de Medrano y Rivadavia.
-Ya sé que apenas nos casemos se acabarán estas infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que la protejan. Una cosa así puede hacerle daño. Es tan delicada, tan sensible.
-Vos querés decir que se puede volver loca, ¿no es cierto?
-Bueno, no es eso. Pero si recibe anónimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...
-Vos no la conocés a Delia. Los anónimos se los pasa... quiero decir que no le hacen mella. Es más dura de lo que te pensás.
-Pero mire que está como sobresaltada, que algo la trabaja -atinó a decir indefenso Mario.
-No es por eso, sabés. -Bebía su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozco bien.
-¿Antes de qué?
-Antes de que se le murieran, zonzo. Pagá que estoy apurado.
Quiso protestar, pero papá Mañara estaba ya andando hacia la puerta. Le hizo un gesto vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se animó a seguirlo, ni siquiera pensar mucho lo que acababa de oír. Ahora estaba otra vez solo como al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Mañara. Hasta los Mañara.
Delia sospechaba algo porque lo recibió distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Mañara habían hablado del encuentro en el Munich. Mario esperó que tocara el tema para ayudarla a salir de ese silencio, pero ella prefería Rose Marie y un poco de Schumann, los tangos de Pacho con un compás cortado y entrador, hasta que los Mañara llegaron con galletitas y málaga y encendieron todas las luces. Se habló de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia creía que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Mañara le daban la razón sin opinar, pero no parecían convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, que él mismo eligiera los pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se moriría; tal vez el aceite le prolongara la vida un poco más. Oyeron a un diariero en la esquina y los Mañara corrieron juntos a comprar Última Hora. A una muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la sala. Quedó la lámpara en la mesa del rincón, manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno del piano había una luz velada.
Mario preguntó por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los anónimos, un resto de miedo a equivocarse lo detenía cada vez. Delia estaba junto a él en el sofá verde oscuro, su ropa celeste la recortaba débilmente en la penumbra. Una vez que quiso besarla, la sintió contraerse poco a poco.
-Mamá va a volver a despedirse. Esperá que se vayan a la cama...
Afuera se oía a los Mañara, el crujir del diario, su diálogo continuo. No tenían sueño esa noche, las once y media y seguían charlando. Delia volvió al piano, como obstinándose tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escalas y adornos un poco cursis, pero que a Mario le encantaban, y siguió en el piano hasta que los Mañara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que él era de la familia tenía que velar más que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto, pero rendidos de sueño, el calor entraba a bocanadas por la puerta del zaguán y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina, aunque Delia quería servírselo y se molestó un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en la ventana, mirando la calle vacía por donde antes en noches iguales se iban Rolo y Héctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que Delia guardaba en la mano como otra pequeña luna. No había querido pedirle a Mario que probara delante de los Mañara, él tenía que comprender cómo la cansaban los reproches de los Mañara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones -claro que si no tenía ganas, pero nadie le merecía más confianza, los Mañara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofrecía el bombón como suplicando, pero Mario comprendió el deseo que poblaba su voz, ahora lo abarcaba con una claridad que no venía de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano (no había bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bombón, con Delia a su lado esperando el veredicto, anhelosa la respiración, como si todo dependiera de eso, sin hablar pero urgiéndolo con el gesto, los ojos crecidos -o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acercó el bombón a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gemía como si en medio de un placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apretó apenas los flancos del bombón, pero no lo miraba, tenía los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban, dividiendo el bombón. La luna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado.
Cuando le tiró los pedazos a la cara, Delia se tapó los ojos y empezó a sollozar, jadeando en un hipo que la ahogaba, cada vez más agudo el llanto, como la noche de Rolo; entonces los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le subía del pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por retorcimientos, pero él quería solamente que se callara y apretaba para que solamente se callara; la de la casa de altos estaría ya escuchando con miedo y delicia, de modo que había que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde había encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos, todavía arrastrándose para morir dentro de la casa, oía la respiración de los Mañara levantados, escondiéndose en el comedor para espiarlos, estaba seguro de que los Mañara habían oído y estaban ahí contra la puerta, en la sombra del comedor, oyendo cómo él hacía callar a Delia. Aflojó el apretón y la dejó resbalar hasta el sofá, convulsa y negra, pero viva. Oía jadear a los Mañara, le dieron lástima por tantas cosas, por Delia misma, por dejársela otra vez y viva. Igual que Héctor y Rolo, se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lástima de los Mañara, que habían estado ahí agazapados y esperando que él -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto de Delia.

Etiquetas:

sábado, diciembre 09, 2006

El paso de Cortázar por el Cine


por Joel del Río

De todos los escritores latinoamericanos del boom y el postboom de seguro es el argentino Julio Cortázar quien sostuvo y cultivó relaciones más cordiales con el cine. Excelentes, auténticos clásicos resultaron algunos de los filmes inspirados en sus relatos cortos, y si bien la mayoría de los cineastas, noveles y consagrados, retroceden ante la monumentalidad de Rayuela, algunos motivos de esta novela pueden percibirse dispersos por alguna que otra cinta como Tangos, el exilio de Gardel (1985), de Fernando Solanas, que dista muchísimo de ser siquiera una adaptación libre, pero confluye con la genial novela en más de un vericueto nostálgico suministrado por el exilio argentino en París. El primer cineasta que adaptó una obra de Cortázar, y el más fiel y constante en el empeño de llevarlas a la gran pantalla, fue su compatriota Manuel Antin, quien en 1961 filmó La cifra impar, protagonizada por el actor y luego director chileno Lautaro Murúa, y basada en el cuento Cartas de mamá, del libro Las armas secretas. De Cortázar, y también de la nueva ola francesa, tomó Antin las alteraciones constantes en la cronología de la narración, pues el filme se mueve entre pasado y presente, Buenos Aires y París, los muertos y los vivos, lo dicho y lo imaginado. La cifra impar fue premiada por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina: Premios Opera Prima, Mejor Director, Mejor Escenografía y Mejor Montaje. El escritor quedó tan conforme con esta primera adaptación que autorizó al director para que emprendiera la adaptación de otros relatos. En 1963, Antin repitió la experiencia de materializar en luces y sombras la imaginería cronopia con Circe (adaptación de uno de los cuentos de Bestiario) con Graciela Borges y Sergio Renán en el protagónico, y la participación directa del escritor en el proyecto, puesto que se encargó de escribir los diálogos. De inmediato, Antin realizó otra película inspirada en Cortázar: Intimidad de los parques (1964), basada en los cuentos Continuidad de los parques y El ídolo de las Cícladas, que fue filmada en Perú (Lima y Macchu Pichu), con el protagonismo del español Francisco Rabal y la argentina Dora Baret. La segunda mitad de los años sesenta encuentra un Cortázar de fama mundial. Y es entonces que dos de los más célebres realizadores europeos, el italiano Michelangelo Antonioni y el francés Jean Luc Godard, las dos personas que se las arreglaron para cambiar la cara, la voz y el corazón del cine mundial. El maestro de la incomunicación abandona su Italia natal para concentrarse en el swinging London de los Beatles y la minifalda. David Hemmings hace el papel del fotógrafo de modas que es testigo involuntario de un homicidio, en esa oda a lo engañoso de las apariencias que es Blow Up (1966), laureada con una Palma de Oro en el Festival de Cannes, y basada en el cuento Las babas del diablo. Con Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Jane Birkin y la modelo Verushka, el filme fue tan polémico como las anteriores obras anteriores de Antonioni: Desierto Rojo, 1964; El Eclipse, 1962; La Noche, 1961 y La Aventura, 1960. Weekend (1967) de Jean-Luc Godard, es una adaptación de La autopista del sur, perteneciente al libro Todos los fuegos el fuego, y que cuenta las diversas reacciones que destapa un tremendo embotellamiento. El mismo cuento sirvió de inspiración para Los embotellados, que dirigió Luigi Comencini diez años después con uno de los repartos más estelares reunidos jamás en una producción europea. En cambio, Weekend era más sobria (si cabe la palabra para evaluar un filme de Godard) y también mucho más imaginativa. La protagonizaban los entonces muy populares Mireille Darc y Jean Yanne, y pretendía proyectar el cataclismo de la moral y el consumismo pequeño burgueses, con su pareja protagónica sumergida en el caos incomprensible de la vida moderna. En época más reciente no disminuyó el acercamiento del cine y Cortázar. En cuanto al cine de ficción, mientras en países tan distantes como Lituania se rodaba el elogiado cortometraje Autobús (1994) inspirado en el cuento homónimo y dirigido por Vytautas Palsis, en Argentina el cine no se había olvidado ni mucho menos de uno de sus escritores mayores. Ese mismo año el público accede a uno de los mejores documentales latinoamericanos de esa década, Cortázar, de Tristán Bauer, en el cual se incluyen tangos interpretados por Tata Cedrón, con música de Edgardo Contón y Juan José Mosolini, y letra de Julio Cortázar. Poco después, también en Argentina, aparece Diario para un cuento, que cuenta la historia de un traductor quien trabaja en el puerto de Buenos Aires traduciendo las cartas de amor que reciben las prostitutas. Se inspiraba en el cuento del mismo nombre adaptado y dirigido para la gran pantalla por Jana Bokova, con la anuencia de un buen reparto donde destacaron Germán Palacios, Inés Estévez y Héctor Alterio. Diario para un cuento fue galardonada por la Asociación de Críticos Argentinos con el Cóndor de Plata por su guión y actor protagónico. También en Francia, un país donde la obra de Cortázar ha sido adorada, se estrenó Furia (1999) alegoría futurista y surrealista de Alexandre Aja, basada en el cuento Graffiti, con la actuación de Stanislas Merhar y Marion Cotillard. Misterios metafísicos, enigmas e intrigas totalmente indescifrables, exámenes casi abstractos de la subjetividad y la percepción individual, seres incomunicados, trágicos, arrebatados, poblaron las muchas versiones que de sus cuentos llegaron a la gran pantalla luego de La cifra impar. Pero quienes conozcan la obra narrativa de Cortázar y confíen en las posibilidades expresivas y sugestivas del cine, convendrán conmigo en que el futuro seguramente depara más de una sorpresa a este respecto.
Tomado de La Jiribilla

Etiquetas:

lunes, diciembre 04, 2006

Homenaje a Alain Resnais

Por Julio Cortázar


......................................................................................................................................................

tras un pasillo y una puerta que se abre a otro pasillo, que

sigue hasta perderse


......................................................................................................................................................
desde un pasaje que conduce
a la escalera que remonta
a las terrrazas

......................................................................................................................................................
donde la luna multiplica
las rejas y las horas
......................................................................................................................................................
hasta una alcoba en la que espera
una mujer de blanco
al término de un largo recorrido

......................................................................................................................................................
más allá de una puerta y un pasillo
que repite las puertas hasta el límite
que el ojo alcanza en la penumbra

......................................................................................................................................................
por un zaguán donde hay una ventana
cerrada, que vigila un hombre
......................................................................................................................................................
en una operación combinatoria
en la que el muerto boca abajo
es otra indagación que recomienza

......................................................................................................................................................
ante un espejo que denuncia
o acaso altera las siluetas

.......................................................................................................................................................

Etiquetas: , , ,

viernes, diciembre 01, 2006

Cortazar en IMDB

IMDB es la base de datos internacional sobre películas, hoy se me ocurrió preguntarle sobre Cortázar.

http://www.imdb.com/name/nm0181497/

Destaca tan breve resumen de la vida, fecha y lugar de nacimiento, fecha y lugar de muerte. Lo más curioso, información sobre el motivo de la muerte y una línea para todo lo demás. La muerte es por leucemia.

De entre las películas que encontramos, una famosa, Blowup de Antonioni.

¿qué será de la memoria moderna, tan sólo un conjunto de bases de datos?

Etiquetas: