Llega la noche más oscura del año, en la que los muertos regresan de sus tumbas para pasar unas horas entre los vivos, y a nosotros la cita nos recuerda al enfrentamiento público entre Conan Doyle y Houdini, amigos personales en la intimidad y opuestos en cuanto a la validez del espiritismo de cara al gran público.
A Arthur Conan Doyle le gustaba asistir a sesiones espiritistas y fue un acérrimo y declarado defensor de médiums y espectros. No negó sus creencias ni su afición delante de nadie, por mucho que asomara un impostor de vez en cuando y que algunos no llegaran a comprender cómo una mente lógica como la del padre de Sherlock Holmes fuera capaz de creer en apariciones.
«No tengo miedo a la muerte del niño. Desde que me convertí en un espiritista convencido, la muerte se convirtió más bien en una cosa innecesaria, pero temo enormemente el dolor y la mutilación», declaró mientras su hijo prestaba servicio durante la I Guerra Mundial. Y el niño volvió, solo que aquejado de una neumonía que acabó con su vida. Suponemos que encontró alivio en varias sesiones espiritistas, en las que aseguró haber contactado con su hijo, y suponemos también que, ya que a él le había ayudado en su duelo, creyó que podía ayudar a otros a hallar el consuelo.
Con esa idea se acercó a Harry Houdini. El mago se encontraba en Brighton maravillando al viejo mundo con su espectáculo cuando conoció a Doyle. El escapista había perdido a su madre y Doyle le convenció para que asistiera a una sesión. En ella no pasó nada, pero la amistad entre ambos surgió y se mantuvo en el tiempo con calma, hasta que la mujer de Doyle, Jean Lackie, manifestó su intención de ser ella misma la que contactara con la madre de Houdini. Este asistió, dispuesto a creer. Observó cómo Jean Lackie entraba en trance y esperó pacientemente a que terminara de escribir una carta dictada por su madre, pero cuando tuvo acceso a ella, vino la debacle. La carta estaba escrita en inglés, cuando su madre, a pesar de llevar muchos años residiendo en Estados Unidos, nunca aprendió el idioma, y además llamaba a su hijo Harry, cuando solo se trataba de su nombre artístico, todos en casa siempre le habían llamado Ehrich.
Houdini se sintió dolido y estafado, y entonces los dos grandes amigos se separaron para emprender caminos contrarios: Arthur Conan Doyle siguió en su empeño de demostrar la existencia de un más allá con el que se podía entrar en contacto y Houdini decidió desenmascarar a todo médium con el que pudiera cruzarse en su camino. El espectáculo, como todos los de Houdini, fue público.
«No me cabe la más mínima duda de que sir Arthur cree sin reservas en los médiums que ha conocido y sabe con total seguridad que todos son auténticos. Aunque se les coja engañando, siempre tiene algún tipo de pretexto que excusa al médium y su acto», escribía Houdini en 1924. El mago echaba en cara al autor que, a pesar de acercarse con una mente abierta a lo que denominó la religión de Doyle, su amigo se negaba a discutir el tema desde otra perspectiva que no fuera la suya, y que justificaba el engaño de algunos médiums por el empeño de estos en que otros creyeran, lo que les llevaba a extralimitarse. «Me pregunto si algún día sir Arthur se olvidará de que es un espiritista y discutirá un caso de engaño con la razonable lógica de una persona ajena al tema».
Hasta la publicación de A magician among the spirits, los intentos de Houdini por desenmascarar a todo farsante fueron constantes, y Doyle contestó a todos sus ataques sin abandonar el empecinamiento en su punto de vista. El mago, que para sus espectáculos se valía de medios materiales, humanamente posibles, encontró el método para dejar en evidencia a más de una figura relevante de la época, mientras no dejaba de lanzar de vez en cuando un cuchillo por el aire a Doyle. Sin embargo, en la correspondencia que durante esas fechas seguían manteniendo, se ve un cariño entre ambos que quedaba en las bambalinas.
«He recibido tu carta referente a mi artículo en The New York Sun. Escribes que estás muy dolido. Confío en que no sea conmigo porque es natural que tú, habiendo sido sincero y valiente toda tu vida, admires esos mismos rasgos en otros seres humanos. […] Confío en que mis aclaraciones sobre la sesión, desde mi punto de vista, sean satisfactorias y que no me guardes ningún rencor porque tanto a lady Doyle como a ti os tengo en muy alta estima. Sé que tratas este tema como si fuera una religión pero yo personalmente no puedo hacerlo porque, hasta el momento presente, nunca he visto ni oído nada que pueda convertirme», contestaba Houdini a Doyle a finales del año 1922 en referencia al disgusto del escritor después de que su amigo hubiese manifestado en público que aquella sesión en la que Jean Lackie aseguró haber sido poseída por el espíritu de la madre de Houdini, había sido un fracaso, además de un timo.
«Odio pelearme con un amigo en público, pero qué puedo hacer cuando dices cosas que no son correctas y que tengo que desmentir o, de otro modo, pasarían como ciertas por omisión», escribía Doyle a Houdini en 1923 tras leer una nueva entrevista del mago publicada en el Oakland Tribune en la que volvía a dejar en mal lugar al escritor.
Los dardos se siguieron lanzaron de diana a diana mientras Houdini no cejaba en su misión de dejar en evidencia hasta al médium más respetado y seguía concediendo entrevistas en las que dejaba claro lo que opinaba sobre el mundo paranormal. A veces Doyle le contestaba en público, otras decidía hacer caso omiso, pero siempre hubo una carta entre ellos para comentar el último artículo o la última actuación. Durante todo aquel cruce, el respeto que ambos se procesaban nunca quedó empañado por su afronta y, si no fuera porque ambos eran fanáticos convencidos en los territorios que defendían, podría parecer que la pelea pública formaba parte también de un espectáculo.
La historia se extendió hasta que en 1926 Houdini moría de una peritonitis después de haber aceptado darse unos cuantos golpes con unos universitarios para demostrar su legendaria resistencia física. Doyle le acompañaría solo cuatro años más tarde sabiendo el último reto que su amigo había lanzado al mundo pero sin conocer la resolución. Y es que el mago, como despedida, había ideado un código secreto, curiosamente extraído de una de las cartas de Arthur Conan Doyle, que solo le comunicó a Bess, su mujer, y le encargó la tarea de ir médium por médium para comprobar si alguno era capaz de desvelarlo. Pese a que algún espiritista afirmó que había adivinado el código Houdini, la versión que prevalece es que Bess finalmente se dio por vencida. «Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre».
A pesar de dar por zanjada la historia, son numerosos los magos que cada 31 de octubre aprovechan la noche para invocar al espíritu de Harry. Les deseamos suerte a todos los que este sábado lo intenten, nosotros de momento nos quedamos con la historia de esta amistad que resistió a los vaivenes del más allá.
«La amistad sincera es uno de los tesoros más preciados de la vida y me enorgullece pensar que hemos conservado ese tesoro sagrado». Por los siglos de los siglos…