En la próxima sesión de nuestro Club de lectura nos adentraremos en los horrores de Nuestra parte de noche, de la argentina Mariana Enríquez, una obra inquietante que difumina todavía más los límites del terror en la literatura.

A mediados del siglo pasado se produjo una revolución en el género del terror. Aquellas primeras misteriosas y fantásticas historias de fantasmas, de ambientación gótica, de body horror, se fueron metamorfoseando hasta provocar un cambio de sitio: poco a poco, dejamos de adentrarnos en el lado oscuro, como un terreno al margen de nuestra existencia, para recibirlo en nuestro propio espacio vital. Voces como Richard Matheson, y más tarde Stephen King, añadieron lo cotidiano al terror, despojándolo de su clásica iconografía y convirtiéndolo en un artefacto todavía más terrorífico. Matheson nos enseñó que una pandemia bacteorológica podía convertir a hombres de carne y hueso en prácticamente vampiros, sin intervención de fuerzas esotéricas ni poderes supremos. King nos mostró que un baile de fin de curso podía ser un escenario como cualquier otro para desatar el horror.

Los grandes maestros del terror de finales del pasado siglo bebieron del elixir de clásicos como H. P. Lovecraft, Henry James o Mary Shelley, y supieron mezclar sus mayores miedos con temas universales de la narrativa como las relaciones familiares, las desigualdades sociales o las enfermedades mentales, inundando las historias de cualquier naturaleza con monstruos imaginarios o reales que podían manifestarse en lugares extrañamente familiares, como por ejemplo, a plena luz del día o en el supermercado. Al fin y al cabo, hay terror en todo aquello que nos produzca un miedo irrefrenable, y los miedos, como el mismísimo diablo, son ubicuos y omnipotentes.

Pero al terror le faltaba todavía una cadena de la que soltarse, y es que, de Shirley Jackson a Edgar Allan Poe, su idioma, por antonomasia, siempre había sido el anglosajón.

El siglo XXI es la era en la que el terror ha empezado a hablar nuestro idioma con una irreprochable contundencia: Samanta Schweblin nos llena de espanto con la ambigua relación entre madres e hijos en Distancia de rescate; Michelle Roche Rodríguez recurre a los vampiros menos convencionales para mostrarnos el Caracas, petrolero y corrupto, de 1921 en Malasangre; Luciano Lamberti nos atropella con monstruos cotidianos en el libro de relatos El asesino de chanchos.

Y entre ellos avanza en procesión Mariana Enríquez, que en Nuestra parte de noche despliega un catálogo en el que tienen cabida todos los horrores, desde el tradicional al psicológico, pasando por lo más cotidiano puesto al servicio de la desazón constante. Una novela que bebe tanto de Lovecraft y Jackson como de Ernesto Sabato y Emily Brontë. Una historia que da miedo desde cualquiera de sus puntos de vista, que difumina todavía más los límites del género y que demuestra que al diablo no hay quien lo confine.

El próximo 21 de abril comentaremos en nuestro Club de lectura Nuestra parte de noche. Únete y explora tus miedos junto a nosotros

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