La próxima sesión de nuestro Club de lectura acogerá a John Edward Williams y su novela Stoner, obra publicada en 1965 y que últimamente vuelve a estar de actualidad, lo que nos hace preguntarnos si estamos ante uno de esos casos en los que la obra trasciende al autor y acaba convirtiéndose en un clásico.
Y no es que el caso de John Williams se asemeje al de John Kennedy Toole. Williams murió de un fallo respiratorio a los 72 años viendo su obra publicada. Tampoco se trata de un Cervantes que, consagrado ya antes de su muerte, enterró su Quijote con él hasta que los románticos ingleses volvieron a ponerlo de moda muchos años después. Los libros de Williams se publicaron con casi ningún éxito y se han seguido reeditando en tiradas pequeñas desde la muerte de su autor. Y mucho menos fue un Kafka que dejase por escrito que se destruyera toda su obra no publicada (el mundo nunca ha dejado de agradecer la desobediencia de Max Brod).
Cuando Williams murió, se publicó un obituario en The New York Times en el que se destacaba su relevante faceta como académico y poeta. Nadie entonces valoraba demasiado su obra narrativa, o al menos no consideraban que estuviera al nivel de sus clases de literatura o de su obra poética. Sin embargo, los años pasan y el interés por Stoner sigue creciendo casi más rápido que sus reediciones y está conquistando, como ocurre con las obras maestras, a todo tipo de públicos, desde los eruditos hasta los lectores de pocas lecturas al año.
Habría que acudir a la sociología y la antropología para intentar encontrar las razones por las que una obra vuelve a ser recuperada con mucha más fuerza años después de su publicación, y suponemos que no existe una fórmula exacta, sino que son circunstancias individuales, y no extrapolables, las que hacen que un libro en concreto de pronto sea entendido, aceptado y bendecido. Si Melville levantara la cabeza ahora mismo, no se creería todo lo que ha pasado con su ballena blanca desde que quedó huérfana.
La tirada inicial de Stoner es prácticamente la misma que la de Moby Dick y, aunque no hay duda de que el primer libro no ha llegado ni por asomo a la consagración del segundo, al menos ya ha alcanzado ese estadio en el que ha vendido más desde la muerte de su autor que durante la vida del mismo. Ya un año después de su poco exitosa publicación, y tras una reseña en el New Republic, la obra entró en el circuito underground, lo que provocó que, cada cierto tiempo, alguien saliera hablando de ella. Y por lo visto, salvando lagunas temporales de silencio y años de nuevas tendencias narrativas, no se ha dejado de hacer.
Williams citó alguna vez la contestación de Ford Madox Ford acerca del valor que tenía la novela como género: «Te permite conocer a tu vecino». Y puede que sea una de las claves de Stoner. La historia común de este profesor universitario que nunca fue el mejor en su departamento, ni el mejor en el amor, que careció de la valentía para darle alguna que otra vez un giro a su existencia, genera ante todo empatía y comprensión.
Es una delicia de lectura sin grandes montañas rusas que provoca un suspiro cuando se llega a la última palabra. Desde 1965 hasta 2020, la huella en los lectores que ha tocado siempre ha sido la misma, y tal vez eso la capacita para que, llegado el día, probablemente un día que no veremos, se hable de ella como obra imprescindible dentro del canon.
Ante este panorama, no nos queda más que desearle mucha suerte con la inmortalidad, señor Williams.
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