«Si llegaré a ser el héroe de mi propia vida u otro ocupará ese lugar, lo mostrarán estas páginas».

David Copperfield entra en la vida de Siri Hustvedt cuando esta se encuentra con su familia de viaje por Islandia. La seduce como a generaciones de lectores, pero Siri solo tiene 13 años y ha ocurrido algo relevante: David le ha ayudado a decidir que quiere ser escritora.

A Siri le llama poderosamente la atención la capacidad para la exploración del alma humana y convierte a Charles Dickens en objeto de estudio. David era el personaje al que más cariño tenía su autor, probablemente porque era el que más basado en él estaba, y el hecho de saber volver la mirada hacia uno mismo y encontrar la inspiración para crear una ficción hace creer a Siri que acaba de encontrar el material del que están hechos los relatos.

Años más tarde Siri profundiza en los campos del psicoanálisis y de la neurociencia. Siguiendo la estela de Dickens, presenta personajes complejos, llenos de emociones, que hacen una parada entre sus páginas para iniciar su gran transformación. Pero entonces su padre muere y David Copperfield deja de resultarle útil.

Siri sujeta una caja metálica que pertenecía a su padre con llaves que nadie sabe qué puertas abren y se le ocurre la primera escena para su próxima novela. Comienza la retrospectiva y, por primera vez en su vida, Copperfield no contiene lo que ella necesita. Porque David no muere en la última página. Él solo se queda mirando a Agnes y desea que sus rostros sigan juntos cuando llegue la última hora. ¿Quién le dice a Siri que a la mañana siguiente Copperfield no se levantó y marchó a darse un paseo? No, Siri no necesita eso. Necesita una muerte. Necesita la retrospectiva desde la muerte, no desde la vida.

Cinco años después la doctora Hustvedt publica Elegía para un americano, su particular manera de matar a David Copperfield. Por supuesto, el libro abre con la escena de las llaves, y por supuesto, el padre del narrador, al que Siri otorga palabras de su propio padre, ha muerto. Y gracias a este suceso, pocos días después de su funeral, se nos concede el permiso para observar hacia atrás la vida de Lars Davidsen y decidir si llegó a ser el héroe de ella. Porque solo al marcharse podemos someterle al juicio, podemos darnos cuenta de que hasta nuestros seres queridos son unos completos desconocidos, y podemos asistir al viaje interior de los personajes que experimentan una pérdida. Consideraciones a las que no habríamos llegado si hubiéramos dejado a Lars en mitad de una cena echando una última mirada retrospectiva.

Y es así como la alumna/lectora supera al maestro/escritor, dando el paso de la memoria a la elegía, creando lo que verdaderamente significa una retrospectiva, completando así el retrato del personaje. Una exploración total, por fin, del alma humana.

El próximo 15 de diciembre comentaremos en nuestro Club de lectura Elegía para un americano. Te esperamos.