El 19 de enero de 1921 nacía en Forth Worth la gran maestra del suspense, llegada a este mundo para perturbarnos e incomodarnos tanto en la vida real como en la ficción

«Desde muy pequeña aprendí a vivir con un intenso odio que me hacía tener sentimientos asesinos».

Patricia, la niña empeñada en nacer. De la que su madre quiso deshacerse estando embarazada de ella bebiendo Trementina. Patricia, la nieta criada en Texas y la hija echada a perder en Nueva York. Íntima amiga de Truman Capote, admiradora de Dostoievski y fascinada desde muy pequeña con La mente humana de Menninger , el libro que despertó su obsesión por los desórdenes psicológicos.

Debemos dar las gracias por que Patricia cogiera un lápiz antes que un hacha, o una pistola. O una cuerda. La línea entre maestra del suspense y asesina en serie puede llegar a hacerse tremendamente fina cuanto más se indaga en su personalidad. Fumadora y bebedora empedernida, alardeaba de tener el gusto de aislarse del resto de la humanidad, apelando al gato como un ser viviente más interesante que el hombre, cualquier hombre, y cualquier mujer. Porque a la Highsmith se la etiqueta de misógina, racista, antisemita… Una mujer políticamente incorrecta y, sin embargo, una escritora fascinante. Para odiar tanto al ser humano, supo indagar como pocos en el género en las psicologías ambiguas, perturbadoras, inquietantes, asomadas al precipicio de la psicopatía.

En su dilatada obra convirtió al asesino en el individuo con el que debíamos empatizar. Redujo el asesinato, como comentó en una ocasión Carlos Zanón, a una manera de deshacerse de un incordio, una molestia, un personaje sobrante. Hizo de la impostura, la mentira y los deseos sexuales ocultos un nuevo suspense, en el que hasta los lectores pecaban de inmoralidad por decantarse más por la vertiente oscura de sus historias. Leer a Highsmith es darnos permiso para dejarnos fascinar por el mal y la perversión.

Y quién sabe si la mentira como estrategia de éxito que abordó en una gran parte de su obra fue también la mentira de su vida y, en el fondo, mientras elaboraba todas aquellas listas de todo tipo a las que también era adicta y rellenaba páginas de sus diarios, amaba más que nadie al ser humano. ¿Haremos caso a su biógrafo cuando contaba que la Highsmith gustaba de escandalizar a la gente, que disfrutaba haciendo que los demás la odiaran? Tendremos que esperar a la publicación íntegra de sus diarios para perdonarla o condenarla.

Hoy Patricia ya contaría con 100 años y quién sabe lo que habría hecho con este mundo. Quizás hubiera soplado sus tres velas (un uno y dos ceros, para no perder el día) con el mismo deseo que expresó en su brindis de fin de año en 1947:

«Brindo por todos los demonios, por todas las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por todos los ejércitos de recuerdos contra los que lucho, para que nunca me dejen descansar».

Brindemos por todos ellos, pues en sus libros los encontraremos.

Ver todos los libros de Patricia Highsmith