Día de los Muertos, Halloween, Día de Todos los Santos… Llámalo como quieras, pero a las doce de la noche será 1 de noviembre y toca hablar de terror, o lo que es lo mismo, de humor. Ahora te lo explicamos.
Afirmaba Joe Hill, durante la presentación en Madrid de su novela Fuego, que «el humor y el terror son dos caras de la misma moneda». Y es que, si pensáramos en la moneda como el proceso de escritura, para un autor conseguir hacer reír o asustar a través de las palabras suponen la misma manera de encarar el texto y los mismos retos.
El humor y el terror no existen si no provocan en el lector el efecto deseado.
Hay que ser valiente para escribir humor o terror porque la distancia entre autor y lector puede llegar a ser desmesurada. No todos reímos con las mismas cosas ni tenemos los mismos miedos, y de ahí deriva la primera dificultad. El escritor de este tipo de narraciones no suele llevar tan bien la soledad como podrían llevarla otros. Nunca puede estar seguro, si no muestra lo que está escribiendo, de que está alcanzando el efecto deseado. ¿Podríamos considerar que un texto es humorístico si no hace reír? ¿Aunque el escritor lo hubiera escrito con esa intención? Lo mismo ocurre con el terror. Si un relato no pone los pelos de punta, ¿es una obra terrorífica? Que un texto sea humorístico o aterrador lo dicta el lector. Es el que decide la categoría y eso el escritor no puede remediarlo.
De nada nos sirve que un lector pegue un grito de espanto a la media hora de leer un libro, o que alguien tarde en coger el chiste.
Tanto el humor como el terror necesitan un testigo para ser, y ahí al autor no le queda más que jugársela. Puede estar muy seguro del tipo de texto que está escribiendo o desea escribir, pero en el juego de las categorías no es él el que decide. Y además se la juega en cuestión de milésimas, ya que la segunda semejanza entre el humor y el terror es que deben ser siempre de efecto inmediato. La reacción debe ser rápida porque es inconsciente. Reír o estremecerse son impulsos irracionales, que apelan a una parte de nuestro cerebro a la que el escritor ha sabido llegar. Y si no sucede, el texto está perdido.
Absolutamente cualquier texto es susceptible de convertirse en una historia que haga reír o asuste.
Si hay algo más definitivo para afirmar que el humor y el terror funcionan de la misma manera, es pensar en que son puntos de vista. Ambos conceptos no atienden al contenido ni a la estructura, sino a la perspectiva desde la que narramos un hecho. Y en eso sí que son agradecidos. El autor puede convertir cualquier historia de cualquier género en un texto humorístico o de miedo. Los dos son del todo maleables, adaptables a cualquier elemento que tenga que ver con la ficción. Narradores divertidos o sombríos. Personajes burlescos o tétricos. Diálogos cómicos o espeluznantes. Tramas graciosas o aterradoras. Una historia de amor puede acabar en comedia romántica o en terror psicológico. Lo único que debe hacer el escritor es separarse creativamente de lo esperado.
Por eso, en estos días de obras de terror, te recomendamos que le dediques tiempo al humor. Coge un buen libro y descubre que el engranaje es el mismo que el de las historias que te dan miedo. Y si te lanzas a escribir, debemos recomendarte nuestro taller Escribir con humor. Porque esto es solo el principio de todo lo que podemos contarte.