La respuesta es sencilla: mucho. Y entre todo lo que puedes aprender de Bob Dylan, está la no existencia de barreras para la creación literaria. 

Cuando hace un par de años se le concedía el Premio Nobel de Literatura, se generó un espacio para la polémica: Dylan era el primer compositor en recibir un mérito hasta entonces solo destinado a poetas y novelistas. ¿Qué pensaste tú entonces? ¿Que era una especie de usurpador? ¿O te pusiste del lado de la Academia para reconocer que su obra musical estaba a la altura de la de cualquier literato que hubiera dedicado su vida a la página escrita? La versión oficial de Estocolmo fue que el cantautor de Minnesota era digno «por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana.» Algunos les dieron la razón, otros dudaron del fallo. Y nosotros lo cierto es que nos alegramos. De pronto el jurado reconocía el valor integrador de la escritura creativa, capaz de permitir al escritor volcar sus ideas y emociones sobre el papel, y también sobre cualquier otro medio. Porque, en realidad, ¿qué diferencia hay entre un poema cantado y otro recitado?

Un músico puede dedicarle las mismas horas a la letra de una canción que un poeta a una composición o un escritor a un relato. Quizás sería exagerado pensar que supone el mismo esfuerzo que el de escribir una novela, pero ¿y si estamos hablando de un disco temático? ¿O de una ópera rock? Palabras como balada o canción son sinónimos de poema… Por algo será.

Y es que para escribir la letra de una canción también hace falta un narrador, un personaje, un tiempo narrativo. Se tienen en cuenta la sonoridad de las palabras, el empleo de imágenes, los significantes y significados. Incluso se aplican técnicas y herramientas como el iceberg o el correlato objetivo. Por tanto, el compositor de canciones pasa por el mismo proceso creativo que el autor de obra escrita, y algunos de ellos, como Bob Dylan, pueden presumir de maestría.

Es por eso que en esta escuela toda expresión escrita encuentra su espacio, como en nuestro taller de Songwriting, en el que le dedicamos a las palabras la misma energía que a la composición sonora. Porque la letra de una canción también es literatura. Y ese es nuestro terreno.