«Una vez dejas de preocuparte es todo mucho más fácil».

 

Enrique Martínez Llovet apreció en Hotel Kafka sabiéndolo todo y en el taller de Escritura creativa aprendió lo que le faltaba. Tras autopublicar su primera novela, las técnicas y herramientas con las que practicó, le dieron el último empujón para reescribir lo que no terminaba de convencerle. Ahora nos presenta el resultado, La etiqueta del asesino, para consumir, como él mismo nos aconsejó, como las pipas, y que tenéis a vuestra disposición aquí. 

La idea de la novela

El libro surgió como respuesta a una agresión continuada. A mí me gusta el cine de palomitas y se me murieron muchas neuronas viendo una película impresionante, por lo mala, cuyo título ni siquiera recuerdo pero que recordarás si la has visto: Nicolas Cage es un asesino a sueldo en Tailandia y pasan cosas sin sentido. Ese fue el remate de una larga secuencia de películas imbéciles, series en las que los personajes cambian de personalidad como de camisa, y hasta libros de acción que empiezan con una premisa interesante y luego se convierten en catálogos exhaustivos de despropósitos narrativos. Después de renegar en público y en privado, se me ocurrió que para quejarme con razón, debía demostrar que es posible escribir una novela de acción con tantos tópicos del género como sea posible (para no salirse del canon y porque ser original es mucho más difícil), pero hacer algo nuevo, coherente, y decente, en el sentido de que no vaya escupiéndote gargajos a la cara mientras lees.

El proceso de escritura

Claro, decidir algo y hacerlo son dos cosas muy distintas. No es que no hubiera intentado escribir una novela antes, es que no había podido porque me paralizaba no saber cómo. Sin embargo, desde el último intento, habían sucedido cosas interesantes en mi vida sin relación con las letras, pero sí con el papel. Tengo afición a doblarlo para hacer figuritas y siempre había querido diseñar modelos, pero tenía un problema similar, ni la más remota idea de cómo. Por suerte me junté con un par de degenerados a los que les gusta la cerveza más que el papel, y el papel les gusta mucho, y montamos un grupo de diseño underground que en lugar de quedar en bibliotecas y casales, como es la tradición en el mundo papiroflecta, quedaba en un bar para beber y doblar y compartir con extraños. Nuestra musa era una mosca en una ventana, dándose cabezazos para salir, sin importarle cuántos. Así, menospreciando el fracaso bajo la influencia, aprendimos a diseñar. Y puedo probarlo (en inglés) en esta web.

Con el libro hice algo parecido: no tenía la más mínima idea de cómo montar un guion, hacer un borrador, editar, maquetar, publicar… Aún ahora no sé si eso son los pasos relevantes, ni si en ese orden. Los he elegido de entre los posos de artículos que he leído.

Aproveché que noviembre es el mes de escribir novelas en internet (NaNoWriMo). Como noviembre tiene treinta días decidí, sin guion aún, que el libro tendría treinta capítulos y escribiría uno cada día. Pensé someramente en el tema de la novela sin meterme en el detalle de qué iba a pasar, no recuerdo exactamente pero fue algo como (atención, pequeños spoilers): muertes, amor, tragedia, cagarse en El nombre de la rosa, adversario, clímax, personajes con conciencia de serlo, y «fueron felices y comieron perdices». Luego escribí los títulos de los capítulos, sin tener aún contenido para ellos. A los primeros les di nombres de víctimas, los siguientes por clichés que quería visitar, uno por Umberto Eco, luego ya me atolondré y rellené hasta el diecinueve de cualquier manera. Y empecé a escribir. Y cuanto más escribía, más forma iba cogiendo todo y más capítulos podía anticipar. Con esa falta de preparación salió todo del tirón. Una vez dejas de preocuparte es todo mucho más fácil.

Se lo di a leer a familia y amigos, algunos me hicieron comentarios detallados, otros corrigieron gramática y ortografía, los menos no se lo leyeron. Me sorprendió que a algunos les gustara y que a uno le enganchara tanto que le cabreó cómo lo acabo porque se imaginaba otra cosa. Corté, pegué y reordené capítulos y lo di por bueno. Lo publiqué como un ebook en Amazon y vendí 32 ejemplares. Y lo metí en un cajón del que no ha salido hasta que me apunté a un taller en Hotel Kafka y volví a coger el gusanillo. Ahora lo publico en papel, re-corregido, maquetado y con una portada maravillosa.

Como última (¿única?) reflexión sobre el proceso: maquetar es el infierno, pero tener el libro en papel en las manos es el paraíso.

La escena

Que quede claro que me gusta Umberto Eco, pero no he podido terminar El nombre de la rosa por culpa de una descripción de una puerta bastante al principio. Y no voy a meterme con Moby Dick, pero debo confesar que, cuando lo leo, me parece que debería tener unas diez mil páginas menos, porque la enciclopedia de ballenas me resulta una barrera infranqueable similar y me la salto entera. Bueno, parece que sí, que me he metido con Moby Dick. Volviendo a la puerta, por alguna razón me pareció una buena idea dedicarle todo un capítulo a una puerta sin adornos. Y ahí está: como un reto para el lector, pero a propósito.

Un consejo tras la experiencia

No sé si soy quién para dar consejos, pero después de lo anterior debería quedar claro que me da del todo igual mostrar lo poco que sé. Pienso que, excepto para practicar la neurocirugía y otros casos puntuales, el conocimiento está sobrevalorado y no deberías dejar que la ignorancia te impida hacer lo que te gusta. Espero escribir una novela mucho mejor que La etiqueta del asesino, pero me parece fabuloso ir por el camino equivocado.

Le tengo mucho cariño al libro y no me molesta que alguien se lo lea y me diga que está mal, o rematadamente mal, así se aprende. Eso sí, prefiero a los que les gusta.

Mi verdadero consejo es: escribe el libro para ti, y luego búscate un editor que te recomiende qué quitar y qué cambiar con criterio. Hacerlo tú solo es imposible y acabas que no ves lo que estás leyendo.

Para el próximo es lo que pienso hacer yo, igual antes hasta me apunto a un curso de escritura de novela.