Queridos amigos:

Os prometo que os echo infinitamente de menos.

Los primeros días me angustiaba el hecho de no poder quedar con vosotros con cualquier excusa, por eso siempre era la primera que proponía y se apuntaba a todas las videollamadas, aunque debo confesar que nunca fui muy fan de las cañas virtuales. Demasiado sintético.

En un punto perdimos las nociones y fronteras de los días y los horarios. Me quedaba sin tiempo para trabajar, para cocinar, para comer, para limpiar la casa, para salir a la calle y comprar lo que fuera que quedara en el súper, por conectarme y hablar con vosotros. Esa es la única razón por la que comencé a faltar a las citas. Siento confesaros que también silencié nuestro grupo de WhatsApp.

Y de pronto llegó el silencio. Y me pareció bien. Me relajé hasta el extremo, ya no tenía que estar buscando huecos en la agenda para quedar con todos vosotros e ir a ver esa película, asistir a ese concierto, descubrir ese restaurante. Ni siquiera tenía que buscar una excusa si no me apetecía hacerlo. Todos estábamos viviendo en esa gran excusa y debéis reconocer que fue una liberación.

Pero en la televisión comenzaron a hablar de las fases y os volvisteis a venir arriba. Quedasteis en casa de Equis el primer día a las doce de la noche y a mí no me pareció tan buena idea. Llevaba días saliendo poco a poco de casa, volviendo siempre cabreada, porque la gente estaba seria, porque no soportaba la mascarilla, porque no toleraba que nadie me rozase por la calle, porque no podía disfrutar de un paseo al aire libre sin sentirme culpable por olvidar por unos instantes la que tenemos encima. Así que no fui.

Lo que más me gustaba de la llegada del verano era que podíamos reunirnos en cualquier terraza, pero no termino de aceptar que nos obliguen a hacerlo de esta manera: no te olvides de la mascarilla, no te olvides de la distancia de seguridad, no te olvides de desinfectarte antes y después de sentarte, si quieres comer algo aquí tienes el código QR, no puedes entrar en el baño, no deberías fumar, llevas demasiado tiempo y hay gente esperando. Tan sintético como las cañas virtuales. Y el otro escenario, el de la gente olvidándose absolutamente de todo, porque seamos sensatos, ¿a quién le importa el Coronavirus a la tercera caña?, me parece que no queda demasiado bien. Así que tampoco voy.

Podría invitaros un día a casa a comer o cenar. Decirnos hola con el codo, sentarnos cada uno en una silla o extremo del sofá, y hablar como si no estuviera pasando nada. Recordar desinfectar el baño antes de que vengáis, y volver a hacerlo después. Podría hacerlo, pero tengo que ir a ver a mi madre y a mi abuela casi centenaria, a las que no les puedo pegar el bicho y, sinceramente, no sé dónde habéis estado ni con quién. Así que no vengáis.

Pero a pesar de todo, y aunque os sorprenda, tengo muchas ganas de veros. Solo que así, no.

Deborah Grossocordone. Madrid, España