Philip K. Dick

Tfno.
917 025 016

Estás en Home » Blogs » Philip K. Dick

sábado, octubre 28, 2006

Una mirada en la oscuridad

A cuento del reciente estreno de la película del mismo título y su famosa rotoscopización estimo conveniente revisitar el origen, que no es otro que la imaginación de Dick. En Gigamesh encuentro una crítica que retrata el tema y los valores del libro.

Dick transforma en cierto modo su particular descenso a los infiernos.

En cierto modo Dick representa al hombre moderno en su caracter de vagabundo, en su alteración de conciencia, en su relación con los todopoderosos Estados.


Costumbrismo yonqui

Una mirada a la oscuridad, de Philip K. Dick

Columbrándose los 70, la relación de Philip K. Dick con las drogas se estrechó hasta alcanzar un punto crítico. Fueron tiempos difíciles para el iluminado de Chicago. La pancreatitis producida por el abuso de anfetaminas estuvo a punto de acabar con él. Al mismo tiempo, Nancy, su cuarta mujer, lo abandonaba y se llevaba con ella a la hija de ambos. Dick tocó fondo, dejó de escribir y se encerró en su casa de Santa Venetia junto con una caterva de amigos cuyo punto en común era su adicción a las drogas. De aquel oscuro periodo de ataques, abusos y desgana existencial sólo dimanó un aspecto positivo, una obra soterradamente autobiográfica titulada Una mirada a la oscuridad.

La novela, publicada en 1977, ofrece una vívida panorámica del mundillo de la droga, especialmente del lumpen que se mueve a su alrededor. Narra las desventuras de un policía llamado Fred y su inmersión en el submundo de la droga bajo el disfraz del traficante Bob Arctor. Fred lleva en sus apariciones como agente de policía un dispositivo de camuflaje para no correr el peligro de ser reconocido. Su capacidad de integración es tan buena que, debido a la degeneración que provoca en su cerebro la llamada Sustancia D, acaba vigilándose a sí mismo y disociando en su cabeza ambas personalidades.

Al escritor le importan más el factor humano, la convivencia y el día a día de los drogodependientes que el propio producto adictivo. Dick elude el protagonismo unipersonal desde el principio y convierte a Bob Arctor, su alter ego, en un elemento más entre el grupo de personajes, retardando su entrada en acción. Aunque Dick trata de abordar sus recuerdos con objetividad, en el texto se traslucen una nostalgia escondida y cierta amargura, acentuadas por la escalofriante nota del autor que cierra el libro, en la que él mismo se incluye en una lista de lo que bien podrían ser «bajas de guerra». Una mirada a la oscuridad es una de esas novelas en que el escritor vuelca algo muy íntimo en cada página, experiencias que lo marcaron profundamente para el resto de su vida. Y al igual que en otras obras de este tipo, como la inconmensurable Muero por dentro, de Robert Silverberg, la ira y la indefensión dan paso, de forma irrevocable, a la resignación.

El supuesto motivo fantástico ?una sociedad conformada en torno a una nueva droga? está supeditado a los verdaderos protagonistas, los personajes, y sólo cobra importancia en el desasosegante y emotivo final. Dick los recuerda con amor (al fin y al cabo, están basados en sus amigos y en él mismo), pero no hace concesiones y los expone al lector tal como existieron y murieron. Llegado el final, espeluznante y desesperanzada denuncia de un sistema corrupto, no puede evitar convertir a su sosias en héroe y concederle la redención. Dick no trata tanto de expulsar sus fantasmas como de narrar algo que simplemente fue y que ya es irremediable. Ahí están, todavía divirtiéndose, todavía sufriendo, personas auténticas a las que quiso, como Kathy Demuelle o Ray Nelson, y también los extraños sucesos de aquellos días, como la nunca aclarada entrada de fuerzas gubernamentales en su casa.

La cotidianidad yonqui, la influencia de las drogas en la sociedad y el desenfado casi reivindicativo con el que los protagonistas llevan su consumo, así como el efecto de perversión mental que produce en el policía infiltrado su contacto con el mundo de la calle, recoge influencias, por una parte de la corriente beat que imperaba en la época de gestación, a finales de los 60, y por otra de las posteriores películas setenteras que abordaron el tema desde una nueva perspectiva. Dick aporta su inimitable punto de vista e inyecta su libro con grandes dosis de paranoia, esquizofrenia, alucinación, obsesión y, en definitiva, duda de lo real. Y, por supuesto, su peculiar sentido del humor, brillante en las numerosas conversaciones entre colegas, que provocan más de una vez la carcajada. Formalmente, la novela se abre también a la experimentación estilística, sumando a la narración habitual párrafos en alemán o líneas de diálogos teatrales que ayudan a potenciar los efectos alucinatorios de la narración.

Como siempre, esta creación de Philip K. Dick supone una sorpresa continua, una sensación de déjà vu que se acrecienta con cada página. Dick abordó su obsesión, lo ilusorio de la realidad, con argumentos tan disímiles como originales. El tiempo ha pasado y ha permitido vislumbrar la genialidad en la obra de un escritor tan visionario como desequilibrado. Hoy, cuando el proceso de dickización recorre las artes narrativas, basta echar una ojeada a esta extraordinaria novela para encontrar, por ejemplo, a Tarantino en sus diálogos, a Gibson en su atmósfera y, por supuesto, a Tyler Durden en Bob Arctor.

Uno de los Dick más personales. Una novela impresionante.

Santiago L. Moreno

0 Comments:

Post a Comment

<< Home