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sábado, febrero 24, 2007

Veinte años sin Andy Warhol

Esta semana se cumplen 20 años de la desaparición de Andy Warhol, uno de los artistas más representativos de Nueva York junto con Woody Allen y el propio Paul Auster.

La revista Rolling Stone en su edición de latinoamérica le dedica un breve artículo a esta efeméride que reproducimos a continuación:

· Publicista, pintor, dibujante, cineasta, editor periodístico, escritor, conductor de televisión, fotógrafo... Calificar a Andy Warhol como uno de los renacentistas del Siglo XX no es exagerado: lo hizo todo en el campo del arte, y todo lo hizo bien. Sus cuadros sobre la Coca Cola, Marilyn Monroe, o Liz Taylor introdujeron en el mundo el concepto de Pop Art: una forma de oposición a la cultura de elite. Por otro lado, sus filmes experimentales, la revista Interview, la Factory neoyorquina y sus fotos eternizaron su inmensa capacidad de trabajo y, a la vez, trastocaron la idea del artista bohemio para instalarlo como un auténtico hombre de negocios. Quizás la mejor manera de introducirse en su obra es, aparte de su trabajo, escuchar con atención Songs for Drella, el réquiem a su persona que Lou Reed y John Cale publicaron tras su muerte. Voz, guitarra, piano y viola para una Polaroid de una New York que ya no existe más.

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lunes, febrero 19, 2007

Estreno de la próxima película de Paul Auster

En una reciente revista para The New York Post se anunciaba que el estreno de The Inner Life of Martin Frost se producirá en el New Director's Film Festival de marzo, apenas unas semanas después de su 60 cumpleaños. El film se basa en una parte de "El libro de las ilusiones" y cuenta con Michael Imperioli de "Los Soprano", David Thewlis y la propia hija de Auster, Sophie.


El propio Auster da la noticia:

"... Hace una semana, recibí la buena noticia de que había sido aceptada para el New Director's Festival de final de marzo. "


¿se le considera aún un nuevo director?

"Si, porque tan sólo es mi segunda película. Está "Lulu on the Bridge", de1998. Y no es un festival para directores primerizos, por lo que soy un director suficientemente nuevo. Pero encuentro conmovedor y divertido que al llegar a los 60 pueda ser considerado nuevo en algo."

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jueves, febrero 15, 2007

Extracto de Viajes en el Scriptorium

El Cultural publicó recientemente parte de "Viajes en el Scriptorium", la última novela disponible desde hace poco en las librerías españolas de el autor norteamericano. Reproducimos el extracto que se pudo leer en dicha revista, la traducción, como viene siendo habitual es de Benito Gómez Ibáñez:

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El anciano está sentado al borde de la estrecha cama, con las manos apoyadas en las rodillas, la cabeza gacha, la vista fija en el suelo. No sabe que hay una cámara instalada en el techo, justo encima de él. El obturador se acciona a cada segundo, produciendo ochenta y seis mil cuatrocientas instantáneas a cada rotación de la tierra. Aunque supiera que lo están vigilando, le daría lo mismo. Está como ausente, perdido entre los fantasmas que pueblan su imaginación mientras busca una respuesta a la pregunta que lo atormenta.
¿Quién es? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Cuándo ha llegado, y cuánto tiempo se quedará aún? Con suerte, el tiempo nos lo dirá todo. De momento, nuestro único cometido consiste en estudiar las fotos con el mayor detenimiento posible y abstenernos de extraer cualquier conclusión prematura.
* * *
En la habitación hay una serie de objetos, y en cada uno de ellos hay pegada una etiqueta, con una sola palabra escrita en mayúsculas. En la mesilla de noche, por ejemplo, la palabra es MESA. En la lámpara, la etiqueta dice LÁMPARA. Incluso en la pared, que estrictamente hablando no es un objeto, hay un trozo de cinta adhesiva donde se lee PARED. El anciano levanta un momento la vista, mira la pared, ve el trozo de cinta pegado en ella y, con voz queda, pronuncia la palabra pared. Lo que en este momento no podemos saber es si está leyendo la palabra escrita en la etiqueta o si sólo se refiere a la pared propiamente dicha. Puede que se le haya olvidado leer pero sepa reconocer las cosas y llamarlas por su nombre o, a la inversa, que haya perdido la capacidad de distinguirlas pero que aún sepa leer.

Lleva un pijama azul con franjas amarillas, y calza unas zapatillas de cuero negras. No tiene muy claro dónde se encuentra exactamente. En la habitación, sí, pero ¿en qué edificio está? ¿Es una casa? ¿El hospital? ¿La cárcel? No recuerda cuánto tiempo lleva ahí ni la naturaleza de las circunstancias que precipitaron su traslado a ese sitio. Quizá es que nunca se ha movido del cuarto; a lo mejor es donde ha vivido desde que nació. Lo que sí sabe es que está consumido por un implacable complejo de culpa. Y al mismo tiempo, no puede evitar la sensación de ser víctima de una tremenda injusticia

En la habitación hay una ventana, pero tiene la persiana echada, y que él recuerde, nunca se ha asomado a ella. Lo mismo puede decir de la puerta con su blanco picaporte de porcelana. ¿Está encerrado, o es libre de entrar y salir cuando le apetezca? Aún debe investigar esa cuestión; porque, según hemos visto en el primer párrafo, está distraído, perdido en el pasado y vagando sin rumbo entre los fantasmas que pueblan su memoria, luchando por contestar la pregunta que lo atormenta.

Las fotografías no mienten, pero tampoco cuentan toda la historia. Son simplemente un testimonio del paso del tiempo, la prueba visible. La edad del anciano, por ejemplo, es difícil de determinar a partir de las imágenes en blanco y negro, un tanto desenfocadas. El único dato que puede establecerse con cierta seguridad es que no es joven, pero la palabra viejo es un término flexible y puede emplearse para describir a cualquier persona entre los sesenta y los cien años. Vamos por tanto a omitir el apelativo anciano y en lo sucesivo llamaremos Míster Blank a la persona que está en la habitación. De momento no será necesario su nombre de pila.
Míster Blank se levanta por fin de la cama, se detiene brevemente para recobrar el equilibrio y, arrastrando los pies, se dirige hacia el escritorio, al otro extremo de la habitación. Se siente cansado, como si acabara de despertarse después de una noche de dormir poco y mal, y mientras sus zapatillas se deslizan sobre el entarimado del suelo, le viene a la cabeza un rumor de papel de lija. A lo lejos, fuera de la habitación, más allá del edificio en que se encuentra el cuarto, oye el tenue grito de un pájaro: un cuervo, quizá, o una gaviota; no está seguro de cuál puede ser.

Míster Blank se sienta despacio en la butaca del escritorio. Es un sillón muy cómodo, piensa él, de suave cuero marrón, y está provisto de amplios brazos para apoyar los codos, por no mencionar el invisible mecanismo de resortes que permite mecerse hacia atrás y hacia delante a voluntad, cosa que precisamente empieza a hacer nada más sentarse. El movimiento de vaivén le produce un efecto tranquilizador, y mientras disfruta del agradable balanceo, recuerda el caballito que tenía en su habitación cuando era pequeño, y entonces rememora los viajes imaginarios que emprendía en aquel caballo, que se llamaba Whitey y que, en la imaginación del joven Míster Blank, no era un objeto de madera pintado de blanco, sino un ser viviente, un caballo de verdad.

Tras esa breve excursión a su primera infancia, una angustia irrefrenable lo atenaza de nuevo. Dice en voz alta, con aire cansino: No debo permitirlo. Luego se inclina hacia delante para examinar los montones de papeles y fotografías pulcramente colocados sobre el escritorio de caoba. Primero coge las fotos, tres docenas de retratos en blanco y negro de veinte por veinticinco de hombres y mujeres de diversas razas y edades. La foto de arriba muestra a una joven de poco más de veinte años. Lleva el pelo muy corto, y hay una vehemente e inquieta expresión en sus ojos mientras mira al objetivo. Está parada en la calle de alguna ciudad, probablemente italiana o francesa, porque da la casualidad de que se encuentra delante de una iglesia medieval, y como lleva abrigo y bufanda, cabe suponer que la fotografía se tomó en invierno. Míster Blank mira fijamente a los ojos de la joven y se esfuerza en recordar quién es. Al cabo de unos veinte minutos, musita una sola palabra: Anna. Lo inunda un sentimiento de amor incontenible. Se pregunta si no habrá estado casado con Anna, o si, tal vez, no estará contemplando el retrato de su hija. Un momento después de asimilar tales pensamientos, se ve asaltado por una nueva oleada de culpa, y entonces comprende que Anna ha muerto. Aún peor, sospecha que él ha sido la causa de su muerte. Incluso podría ser, dice para sus adentros, que fuera él quien la mató.

Míster Blank gime de dolor. No soporta mirar las fotos, de modo que las aparta a un lado y centra la atención en los papeles. Hay cuatro montones en total, de unos quince centímetros de altura cada uno. Al parecer sin motivo alguno, alarga el brazo hacia el último montón de la izquierda y coge la hoja de arriba. El texto escrito a mano, en mayúsculas semejantes a las que se ven en las tiras de cinta adhesiva blanca, dice lo siguiente:
Vista desde los confines del espacio exterior, la tierra no es mayor que una mota de polvo. Recuérdalo la próxima vez que escribas la palabra ?humanidad.?

Por la expresión de contrariedad que se apodera de sus rasgos mientras recorre esas frases con la vista, podemos estar casi seguros de que a Míster Blank no se le ha olvidado leer. Pero la cuestión de quién pueda ser el autor de esas frases sigue siendo una incógnita.

Míster Blank coge la siguiente hoja del montón y descubre que se trata de un texto mecanografiado. El primer párrafo dice así:

En cuanto empecé a contar mi historia, me tiraron al suelo y me dieron una patada en la cabeza. Cuando me puse en pie, uno de ellos me cruzó la cara, y a continuación otro me pegó un puñetazo en el estómago. Me derrumbé. De nuevo logré incorporarme, pero justo cuando empezaba a contar la historia por tercera vez, el coronel me lanzó contra la pared y me quedé sin sentido.La página contiene otros dos párrafos, pero antes de que Míster Blank pueda empezar a leer el segundo, suena el teléfono. Es un aparato negro, de disco, un modelo de finales de los cuarenta o principios de los cincuenta del siglo pasado, y como está sobre la mesilla de noche, Míster Blank se ve obligado a levantarse de la mullida butaca de cuero y dirigirse arrastrando los pies al otro extremo de la habitación. Coge el teléfono a la cuarta tonalidad.
Diga, dice Míster Blank.
¿Míster Blank?, pregunta la voz al otro lado de la línea.
Si usted lo dice...
¿Está seguro? No puedo correr riesgos.
No estoy seguro de nada. Si usted quiere llamarme Míster Blank, con mucho gusto atenderé a ese nombre. ¿Con quién hablo?
Con James.
No conozco a ningún James.
James P. Flood.
Refrésqueme la memoria.
Ayer le hice una visita. Estuvimos dos horas juntos.
Ah. El policía.
Ex policía.
Eso. El ex policía. ¿En qué puedo servirlo?
Quisiera verlo otra vez.
¿No tiene bastante con la conversación de ayer?

En realidad, no. Sólo soy un personaje secundario en este asunto, pero me han dicho que puedo verlo dos veces.
Me está diciendo que no tengo otro remedio.
Eso me temo. Pero no tenemos que hablar en su habitación si no quiere. Podemos salir y sentarnos en el parque, si lo prefiere.
No tengo nada que ponerme. Ahora estoy en pijama y zapatillas.
Eche una mirada al armario. Ahí tiene toda la ropa que necesita.
Ah. El armario. Gracias.
Ha desayunado ya, Míster Blank?
Creo que no. ¿Es que puedo comer?
Tres veces al día. Aún es algo temprano, pero Anna no tardará mucho en llegar.
¿Anna? ¿Ha dicho Anna?
Es la persona que se ocupa de usted.
Creí que estaba muerta.
De ningún modo.
A lo mejor es otra Anna.
Lo dudo. De todas las personas implicadas en esta historia, ella es la única que está totalmente de su parte.
¿Y las otras?
Digamos que hay mucho resentimiento, dejémoslo así.
* * *
Cabe observar que además de la cámara hay un micrófono oculto en una pared, y hasta el último sonido que produzca Míster Blank queda reproducido y grabado en un magnetófono digital de gran sensibilidad. El menor gemido o sorbo de la nariz, la tos más nimia o cualquier imperceptible flatulencia que salga de su organismo también será, por tanto, parte integrante de nuestra narración. Ni que decir tiene que esa información auditiva incluye asimismo las palabras que de diversa manera articula, murmura o grita Míster Blank, como, por ejemplo, la llamada de teléfono de James P. Flood que acabamos de describir. La conversación concluye con Míster Blank cediendo de mala gana ante la solicitud del ex policía de hacerle una visita aquella misma mañana. Cuando cuelga el teléfono, se sienta al borde de la cama, adoptando una postura idéntica a la descrita en la primera frase del presente informe: manos abiertas sobre las rodillas, cabeza gacha, mirando al suelo.

Piensa si debe levantarse y empezar a buscar el armario al que se ha referido Flood, y en caso de que lo encuentre, si tendrá que quitarse el pijama y ponerse ropa de vestir; suponiendo que haya ropa en el armario, si es que existe efectivamente tal armario. Pero Míster Blank no tiene prisa por acometer esas tareas mundanas. Quiere volver al texto mecanografiado que estaba leyendo antes de que le interrumpiera el teléfono. De manera que se levanta de la cama y da un paso vacilante hacia el otro extremo de la habitación, sintiendo entonces un súbito desfallecimiento. Se da cuenta de que se caerá si continúa más tiempo de pie, pero en lugar de volver a sentarse en la cama hasta que se le pase el mareo, extiende la mano hacia la pared, apoya todo su peso en ella, y poco a poco se va dejando caer al suelo. Ya de rodillas, Míster Blank se echa hacia delante y planta la palma de las manos en el suelo. Pero mareado o no, tal es su determinación de llegar al escritorio que empieza a arrastrarse hacia él.

Cuando logra izarse a la butaca de cuero, se balancea unos momentos hasta que se le calman los nervios. A pesar de todos sus esfuerzos, comprende que le da miedo seguir leyendo el texto manuscrito. El motivo de que ese miedo se haya apoderado de él es algo que no puede explicar. Sólo son palabras, se dice a sí mismo, y ¿desde cuándo tienen las palabras la facultad de dejar a un hombre medio muerto de miedo? No lo consentiré, murmura en voz queda, apenas audible. Luego, para tranquilizarse, repite la misma frase, gritando a pleno pulmón: ¡NO LO CONSENTIRÉ!

Inexplicablemente, esa descarga de sonido le infunde valor para seguir leyendo. Respira hondo, fija la mirada en las palabras que tiene delante, y lee los dos párrafos siguientes:

Desde entonces me tienen en esta habitación. Por lo que puedo deducir, no es una celda corriente, y no parece formar parte de la prisión militar ni del centro de detención territorial. Se trata de un recinto pequeño, sin muebles, que medirá unos cuatro metros de ancho por cinco de largo (suelo de tierra, paredes de piedra), y es posible que en otro tiempo sirviera de almacén para guardar víveres, quizá sacos de trigo y harina. Hay una sola ventana con barrotes en la pared de la izquierda, pero está muy alta y no la alcanzo con las manos. Duermo sobre una esterilla, en un rincón, y me dan dos comidas al día: gachas frías por la mañana, sopa tibia y pan duro por la noche. Según mis cálculos, llevo aquí cuarenta y siete noches. Esa cuenta, sin embargo, puede estar equivocada. Mis primeros días en la celda estuvieron salpicados de numerosas palizas, y como soy incapaz de recordar cuántas veces perdí el sentido ?ni cuánto duraban los periodos de inconsciencia cuando me desmayaba?, es posible que en cierto momento perdiera la cuenta y algún día dejara de fijarme en cuándo salía o se ponía el sol.

El desierto empieza justo debajo de mi ventana. Siempre que viene el viento del Oeste, me llega un olor a salvia y enebro, las únicas plantas que crecen en esa yerma extensión. He vivido solo en ella cerca de cuatro meses, vagando libremente de un lado a otro, durmiendo a la intemperie con toda clase de tiempo, y encontrarme entre los angostos confines de este recinto nada más volver de los espacios abiertos de esa región no ha sido fácil para mí. Puedo soportar la obligada soledad, la ausencia de conversación y contacto humano, pero ansío estar de nuevo al aire libre, sentir la luz, y paso los días consumiéndome por ver algo aparte de estos ásperos muros de piedra. De vez en cuando pasan soldados bajo mi ventana. Oigo cómo cruje la tierra bajo sus botas, la intermitente andanada de sus voces, el traqueteo de carros y caballos en el calor del día inalcanzable. Es la guarnición de Última: el extremo occidental de la Confederación, un lugar que está en el límite del mundo conocido.

Nos encontramos a tres mil kilómetros de la capital, frente a las regiones inexploradas de los Territorios Desconocidos. La ley dice que nadie debe salir ahí fuera. Yo fui porque me lo ordenaron, y ahora he vuelto para presentar mi informe. Puede que me escuchen y puede que no, y luego me sacarán de aquí y me fusilarán. De eso estoy bastante seguro. Lo importante es no hacerme ilusiones, no dejarme tentar por la esperanza. Cuando al fin me pongan contra la pared y me apunten con los fusiles, sólo les pediré que me quiten la venda de los ojos. No es que tenga el menor interés en ver la cara de los hombres que van a matarme, sino que deseo mirar de nuevo al cielo. Eso todo lo que quiero ahora. Estar al aire libre y alzar la vista por última vez hacia el inmenso cielo azul.
* * *
Míster Blank deja de leer. El miedo da paso a la confusión, y aunque ha comprendido hasta la última palabra de lo que lleva leído, no sabe cómo interpretarlo. ¿Se trata efectivamente de un informe, se pregunta, y qué es ese sitio llamado Confederación, con su guarnición de Última y sus misteriosos Territorios Desconocidos? ¿Y por qué le da la impresión de que se trata de un texto escrito en el siglo diecinueve? Míster Blank es muy consciente de que no tiene la cabeza tan bien como debería, de que ignora completamente dónde se encuentra y por qué lo han llevado allí, pero casi con toda seguridad sabe que el momento actual puede situarse a comienzos del siglo veintiuno y que vive en un país llamado Estados Unidos de América.

Ese último pensamiento le trae a la memoria la ventana o, para ser más precisos, la persiana, sobre la que han pegado un trozo de cinta blanca con la palabra PERSIANA. Afirmando las plantas de los pies en el suelo y apoyándose con los codos en los brazos de la butaca de cuero, da un giro a la derecha de entre noventa y cien grados para situarse frente a la persiana; porque la butaca no sólo está dotada de la capacidad de balancearse hacia atrás y hacia delante, sino que también puede moverse en círculo. Ese descubrimiento le resulta tan agradable, que Míster Blank olvida por un instante por qué quería mirar la persiana, regocijándose en cambio en esa característica de la butaca, hasta ahora desconocida. La hace girar una vez, luego dos, después tres, y entonces recuerda que de niño iba a la peluquería y Rocco, el peluquero, le daba unas vueltas en el sillón como él hacía ahora, antes y después de cortarse el pelo. Afortunadamente, cuando Míster Blank queda de nuevo inmóvil, la butaca acaba más o menos en la misma posición que antes de empezar a moverse, lo que significa que él está de nuevo frente a la persiana, y una vez más, después de aquel placentero interludio, se pregunta si no debería acercarse a la ventana, levantar la persiana, y echar una mirada afuera para ver dónde está. A lo mejor se lo han llevado de Estados Unidos, dice para sus adentros, y se encuentra en otro país, secuestrado en plena noche por agentes secretos al servicio de una potencia extranjera.

lunes, febrero 05, 2007

Los 60 de Paul Auster

Fuente: El Comercio (Perú)

Sus historias interpretan la vida real y se desdibujan las fronteras entre realidad y una artística puesta en escena. "Trilogía de Nueva York" marca el inicio de su éxito.

El gran narrador estadounidense celebra su cumpleaños 60 con la publicación de su reciente novela 'Tales from the Scryptorium'.

NUEVA YORK [DPA]. Sus historias toman los giros más inesperados, sin soltar al lector. Con tramas impetuosas, un lenguaje claro y una fantasía que irradia melancolía, el escritor estadounidense Paul Auster ha conquistado una gigantesca comunidad internacional de seguidores. Con veinte años cualquiera es un artista --dijo alguna vez--, y con sesenta están solamente aquellos que realmente han sobrevivido. Y ahora lo ha logrado: hoy el gran narrador festejará su sexagésimo cumpleaños.


Paul Auster es un escritor exitoso como en las películas. Y, al igual que en sus historias, también en la vida real se desdibujan las fronteras entre realidad y una artística puesta en escena. Hace más de 25 años convive con su mujer, la también exitosa escritora Siri Hustvedt ("Todo cuanto amé", 2003) en el barrio neoyorquino de Brooklyn, que desde entonces ha evolucionado de una zona de infraestructura deteriorada al distrito de literatos. La hija de ambos, Sophie, de 19 años, descrita como una persona extremadamente bonita", acaba de lanzar un álbum de canciones que ha obtenido críticas sorprendentemente buenas. Y Auster, un intelectual delgado que gusta vestirse de negro y con una insana propensión al tabaco, puede permitirse desde hace tiempo dejarse ver muy raramente.


Pero, al igual que muchos de sus personajes, también el bardo de Brooklyn ha atravesado épocas amargas. Nacido el 3 de febrero de 1947 como hijo de inmigrantes judíos en las cercanías de Nueva York, ya con 16 años quería ser escritor. "Es una existencia singular. No la eliges. De alguna manera eres elegido". Tras estudiar Literatura en medio de agitación política y una estadía de tres años en Francia, buscó su camino en Nueva York como autor. Allí surgieron cuatro libros de poemas, varias obras cortas y un volumen en prosa, pero no dinero. Auster debió mantenerse a flote con una cátedra en la universidad y trabajos de traducción. En 1979 se produjo una debacle en su vida personal. Su padre murió, se rompió su primer matrimonio y no tenía suficiente dinero para su vivienda. Y cuando ya había resuelto escribir solamente para él, llegó la gran bisagra que representó la "Trilogía de Nueva York". Pero esto también fue inicialmente una carrera de obstáculos: 17 editoriales diferentes rechazaron el manuscrito convertido entretanto en libro de culto, hasta que un pequeño editor californiano lo publicó y lo convirtió en 'best seller'. Había llegado la hora de Paul Auster. Las tres historias detectivescas con cabos comunes: "Ciudad de cristal" (1985), "Fantasmas" (1986) y "La habitación cerrada" (1986) contienen exactamente la voz por la que el escritor ganó tanta fama. Sus personajes con fuertes marcas autobiográficas hacen gala de caracteres estrafalarios, quebrados, que se pierden en todo tipo de abismos y rincones oscuros en la búsqueda de sí mismos. Una y otra vez son el azar, la contingencia, lo imprevisto, un giro fantástico, los que determinan sus vidas, ofreciendo motivo para reflexiones filosóficas sobre el arte y la cultura, la vida y la muerte.


Con "El palacio de la luna" (1989), "La música del azar" (1990) y "El libro de las ilusiones" (2002) surgieron otras potentes historias de su pluma. Con "La noche del oráculo" (2004) exteriorizó vivencias con su hijo mayor Daniel, quien fue vinculado indirectamente con un asesinato por drogas.


Entretanto, hubo obras que también hicieron preguntarse a la crítica si Auster no escribía tal vez demasiado. Y pese a su enorme popularidad en Europa, es muchísimo menos conocido en Estados Unidos. Aquí despertaron más atención sus guiones cinematográficos "Smoke" y "Blue in the Face", así como su trabajo de director en "Lulu on the Bridge". "Filmar es para un huraño como yo una fantástica compensación", afirmó.


DECLARACIONES
El imperio ha llegado a su fin
Hamburgo [DPA]. Paul Auster criticó en duros términos el Gobierno de su país en una entrevista con el semanario "Die Zeit" con motivo de su cumpleaños 60. "Estoy convencido de que en las dos últimas elecciones presidenciales hubo fraude", afirma en duros términos Auster en el artículo, del que se dieron a conocer algunos extractos por adelantado. "Es inconcebible que Estados Unidos, que actuó en la Segunda Guerra Mundial de forma inteligente y convincente, fracase ahora de esta manera", añade. "Nunca hubo un gobierno en Estados Unidos que estuviese tan lejos como este del espíritu del país. Somos los testigos del hundimiento de un imperio", asegura el autor.


Con respecto a su trabajo, señaló que el escritor se ve arrastrado por un impulso sin pausa. "Yo al menos siento la presión constante de seguir escribiendo, trabajando. Cada vez que termino algo, temo haber fracasado. De este sentimiento de insatisfacción surge la necesidad de intentarlo de nuevo", asegura.


"Vivo con mis personajes en promedio unos cinco años antes de empezar a escribir. No se los puede abandonar fácilmente".

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