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viernes, julio 27, 2007

Parejas poéticas

JORGE DE ARCO DIRECTOR DE LA REVISTA DE POESÍA 'PIEDRA DEL MOLINO'

Semanas atrás, y al hilo de la reciente edición de la antología de la poetisa norteamericana Jane Kenyon (1947-1995) -esposa del también poeta Donald Hall-, recordaba en un artículo cómo a lo largo de la historia de la poesía, no han sido pocos los matrimonios que han compartido vida y pasión lírica. Tomando como punto de partida la pareja formada a mediados del XIX por los británicos Robert Browning y Elisabeht Barrett, el siglo que ya se nos fue tiene muy diversos ejemplos. Valga citar los de Sylvia Plath y Ted Hughes, Barbara Frye y Charles Bukowski, Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll, Fina García Marruz y Cintio Vitier, Aitana Alberti y Alex Pausides ; y de entre los nuestros, los de María Luisa Gefaell y Luis Felipe Vivanco, Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina, María Guerra Vozmediano y Luis López Anglada; además de los que felizmente aún siguen entre nosotros, Francisca Aguirre y Félix Grande, Luz María Jiménez Faro y Antonio Porpetta, etc.



Y si recuerdo estas parejas poéticas es porque hace tan sólo un par de días, llegaba a mis manos el poemario de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), Leer para ti, que acaba de ver la luz en Bartleby Editores. Esta doctora en literatura inglesa, novelista y ensayista, está casada desde 1981 con el también escritor, Paul Auster (New Jersey, 1947) -galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el pasado año-. Estos veintiséis años de relación amatoria y literaria tienen un curioso nexo común y es el hecho de que ambos comenzaron escribiendo poesía, género que sin embargo, abandonaron hace ya más de dos décadas.

Publicado en 1983 con el título original de Reading to you, puede leerse ahora en versión bilingüe gracias a las certeras traducciones de las también poetisas Julia Piera y Chiara Merino. Apoyada en un versículo nostálgico, y en una sorpresiva prosa poética, Siri Hutvedt inventaría un volumen en el que se entremezclan las remembranzas de sus ancestros noruegos, los imposibles sueños de la infancia, las instantáneas de antiguos y exóticos paisajes, y muy diversos momentos autobiográficos que se disuelven en una misteriosa ficción. Todo ello, tamizado por la delicada condición de un decir frágil y cristalino: ora surrealista, Es extraño pensar que el infinito tenga seis lados, ora sugeridor: El día que me miré al espejo no sabía que cuando uno besa es imposible ver nada; ciega la proximidad a medida que una cara penetra la otra. Es breve y sólo queda el estremecimiento del recuerdo

Siri Hustvedt editó sus versos con veintiocho años. Después, dejó de lado la poesía y entró de lleno en el mundo de la narrativa. En nuestro país se han publicado con notable éxito algunas de sus novelas, tales como Los ojos vendados (1994), El hechizo de Lily Dahl (1997) y Todo cuanto amé (1994). En una entrevista concedida dos años atrás, recordaba las causas de aquel abandono lírico: «Lo que ocurrió fue que yo leía mucha poesía de los grandes autores. ¿Me parecían tan geniales¿ Y, de pronto, cada línea que yo escribía me empezó a parecer insoportablemente mediocre en comparación. Así que me trastorné y no pude seguir. Un profesor y amigo de la Universidad de Columbia me recomendó que hiciera escritura automática, como los surrealistas, que me sentara y escribiera sin parar, sin importar qué saliese. La misma noche que me lo dijo escribí treinta páginas. Pero nunca más fueron de poesía».

En 1997, la editorial Pre-Textos dio a la luz Desapariciones, un florilegio de la obra poética de Paul Auster, que recogía una treintena de poemas que el escritor americano había pergeñado entre 1970 y 1979. Su quehacer, concebido entre espacios abiertos y herméticos, entre el confinamiento de la palabra y la libertad del hombre, se vertebró en la citada década en la que publicó cinco poemarios. En una entrevista, publicada en El Cultural, afirmaba: «Tengo abandonada del todo la poesía. No he escrito un poema en veinte años». Al igual que su esposa, encontró en la prosa un mejor vehículo de expresión y su alejamiento de la lírica, tal vez, quiso dejarlo explicado con esta frase: «No hay nada en el mundo que no pueda servir de material para una novela».

Ambos, reconocen discutir mucho sobre sus textos. «Su opinión para mí tiene más crédito que la de nadie en este mundo y creo que ella piensa lo mismo de mí», relataba Auster. Releyendo sus versos (valgan los de él: «Cada noche/ desde el silencio de los árboles, sabes/ que mi voz/ viene caminando hacia ti»), es fácil imaginarlos, tantos años después, felizmente juntos en el privilegiado barrio de Park Slope, en el Brooklyn neoyorquino.

A.U.G

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martes, julio 17, 2007

Novelistas con alma de cine

Paul Auster, Pérez-Reverte y David Trueba

A caballo entre la pluma y el fotograma hay toda una raza de literatos-cineastas que no sólo escriben guiones y adaptan sus textos al celuloide, sino que se atreven a filmarlos.
Los repasamos.Son novelistas de prestigio, pero, a veces, cuando se cansan de juntar letras para contar historias, cambian el escritorio por un plató. Paul Auster, John Irving, Michael Houllebecq, Eric-Emmanuel Schmitt y Ray Loriga son ejemplos que repasamos.
Paul Auster, el creador de libros tan sobresalientes como Leviatán o El palacio de la Luna, en septiembre presentará en el Festival de San Sebastián su segundo trabajo como director: La vida interior de Martin Frost, en el que ha contado con su hija, Sophie Auster, Michael Imperioli e Irène Jacob. Por supuesto, el guión lo firma él.

Auster espera conseguir mejor aceptación de la que tuvo en 1988 su primer largo: Lulu on the Bridge. Quizá entonces andaba algo verde, a pesar de que había tomado nota de los consejos que le dio W. Wang mientras rodaban Blue in the Face (1995).

De Houllebecq a Loriga

El francés Michael Houllebecq debuta en la dirección con la adaptación de La posibilidad de una isla, cuyo rodaje acaba de finalizar en España, con uno de los actores más carismáticos del cine galo: Benoît Magimel.

El inesperado éxito de la adaptación de El Sr. Ibrahim y las flores del Corán parece haber animado a su autor, Eric-Emmanuel Schmitt, a adaptar y dirigir su Odette, una comedia sobre la felicidad, con Catherine Frot y J. Weber.

Dentro de nuestras fronteras, Ray Loriga es quizá el caso más emblemático. Escribió con Almodóvar Carne Trémula y trasladó al cine el crimen de Puerto Urraco en El séptimo día, de Carlos Saura.

En 1997 adaptó su novela Caídos del cielo, estrenada como La pistola de mi hermano. Ha tardado diez años en rodar su segundo largo, Teresa, el cuerpo de Cristo, y se apuntó un tanto al convertir a Paz Vega en la famosa santa abulense.

El oscarizado John Irving

John Irving es un experimentado guionista y un espléndido narrador. El mundo según Garp, Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra o El hotel New Hampshire se convirtieron en largos de culto filmados por George Roy Hill, Lasse Hallström y Tony Richardson. Incluso ganó un Oscar por el guión de Príncipes de Maine, rebautizado en el cine como Las normas de la casa de la sidra. Estos días, Irving finaliza el rodaje en Alicante de El jardín del Edén, basada en la novela homónima de Hemingway.

Y también...

Arturo Pérez-Reverte. A partir de su saga literaria elaboró el guión de Alatriste, que dirigiría Agustín Díaz Yanes.

Raymond Chandler. Más allá de su genio como novelista firmó los guiones de Perdición o La Dalia azul.

Michael Crichton. Autor de best sellers como Acoso, dirigió Contra toda ley.

David Trueba. Ha escrito y filmado, entre otras, La buena vida y Soldados de Salamina, y los guiones de Perdita Durango y Balseros.

David Mamet. Siempre entre el cine y la literatura, trabaja en Redbelt, escrita y dirigida por él mismo.

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martes, julio 10, 2007

La música del azar: Reconstruyen un manuscrito histórico

Es un problema matemático planteado por Alan Turing, considerado el "padre" de la computación

Suponga que viaja a Las Vegas, donde los casinos están abiertos las 24 horas, y registra los números que salen en una ruleta imaginaria de sólo diez casilleros (del 0 al 9).

En teoría, obtendría una serie infinita de números en la que los ceros aparecerían en la misma proporción que los unos, que los dos, que los tres..., pero también el doble cero en la misma proporción que todo otro bloque de dos dígitos, y así para todos los bloques de todos los tamaños. Es decir que todas las combinaciones posibles aparecerían con la misma frecuencia relativa. Eso es lo que debería ocurrir, si no hay trampa en la ruleta...

En los años treinta, Alan Turing, el célebre matemático británico considerado el "padre" de la informática moderna, se preguntó si era posible hacer una computadora que arrojara una lista infinita de números con esta propiedad del azar que en matemática se llama "normalidad".

El manuscrito que plantea este problema y su solución -A note on normal numbers-, seis páginas garrapateadas en tinta negra sobre el reverso del célebre trabajo en el que Turing describía la "máquina" que formalizaba el concepto de algoritmo (secuencia de operaciones) y de computación, quedaría inédito hasta que a principios de los años noventa otro matemático, J. L. Britton, lo incluiría dentro de uno de los cuatro tomos que abarca la recopilación de toda su obra.

En sus comentarios, Britton estima que el teorema es falso, pero un trabajo recientemente publicado por investigadores argentinos en la revista Theoretical Computer Science no sólo logra completar las partes faltantes del original de Turing, sino que demuestra que era cierto: de hecho existe un algoritmo capaz de producir una secuencia "normal".

"Nos tropezamos con esto en los Collected Works of Turing on Pure Mathematics, la obra de Britton de 1992 -cuenta la doctora Verónica Becher, investigadora del Conicet en el Departamento de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y primera autora del trabajo-. Estaba volviendo desde Nueva York y había fotocopiado el trabajo, porque el libro de Britton es muy caro. Entonces me dije: «Esto tengo que entenderlo; tengo que saber por qué es verdadero o por qué es falso»."

A Becher y a Santiago Figueira, que trabajaron con Rafael Picchi, el desafío les llevó más de tres años de ardua tarea.

"Había muchas cosas que no conocíamos -cuenta la investigadora-, y la primera dificultad fue que el primer teorema comenzaba con un resultado que tenía un asterisco, sin demostración."

"Y era un lema importante -agrega Figueira-, porque si era verdadero, todo lo demás era verdadero."

Los científicos argentinos no sólo lograron reconstruir y demostrar el resultado faltante de la solución de Turing, sino también llenar y corregir los "baches" que había en el resto del trabajo. Así, pudieron demostrar que Turing estaba en lo cierto (y Britton, equivocado).

"En realidad, faltan algunas demostraciones y hay otras que no están justificadas, y eso forma parte del trabajo que hicimos. Pero aunque el manuscrito tenía pequeños errores, preservamos todas las ideas de Turing", comenta Figueira.

La música del azar

Los números "normales" integran una antigua tradición de estudios. "El interés por la «normalidad» es muy antiguo; podría vincularse con lo cabalístico, con la erudición judaica -explica Becher-. Emile Borel dio la definición de número normal en 1909 y lo primero que hizo fue demostrar que la gran mayoría de los números tienen esta propiedad. La «normalidad» es una propiedad del azar. Se podría decir que, desde el punto de vista de los números, el azar es «democrático»: todos tienen la misma chance de aparecer."

Sin embargo, explican los investigadores, aunque la mayoría de los números cumplen con esta condición, es difícil encontrar una forma abreviada que describa uno de ellos en particular.

"Cuando Turing se propone definir esto, se está metiendo en un problema para el que sabía que no necesariamente iba a encontrar una solución -dice Becher-. Y él la encuentra."

Pero aunque el matemático británico hace un aporte importante, su ejemplo no es enteramente satisfactorio.

"En un sentido fuerte, no -dice Figueira-. En primer lugar, el algoritmo [desarrollado por Turing] es muy lento. Si uno lo quiere correr en una computadora y obtener los números, resulta que no se puede: tarda mucho. Es extremadamente lento."

"Por otro lado -agrega Becher-, este numerito no tiene otra propiedad que ser la salida de este algoritmo. Borel, célebre matemático francés a quien se debe, entre muchas otras cosas, la definición de «normalidad», dice que una definición no sólo tiene que identificar una propiedad o un elemento particular, sino que además tiene que permitir probar teoremas importantes o interesantes acerca de lo nombrado, y si uno no tiene nada bueno para decir de ella, es irrelevante. Si lo único que podemos probar es que este número es «normal»... bueno, es un poquito insatisfactorio."

Tal vez lo más interesante de todo esto es que la computadora, el hito que marca el nacimiento de una nueva era, surge de un trabajo de matemática pura. Alan Turing la crea en su estudio On computable numbers with an application to the Entscheidungsproblem, que publica laSociedad Matemática de Londres, en el que analiza la cuestión planteada por David Hilbert sobre si existe un método definido que pueda aplicarse a cualquier sentencia matemática y nos diga si es cierta o no.

Con ese modelo formal, Turing demuestra que existen problemas que una máquina no puede resolver. "Después, él busca una posición fuera de King s College y pide una carta de recomendación. Es curioso, pero allí no se menciona este trabajo fundacional de Turing -comenta Becher-. En la cultura de la época no se esperaba que los científicos estuvieran haciendo trabajos aplicados todo el tiempo..."

También con un trabajo de ciencia básica, Becher y Figueira convalidan la respuesta que uno de los mayores talentos de la historia encuentra para una pregunta que lo inquietaba y hacen un valioso aporte a los estudios sobre el azar y los números "normales".

Por Nora Bär
De la Redacción de LA NACION

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domingo, julio 01, 2007

Lou Reed presenta su álbum Berlin en Alemania

Berlín. (dpa) 26 Jun 2007 - Después de 34 años, el legendario rockero y fundador del grupo "Velvet Underground", Lou Reed, regresó a la actual capital alemana para presentar allí una de sus obras más polémicas e importantes, el álbum "Berlín".
El músico eligió como escenario el Tempodrom, un moderno centro destinado a eventos culturales ubicado en la antigua frontera entre la parte este y oeste de Berlín, en la estación Anhalter.


Se trata del comienzo de una gira por Europa después de que Reed ofreciera un concierto en Nueva York.
Compuesto en 1973, época en la que Reed vivió en la ciudad dividida, cuenta la historia de dos drogadictos, con alusiones a temas como el abuso de menores, la prostitución, la adicción a las pastillas y el suicidio.


El tono depresivo de la obra, que incluye canciones como "Caroline says", "Sad song" y "Lady day" resultó chocante a los críticos. La revista estadounidense "Rolling Stone" opinó en su momento que sólo podía ser entendido como el acto desesperado de alguien empeñado en arruinar a toda costa una carrera prometedora.


Reed estuvo acompañado por una orquesta, un coro y una banda de música. Reed, David, Bowie o Iggy Pop fueron algunos de los rockeros que se instalaron en Berlín a mediados de los setenta. "Berlín era para mí entonces una metáfora de celos, ira y enmudecimiento", dijo en una entrevista a un diario berlinés. Durante la actuación se destacaron las guitarras virtuosas de Reed y Steve Hunter.


Debido al gran interés despertado en Alemania, se incluyó ayer a último momento una función en Düsseldorf.

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